Eduardo Serrano tiene un hotel junto a una
playa. No es una playa tropical. Más parece Coney Island. Estoy inquieto,
pero a la vez gozoso.
Es una palapa.
Llegan Gerardo y Marugenia. Marugenia está muy callada. Gerardo, con su pelo largo, parece llegado de la alberca. Se ve inmensamente contento (contento, apaciguado).
Llega Eduardo Serrano, está enojado.
Llega Arturo Macías, que cree que Eduardo está enojado con Gerardo y que viene a defender a su amigo. Gerardo dice: Quiero una tlayuda.
Es una palapa.
Llegan Gerardo y Marugenia. Marugenia está muy callada. Gerardo, con su pelo largo, parece llegado de la alberca. Se ve inmensamente contento (contento, apaciguado).
Llega Eduardo Serrano, está enojado.
Llega Arturo Macías, que cree que Eduardo está enojado con Gerardo y que viene a defender a su amigo. Gerardo dice: Quiero una tlayuda.
En un taller al aire libre, unos hombres saludan a la distancia a un hombre de baja estatura, regordete, con saco de pana. Es un político a la sombra. Yo lo saludo, amable, pero el político no me atiende. Subo con el político de pana unas escaleras y nos encontramos con lo que parece la parte trasera del Parque Hundido (puedo ver la fachada del Instituto Mora).
Se escucha ruido, como de público expectante para un concierto o una obra de teatro. Decido entrar. Para eso, necesito subir escaleras y salir a Paseo de la Reforma.
Me encuentro en un anfiteatro. Octavio conversa con un grupo de jóvenes amantes del teatro sobre el pentámetro yámbico. Cecilia ríe junto a él y pregunta:
-¿Y eso que tiene que ver con Nietszche?
Octavio dice: ¡Mucho, mucho! Forty, forty, forty.
Aparece un caballo. Le grito a Octavio: ¡Octavio, el caballo está llorando!
Llegan Eduardo, Arturo, Gerardo y Marugenia. Parece que vienen por nosotros. Gerardo quiere llamar la atención:
-Quiero una tlayuda.
Yo veo a Gerardo y siento mucha alegría al saber que no está muerto.