Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













miércoles, 20 de julio de 2011

De lunas y dedos

Cuando el sabio señala la luna,
el tonto mira el dedo.

Conocí este aforismo a los trece o catorce años de edad, gracias a José Flores García, el Chepo, hermano marista a quien debo mucho: su pasión por la docencia y su libertad de pensamiento no sólo me dieron buenas herramientas para la autoestima y la capacidad crítica, sino que, al recordarlas, entiendo que las generalizaciones casi siempre son injustas: no todos los católicos son hipócritas, retrógrados, reaccionarios, fascistas, pederastas, intolerantes y analfabetos; hay hombres y mujeres de esta iglesia sinceros, veraces, progresistas, consecuentes y obedientes a su misión (Mateo 10, 5-8), cuyo grano de mostaza es el amor a la vida -no el miedo, no la negación del cuerpo, no la intolerancia, no la superstición, sino el amor a la vida-, semilla que luego de sembrada se convierte en la más grande de las hortalizas y en árbol robusto, de modo que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas (Mateo 13, 31-32).

Y, bueno, el aforismo de marras siempre me pareció el más adecuado para resumir una situación de excesiva torpeza intelectual y de incapacidad para percibir las sutilezas del pensamiento. Pero ahora me encuentro con el agudo análisis de un tal Dekarde Oblomovka, quien pone en duda la sabiduría y la honestidad de los señaladores de luna:

Cuando alguien señala la luna con el dedo, digo yo ¿acaso no es lícito y prudente preguntarse qué motivo puede tener ese individuo para hacer tal cosa? ¿Por qué va a ser más razonable para un testigo de la acción dirigir la mirada a la luna que observar cuidadosamente al que la está señalando? Pudiera ser que el señalador de lunas lo que intenta precisamente es desviar la atención de sí mismo, y así poder maniobrar subrepticiamente en la distancia corta mientras los demás están enfrascados en la contemplación de la lejanía.

En ese caso ¿quien sería el necio? ¿El que obedientemente dirige su mirada a la luna, o el que (afrontando valientemente el riesgo de ser tomado por un necio) intenta más bien no perder de vista al dedo y a su propietario ni un segundo?


Comentario de Juan Carlos Aguilar Tagle

Yo observaría primero al dueño del dedo. Si me pareciera confiable, sólo entonces voltearía hacia la luna. A menos que el dueño del dedo ya cuente (como tú) con mi absoluta confianza. En tal caso, posiblemente vería primero la Luna. Y si disiento, extrañado, voltearía a ver al dueño del dedo. Una tercer posibilidad es la de no mirar dedo ni Luna, porque: "Cuando el tonto señala la luna, el sabio le muestra un dedo"

martes, 19 de julio de 2011

Max Lichtenstein

Fue Ignacio Espósito quien, a fines de 2005, me habló de Max Lichtenstein, poeta argentino radicado actualmente en la Ciudad de México, al menos hasta 2011 (ahora anda en Paraná). Me habló de él como se habla de la gente amable y admirable.

-Agus, boludo, tenés que conocer a Max. Es re pilas, un jugadorazo. Y cuando se empeda es divertidísimo.

Con el paso del tiempo, Ignacio mexicanizó su lengua y abandonó un poco las formas del habla argentina (aunque no el delicioso acento bonaerense). Pero entonces, en esa época, al toparme con el baterista de Vieja Estación en el Metro Patriotismo, muy de mañana, siempre recibía yo la fresca brisa de sus verbos agudizados (y si, por la gracia de Dios, aparecía la palabra morfar, saboreaba yo el exquisito recuerdo de las empanadas de elote bañadas en chimichurri).

Después de un abrazo fraterno, nos dirigíamos ambos al Metro Auditorio, donde nos despedíamos y nos separábamos. Nacho agarraba camino al lugar de su laburo, Pastas Confetti, en la calle de Óscar Wilde, y yo tomaba rumbo a Monte Pelvoux, donde estaban las oficinas de EHS Brann la agencia de mercadotecnia directa dirigida por don Octavio Herrero, el Dandy del Blues.

En una de esas ocasiones, Nacho me habló maravillas de Max y prometió entregarme un ejemplar de Mambos Religiosos, pequeño poemario que el autor acababa de editar con el apoyo del restaurante Como. Y sí, en nuestro siguiente encuentro recibí de mi amigo el libro, que ahora abro por enésima vez.

Pero vayamos al origen mismo de mi feliz encuentro con la poesía de Max Lichtenstein. Te pido, lector, que seas paciente: yo no tengo prisa por contar esta historia. Y si en ella encuentras pasajes surgidos de un aparente delirio, recuerda lo que acaba de decir el gigante Monsi: ...la verdad, ese género tan anticlimático.

The mistery case of Sunset Tower Hotel

Entre los textos que integran Burning in Water, Drowning in Flame, antología de Charles Bukowski que va de 1955 a 1973, hay uno que en particular me gusta mucho, dedicado A la puta que se voló mis poemas. No voy a traducirlo (no me atrevo) sino que, con su permiso, hare una paráfrasis:

A la puta que se voló mis poemas

Algunos dicen que debemos mantener fuera del poema
nuestros remordimientos, permanecer impasibles ante ellos.
Sí, puede ser una buena sugerencia.
¡Pero, carajo, doce poemas perdidos!
¡Y no tengo copias!

¡Y también te llevaste mis mejores cuadros!
¡No se vale!
¿Tratas de joderme, como al resto de tus clientes?
¿Por qué no te llevaste mi dinero? Es lo que se acostumbra.
Para la próxima, llévate mi brazo izquierdo
o un billete de cincuenta… ¡pero no mis poemas!

No soy Shakespeare, pero algún día dejaré de escribir.
¿Y entonces?
Dinero, putas y borrachos siempre habrá,
hasta que caiga la última bomba;
pero, como dijo Dios, cruzando las piernas:
Noto que he creado muchos poetas…
y muy poca poesía.

Siempre que leo To the whore who took my poems, llego a la cama y, antes de conciliar el sueño, me invento un personaje que investiga el delito contra Bukowski.

El Inspector Rumpelteazer toma el caso Bukowski

¡Pero qué halago! –dice el inspector Rumpelteazer mientras saca de una bolsa de su gabardina pistaches rancios y trozos secos de nueces de la India, que se lleva a la boca-. El tipo se coge a la puta, y la fulana resulta ser una admiradora de las porquerías que escribe este pelafustán indecente. En fin, como decía mi madre: hay gente para todo. Sea como sea, Bukowski debe sentirse halagado. Sin embargo, veamos… El asunto es averiguar si estamos ante un caso de robo burdo y sin sentido, o ante un nuevo episodio de secuestro de obras de arte en Los Ángeles.

Como siempre, el tejido de elucubraciones de Rumpelteazer se da mientras el inspector recorre a pie, sin prisas y acompañado de Avelino Müller, su asistente, el camellón de la Avenida Ámsterdam. Ahora, posa su brazo derecho sobre los hombros de Müller, y sigue…

-¿Qué interés pudo encontrar Natalia en los versos de Charles Bukowski?

-¿Natalia, dijo usted, inspector?, pregunta Avelino.

-Sí, Natalia, la puta ladrona… Hermosísima, eso sí, pecosa, de piernas como pilares de mármol, labios de clavel y nalgas de sueño; pero una tarada sin recato ni reposo, como la describo en El Hombre Brócoli...

