Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













jueves, 10 de marzo de 2011

Santa Rosa de Lima

La realidad es aquello que, cuando dejas de creer en ella, no desaparece.
Philip K. Dick (1928-1982)

Para fortuna del mundo civilizado, el catolicismo –o, al menos, su burocracia recalcitrante - se ha retirado de muchas zonas de la vida cotidiana, por las buenas o por las malas (en este último caso, los escándalos por pederastia son apenas muestra indignante de una clase sacerdotal hundida en sus propias contradicciones y en su histórico drama de patologías canónicas). Un buen número de jóvenes ya no cifra su conducta moral, su estética ni su sentido del placer en dogmas impuestos desde una concepción pecaminosa de la existencia, aunque todavía aparecen, sorprendiéndonos, grupos bien formados de fieles cuya resistencia a la realidad es de veras encantadora.

Hoy, surgen otras supersticiones y se escuchan nuevas tonterías, igualmente graves, igualmente divertidas, pero ya no son necesariamente las generadas por el catolicismo. Cada vez, a más adolescentes no se les ocurre, ni por asomo, acudir a un cura para resolver dramas interiores. Nadie con cierta instrucción, medianamente cuerdo y medianamente sano, supone que la virginidad es una virtud cósmica, ni que las travesuras de alcoba son una depravación física que produce la muerte del espíritu (todo se vale, si quienes están entre las sábanas llegan a ellas por voluntad y con gusto). La idea de Dios, entre los que aún conservan ese deseo fantasioso, se ha diversificado tanto que ya no sabemos de qué estamos hablando cuando se toca el tema, y los más graciosos logran que el Primer Motor Inmóvil aristotélico… ¡se mueva!

Pienso en esto mientras camino hacia la Condesa, con el propósito de contemplar sus dos iglesias católicas y reflexionar acerca de ellas y de su importancia en la imagen que todos guardamos de la colonia.

Hago el recorrido que de niño hacía desde mi natal Escandón, donde, a propósito, se encuentra San José de la Montaña, cuna sin chiste de mi primer ateísmo –ya luego vino un moderado y definitivo agnosticismo, que me mantiene en santa paz con las católicas bonitas y coquetas que, de vez en cuando y con frases de soberbia y dulzura, se esfuerzan por regresarme al corral de su metafísica.

Tomo una de mis habituales entradas a la colonia, por Avenida Tamaulipas, y llego a Alfonso Reyes, en una de cuyas esquinas se levanta, desde los años cuarenta, Santa Rosa de Lima, templo hermoso y monumental cuyo nombre es homenaje a la santa peruana que vivió en el siglo XVI. Recuerdo mis visitas dominicales, a fines de los sesenta y principios de los setenta, para escuchar al padre Julio, dominico de hermosos ojos azules o verdes, no sé, espigado y de casi dos metros de altura, cuyos sermones nos mantenían a los adolescentes de entonces en un estado de intensa emoción, porque en verdad sonaban a religión viva, a Jesucristo triunfante de la muerte, a revolución espiritual. ¡Aún se percibía en muchos sacerdotes jóvenes el entusiasmo del Concilio Vaticano II! Un catolicismo tal vez naif… pero intenso y nada conservador, algo absolutamente distinto al tono reaccionario y medieval que trajo consigo el pontificado de Juan Pablo II y que ahora intensifica Joseph Ratzinger (alias Benedicto XVI), con babosadas como las de impedir el sacerdocio a personas que realizan actos homosexuales, presentan tendencias homosexuales o apoyan la cultura gay (sic).

¡En fin!

Santa Rosa de Lima, de aspecto digno y elegante, señora que despliega el aroma de sus inciensos para decirnos con palabras de ladrillo que sabe todo de nuestra vida callejera, que nos ha visto pasar tambaleantes a las tres de la madrugada y, a esa hora, persignarnos muy respetuosamente ante ella, como para decir: te sigo queriendo, Rosita chula, desde los bostezos de mi infancia y desde el número de angelitos que flotan alrededor de tu imagen levitante.

Más adelante, antes de pisar el Parque España, está la Coronación, esperpento que sustituyó, hace como 35 años, al templo original (algo de él aún puede verse a un costado de la nueva construcción). Con este templo, ¿qué se puede hacer más que subrayar su insultante fealdad?

Mejor, regresemos a Santa Rosa de Lima, entremos en ella y tratemos de recordar el olor de la novia que nos dijo que sí exactamente cuando el padre nos invitó a comer el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Bastó una palabra suya para sanar nuestra alma.

Florilegio de alborotos

La belleza nunca es intempestiva

La belleza avisa, se anuncia, es lenta, morosa, barca de la parsimonia que de pronto se descubre en la curva del horizonte, y luego, con suerte y paciencia, es posible verla acercarse, verla crecer, mirarla en toda su majestad, convertida en la enorme montaña que siempre ha sido, asombrosa, llena de luz.

Acaso sea eso lo que pinta Caspar David Friederich, más allá de las coníferas, en su Viajero frente al mar de niebla. Porque, para toparse con la belleza, hay que ser un wanderer, un viajero errante, vagabundo, trashumante.

