Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













miércoles, 9 de noviembre de 2011

Humpty Dumpty habla ex cathedra


Cuando yo uso una palabra -dijo Humpty Dumpty
en tono apabullantemente despreciativo-,
significa exactamente lo que yo elijo que signifique, ni más ni menos.


Lewis Carroll, Al otro lado del espejo, 1872

¿Cómo definen los fieles la Fe (la mayúscula es de ellos, y no la entiendo). La fe, dicen, no es un método de conocimiento, sino el conocimiento mismo (la fe es saber, son sus palabras). Pero tal afirmación no me aclara las cosas, más bien me confunde. Volvemos al problema de la comunicación: ¿qué quieren decirme o qué me están diciendo cuando escriben que la fe es saber?

Quiero pensar, en principio, que hay un preciado tesoro por alcanzar o por encontrar, y que ese tesoro es el conocimiento o la sabiduría (aunque dichos términos no designan necesariamente la misma cosa); quiero pensar que, por su calidad de tesoro, los fieles lo convierten en el objeto inmediato (directo) del verbo ser cuando intentan glorificar a esa criatura suya que llaman Fe (y ahora entiendo la mayúscula: como es de ellos el sustantivo predilecto, lo vuelven nombre propio). Con esa misma lógica y con el deseo a flor de piel, Calixto habrá de gritar contra viento y marea que Melibea no es sólo la mujer amada, sino el amor mismo.

¡Pero, mi estimado! -le diremos- El decir que ella, la joya de tu corazón, es el amor mismo, nada nos dice sobre ella y sí mucho de ti. Menciona, por favor, que Melibea es blanca, de labios carnosos y piernas largas, porque tales palabras nos permitirán acercarnos a la realidad física de la muchacha; afirma, por favor, que ella es dulce, que controla su leve neurosis, que teme a la oscuridad, porque ello nos permitirá aproximarnos a su realidad psicológica... ¡Pero no nos digas que ella es el amor! Porque entonces sólo entenderemos que tú, Calixto, estás simple y llanamente enamorado, al grado de considerar a Melibea tu nueva religión (Melibeo soy y en Melibea creo).

¿De eso se trata? ¡Ah, bueno! Entonces, cuando los fieles afirman que fe es saber, quieren decir fe es mi saber, entendiendo por saber el non plus ultra de la experiencia humana. Vale. Pero ello no define la fe, sino a los fieles, quienes, en pocas palabras, han dicho: La Fe es mi máximo, pero aún no nos han dicho qué es la fe.

¿Fe es saber? ¿La fe es otro nombre del conocimiento? ¡Vaya! Entonces, podemos decir que el descubrimiento de la ley de la gravitación universal es un acto de fe; podemos decir, incluso que quien se quema al meter las manos al fuego vive en este instante una experiencia religiosa.

¿No sientes, fiel lector, que estamos cayendo en un alucinante mundo donde las palabras ya no significan lo que buscan significar?

Sería bueno, en principio, aclarar las diferencias entre conocimiento y saburía, pues acaso estoy malinterpretando la frase fe es saber. Pero, bueno, no quiero extenderme demasiado, así que dejo la aclaración para otro momento. Volvamos, mejor, a la definición de fe.

Insisto: para entendernos y no envolvernos en alucinantes diálogos carrollianos, partamos de una misma definición de fe. Propongo, en beneficio del español, que volvamos al diccionario, donde dice que la fe es la adhesión a una proposición que no goza de evidencia ni puede ser demostrada. Dicha definición, como todas las que pueden encontrarse en un buen diccionario, no aplaude ni descalifica, sino que acota, pone límites, le da bordes a la palabra.

Si aceptamos tal definición de fe, los fieles habrán de admitir que lo dudoso, incierto e indemostrable puede muy bien servir de asidero contra la angustia existencial. El sufrimiento místico no niega esa posibilidad anestésica de la fe (me atrevo a decir, con respeto y admiración, que el misticismo tiene mucho de intoxicación espiritual). Algunos fieles dicen que santos y místicos, con todo y fe, sufrían mucho más que cualquiera de nosotros. No sé en qué estudios clínicos se basa tal afirmación, pero suponiéndola cierta hemos de entender su sufrimiento semejante al delirium tremens del alcohólico o al estado catatónico que produce el remanente de la marihuana. Y agotados de tanta crítica, algunos otros fieles dicen que los analgésicos de hoy son la razón, la lógica y el pensamiento científico, sucedáneos, según ellos, de la la piedra filosofal de los alquimistas. Veamos.