-¡Ah, cómo no, cómo no! Ese texto fue la primera entrega de su bitácora electrónica.

-Recordarás, entonces, Müller, que ahí registro un misterioso asesinato en el Hospital Rubén Leñero, de la Ciudad de México.

-Sí, por supuesto. Culpa usted a Natalia Ruiz Ochoterena de la muerte de su primo Bacilio Macedonio Ruiz. Pero, inspector, el nombre de Natalia ha de ser el que utiliza la señorita puta ante sus clientes. Digo, no creo, de veras no creo que se trate de nuestra Natalia.

-Pues crees mal, Lino. Ya sabes que conmigo avanza la pesquisa a la manera de un concierto de música alemana: allegro con brío, andante con moto, a veces prestissimo, y en ocasiones affrettando. El nombre que utilizó la bagasa ante Bukowski fue Polita del Rosal. Pero ya sé de quién se trata: la nunca bien ponderada Natalia Ruiz Ochoterena.

-¿Está usted seguro, inspector? ¿Estamos hablando de la misma Natalia? ¿Natalia Ruiz Ochoterena, la prima idiota pero buenísima de Bacilio Macedonio Ruiz? ¡Recórcholis!

-Sí, ella, buena entre las buenas. ¿Te he dicho, Lino, que Natalia y yo vivimos juntos durante dos años? ¡No entiendo por qué decidió ejercer la prostitución!

-¿Y cómo le fue durante su… vida con Natalia?

-Bien, bien. Muy bien. A cambio de retirar los cargos, ella me aceptó como marido. Y ahora que lo pienso, digamos que me pasó lo mismo que al personaje de Tom Hanks en Insomnio en Seattle…

-Sam Baldwin, de quien se enamora Meg Ryan.

-¡École cua! Frente al recuerdo sublimado de su esposa muerta, Sam Baldwin explica a Annie: Era como regresar a casa, pero a una casa en la que nunca antes había estado.

No contaré detalladamente las averiguaciones de Rumpelteazer. Bastará con decir que el inspector descubrió que Natalia, en su papel de Polita del Rosal, extrajo el legajo de Bukowski mientras el poeta dormía plácidamente en un viejo sofa de cuero agrietado color de aceituna.

Se habían hospedado a las 11:43 en el Sunset Tower Hotel, y retozaron en la cama hasta las 19:28. El análisis de laboratorio que se hizo de las sábanas indica que la parejita bebió Jack Daniel´s rebajado con Pepsi Cola (esto coincide con una de las perversiones de Natalia conocidas por Rumpelteazer: a la prima de Bacilio siempre le ha gustado que el amante tome un trago de Jack Daniel´s con Pepsi, y que inmediatamente vierta el líquido desde la boca al interior de su... cosita).

La sigilosa Polita, es decir Natalia, salió de la habitación, y luego dejó el edificio, exactamente a las 20:43, para dirigirse a la avenida La Brea. Ahí se le pierde la pista, pero sabemos que Natalia escuchó en el trayecto Bird dream of the Olympus Mons, de Pixies.

Mientras tuvo puestos los audífonos de su aipod, se imaginó transformada en Kim Deal.

Crying for Douglas

Terminó encontrándose con Mónico Aparizio, su proxeneta, en el cementerio Hollywood Forever, junto a la tumba de Douglas Fairbanks (a la orilla del estanque). Los microfonos escondidos del cementerio registraron la siguiente conversación:

-Hi, my name is Mónico Aparizio.

-Sí, ya sé, I know, papito: you are my pimp, my magnaccia, my cafisho, my cafiolo. ¿Por qué siempre haces like si fuera la primera vez que nos viéramos? ¿Te excitan las desconocidas, mono Mónico?

-I came to kill you…

-¡Ni madres, güey! A mí no me vengas con tus jaladas. Don´t pull me, nene. A ver, dame un trago de tu cheap tekila.

-I am just a cowboy in a Pixies song. Take care, mis pistolas are ready.

-¡No, qué chingaos, take care you, bato! Toma, papito, aquí están los pinches peipers que querías…

-Look my texana. It is great, ¿no?

-Superduper tu chaqueta, Aparizio. Toma, y déjame ir a descansar. Luego me regreso a Bagdad, para que no me encuentre Bukowski.

-Kill gabacho, puto reventón armaré.

-Mejor drive your troka into de ocean, whatever that means, chiquito.

Mónico Aparizio vio a Natalia desaparecer del cementerio, se sentó en la tumba de Fairbanks y espero la llegada de quien lo había contratado para robar los manuscritos de Bukowski.

Dos horas más tarde, apareció en el Hollywood Forever... Max Lichtenstein.


Aunque los detalles del encuentro entre Mónico Aparizio y Max Lichtenstein en el Hollywood Forever Cementery de Los Ángeles son mera especulación, debemos admitir que hay en ellos, en los pormenores, un alto grado de verosimilitud, a juzgar por la lectura minuciosa de Mambos Religiosos y por la más reciente declaración de Polita del Rosal en Misterios y Escándalos

¡Yo no sé! A mí ni me digan –dice Polita a un babeante A.J. Benza-. Cuando leí Lifeblood (el noveno poema de Mambos…), percibí esa manera que tiene Bukowski de… sangrar mientras ama. Claro, me cae que Lichtenstein es más dulce: si en otras partes alcanza la indecencia y la sordidez del poeta angelino (Sonrío porque estoy meando, escribe Max en Baño Bar), aquí, en Lifeblood, alcanza el sabor de la comedia negra, es decir, la mezcla de violencia y ternura que tanto apreciamos en Edward Albee, por ejemplo. ¿Puedo decir el poema, para explicarme, señor? ¡Me lo sé de memoria! Dígame si no podría ser Richard Burton quien pronunciara estos versos frente a Liz Taylor en Who´s afraid to the Big Bad Woolf? El primer verso es pocamadre (amazing line, mister Benza, amazing line: I cut my face with roses…).

Me corté la cara con rosas
y sangré como un desgraciado (no estuviste ahí
para verlo)
Ya entré en el círculo de una persona
y no me van a dejar salir
El amor se me hizo más frío que la muerte…
Ya casi confiaba en las rosas
ya casi me desnudaba ante ellas
pero me corté…

¡Ay, carbón, que poema más sirlón para el pipirín! –suelta Polita, para tormento del subtitulaje.

¡Párale, Müller! -dice Rumpelteazer, al tiempo que regresa al plato hondo el puño de palomitas que ya iban a su boca.

¿Qué pasa, inspector? –pregunta Avelino, y pone pausa.

-A ver. A ver. Esto sí es nuevo para mí. ¡Ahora resulta que Natalia, la idiota, sabe mucho de poesía y de cine!

-Así parece. ¡Y qué guapa es, a propósito! Qué linda ella, inspector, qué rechula…


-¡Dilo, Müller! Puedes hablar con franqueza: Nati ya no es mía. Di que tiene las nalgas del universo, y que su vientre anuncia la magia de su pubis; di que sus piernas son dos columnas dóricas de robusto fuste, y que toda ella te despierta las ganas de ejercer la aruspicina en su cadáver aún caliente y palpitante. ¡Di que te mueres de ganas por atacarla, montarte en ella y traicionar el contrato social y los acuerdos de nuestra civilización!

-Mire, inspector: yo, en realidad... Pero bueno, digo, en cuanto al coeficiente intelectual de Polita del Rosal, ¿no se ha exagerado sobre sus carencias, mientras que sus haberes han sido subestimados, despreciados, ignorados?