Juventud, divina idiotez...

Durante las primeras cinco décadas de nuestra juventud, la mar de lo humano es ignota, no reconocemos su inconmensurable grandeza ni la multiplicidad de sus expresiones artísticas. A las pequeñas rocas donde residimos, las llamamos continentes –tanta es nuestra ignorancia-, hasta que saltamos al agua y descubrimos el océano, y entendemos dónde está la verdadera fuerza, dónde surgen tormentas reales, dónde aparece el ímpetu cierto, dónde hay espíritus gigantes y hondos.

La gracia de lo breve

Hay tres momentos humanos que son efímeros, recurrentes e impredecibles, además de absolutamente subjetivos: felicidad, amor y belleza. Si tales momentos no fueran efímeros como luces de bengala, e impredecibles como las albinas cuijas, se volverían aburridos y hasta fastidiosos. Hay gracia en ellos por la miniatura de su ser, por el tiempo tan diminuto que alcanzan a vivir. Hay gracia en ellos por esa incapacidad nuestra para percibirlos la mera víspera. Miente quien diga saber lo que va a pasar en su corazón y en su alma dentro de quince minutos.

La belleza nunca es intempestiva II

¿Pero cómo, entonces, digo que la belleza nunca es intempestiva?

Es fácil aclarar esta aparente contradicción: una cosa es que la belleza avise, se anuncie, sea lenta, morosa… y otra, muy diferente, es que nosotros seamos capaces de percibirla a la primera de cambios.

A ver si con un ejemplo me doy a entender.

Hace meses compré el Concierto para piano y orquesta #1 de Beethoven (en busca de atmósferas propicias para seducir a una mujer, lo confieso), y no es sino hasta ahora que su segundo movimiento se me ha vuelto una necesidad casi física. Entra, pues, al Hit Parade de este día, en el puesto número 1. Lo sigue de cerca Up on cripple crick, que es de Robbie Robertson, aunque a veces se piensa que la compuso Levon Helm, porque es este hermoso baterista quien la canta desde el disco café (The Band, 1969).

Tercera aparente digresión

Me salgo de tema, porque acabo de acordarme del día en que conocí a The Band. Resulta que en 1971 gané un concurso de trivia en la revista de la secundaria. El premio fue, precisamente, Stage Fright, el tercer disco de The Band. Mi primera reacción fue: ¿Y esto? Prefiero algo conocido. Por ejemplo, un disco de Wishbon Ash, de quien obtuve su primer LP ese mismo año, en un concurso de trivia radiofónica. Como ves, mareado lector, en aquella época andaba yo muy ocupado.

Lo curioso es que a Wishbon dejé de escucharlo en esos mismos días (no recuerdo cómo sonaba), mientras que The Band siempre ha estado aquí, muy cerca; se va durante unos meses, luego regresa, vuelve a irse… y al rato aparece con su rostro querido. Duele que hayan muerto ya Richard Manuel (que cantaba, entre otras, The shape I’m in) y Rick Danko.

Tenía entonces de compañero de clase a un cuate apellidado Vallejo, el único niño, además de Gerardo –mi hermano gemelo-, que se atrevía a andar con el pelo largo y con huaraches en un colegio marista. Vallejo, a quien envidiábamos porque había estado en Avándaro apenas el mes anterior (hoy, agradezco a mi mamá que no me haya dejado ir), vio lo que me había sacado y se me acercó nervioso:

-¡Te lo cambio por los dos números de Piedra Rodante donde salen las confesiones de John Lennon!-No. Gracias, pero no.

Fue mi primer acercamiento a la especulación. Si Vallejo era capaz de desprenderse de los dos primeros números de Piedra Rodante (que yo había perdido no sé cómo), significaba entonces que The Band tenía valor.

-Bueno, dame por lo menos el póster que trae adentro.

Ahora que ya han salido en forma de libro las legendarias entrevistas de Lennon, me arrepiento de haber perdido el póster de Stage Fright. Pero el disco lo escuchamos Gerardo y yo con verdadero placer y admirados de encontrar algo que de veras merecía colocarse junto a nuestros discos de The Beatles y The Rolling Stones. ¿Por qué? ¿Cuáles son los ingredientes mezclados en The Band que hacen que sus canciones sean, para mí, tan entrañables y atemporales? ¡No sé, no sé!

Diario de 1994

Febrero. 14. Copa en el Taco-Bar; 24. Comida china.

Marzo. 17. The remains of the day, con Emma Thompson y Antony Hopkins; 18. Filadelfia, con Tom Hanks y Denzel Washington. 21. Día de campo en la ciudad: sángüiches de atún y de jamón con queso, papas a la francesa; luego, El piano, con Holly Hunter y Harvey Keitel; más tarde, pay de zarzamora con queso.

Abril. 24. Desayuno en El Morral; 30. Mamá-Z celebra 10 años con un concierto en Rockotitlán.

