viernes, 25 de julio de 2014

Padres difíciles


Abraham

Abraham estaba convencido de que Jehová, su dios, intentaba comunicarse con él. Estuvo a punto de degollar a su hijo Isaac y de “ofrecerlo en holocausto”, porque el profeta escuchó voces y porque tuvo sueños peculiares.

Judíos y musulmanes sostienen versiones distintas del mismo hecho. Mientras la Torá dice que fue Isaac el que estuvo a punto de ser víctima de filicidio (Génesis 22), el Corán sugiere que el joven del dramático episodio fue Ismael, el primogénito de Abraham.

Sí y no, arguyen judíos y cristianos: Ismael es hijo de una esclava egipcia (Agar). Isaac, en cambio, es hijo de Sara, la mujer “legítima”.

Pues será el sereno, digo yo, pero los versículos 15 y 16 de Deuteronomio son muy claros con respecto a la primogenitura y coinciden con el filósofo de Güemes: “El primer hijo es el primer hijo”.

Aunque en la sura 37:102 del libro islámico Ismael va al sacrificio consciente de su destino y con absoluta voluntad, sospecho que desde ese día ya no pudo vivir (y menos dormir) tranquilo al lado de su padre.

 -Ofrécelo (o elévalo) en holocausto, dijo Jehová.

Así que podemos suponer que la idea era matarlo y quemarlo entero en una pira de leña, para, como señala la ley mosaica, “alzar un olor agradable hacia el Señor” (Levítico 6, 15).

El dios de Abraham pide un holocausto y no un moirocausto. De haber exigido Jehová un moirocausto, el profeta hubiera tenido que asar una parte de su hijo para comérsela, a manera de cordero pascual, con una suculenta guarnición de dátiles y yerbas. De cualquier manera y afortunadamente (o mejor dicho, providencialmente), un ángel detiene a tiempo el que hubiera sido el más insensato de los sacrificios.

Layo

Pero Abraham no es el único padre difícil. El rey Layo abandona a Edipo a su suerte porque el oráculo de Delfos le había asegurado que moriría a manos de su propio hijo, cosa que a la mera hora sucedió: Layo y Edipo se encontraron en un camino estrecho, y ambos –sin reconocerse- se exigieron simultáneamente  el derecho de paso. Como ninguno cedía, terminaron liados a golpes. Muere Layo y su auriga.

Pedro Páramo

El camino de Edipo me recuerda a Abundio Martínez. El arriero, borracho, tuerce el camino, sale del pueblo y toma una vereda que lo lleva directo a la hacienda de su padre, quien lo ve llegar pero no lo reconoce (no sabe que es su hijo). Abundio da traspiés, “agachando la cabeza y a veces caminando en cuatro patas”, como el personaje del acertijo de la Esfinge que resuelve Edipo.

Abundio llega frente a su padre, quien está sentado junto a la puerta principal de la hacienda. No se reconocen. Abundio ruega por una caridad para enterrar a su mujer. Su padre, indolente, esconde el rostro debajo de una cobija.  Abundio lo apuñala.

El hombre apuñalado por su hijo es Pedro Páramo, un padre difícil.

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