-De tus riquezas no tengo quejas, dice el poeta Bacilio. Pero en el caso de Natalia, éstas no pueden referirse a la azotea, porque la tiene llena de madreselva de estupideces. Su prodigalidad es formal y de volumen. Exuberante, el cuerpo de Natalia es el Mare Magnum; pero tiene vacío el coco, aunque ahora se las dé de cinéfila y lea a Max Lichtenstein.

-Recuerde, inspector, aquello que dijo Publio de Siria, el mimo vencedor de Décimo Laberio…

-El mismo vencedor, querrás decir.

-No, inspector: el mimo. Es que el sirio era mimo…

-¿Y qué dijo el mismo mimo?

-Sin mimar, sentenció el mimo sin miasma: Sensus, non aetas, invenit sapientiam.

-Es no la edad sino la inteligencia la que encuentra la sabiduría. Sí, sí, sí, pero volvamos a los poemas de Bukowski robados por Natalia y entregados a Mónico Aparizio para beneficio de Max Lichtenstein.

-Nos quedamos en que Mónico entregó los veinte poemas de don Carlos al joven Max, quien a su vez los convirtió en Mambos Religiosos. ¿Seguimos en esa línea de investigación?

Rumpelteazer retira de la mesa los restos de botana y los vasos de whisky tibio, y coloca frente a sí Mambos Religiosos, abierto en la página 30. Lee entonces, Nicotina en tus ojos. No lo dice, lo balbucea, y a ratos garabatea en un cuaderno escolar misteriosos signos y palabras sueltas: barco, palacio, recuerdos, mar, niebla, juguete... Llega a los últimos versos, que pronuncia con excelente dicción y absoluta nitidez, bien pausado:

Vos me llevas a mí
como una mentira de verano
que se acaba pronto.

El inspector lo repite cinco veces, como si buscara en los versos al Bukowski extraviado. ¡Pero nada! ¡Esto no es Bukowski! Bueno, sí y no. El belleco Lichtenstein ha sabido disfrazar su plagio. ¿Cómo? ¡Escribiendo nuevos versos, hasta dejar a Charles irreconocible! Porque, a ver, vayamos a El amor es un perro infernal:

Tomamos vino y vimos horas TV
y cuando nos metimos a la cama
a dormir
se quitó la dentadura
toda la noche.

¡Ése es el Bukowski que todos conocemos! Max Lichtenstein, en cambio, es más reflexivo. Escucha esto, Müller, página 24:

Las certezas se van por los ríos más sucios.
Los ríos en los que nadie se baña...
salvo tú, conejito mío.
Cómo te extraño, mi conejo negro.

De cualquier manera, nos enfrentamos a veintidós poemas provocadores y descarnados (veintidós, y no veinte) que desnudan el pensamiento de la calle (no necesariamente el pensamiento de Lichtenstein sino, insisto, el pensamiento de la calle). Sí, eso es: Mambos Religiosos pertenece a la calle, ahí se gestó, seguro, ahí creció, ahí fueron escupidas sus veintidós cosas.

-Pero, inspector, ¿qué pasó entonces en el Hollywood Forever Cementery? ¿Qué hubo entre Mónico y Max? ¿Qué entregó el uno al otro?

-No sé. Lo que sí sé es que no fueron los poemas de Bukowski. Ésos se los quedó Natalia, es decir, Polita del Rosal.

-Pero, señor...

-Mira, Müller, Max Lichtenstein tiene entre sus virtudes un oído prodigioso y una voluntad renacentista por registrar sin filtros lo que ocurre en la mente de sus contemporáneos. Sus poemas son redes de Palabras Peces (peces que son a su vez las palabras, las frases y las ideas que nadan dentro de las Cabezas Acuarios de una generación, la suya). ¿Qué necesidad tiene, por Dios, de plagio alguno?

-Hablemos, entonces, de inspiración.

-¡Ni siquiera, Avelino, ni eso! Max Lichtenstein está más cerca de Lawrence Ferlinghetti que de Charles Bukowski. Pero de eso hablaremos en otra occasion, querido amigo, apenas se publiquen su poema-crónica Viva México, y su poemario Ella mató un policía con un libro.

-¿Y no podemos comenzar ahora?

-No, Müller. Ahora tengo que encontrar a Natalia. ¿Cuánto andará cobrando la hija de la rechintola? Digo, porque yo no soy poeta.

-Dicen que hay cola para estar con Polita del Rosal y obtener sus favores. Y que las mujeres también se forman. Eso dicen, inspector. Yo, la verdad, no sé.

Si deseas adquirir un ejemplar de Mambos Religiosos, busca a Max Lichtenstein y di que vas de parte de Polita del Rosal, y Max te hará un descuento en la venta de su pequeño y hermoso libro.

lunes, 11 de julio de 2011

1992

Miércoles 1 de enero. Mi hermana Beatriz regresó ayer de Roma, así que comemos en casa de mis padres. Leo, con una mujer a mi lado, Apuntes de un lugareño, de José Rubén Romero, hermosa novela, sabrosa, fresca, como un pastel de amaretto.
Jueves 2 de enero. Con una mujer a mi lado lado, desayuno en el Café Casino (Dakota y Yosemite, en la Nápoles) huevos rancheros y café express. La guerra en El Salvador está llegando a su fin: el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y el gobierno acaban de firmar la paz en Nueva York. En la noche, con la misma mujer al lado, como donas de canela en el Vips. Me llama Octavio, para avisarme que mañana necesitamos vernos. También me llama Gerardo, para preguntarme si iré a visitarlo a Cuernavaca el sábado.

Viernes 3 de enero. Con una mujer a mi lado, almuerzo en el Café Casino una torta de milanesa y un burrito. Más tarde, en casa de Octavio, llega José Hernández, nuestro baterista. Dedicamos un rato a estructurar una canción de José. Me asignan la tarea de ponerle letra. Se me ocurre llamarla Ensayo sobre el origen de las lenguas, porque estoy leyendo a Rousseau en ese momento… y soy muy flojo para pensar (en el futuro, esta canción se llamará Vaso de alcohol, una pieza instrumental). Octavio me presta dos discos de Bob Dylan, uno de Chuck Berry, otro de Tears for fears, uno de los Stones, el único que me gusta de The Cure y uno de John Lee Hooker. Cosas viejas, sí, porque no hay nada en lo nuevo que me entusiasme (falta poco para que también abandone mi agotado y pueril gusto por el rock). La mujer que está a mi lado acaba de comprar dos libros de Lope de Vega para nuestra biblioteca compartida. Termino el día con esa misma mujer y con unas enchiladas suizas de Sanborns.

Sábado 4 de enero. Desayuno en el Sanborns de Xola, con Octavio Herrero, José Hernández, Alex Eisenring y Ana Laura Márquez.

Domingo 5 de enero. Camino por Benjamín Franklin, y contemplo el atardecer: un puente de azules y violetas une el amarillo del Poniente con el azul del Oriente. Los edificios cobran, entonces, tonalidades y tersuras que me hacen transitar por aquello que la filosofía alemana llama erlebnis: ese algo temporal o espacial que se vive inopinadamente y que se queda grabado en la memoria como un entorno de placer.