Mayo. 13. Reunión en casa de Octavio y Cecilia; 17. Comida china; 28. Reunión en casa de Octavio y Cecilia.

Junio. 4. Mamá-Z en Rockotitlán.

Julio. 1. Museo de las Intervenciones (ex-convento de Churubusco); 14. Chapultepec y reunión en casa de Beatrice; 15. El Péndulo y reunión en casa de Octavio y Cecilia; 16. Reunión en casa de Octavio y Cecilia; 22. Visita de Octavio y Cecilia; 23. Ensayo de Mamá-Z.

Agosto. 5. Mamá-Z en El péndulo; 6 y 7. Tequesquitengo; 13. Cierre de campaña de Cuauhtémoc Cárdenas en el Zócalo; 19. Mamá-Z en Rockotitlán; 28. Concierto de UB40 en el Palacio de los Deportes (desilusión).

Septiembre. 16. Reunión familiar en la casa grande.

Noviembre. 18. Visita a Gerardo y familia (Cuernavaca); 19. Visita a Federico Ramos y familia (Cuernavaca).

Diciembre. 22. Reunión en casa de Octavio y Cecilia; 24. Comida familiar en la casa grande; 31. Comida familiar en la casa grande.

martes, 8 de marzo de 2011

Lecciones de Morelia

Texto publicado por primera vez
en El Blues de la Estufa Divina (noviembre de 2005)

Viajar con artistas siempre es aleccionador. El aprendizaje es doble cuando se acompaña a músicos. La instrucción se multiplica al pasar uno o dos días enteros con bandas de blues, jazz y rocanrol. Y hacerlo con Las Señoritas de Aviñón y Vieja Estación es, para el conocimiento de la vida, aventura inconmensurable.

Con este pensamiento comienzo la crónica de un viaje a Morelia, hecho durante el pasado fin de semana y organizado por el dueño de Ruta 61, Lalo Serrano, tan activo siempre, tan dispuesto, como si no tuviera otros pendientes. Allá, en la ciudad capital de Michoacán, ambas bandas dieron su respectivo espectáculo. Lo hicieron en El León de Mecenas (Abasolo 325), hermoso lugar que se asume como café cultural y peña artística, es decir, un sitio donde el centro de atención es la música en particular y el arte en general.

Recorrí el camino a Morelia en la Unidad C de la caravana. En ella estuvimos Octavio –conductor-, Polaco –copiloto y guía moral-, Rafa Martínez, Ignacio Espósito y el que esto escribe.

Lección #1. Es en el pasado y en las viejas bandas donde encontrarás lo que de veras te causa placer.

Ignacio llevó entre sus cosas un disco con canciones de Grateful Dead. Y no es que Nacho esté anclado en ellos (en ese mismo viaje, el baterista confesó su gozo ante la música de Bill Evans, con quienes muchos nos hemos encontrado recientemente, gracias a los buenos oficios de Octavio), sino que la banda es de veras espléndida, un remanso de buenas melodías y de música bien tocada.

Escribo para ocupar mi tiempo, mientras llega el sábado, en cuya noche despediremos a Male Rouge. Pero Male seguirá cantando en otras partes. Del Water Ribaibal, su banda, en cambio, desaparecerá definitivamente, como tal, ese día. La veremos diluirse entre los aplausos y las manos que se agitan para decir adiós. Pero eso será el sábado. Mientras, escribo.

Noticias al final de 2005
  • Benedicto XVI impone a los monjes franciscanos de Asís vigilantes ajenos a la orden.
  • Carlos Abascal asiste a la ceremonia de beatificación de cristeros, en el Estadio Jalisco.
  • La infanta Lorena, hija de los príncipes de Asturias, será bautizada –como es la tradición- con agua traída del Jordán, en la pila de Santo Domingo de Guzmán.

Dejo en manos de esta gente el futuro de la República y del mundo, y me dedico a escuchar la rica conversación entre Octavio Herrero y Ezequiel Espósito, durante nuestro viaje por carretera hacia la católica Morelia.

Es curioso, porque la plática de Octavio y el Polaco me regresa al asunto de la infanta Lorena, cuyos padres olvidan que da lo mismo el agua del río donde fue bautizado Jesús que un poco de agua salida de los grifos de Murcia; digo, si lo que quieren es evitar las aguas de Madrid, cosa extraña, siendo que es fama secular que dicha ciudad cuenta con excelente líquido, escaso, sí, pero excelente -¡y se trata de un bautizo, por favor, tan sencillo como dar de beber a un geranio!
Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam in verbo, afirma el Catecismo. Como todo sacramento, el del bautismo basa su milagrosa metafísica en la palabra. Es lo que se llama epíclesis, es decir, invocación.

Los cristianos invocan al Espíritu Santo, y éste se encarga de obrar, con la fuerza que brota del cuerpo de Cristo, sobre las almas (no me pregunten cómo); pero, a fin de cuentas, la epíclesis es la misma herramienta que utilizan los niños para convertirse en pilares de oro y plata: se vuelven muralla infranqueable que protege la doncellez de doña Blanca y detienen –aunque no siempre- las oscuras intenciones del jicote que anda en pos de la señorita, tan decente ella. El sitio, el ataque y la defensa serán absolutamente reales, hasta que los adultos llamen a sus respectivos hijos para comer gelatinas y partir un pastel; entonces, desaparece el hechizo.