Siendo la piedra filosofal materia hipotética, materia nunca hallada (aunque la admirable búsqueda de los alquimistas permitió encontrar otras cosas, igualmente valiosas), mal hacen al considerar que la razón, la lógica y el pensamiento científico son sólo quimeras, sueños, deseos de encontrar la varita mágica. Mal hacen, porque la razón es, paradójicamente, el instrumento que ha permitido el diálogo entre fieles e infieles, es decir, el sano enfrentamiento de ideas.

Sin embargo y ciertamente, la razón y sus frutos (la lógica y el pensamiento científico) son muy buena medicina contra el dolor y la angustia de la existencia, como lo son la religión, el arte y el amor. La diferencia entre estas útlimas experiencias humanas y el uso de la razón es que ella, la razón y no las otras, está consciente de sus causas: sabe que crece conforme el hombre se niega a sufrir el aturdimiento del espíritu. En cambio, las otras experiencias (amor, fe y belleza) son fenómenos psíquicos y no sistemas de pensamiento.

Distingamos entre creyentes, crédulos y cretinos.

En español, la palabra creer contiene dos significados distintos, cada uno de los cuales brota respectivamente con una preposición (en) y una conjunción (que).

Creen en...

En el primer caso, nos encontramos ante una declaración de confianza hacia una persona real: depositamos en ella el cuidado de nuestros bienes (dinero, secretos, amor, seguridad, la vida toda), sea sin certezas y por simple opinión, sea por la experiencia misma, que nos ha demostrado que dicha persona no va a traicionar la imagen que tenemos de ella.

De cualquier manera, creer en alguien toma tiempo, el que cada uno de nosotros requiere para pronosticar el comportamiento de las personas. Hay casos extraños, y en ellos la sensatez y el buen juicio dan paso a la necedad y la cursilería. Así, Ricardo López Méndez hace profesión de fe y manifiesta su desmedida veneración por una entelequia (Credo Mexicano):

México, creo en ti,
en el vuelo sutil de tus canciones
que nacen porque sí, en la plegaria
que yo aprendí para llamarte Patria;
algo que es mío en mí como tu sombra,
que se tiene con vida sobre el mapa.


¡Sí que sí! -diría la Pájara Peggy.

De cualquier manera, creo que el poema del izamaleño tiene instantes afortunados (la risa que es envoltura de un dolor callado y el jarro que llora por los poros, por ejemplo).

Hay una excepción semántica: Creer en Dios, creer en el Diablo, creer en seres extraterrestres, creer en los fantasmas, no es tener confianza en esos seres ideales sino suponer real su existencia.

¿Por qué, entonces, utilizamos en este caso la preposición en, cuando sólo estamos ante meras especulaciones? Por simple arrogancia religiosa y por miedo a admitir que estamos extraviados en un bosque nemoroso de dudas sobre la realidad.

Y esto vale para el extremo opuesto: aquel que afirma ¡Yo no creo en Dios! formula mal su posición. De cualquier manera, quien lo dice es alguien que ha renunciado a pensar sobre el sentido de todo.

Distintos son aquellos que con fina humildad dicen: Yo creo que Dios existe; yo creo que Dios no existe; yo creo que Dios, en caso de existir, es incognoscible; yo creo que el concepto de divinidad que formula Jesús es el correcto, etcétera. Yo creo que...

Hay un paso siguiente al creer que: ese paso se llama método científico. Pero en el caso de Dios no estamos obligados a dar ese paso, a sabiendas de que carecemos de un sistema capaz de investigar sobre aquello que, aun en caso de existir, no se manifiesta de manera natural (que los creyentes no panteístas vean a su dios en la puesta de sol o en las hermanas hormigas se llama poesía herética o misticismo fetichista).