¡Nada del otro mundo! No hay violines, bombos ni platillos, no hay luz cenital, no hay lluvia de rosas. El erlebnis puede tomar una forma apacible y silenciosa, y crear un estado de ánimo que apenas si intuya el afectado. La inocente e intrascendente formación de una nube, combinada con el céfiro invernal y con una buena digestión, por ejemplo, puede producir en nosotros ese momento de impacto.

Lunes 6 de enero. Una torta de jamón, un vaso de jugo de naranja, una hamburguesa y un hot-dog.

Martes 7 de enero. Una torta de huevo, dos empanadas y unas enchiladas rojas.
Miércoles 8 de enero. A mediodía, entro en la mujer que está a mi lado.
Jueves 9 de enero. La mujer que está a mi lado me acaricia las sienes.
Viernes 10 de enero. Pensamientos mortales, con Demi Moore y Bruce Willis (divertida, solamente). Tacos de bistec y tostadas de pata. Sábado 11 de enero. Viaje a Cuernavaca con la mujer que está a mi lado, para ver a Gerardo y familia (Marugenia, Gerardo chico y Alejandra). Estar con ellos me causa mucha felicidad, mucha alegría, mucha paz. A esta reunión asisten también mis hermanas Teresa y Beatriz.
En Cuernavaca, entro en la mujer que está a mi lado. Ya de mañana, Gerardo nos mira y dice con su proverbial lengua bífida: ¿Por qué tan calladitos?
Taxi a la estación de camiones: 15 mil pesos. Tres tortas para el camino: 15 mil pesos. Dos boletos de viaje: 12 mil pesos. Dos refrescos: 6 mil pesos. Agua de guayaba, piña colada y paleta helada: 10 mil pesos. Pasajes de regreso: 10 mil pesos. Regalo para Gerardo chico: 86 mil pesos. Comida del domingo: 15 mil pesos. Varios: 7 mil pesos. TOTAL: 176 MIL PESOS. Considerando que mi sueldo quincenal es de un millón 350 mil pesos, creo que no hay desajuste económico. Sin embargo, tengo que pagar tres millones de pesos a Serfin.
Lunes 13 de enero. Como y ceno con mis hermanas Teresa y Beatriz.
Martes 14 de enero. Compro Welcome to the canteen, de Traffic. Como en Los Abuelos, con una mujer a mi lado. Miércoles 15 de enero. Como con mi hermana Beatrice (mañana se va de nuevo). Leo Ofendidos y Humillados (extraordinaria, simple y sencillamente extraordinaria: Dostoievski es la cima).

viernes, 8 de julio de 2011

¿Por qué nos fastidia tanto la narración de un sueño ajeno?


Jueves 1 de enero de 2004

Visito una casa marista (fue esa hermandad la que me educó entre 1963 y 1974), edificada en una gran extensión de terreno. Mi anfitrión es Vicente Morales (mi profesor titular en quinto y sexto de primaria, en el Colegio México). Es él quien me guía por el enorme edificio de impreciso estilo arquitectónico: la sobriedad, la blancura y el predominio de líneas rectas me recuerda a Giorgio de Chirico: planos desnudos, ausencia de adornos, soledad sostenida por columnas sin gracia.

Llegamos a la copa de un árbol, entre cuyas ramas hay una pequeñísima recámara habitada por una pareja de indigentes, sucios y desaliñados: parecen sobrevivientes de un naufragio. El profesor Morales explica:

-Los tengo aquí, escondidos. Recuerda que hay una ley contra el ejercicio de la indigencia.
-¿Y a esto va el dinero de nuestras colegiaturas, profesor, a la construcción de un albergue?
-No. Esto lo pago yo...

De pronto, descubro que el árbol del albergue en el que nos encontramos flota en el islote de un pequeño lago artificial. No es un lago sino una piscina (su fondo es de azulejo), con cuatro metros de profundidad.

Alguien salta al agua. Es Gerardo, mi hermano gemelo. Entra al agua vestido, y se hunde como buzo experto. Se me antoja seguirlo. Gerardo sale a la superficie. Quiero entrar, pero no lo hago.

Ahora ya no estoy en el árbol ni en el islote, sino en la orilla de la alberca. La rodeo, y al hacerlo puedo observar que hay, en medio de la gran piscina, un barco de madera, viejo y desvencijado.

Ya no estoy en la casa marista: ahora me encuentro en la casa de mis padres. Hay mucha gente en la casa. Es media tarde, y parece una reunión de amigos de la familia.

Alguien ha dejado sobre el refrigerador una mandolina, así que voy por ella e intento sacarle sonido, para acompañar a un pequeño grupo de músicos y cantantes que ameniza la pequeña fiesta vespertina. Mi madre nos observa. Se ve complacida, aunque desilusionada por mi ineptitud con el instrumento. Me duele el juicio de mi madre.

No he terminado de tocar cuando Plácido Domingo, desde el comedor, integra su voz a la canción. Y mi madre sonríe entusiasmada. Su alegría no me incomoda, porque entiendo la situación. ¡Es mi madre! Y es ella quien dicta las normas estéticas de la casa. Fuera de mis sueños, ella siempre experimentó un misterioso rechazo al sonido del violín: decía que le parecía muy triste.

-¿Por qué, mamá?
-No sé, pero al escucharlo tengo que contener el llanto.
-Pero te gusta Chopin.
-¡Sí, las mazurkas, las polonesas; pero no sus nocturnos para violín!

Y es ahora cuando recuerdo que esa noche, antes de conciliar el sueño, estuve escuchando un nocturno de Chopin.



Cada vez que escucho un nocturno de Chopin, pienso en la tristeza de mi madre.

Agua en el tiempo de Luz

Viernes 2 de enero de 2004

Me encuentro en un café de chinos. Me acompañan un hombre y una mujer. Ella come espagueti, mientras yo bebo café con leche. Algo se mueve en el plato de la mujer: tal vez una cucaracha. El asco me hace hablar:

-¡Que te cambien el plato!
-Ya no importa: voy a la mitad.

La mujer se levanta y se dirige al baño. Yo aprovecho para quejarme. Al escuchar mis reclamos, una mesera se acerca y me mira con amable fastidio; pero no busca disculpas, ni siquiera cuando descubro en el fondo de mi taza flecos de cebolla cocida.

-¡Es el colmo!


Me levanto indignado y me dirijo a la cocina. Al cruzar las puertas abatibles, aparece ante mis ojos un lugar de techos altos, enormes columnas, espacios amplios y ausencia de muros. El ambiente es sombrío, frío, semejante a los corredores techados de Ciudad Universitaria. Veo pasar a Estela (una mujer que se enamoró de mí mientras yo me enamoraba de su hija). Lleva puesto un hermoso suéter de angora color verde pistache. Intento detenerla, pero ella me evita. La sigo, y la veo subir por una calle empinada hacia un mercado circular.

Detengo por instantes la persecución y pido una orden de tacos en uno de los puestos exteriores del mercado (barra de madera cruda y sillas altas). Mi madre está sentada a mi lado. Me alegra encontrarla, y la beso. Ella sugiere que pida un refresco. Llamo la atención del taquero...

-¿Me da una farmacia, digo, un refresco...? ¿Cómo se llama? ¡Fiesta, un refresco Fiesta!

Mi madre ríe al notar que no recuerdo las marcas de refrescos.