La epíclesis es el método que utiliza Homero para contarnos la guerra entre aqueos y troyanos (¡Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquiles!). Con epíclesis, un niño convierte su lápiz en avión de propulsión a chorro y su cama en el Golfo de Bengala; Las Señoritas de Aviñón nos hacen vivir las infidelidades de Magdalena; Vieja Estación, por su parte, acude a la epíclesis para que creamos a pie juntillas la historia de una mujer bondadosa en Noches de bar; de idéntica manera, vemos a Betsy Pecanins dejar una chancla a la vera del camino.

¿Qué es, entonces, la epíclesis? El conjuro que abre las puertas de la imaginación.

Entonces, la inmersión en el agua (o la benévola salpicadita, para que la criatura no crea que pensamos deshacernos de ella) simboliza el acto de sepultar al catecúmeno (es decir, al iniciado) en la misma muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él como nueva criatura. Es nuestra vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello santo.

Pero, cuidado, por favor, cuidado, repito, esto es un juego. Porque si el niño que hizo las veces del malo de la película en la ronda de doña Blanca, siente que en verdad es una avispa gruesa de cuerpo negro y abdomen amarillo, y le clava un lápiz (su aguijón) a Heriberto, compañero de banca; si lo ataca hasta inutilizarlo para el siguiente recreo, suponiendo que así encontrará una vía de acceso hacia Josefina (doña Blanca), entonces necesita urgentemente ser atendido por el doctor Landaverde, psiquiatra del Kinder Campanita.

Lo malo no es que un niño juegue a ser Superman. El problema es cuando decide lanzarse al vacío desde un quinto piso. En ésas están los católicos, que llevan cientos de años creyendo que el juego epiclético y metafórico inventado por Jesús es la realidad real, la misma que alberga la ley de la gravitación universal. Por eso, mantienen su fe en la resurrección y viven hablando con sus propias fantasías.

No entienden que, para hablar del amor, Jesús utilizó juegos, como ése de que existe un tipo llamado Dios y que él es su hijo. ¡Ah, pero hay que confundir las cosas, porque el lujo escandaloso es muy atractivo! Es la infanta Leonora, dicen sus nobles y reales padres (otro juego), y merece que la toquen las mismas aguas donde se empapó Jesús. ¿Las mismas? ¡Por favor! ¿Dónde estás, Heráclito, para que repitas tu obviedad sobre el agua de los ríos!

Pero volvamos a la sabrosa discusión entre Octavio y el Polaco. ¡Cuatro horas de epíclesis, tejidas y bordadas por dos tercos inteligentes! ¿El tema? La música y sus espacios conquistados en los medios masivos de comunicación, la música y su corrupción industrial, la música y la basura.

La amistosa polémica, que harta a Ignacio Espósito y divierte a Rafael Martínez, me lleva a pensar en mi siguiente lección:

Lección #2. Dos visiones encontradas de la realidad pueden ser, en el fondo, dos distintas maneras de decir lo mismo.

De una cosa estoy absolutamente seguro: el guitarrista de Las Señoritas de Aviñón y el cantante de Vieja Estación aman la música y aborrecen la mierda. La diferencia es que el primero ha aprendido a ignorar la mierda y hasta a encontrarle ciertas virtudes culturales, como elementos necesarios en el proceso de aprendizaje durante el largo viaje hacia la pureza (borremos la palabra “pureza” -Octavio la rechazaría-; hablemos mejor de “la belleza”); el Polaco, por su parte, considera que aún es posible revertir las cosas y modificar el mundo a favor de la música y del arte en general. Con Octavio y el Polaco, es maravilloso viajar cuatro horas; si se añade la sonrisa de Rafael Martínez (La Gioconda) y el compartido disc man de Ignacio (después de Grateful Dead, pusimos PD Vatican Blues, Rockin Chair in Hawai y otras canciones de George Harrison), éste se vuelve el mejor de los mundos posibles.

Octavio y el Polaco, tan necesarios los dos, así como son. No sé si estoy de acuerdo con uno o con otro, no sé si estoy de acuerdo con ambos; no sé si soy incapaz de entender de qué están hablando. El asunto es que hay una tercera lección:

Lección #3. Es bueno que los amigos tengamos zonas de desacuerdo. La discusión nunca terminará, pero siempre nos llevaremos a la cama los pensamientos del otro; así, refinaremos con las ideas de los demás nuestra propia weltanschaung.

Lección #4. El muerto, como el arrimado, a los tres días apesta. Y el armoniquero no invitado, que vaya y chingue a su madre.

Leo el blog de Octavio y no me aguanto las ganas de insistir en un tema: el palomazo como forma de invasión vulgar.