Muchas veces he escuchado a personas de buena voluntad elaborar esta extraña afirmación: Yo sí creo en Dios, pero no puedo creer en la Iglesia (se refieren a la católica, casi siempre).

¿Cómo?
–pregunto- ¿Crees que Dios existe, pero no crees en la existencia evidente de una institución humana cuyo realidad y cuyos frutos están muy a la vista? ¿No crees en una institución tan palpable como una mesa?

Lo que en realidad se quiere decir con tal declaración de principios es que se cree que Dios existe, a la vez que no se tiene confianza en la milenaria organización que se pretende heredera de Pedro (Mateo, 16, 13-20).

Es curioso, porque el pescador galileo (Shimon lo llamaron sus padres al nacer; y Keifas lo llamó Pablo, quien dominaba el arameo) se vuelve piedra angular, pero también piedra de tropiezo y roca de escándalo (no son mis palabras, sino las del mismo Pedro en su primera epístola -2, 8-) porque, ante cierta pregunta de Jesús, el apóstol de mecha corta afirmó que su maestro era el Mesías, el Salvador esperado por el pueblo judío.

¿Creía Pedro en Jesús?

Sí, confiaba en su palabra. Por tanto, no dio como respuesta que creía en Dios: dijo que creía que Jesús era Dios. Y dijo eso a partir de una hipótesis: creía que Dios existe -hipótesis tomada como axioma en el mainstream de la época).

Creer que

En el segundo caso, surge una oración subordinada sustantiva con función de sujeto o complemento directo, y en ella describimos temores, sospechas, opiniones, corazonadas y sensaciones.

La elección de esta forma (creer que) es, a propósito, muestra de madurez intelectual y refinamiento social, aunque a veces parezca bobería (de balbus, balbuciente). Los mensos afirman y creen en sus opiniones como si se tratara de verdades categóricas (en el fondo los mensos no están tan seguros, y por eso forman iglesias, partidos políticos, clubes y matrimonios); las personas civilizadas, cultas e inteligentes saben que sus opiniones siempre están en permanente crisis, que son vulnerables, frágiles, que están siempre a expensas de nuevos acontecimientos o circunstancias capaces de modificarla radicalmente, incluso de hacerla desaparecer y de sustituirla por la opinión contraria.

Hay otro uso de creer, y parece que sólo se usa en referencia a la fe: Creer en Dios no dice que se le tiene confianza, sino que se tiene certidumbre filosófica sobre su existencia.

¡Pero no podemos ir por la vida lanzando dogmas a diestra y siniestra! Y aquí está la diferencia entre el cretino y el creyente. Mientras que el cretino y el crédulo creen en Dios, el creyente cree que Dios existe, aunque no puede asegurarlo, y así se pone al nivel de quien cree que Dios no existe, aunque tampoco puede asegurarlo.

Yo creo que hay una posibilidad de que Dios exista, aunque se trata de una posibilidad muy remota. Mejor dicho: la posibilidad remota es la de poder comprobar con hechos la existencia o la inexistencia de Dios. Por eso, me asumo como agnóstico.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Elena Poniatowska

A principios de los setenta, mientras algunos niños (sobre todo los de Morelia) leían la vida de San Felipe de Jesús y las novelas de José Luis Martín Vigil, varios adolescentes de la Ciudad de México andábamos con La noche de Tlaltelolco en nuestras mochilas de preparatoria, dispuestos a prestarlo a algún compañero, para que se enterara bien de lo que había pasado y de lo que estaba pasando en esos años.

José Joaquín Blanco llama a ese libro una de las más formidables construcciones de la cultura mexicana contemporánea.

La noche de Tlaltelolco es un concierto coral, una misa de voces. Y uno escucha, clarito, lo que está pasando en la Plaza de las Tres Culturas; pero también lo que pasó antes y lo que pasó después.