Poética del Sueño
Primeras Notas

1. La narración de un sueño no interesa más que al soñador. Por razones profesionales -no por interés real-, el psicoanalista del soñador está dispuesto a escuchar o leer la aventura onírica de su paciente. El resto del mundo puede vivir sin ella. Ni siquiera quien afirma amar profundamente al soñador es capaz de soportar la historia de su sueño, a menos que ese amante tenga algún papel protagónico en el cuento (su interés, en este caso, está en interpretar el valor personal en el ser amado).

2. Por eso, si vas a contar un sueño, anúncialo así: Fíjate que soñé contigo. Automáticamente, el egocentrismo de tu interlocutor quedará atrapado en las redes de tu propio egocentrismo (e invéntale cualquier papel en el filme onírico: Estamos tú y yo en un largo viaje por el Usumacinta...).

2. En el proceso de escritura de lo soñado descubro un mecanismo interior de defensa ante el intento de observar los sueños. Alguien Adentro descubre que hay un observador, y se enfada, se incomoda. Organiza entonces a su ejército y diseña un plan de resistencia, con las armas de la desmemoria y el insomnio.
Soñador -dice Alguien Adentro durante el sueño-, mírate soñando y recuerda que escribes sobre ti mismo; así, al soñarte, tus sueños pierden fuerza simbólica y se vuelven simple recuento del día.

4. Por razones dramáticas, daré nombre a ese Alguien Adentro. Lo llamaré Profesor Linderbrook, nombre del genial explorador de Viaje al Centro de la Tierra, de Julio Verne.

5. El profesor Linderbrook no sólo conoce sino que parece controlar las más profundas grutas de mi ser. Desde ahí (pues en ellas habita) dicta órdenes extrañas: teme, ama, odia, desprecia, olvida, niega, obstínate, desama, sueña...

6. Pulamos el segundo punto, con base en las enseñanzas que recibí de mi amiga Cecilia García-Robles. Ahora, durante mi ejercicio de escritura, Linderbrook descubre que alguien lo observa. Me sorprende tanto su sagacidad como su enojo. No soporta que lo miren, que lo vean ser. Es como el demonio: prefiere que niegue su existencia, pues de esa manera se siente libre, dueño y señor, poderoso. Como aprendió a vivir en las sombras, sabe que la luz lo debilita, lo vulnera: si lo miro, arrebato su poder. La absoluta conciencia de mí mismo -estado ideal que me lanzaría hacia la felicidad- significa su muerte.

7. Nadie quiere morir.Por eso Linderbrook está tan enojado ahora. Y ya percibo su resistencia: golpea mi memoria, me resta capacidad de recuerdo, provoca constantes insomnios.

8.
Porque los sueños en crudo son, al menos en mi caso, materia incognoscible: apenas me despierto, el sueño se resquebraja poco a poco hasta que, primero, pierde sentido, y luego desaparece. El sueño es soluble a la conciencia. El sueño es un nido de arañas, inquieto y ensimismado; el movimiento de cada una de ellas produce, como en un calidoscopio de pelos y patas, las imágenes que sueño; pero cuando vuelvo en mí, se activa un mecanismo que las alerta; las arañas dejan de ser un solo cuerpo y huyen despavoridas, solas o en pequeñas familias, emigran a la tierra de Irás y No Volverás. Se dan generaciones, eso sí, de arañas parsimoniosas, y entonces, gracias a su lentitud, mantengo el recuerdo fragmentado de mis sueños hasta el mediodía. Milagros del pozo místico, capítulo XV, de Bacilio Macedonio Ruiz (2001).

Tercero Sueño

Participo de un largo viaje por el Usumacinta con los indios de la región (mucha gente, en su mayoría campesinos, hombres de mediana edad). La embarcación es una enorme hoja de tamal que se cierra como capullo. El hacinamiento de viajeros es tal que nos colocamos en cuclillas, uno sobre otro. Al levantarme para descansar de la posición, descubro que estoy en la cocina de mi casa. Muerdo alternativamente una fruta y un sángüich. Tiro una y otro porque están agusanados. Vuelvo a ponerme de cuclillas, y entonces entiendo que sigo en la hoja de tamal y que viajo por el Usumacinta (la fruta se ha hundido, y el sángüich flota en la superficie del río).

Llegamos a Xochimilco, y entro a una especie de bodega, amplísima, repleta de computadoras, cámaras de video y monitores. Es la central de una organización que tiene bajo control las actividades de una persona. Me acerco a uno de los miembros de la organización (un hombre de bata blanca), y pregunto que a quién están vigilando. El hombre detiene sus labores...

Te estamos observando -me dice amenazante.

Salgo por la puerta principal del lugar, y entro a la sala de espera de un pequeño aeropuerto. Me dirijo al ventanal que da a la pista. Me siento junto a una pareja de ancianos irlandeses. Ambos miran por el ventanal, que a veces no da a la pista sino al Usumacinta. Para mirar mejor, ella se sube en una mesita de centro. Él se queja, se lamenta por la proliferación de españoles en el mundo. Mi postura es extraña: el brazo izquierdo lo tengo sobre la cabeza. Me indigno ante los comentarios del hombre, quien despliega sus exabruptos...

-¡Lo último importante que hicieron los españoles fue el barroco!
-¡No sabe usted lo que está diciendo! -digo en voz alta, sin perder mi postura.

La señora intenta callarme, pero yo la paro en seco:

-¡No estamos en misa, yo puedo decir lo que quiera!

El 8 de abril de 2009, mi amigo Ernesto Alfaro hizo un comentario sobre esta entrada: Cuando leí el título de la entrada, me transporte, quizá como en un sueño, a 1985 cuando, a unas cuantas semanas del terrible terremoto que marcó nuestras vidas, mi querido maestro de literatura nos hizo leer, analizar, discutir y estudiar el Primero Sueño de Juana Inés de Asbaje Ramírez y Santillana, Sor Juana Inés de La Cruz. Leer tu Primero Sueño también me llevó a diferentes sitios y también me hizo soñar, de alguna manera. Primero, las casas de los maristas, que a pesar de vivir en una discreta opulencia que a veces me parecía insultante, también vivían en una austeridad pulcra (cuando hablo de los maristas tiendo a ponerme esquizofrénico). Tu hermano saltando a la alberca y tú queriendo seguirlo, pero quedándote atrás, me hace pensar en el salto que él dio en la gran piscina cósmica, a la cual, todos estamos invitados y tarde que temprano, lo queramos o no, nos encontraremos en ella. Finalmente, lo de tu madre es maravilloso y revelador. Mi madre dice lo mismo del violín y es una admiradora de Plácido Domingo. Supongo que los hijos vivimos bajo el escrutinio y el juicio de nuestras madres, a las que no podemos más que amar y respetar. A veces sus juicios son duros, otros son complacientes y benévolos, pero siempre son amorosos.

Ese mismo día, respondí a Ernesto: Tu prodigiosa memoria, Ernesto, me reafirma algo que siempre he pensado: las verdaderas obras de arte son aquellas que resisten la prueba del tiempo. El largo viaje verbal de la jerónima mantiene su fuerza poética 25 años después de haber sido leído por un jovencito a un grupo de jovencitos, uno y otros entonces rodeados por las voces y los ritmos seductores de Madonna (Like a virgin), George Michael (Wake me up before yo go-go), Dire Straits (Money for nothing), Phil Collins (One more night) y Pat Benatar (We belong), entre otros. Comparto tu pavloviana esquizofrenia ante la mención de los maristas, cualquier cosa que esto signifique. En cuanto a tus hermosas reflexiones sobre la imagen de mi hermano en el sueño, también las comparto. Pero fíjate: la escritura del sueño está fechada el 1 de enero de 2004. Casi cuatro años antes de que Gerardo se volviera Dios. No se vale señalar premoniciones a posteriori, pero no deja de ser digno de mención.