Bien dice José Luis Sánchez (tecladista de Vieja Estación) que si las armónicas tuvieran las dimensiones físicas de un piano de cola, nos ahorraríamos muchos disgustos. O habría que crear una ley muy sencilla: Aquella persona que desee adquirir una armónica, deberá antes presentar el correspondiente examen psicométrico: revisar si sus padres lo abandonaron cuando era niño, si sus amiguitos y maestros lo ignoraron, si su vida sexual es medianamente satisfactoria. La cosa es detectar si su autoestima es muy baja y si, por otro lado, supone que la música se define como la buena onda, la buena vibra, ahí donde la Revolución no ha sido vencida, carnal, y con ella pronto llegará un mundo donde gobierne el bluuuuuuus.

¿Y qué hacemos si el examen arroja advertencias de peligro? ¡No puede negarse la compra de la armónica! Sin embargo, sería posible decirle al interesado que la quena es un instrumento muy bonito y que en las peñas hay mucha gente que lo puede atender; de hecho, habría que probar meter veinticinco armoniqueros, con quena en vez de su instrumento de cuna, para palomear al unísono en "Adiós, pueblo de Ayacucho".

Hace muchos años, Salvador Elizondo escribió un pequeño cuento, quién sabe si autobiográfico, donde el protagonista hace estallar una bomba en una escuela de señoritas contigua a su casa, motivado por el justo deseo de hacer desaparecer a la orquesta de armónicas (tres decenas de niñas sopladoras) que todas las mañanas ensayan en el patio. Esto me hace recordar a Mario Lavista, quien afirma que la música religiosa de los católicos perdió su valor y se convirtió en basura apenas se permitió a las estudiantinas y a las rondallas hacer de las suyas en la misa de los domingos (para que vean que el Concilio Vaticano II, lleno de maravillas, también cometió crímenes de lesa musicalidad).

-Por el camino de Emaús, un peregrino iba conmigo; no le conocí al caminar, ahora sí… en la fracción del pan.

jueves, 3 de marzo de 2011

Male Rouge

Texto publicado por primera vez en noviembre de 2005,
en El Blues de la Estufa Divina.


Aunque se han vuelto un lugar común, vale recordar las palabras de Frank Zappa: “El periodismo de rock consiste en gente que no sabe escribir, entrevistando a gente que no sabe hablar para gente que no sabe leer.”

No digo que la cita sirva para referirnos a Hugo García Michel, sus entrevistados y sus lectores, pero el reportaje publicado en el número 98 de La Mosca dejó insatisfechos a muchos que adoramos a Male Rouge. ¿Por qué? ¡Pues porque más pareció una declaración de amor que un texto objetivo de periodismo musical! Y esto sucede muy a menudo: escribir con prisas lo primero que se nos viene a la mente, sin medir las afirmaciones y sin confirmar las informaciones (v.gr.: hace poco, Tania Molina, en La Jornada, le adjudicó a Max Cabello la autoría de Ain’t no Sunshine).

Se entiende: Male despierta pasiones y hace perder la objetividad.

“(Su) timbre sonaba tan profundo y desgarrado –escribe Hugo- que si hubiéramos cerrado los ojos habríamos pensado que se trataba de alguna cantante negra proveniente de lo más recóndito del Delta del Mississippi.”

Tan hermosas palabras le hacen un flaco favor a Male Rouge. Ella no necesita que hagamos comparaciones desmesuradas. Dejemos que su voz se suelte a su manera, a su estilo; dejemos que crezca y desarrolle una manera de ser, una manera de decir.

Si yo cerrara los ojos al escuchar a Male (cosa que no pienso hacer, ni que estuviera loco), seguro que vería en mis adentros a la misma Rouge de la realidad, esa que entrega el corazón y las entrañas… y nos hace entender la importancia de estar ahí, junto a ella, frente a ella, con ella. Y lo que sí se vale decir es que pocas cantantes de esta ciudad logran que la noche se ilumine cuando suben al escenario y se arrancan el alma en cada canción. Male es una de ellas. Male no está pensando en otra cosa más que en ser ella misma.

Me preparo un buen café, me baño, salgo a la calle. No dejo que me desanimen el mal olor de las fritangas del Metro Patriotismo ni la fealdad abotagada de los puesteros, protegidos como siempre por mafias callejeras, cuyo poder tiene raíces en el ancien regime, pero cuya desenvoltura actual es responsabilidad de nuestras autoridades presentes.

¿Torpeza, ineptitud, cobardía o complicidad de los gobernantes? ¡Pero cómo!, si al dar entrevistas sonríen tranquilos y con mucho orgullo, y afirman ante cámaras y micrófonos que las cosas van muy pero muy bien, en su área de poder, claro, porque fuera de ella –fruncen el ceño- todo es Sodoma y Gomorra.

Fernando Aboitiz Saro, jefe delegacional en Miguel Hidalgo, es un buen muchacho, con buenas intenciones. Su gente siempre nos atiende cuando las cosas se ponen de veras difíciles: fauna nociva y contaminación acústica, por ejemplo.

Sin embargo, lo cierto es que todas las mañanas, al despertar, la anarquía y la fealdad siguen ahí, adueñadas de la calle.

Esto sobrepasa la voluntad y la buena fe, sobrepasa incluso la ideología y el color partidario. Fernando, por ejemplo, pertenece al Partido de Acción Nacional; y Virginia Jaramillo, jefa delegacional en Cuauhtémoc, surge de las filas del Partido de la Revolución Democrática. Tenemos pruebas de que Virginia es una mujer honesta y con don de mando (en su momento, logró desactivar la guerra sucia que empleadillos de medio pelo habían declarado a Lalo Serrano, quien no quiso transitar por los oscuros pasillos de la corrupción para obtener los permisos de Ruta 61).

¡Pero las esquinas de Baja California e Insurgentes siguen siendo territorio controlado por vendedores ambulantes!

¿Se acuerda alguien cuando esa zona era un lugar bonito?

Algunos puertos de llegada han desaparecido: el restaurante Las Américas, donde Roberto Vallarino escribía sus poemas al calor de un café exprés; la pequeñísima tienda de chocolates Larín; Deportes Martí, cuyos guantes de box y de béisbol despedían su embriagante olor a cuero, para delicia de los niños que vivimos antes de la era de las franquicias; la librería Zaplana, donde compré todos los libros de Ray Bradbbury que publicó Editorial Minotauro, comenzando por Remedio para melancólicos; y toda la poesía de Octavio Paz, tanto la vieja como la nueva, creo que publicada por el Fondo de Cultura Económica, y la imprescindible colección de clásicos Sepan Cuántos, de Editorial Porrúa, y la infinita colección Austral, y la Justina de Sade, el Divino Marqués; las novelas mexicanas de Joaquín Mortiz (Zaplana era el paraíso); la glorieta de Chilpancingo, la tienda de camisas Zaga (sí, me he pasado de las cuadras del cruce referido, y he llegado a Sonora, a San Luis Potosí, pero es que el tramo entre Baja California y Álvaro Obregón fue, hasta los setenta y principios de los ochenta, un corredor de maravillas; me atrevo a decir que en esa época era la parte más interesante de Insurgentes, al menos para un adolescente como yo).

Otras estaciones aún están ahí: la Vaquita Negra, el cine Las Américas, el Sanborns de Aguascalientes; La Espiga, cuyas empleadas siguen de malas, lo que las mantiene misteriosamente atractivas: parecen personajes de películas soviéticas; las meseras de El Molino son, en cambio, como lindas monjitas recién bañadas.

O tempora! O mores!

Yo entiendo de inexistencias y supervivencias: nada es eterno. Lo que no me cabe en la cabeza es la fealdad y la toma de espacios públicos por los ambulantes.

¿Qué pasa, Fernando y Virginia? ¡Díganme que las mafias que controlan el comercio ambulante tienen más poder que ustedes y nosotros juntos! Díganmelo, y ya veré qué hago con mi vida. ¡Pero díganlo! Me argumentarán razones económicas y de control de estallidos sociales, porque la alta tasa de desempleo arroja a las calles a muchos, que de otra manera se convertirían en delincuentes.

Entonces, ¿qué hacemos?

Bueno, y todo esto lo escribí porque a las siete de la mañana me tocó, en el Metro, la nueva forma de vender piratería: con un amplificador colgado al pecho y puesto a todo volumen, para que quienes vayamos en el vagón conozcamos el nuevo disco de antología, con los éxitos de quién sabe quién y de quién sabe cuándo, trescientas canciones en un solo disco, en formato MP3.

Hasta ahí, dije: ¡Bueno, así es la vida, ni modo! Esto no dura más de cinco minutos. Pero hubo algo que terminó por sacarme de mis casillas: fui obligado a escuchar, entre las estaciones Tacubaya y Constituyentes, Dust in the Wind en versión para violines y arpa. Para rematar, Nirvana en crudo.

¡No se vale, no se vale! Yo no le he hecho daño a nadie. Me alivio pensando en que el sábado escucharé a Male Rouge, acompañada de su extraordinaria banda Del Water Ribaibal.

Anoche se despidió Male Rouge de Ruta 61. Lalo Serrano, sabio entre los sabios, dispuso que las mesas altas que dan a las escaleras fueran ocupadas por mujeres bonitas y de lugares diversos: Alma Jordán (mexicana), Marie y su hermana gemela (cubanas), Ingrid Ojos de Mar (argentina de origen alemán) y la preciosa Carolina Román, española que está viviendo en México como directora creativa en OgilvyOne.

Por ahí andaba también Diana Goldberg -con quien viajé hace poco más de un año a Chiapas, para internarnos en territorio zapatista, cosa que hicimos y pudimos registrar por escrito y con fotografías; aunque breve, fue tan profunda nuestra experiencia, que el lazo de nuestra amistad se teje precisamente con el hecho de sentirnos tocados por la Historia-. Diana llegó al bar acompañada de varios amigos, entre ellos el extraordinario fotógrafo Pedro Meyer (¡y yo, con la cámara, disparando a diestra y siniestra, sin pudor!).