Dos días más tarde, otro amigo, Víctor Castillo, escribió: A mi madre le gustaba Juan Gabriel, Vicente Fernández y muchos de los que no les pongo play ni en el Youtube. También le encantaba la ópera; de hecho, la apasionaba. Si una pasión musical tuvo mi madre, fue la ópera. Las dicotomías de mi madre. Uno de los mejores recuerdos que guardo de mi madre: Entró estrepitosamente a la casa, ataviada con una gabardina de piel negra y un sombrero, un cincel, un mazo y un crucifijo de plata. Miró atentamente para todos lados con un aire de misterio.

-Madre, ¿qué estás haciendo?
-Estoy muy ocupada, tengo algo que hacer en la casa de tu abuela; regreso al rato.

Y se marchó, pero no como buscando sino como persiguiendo u olfateando el paradero de alguien.Pensé: Se parece a Van Helsing. Minutos después regresó, guardó las herramientas y el crucifijo en algún lado de su alcoba; se sentó en la sala a ver la televisión conmigo.

Las personalidades de mi madre.

Amigo Agustín, tu "Primero Sueño" me despertó ese recuerdo que no usaba desde hacía años. Coincido en cierta forma con lo que dijo Ernesto, pero desde otro ángulo: por eso son gemelos, porque entre los dos experimentan la totalidad. Uno se da un chapuzón; el otro, observa y analiza desde afuera, genial.

Sigue Víctor: Hace 16 años, asistí a una conferencia sobre cómo "Cobrar consciencia dentro de los sueños". No tomé el cursó, pero apliqué lo poco o mucho que pude captar en un par de horas; alguna relación guardaba aquello con los textos de Carlos Castañeda. Durante más de 100 noches practiqué unas rutinas para despertar dentro de mis sueños (que dicho sea de paso, desde que recuerdo, siempre han sido muy intensos; lo cual heredé de mi madre).Una noche, sólo recuerdo que fue de noche, logré mi objetivo: desperté dentro de mi sueño con pleno uso del libre albedrío. Fui a buscar a mi padre al cual no veía desde hacía meses, quizá tres o cuatro. No lo encontré en su casa, pero puse un disco de Silvio que siempre me ha gustado. Hice lo que quise, me fui al CCH-N, encontré a la chica que me gustaba y la besé. Pero créeme, que es como en la vigilia: tener control de lo que sucede adentro del sueño es una experiencia cuasireal. Es decir, no sólo despiertas adentro con voluntad sino que también controlas los escenarios. Sin embargo, como vivimos bajo una cultura dialéctica, construida a partir de opuestos, encontré, como lo mencionas, entidades desconocidas que se oponían a mi estancia singular ahí adentro (no sé si ya te mandé el cuento "Félix", es sobre este asunto, lo escribí en 2001). Uno suele pensar que estas prácticas le resta algo poético a los sueños, a nuestros sueños, pero no; lejos de ello, lo poético se traslada al cuerpo y de ahí a la pluma o al computador. Es un reacomodo de la creación respecto a la recreación. Claro, uno termina volviéndose loco. Por otra parte, no sé por qué me acordé de Traveler y sus desesperaciones porque sus sueños guardaran cierto paralelismo con los de Talita en el Rayuela de Cortázar. Un abrazo, amigo Agus.

LAS FOTOGRAFÍAS DE ESTA ENTRADA FUERON TOMADAS POR A.A.T., con la intención de reproducir en la vigilia cierta atmósfera onírica.

jueves, 7 de julio de 2011

Octavio Herrero, Stockhausen y Chesterton

No quiero una sesión espiritista. ¡Quiero música!
Es decir, no busco misticismo sino algo totalmente directo,
una experiencia concreta.
K. Stockhausen

The way things are going,
they're gonna crucify me.
J.Lennon, 1969


Deja la escuela antes de que tu mente se pudra
por exponerla a nuesto mediocre sistema educativo.
Olvídate de las promociones académicas
y ve a la biblioteca: edúcate a ti mismo, si tienes agallas.
F. Zappa, 1966

John Lennon fue el más importante mediador del siglo
entre la música popular y la clásica.
K. Stockhausen, 2003


Supe de la existencia de Karlheinz Stockhausen a fines de los sesenta y principios de los setenta; pero mi trato con él se limitó entonces al respeto y al interés que me inspiraba todo aquello que tuviera relación con John Lennon, el ídolo central de mi paganismo, y con Frank Zappa, un Juan Bautista al que muchos Herodes Antipas hubieran querido decapitar.

El rostro de Stockhausen aparece en la portada de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, entre Lenny Bruce y W.C. Fields (durante mucho tiempo pensé, por eso, que se trataba de un comediante europeo). Además, su nombre se encuentra en la lista de honor de Freak Out! el primer álbum de The Mothers of Invention (1966): estas personas han contribuido sustancialmente y de muchas maneras a hacer de nuestro música lo que es, escribe Frank Zappa sobre dicha lista.

Ya que Lennon conoció a Yoko Ono en noviembre de 1966, es muy probable que haya sido ella quien lo introdujo por vez primera en la música de Stockhausen (tanto el alemán como la japonesa estuvieron ligados a Fluxus, el movimiento artístico fundado en 1962 por George Maciunas).

En 2003, el compositor alemán declaró a la radio Deutsche Welle que el autor de Tomorow Never Knows lo llamó por teléfono en dos ocasiones, entusiasmado, después de escuchar Hymnen (1966) y Gesang der Jünglinge (1955), esta última considerada por la crítica especializada como la primera obra maestra de la música electrónica. Con esta información, muy justo sería que visitaramos de nuevo –después de cuarenta años- cuatro trabajos de John Lennon y Yoko Ono, cuatro experimentos musicales despreciados por buena parte de la crítica y el público de rock (una y otro sin grandes capacidades de discernimiento): Revolución 9, Unfinished Music I, Unfinished Music II y Wedding Album (nunca ha sido posible esperar mucho de la cultura del rock, y menos de sus amagos de intelectualidad: Rock journalism is people who can't write interviewing people who can't talk for people who can't read, dice Zappa).

Tuvo que llegar Octavio Herrero, en el verano de 1973 o de 1974, para que yo supiera y entendiera que Stockhausen no es sólo un nombre o un rostro, sino uno de las figuras fundacionales, fundamentales y definitorias de la música del siglo pasado. Treintaitantos años más tarde, seguimos pensando lo mismo. De hecho, hoy me siento tentado a afirmar que con su muerte acaba, ahora sí y definitivamente, el siglo XX.

Entre 1977 y 1978, Octavio se acercó a las lindes de la música concreta y de la música electrónica. No digo que haya entrado de lleno a esos territorios, porque apenas si realizó algunos experimentos; pero creo que su indagaciones prácticas estuvieron inspiradas, precisamente, en Stockhausen, en John Cage, en algunos otros compositores y en varias de sus lecturas.

Antes, en 1974, Octavio probó con formas y procedimientos más tradicionales, aunque igualmente complejos: de ese año es su Fuga #1, concebida para guitarra y publicada en Híper, una de nuestras primeras aventuras editoriales, revista mensual realizada en mimeógrafo.