Jaime Holcombe, guitarrista de Las Señoritas de Aviñón, no paró de aplaudir cada canción de Male... y de implorarle que no se fuera. Yo no sé si es la paternidad o qué, pero a Jaime cada vez lo veo más contento. Male lo invitó a subir, y con él cantó Mustang Sally. Estamos acostumbrados a la excelente voz de Jaime, pero lo que nos sorprendió es que, de tan contento que estaba, soltó su cuerpo y se puso a bailar al ritmo que le marcó la Rouge.

Hugo García Michel, director de La Mosca y líder de Los Pechos Privilegiados, no se movió de su lugar: se veía feliz, confirmando a cada momento que tuvo razón al dedicarle un buen espacio de la revista a Male Rouge. Octavio Soto, líder de El Charro y los Moonhowlers, también se veía lleno de alegría. Pero el que siempre me sorprende por su capacidad para socializar es Hernán Silic, el Gato Silic, Pelusa: lo vi platicar con todo el mundo, sonriendo y quitándose del rostro sus caireles y tirabuzones, para poder beber de su copa o saludar de beso a mujeres, hombres y demás criaturas de la noche. Por su parte, Pablo -el capitán- me sirvió una cosa que no conocía: un caballito lleno de B52 (por el nombre, es posible imaginar sus efectos), que medio compartí con Alma y Carolina, aunque ellas -muy propias- prefirieron abstenerse lo más posible.

Antes de Male y Del Water Ribaibal, se presentó el cubano Osamu Menéndez, tipo muy simpático y buena persona, cuya banda hace las cosas decorosamente. No toca blues ni sus letras son relevantes, pero su rock entretiene a la gente. Digamos que a Osamu le va a ir muy bien (supongo que ya le va), en el Hard Rock Café y en lugares como ésos; pero creo que Ruta 61 no es un sitio para él. De cualquier manera, su sonrisa y la picardía de sus ojos, su sencillez, su disposición a divertir a los demás, lo hacen una gran persona (Claudia de la Concha fue invitada por Osamu para hacer algo con la música de Led Zeppelin).

La noche también sirvió para conocer a la nueva mesera, Ximena. ¡Bienvenida, Ximena! Por ella, conocí a Celeste, que acaba de llegar con Ximena, de Córdoba, Argentina... ¡y ya se encantaron con nuestra ciudad! A ver, Lalo, si te pones las pilas y sacas a Celeste del restaurante Como para traértela a Ruta 61 (y que no me escuche el Coco, gerente de dicho restaurante, quien llegó tarde y apenas si escuchó el final de la tocada). Federico, otro cordobés pero nacionalidado mexicano, supo cuidar que nadie se pasara de listo con sus paisanas.

En fin, fue una gran noche, como todas las que se viven en el Ruta 61.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Miscelánea I

Domingo 1 de agosto de 2004. Revista Proceso. Michael Meissner, violinista y director de orquesta, informa que una de las sedes del cuarto festival Viva Vivaldi sería Ruta 61, dentro del programa Vivaldi se va de Juerga.

Jueves 5 de agosto de 2004. Crónica de Hoy afirma que vecinos de la colonia Condesa han presentado una serie de quejas contra el ruido generado por Ruta 61: Acusan colonos que bar opera sin permiso (sic). La noche de ese mismo jueves fue, sin embargo, excelente, acaso de las mejores en la aún breve historia del lugar: Hernán Hecht y su X-Pression Quartet ofrecieron un hermoso concierto de jazz, dentro del programa Vivaldi se va de juerga.

Y al otro día, con ánimo de reducir las quejas de los vecinos, Las Señoritas de Aviñón y Vieja Estación no tocaron sino que tentaron su repertorio. Para sentirse cómodos con el volumen, los bonaerenses incluyeron Honest I do; y Ezequiel presentó la canción de Jimmy Reed con las siguientes palabras: Dedicamos este estreno a nuestro querido amigo Octavio Herrero, el Dandy del Blues.

Lo curioso es que nunca más Vieja ha vuelto a interpretar esa delicia de 1957, cuya sensualidad hizo incluso que una mujer se acercara a mi mesa (quiero decir, a la mesa en la que en ese momento me encontraba) para preguntarme el nombre de la canción. Nada pasó, pero… ¡por favor, Polainas, toquen de nuevo Honest I do!

Sábado 7 de agosto de 2004. Betsy Pecanins ofreció su primer concierto en Ruta 61. Esta misma noche, Santiago Espósito acompañó a Las Señoritas durante casi toda la noche; Mauro Bonamico se subió para cantar All your love; y Male Rouge se aventó Mustang Sally y Rock me baby.


Viernes 13 de agosto de 2004. Esta noche sucedió un lindo espectáculo de metamorfosis. Tocaban Las Señoritas de Aviñón su último número, Sweet Home Chicago, cuando, sin previo aviso, los músicos dejaron sus instrumentos y bajaron del escenario, uno a uno, pausadamente. Al mismo tiempo y con la misma parsimonia, la gente de Vieja Estación subió y sustituyó a los ausentes; todo esto, sin dejar de tocar la pieza de Robert Johnson.

Fue un divertido y muy aplaudido performance (arte de acción imprevista, se me ocurre definir). Porque, digo, no es fácil mantener el ritmo y el calor de una pieza mientras se reproduce en escena la entrada y salida de gente en un elevador. Hubo, incluso, momentos de emocionante acrobacia, cuando Javier García entregó el puesto de baterista a Ignacio Espósito. Al verlos contorsionarse y perder la compostura, vi cómo Lando Buzzanca y Luciano Salce compartían los favores de Rossana Podestà.

Acabó el espectáculo, la gente se fue, alguien bajó la cortina, Lalo Serrano apagó las luces, los meseros de entonces aprovecharon para robarse algo, llegó la madrugada sin irse la noche. El bar quedó delicioso, con el olor y la tranquilidad que deja tras de sí un espectáculo de verdadera música; es a esa hora cuando un buen bar se vuelve mujer agotada de tanto amor (uf, perdón, qué frase más espantosa; la dejo para que se note la intención de la escena). Santiago Espósito (Tomy) me confesó, al calor de su último vodka y de mi último whisky, que entre las primeras cosas que escuchó de niño fue a Parchis. Golpeamos nuestros vasos, con la sonrisa cómplice de quienes saben que el soundtrack de su infancia no fue elegido por Clint Eastwood.


Viernes 3 de septiembre de 2004. Vieja Estación estrenó en Ruta 61 su versión de It’s all over now, de Bobby Womack, con Mauro Bonamico en la voz principal.

No recuerdo si fue esa vez o semanas más tarde cuando Octavio Herrero se subió a palomear en esa pieza. Lo que no olvido es lo que me dijo el guitarrista de Las Señoritas de Aviñón:

-Podría tocar esta canción horas y horas... sin aburrirme.

21 de septiembre de 2005. Fernando Magariños Lamas narra en su blog (La Mancha de la Calabaza que Ladra) la visita que realizó esta noche a Ruta 61. A Fernando no le gusta mucho el apellido del lugar, Hoochie Coochie Bar. Le incomoda que se use el inglés para un sitio en la Ciudad de México. El problema no está en usar el idioma inglés, sin embargo. ¿O qué, tendríamos que hablar del Sabadaba Bar? Recuerdo que en el Colegio México así le decíamos a las señoras que, al ir a recoger a sus hijos, se vestían como para llamar la atención del profesor Gorostiza, entonces director de primaria, un hombre atractivo, hermano marista, que se parecía a los Kennedy.

-¿Ya viste a la mamá de Villamil?
-Sí, siempre viene bien sabadaba…
-A gritos pide que la bese un hijo de Marcelino Champagnat.


En mayo, estuvo conmigo Laura Maceiras. Ella vive en Key Biscayne, Florida, y me dice que, al ver a una mujer en los cuarenta vestida como si tuviera veinte, sus hijas adolescentes dicen entre risas: She’s a hoochie coochie mama!

Pero el problema mayor, piensa Fernando, es que se trata de un término sexista y denigratorio. Sí, tal vez, tal vez. Sin embargo, me resisto a dejar el habla en manos de políticos y sociólogos, o de gente de buena fe que no quiere ofender al viejo y prefiere llamarlo persona de la tercera edad o individuo en plenitud.

Yo no hubiera aguantado la risa si mi difunta esposa me hubiera gemido al oído cosas como la siguiente: ¡Dime cochinadas, dime sexo-servidora!

-Yo te digo como quieras, si tú me dices Pío XII.
-Du bist ein schlechter Mann.


Es muy rico decir lo que estamos pensando, y si bien no niego la existencia del machismo (y el Diccionario de la Real Académica Española está repleta de esa tendencia), quiero defender la posibilidad del juego mítico.

Octavio Herrero, guitarrista de Las Señoritas de Aviñón, está medio de acuerdo con Fernando, no en cuanto a lo políticamente incorrecto del término hoochie coochie mama, sino al hecho de que Ruta 61 no es un lugar de reunión de mujeres sabadabas y, por tanto, no puede ser considerado un hoochie coochie bar.

Mmmm, no sé si rendirme. Siempre que voy al Ruta 61, siento que la mayoría de los asistentes (hombres y mujeres) están con ganas de que algo pase esa noche. Algunos son muy atrevidos, algunas son más lanzadas, otros somos demasiado selectivos; en cualquier caso, se respira deseo. Y esto, mi querido Octavio, es culpa tuya y de todos los que nos nutren de feromonas con su blues.

Para que Ruta 61 deje de ser el Sabadaba Bar, tendrán que correr a Las Señoritas de Aviñón, a Vieja Estación, al Charro, a Betsy, a Briseño, a Male… y que, entonces, inviten a Mexicanto o a Julieta Venegas, cuyos lindos repertorios son capaces de inhibir las bajas pasiones, sacarnos de ahí y mandarnos a ver las noticias del canal 11, con Adriana Pérez Cañedo.