¡El miméografo, el bondadoso mimeógrafo! Su uso era todo un ritual. Quitábamos a la máquina de escribir la cinta, limpiábamos con un viejo cepillo de dientes los residuos de tinta en los tipos, para que éstos perforaran directamente el esténcil (bajo el principio de la serigrafía). Entonces, ya contábamos con una página matriz que, ahogada en la tinta espesa del mimeógrafo, se multiplicaba en hojas de papel Bond (podía ser en otro tipo de papel, pero el idóneo para la palabra escrita era el Bond, por su resistencia y su nobleza).

O tempora, o mores! Pero volvamos a Fuga #1

Si alguien lee la partitura e intenta interpretarla, es muy probable que no encuentre en el compositor de 18 años de edad un nuevo J.S. Bach o una reencarnación de Dietrich Buxtehude. ¡O quién sabe, tal vez sí! Habría que escuchar la pieza (en una de ésas, resulta que acabo de descubrir un germen de genialidad). Sin embargo y aún sin escucharla, cualquiera puede reconocer en la precocidad de Octavio a uno de esos espíritus hambrientos con alma de exploradores omnívoros que tanta falta hacen en esta tierra de baladistas, paisajistas, latin american idols, gruperos, locutores y público que los acompaña (al menos en la Ciudad de México, llevamos varios años hundidos en lo que yo llamaría la Cultura Zafia, que se expande triunfante, patriotera, analfabeta, vivísima y fatalmente exogámica).

La ilustración a pie de partitura pertenece al mismo compositor, y está hecha sobre el esténcil con un estilete de aluminio que se usaba para el efecto. El dibujo parece referirse al viaje que realizó a Londres unos meses antes, acompañado de su primo Enrique.

En fin, que Octavio componía música mientras sus amigos aprendíamos los movimientos del huztle y del bumping. Bueno, no fue exactamente así. En honor a la verdad, sacaré del cajón una pequeña pieza compuesta por Miguelito.

En esos años, yo andaba locamente enamorado de Laura Maceiras, a quien reencontré treinta años más tarde (ella vive hoy con su segundo marido y sus hijas en Key Biscayne, Florida, y sigue tan hermosa como siempre). Durante tres décadas, Laura ha guardado el cuaderno de manuscritos que le regalé en 1979, a manera de despedida (porque ese año decidí autoimponerme una orden de restricción, y no volví a acercarme a su casa). En ese cuaderno, aparece Sencilla melodía para piano, una pieza que compuse desde mi deseo de amour fou y que Octavio plasmó en partitura (con mucho cuidado y con tinta roja, transcribí dicha partitura al cuaderno de Laura). No sé leerla (y no me acuerdo qué hay en ella), pero estoy seguro de que su declarada simplicidad es absolutamente cierta y de que contiene una idea ingenua y conmovedora de lo que es la música.

No sé si lo soñé, lo inventé o si realmente sucedió, pero recuerdo a Octavio haciendo, durante nuestra vertiginosa adolescencia, música concreta con aparatos caseros (el teléfono, el radio, el agua goteante del grifo, el excusado). En cuanto a la música electrónica, no la hizo desde sintetizadores, samplers, sinclavieres o computadoras. La hizo desde su guitarra eléctrica, y sólo en ella. Y este empeño sin límites me hace pensar que G.K. Chesterton tiene razón cuando dice, en el tercer capítulo de su libro Herejes (1905), lo siguiente:

"En el caso de Herrero, el nombre es tan poético que debe ser una tarea ardua y heroica para un hombre estar a su altura. Herrero es el nombre del único oficio que hasta los reyes respetaban, podía reclamar la mitad de la gloria de aquellos arma virumque que todas las epopeyas alaban. El espíritu del herrero está tan cerca del espíritu de la canción que se ha mezclado en un millón de poemas, y todo herrero es un herrero armonioso (...). Sería muy natural que todos aquellos que llevan el nombre de Herrrero se distinguieran por cierta altivez, cierto modo de erguir la cabeza, cierta curva del labio. Tal vez sea así; confío en que lo sea. Por muchos que sean los recién llegados, los Herrero no son recién llegados. Ese clan ha participado en la batalla desde el más remoto amanecer de la historia. Sus trofeos están en las manos de todos; su nombre está en todas partes; es más antiguo que todas las naciones, y su símbolo es el martillo de Thor."

Octavio es parte de ese clan de forjadores de la historia. Ya lo comprobaremos dentro de cien años.


Sin embargo y probablemente, Stockhausen no ejerció influencias decisivas sobre nosotros a través de su música. Quiero decir, no fuimos coleccionistas de su obra, como si lo hemos sido, en distintos grados, del rocanrol, del blues y del jazz. Pero lo cierto es que simpatizábamos con sus intenciones y sus riesgos.

Quién sabe si aún existen las cintas de Necrópolis I y Necrópolis II, que Octavio compuso en aquellos días, pero quienes hoy lo escuchan como músico de blues y de jazz, se sorprenderán al saber de la infinidad de aventuras musicales que ha realizado el líder de Las Señoritas de Aviñón (gurú, además, de la comunicación y la mercadotecnia). Porque para llegar a Muerte en abril y Sólo soy yo, sus más recientes composiciones en los ámbitos del jazz, Octavio ha tenido que recorrer, durante siete lustros, diversas y múltiples veredas de la expresión. Es decir, estamos ante productos no del azar sino de un tenaz y comprometido esfuerzo por llegar, en vía de mientras, a dos pequeñas piezas redondas (a buena hora decidió prescindir de las letras en ambas canciones, porque como piezas instrumentales son mejores; estamos ante dos momentos de esplendor instrumental cuya ejecución en vivo es bocatto di cardinale).

Mi caso fue ligeramente distinto. Me asomé por vez primera a la obra de Stockhausen cuando, cierta tarde de agosto de 1976, entré al diminuto y ya desaparecido teatro de la Facultad de Filosofía y Letras (no el Che Guevara, sino un pequeño recinto en el sótano del edificio) para ver y escuchar una obra de Yoko Ono (Strip Tease para Tres, de 1964) y una de Karlheinz Stockhausen (Ylem, de 1972).

Strip Tease para tres
Yoko Ono

Primera versión con telón. Se corrió el telón, y aparecieron tres sillas colocadas sobre el escenario. Cinco minutos más tarde, se cerró el telón.
Hay una segunda versión, para teatros sin telón: un único intérprete coloca tres sillas, de una en una, sobre el escenario. El intérprete se lleva las sillas de una en una.


Ylem
Karlheinz Stockhausen
En la Teoría del Universo Oscilante,
la palabra hace referencia a la explosión periódica del cosmos entero
(sucede cada ochocientos millones de años, según la misma teoría).

Obra para ser ejecutada por 19 músicos (diez de ellos situados alrededor del piano). El pequeño auditorio de la facultad no tenía capacidad para albergar en el escenario a diecinueve personas, así que el director decidió hacer una versión para orquesta mucho más pequeña (nueve músicos). Entonces, hablemos de cuatro músicos situados alrededor del piano. Después de una explosión de sonidos, esos cuatro músicos se distribuyeron en la sala, a derecha e izquierda del público (mientras lo hacían, tocaban sus respectivos instrumentos). Los cinco músicos restantes se mantuvieron en el escenario. Luego, los cuatro músicos ambulantes regresaron al escenario y se colocaron de nuevo alrededor del piano. Al final, sucedió una segunda explosión… y toda la orquesta abandonó el escenario y la facultad misma. Todo ello sin dejar de tocar sus instrumentos (la mayoría se dirigió a Las Islas, aunque vi a uno de los músicos más jóvenes –de mi edad- aprovechar ese final de fade out real para pedir una torta de salchicha y queso en el puesto de la Facultad de Derecho).

¿Qué pasa –cómo es la música- entre la primera y la segunda explosión? De eso hablaremos en otra entrega.

Tres años más tarde, asistí al Primer Foro de Música Nueva, organizado por Manuel Enríquez y llevado a cabo en el patio central del Colegio de México. No recuerdo si se ejecutó algo de Stockhausen (creo que no), pero fue entonces cuando más oí hablar de él.

De cualquier manera, pienso que nuestro gusto por el músico alemán tuvo dos motivaciones:

1. Pronunciar su nombre nos regalaba el derecho a pontificar sobre música y nos vestía con el manto de la Verdad Absoluta (¿quién iba a discutir con dos tipos que mencionaban a un tal Karlheinz Stockhausen?).

2. A esas alturas de la vida, ya no estábamos interesados en llevar la contraria a nuestros padres, porque ellos, por su parte, no estaban muy interesados en darle importancia a nuestras sandeces, patanerías y veleidades. ¡Haz lo que te venga en gana, pero no me interrumpas, que estoy viendo McMillan and Wife! Nuestros hermanos mayores –los del ‘68- ya los habían apaciguado, y con ellos aprendieron a evitar discusiones ideológicas…

-Si quieres poner un póster del Che Guevara en tu cuarto, hazlo; pero a mí eso me parece cosa de maricones. Más me gustaría que pusieras mujeres desnudas, aunque tu madre se enoje. Ai’ tú sabes.

El conflicto entre padres e hijos nos tocó ya en su fase de comedia. En cambio, descubrimos que el verdadero enemigo estaba en nuestras propias filas; peor aun, que la mayoría de nuestra generación no estaba dispuesta a escuchar la música ni a hacer tampoco muchas otras cosas fuera de los patrones tradicionales de conducta socialmente admitida. Dicho en términos del sociólogo francés Pierre Bourdieu, la mayoría de los adolescentes de los setenta asumió –inconscientemente, por supuesto- el mismo habitus de la mayoría de los adolescentes de los años treinta (es decir, los que se convertirían en nuestros padres entre los cincuenta y los sesenta). Se repitieron prejuicios y sorderas, se reprodujeron esquemas estéticos y morales, se validó el desprecio y hasta la negación de búsquedas alternativas de concebir el arte, la religión, el sexo y la familia (aún hay incomodidad y rechazo frente a los cuadros de Kandinsky y los poemas de Octavio Paz; todavía hay católicos, y algunos de nuestros hijos quieren casarse con la venia de esa iglesia; muchos siguen considerando que la homosexualidad es una práctica contra natura -y, sin embargo, no dudan en subirse a los elevadores y a las escaleras eléctricas-).

No estoy seguro. Habría que estudiar el asunto con profundidad. Sin embargo, tengo la ligera sospecha de que la reproducción de habitus se da con mucha frecuencia en sociedades donde pervive el monopolio de la comunicación, porque todo monopolio (incluso el del estado) esclerotiza y estanca.

Entonces, había que llevar la contraria a nuestros coetáneos. Karlheinz Stockhausen fue una buena manera de decirle a nuestros compañeros: Cuidado, no se confudan, tampoco somos tan iguales. A ustedes y a nosotros nos gusta Deep Purple y los Rolling Stones... pero por distintas razones.

No era tan cierto (el rocanrol nos gusta por las mismas razones que gusta a todo el mundo). Pero cuando las ideas de alguien te caen mal, hay que deslindarse con altanería, para que ese alguien se sienta chinche.

Escuchar a Stockhausen

Mientras que oír procede del latín audire, escuchar tiene su origen en el verbo auscultare. Escuchar es auscultar a través del oído, sondear y prestar atención minuciosa a la naturaleza o a la intención de las cosas sonoras. En este sentido, escuchar música es una ceremonia solitaria. Aunque no imposible, es muy difícil escuchar música de manera colectiva, porque siempre hay alguien que se siente obligado a romper el silencio, alguien que cree que tiene algo que decir… ¡y lo dice! No importa si es Voi che sapete che cosa è amor, de Las Bodas de Fígaro, o Strange Fruit, con Billie Holiday en 1939 (o India Arie en 2003), en cualquier caso seguir la música requiere de un compromiso que pocos están dispuestos a asumir. No es un encargo de la civilización ni una encomienda del buen gusto. Es simple y sencillamente un compromiso con el placer, con nuestro propio placer.

Por ejemplo: quiero escribir esta entrega y, al mismo tiempo escuchar música de Stockhausen, para hablar de ella in situ y rendirle así un homenaje póstumo. ¡No puedo! Tengo que dejar la computadora y sentarme a escuchar (claro, con un cuaderno al lado, para hacer notas de manera subrepticia –como quien tose a la sordina en un concierto de cámara-).

Termino de escuchar a Stockhausen. Han pasado una hora, un minuto y treintaitrés segundos. Ahora sí, veamos, ¿qué puedo decir, qué quiero decir de ese lapso de concentración en el placer? ¿Puedo escribirlo?

Me siento ante la computadora. Pero como soy medio necio, intento escribir con otra música (Verklärte NachtLa noche transfigurada-, de Arnold Schönberg). ¿Funciona Schönberg como muzak, como lift music?

No, tampoco. Es igualmente imposible. Schönberg también exige toda mi atención.

La música es una criatura demandante y pródiga, es una mujer insaciable y generosa: nos pide en la misma medida que nos da. Dormida, es un ángel; despierta, es una vagina canibalesca que nos quiere en su interior para convertirnos literalmente en papilla. ¡Quédate adentro, quédate adentro, desaparece poco a poco, quiero digerirte! Así es la música. Eso es la música.

Desisto, pues. Me dedico a la pieza para sexteto de cuerdas que Schönberg compuso en 1899 (¡A los 25 años de edad!).

Veintidós minutos y ocho segundos más tarde, apago el reproductor de discos… y escribo de memoria.

Continuará.

NOTA. Este texto fue escrito el 15 de diciembre de 2007. Cuatro días después, escribí lo siguiente: Gerardo se encuentra hospitalizado en Cuernavaca. Se cometieron errores. A Gerardo se le ocurrió celebrar sus 27 años de casado con Maru con una rebanada de pastel de chocolate. Esto le provocó diarrea, y la diarrea generó deshidratación. Las deshidratación lo llevó a una baja de presión. Quienes en estos momentos lo atienden, descubrieron un cuadro de anemia. Está delicado, pero bajo control (suero, hemoglobina…). Lo que sé es que necesita de nuestros sueños y nuestras esperanzas.

Dos días después, el 21 de diciembre, Gerardo es secuestrado por el cosmos. Estuvimos con él su hijo Gerardo, su amor eterno Marugenia… y su gemelo, que hoy aún llora desconsolado, y sólo lo alivia (hoy) las palabras de Francois Mauriac: No es la muerte la que nos roba a quienes amamos; nos los guarda y los fija en su juventud adorable: la muerte es la sal de nuestro amor; es la vida la que disuelve el amor.