Algunos, al menos, lo habrán ojeado (para reconstruir con su material fotográfico los dramáticos acontecimientos de aquellos inolvidables –por dolorosos- meses de 1968). Para mí fue una revelación, porque en el año de la revuelta estudiantil yo estaba en sexto de primaria, en el Colegio México. Ahí, entre julio y octubre, el profesor Gorostiza, que era el director, recibió la orden de cerrar con cadenas y candados la escuela entre las 7:30 (hora de entrada) y las 13:30 (hora de salida). Nos despedían todos los días con la advertencia de que tuviéramos mucho cuidado, que no anduviéramos solos en la calle, porque podían agarrarnos los comunistas y los estudiantes.

Por culpa de H.G. Welles, de quien acababa de leer La máquina del tiempo, yo pensé que cuando se decía comunistas y estudiantes se referían a los molocks, monstruos que saldrían de las más profundas cavernas para comernos crudos y enteritos.

Y yo, que soy un cobarde, pensaba: Bueno, en lo que son peras o son manzanas, mejor vámonos derechito a la casa.

Tuvimos que leer La noche de Tlaltelolco para empezar a entender las cosas. El entusiasmo por ese libro testimonial nos sirvió de primera toma de conciencia y, además, nos llevó a otros libros de Elena Poniatowska, como Hasta no verte Jesús mío, que, por razones que nunca he entendido, ni los maristas ni mis padres me dejaban leer. Lo hice, de todos modos, acaso por la prohibición misma, aunque no encontré…

¡Ah, ya sé, ya me acordé! Pasa que Hasta no verte Jesús mío está lleno de groserías: Jesusa Palancares, la protagonista, tiene un lenguaje florido que Elena Poniatowska supo rescatar con gracia y ritmo. Y, claro, la mención de Jesús en el título, pues…

Hace algunos años, el pobre de Carlos Fuentes no pudo ser leído a gusto por la hija de don Carlos Abascal Carranza, Secretario de Gobernación, porque el santo varón consideró (supongo) que lo que hacen Aura y Felipe Montero (en Aura) son cochinadas que una niña decente no debe conocer.

Para muchos mexicanos, Elena Poniatowska es algo así como nuestra hermana mayor, la que nos aconseja, la que nos llama la atención cuando andamos de mensos y nos dejamos llevar por algunos tontos, la que nos cuenta de personas reales, como Jesusa Palancares o Tina Modotti, pero también de personas inventadas, como Lilus Kikus; la que nos describe con amorosa fidelidad las distintas épocas de la Ciudad de México. Y luego, a media tarde, cuando ya no hay nada que hacer, nos platica quedito –imitando voces, otra vez-, suave y sin prisas, en Nada, nadie, de cómo se nos cayó la ciudad en 1985.

Hay muchas cosas que leer de Elenita (como la llaman sus amigos) ¡La Flor de Liz! ¡De noche vienes!

He dejado de leerla, no por desgano sino porque me he ido por otros lados (Haruki Murakami, Alessandro Baricco, Milorad Pavic). Lo más reciente que leí de ella tiene que ver con otro milagro de la literatura mexicana, Salvador Elizondo. La Poniatowska hizo un recuento en tres entregas de las entrevistas que sostuvo, desde principios de los sesenta, con el autor de Nadja o el verano.

Gracias, mujer. Muchos te leemos, muchos te queremos, muchos te escuchamos. Mañana, si me dejas tú y me dejan mis tres lectores, te recordaré aquello que le pasó a Miguel de Unamuno en 1936, en el mes de octubre, cuando aún era rector de la Universidad de Salamanca. Sabes a qué pasaje de la historia me refiero: aquél en el que quisieron callarlo con gritos de ¡Mueran los intelectuales! ¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!

Al otro día...

Llegaste muy niña a México, en 1942, cuando andabas en tus nueve años. Así que te ha tocado vivir un titipuchal de cosas. De algunas, te habrás enterado por tus lecturas. Eras, por ejemplo, una escuincla parisina de apenas tres años cuando sucedió lo que ahora te recuerdo.

12 de octubre de 1936, paraninfo de la Universidad de Salamanca, cuyo rector es, entonces, ni más ni menos que Miguel de Unamuno.

Después de la intervención de un profesor, un tal Francisco Maldonado, quien ataca vehementemente los nacionalismos vasco y catalán, y levanta loas al fascismo, alguien al fondo de la sala grita el lema de la Legión Española: ¡Viva la muerte!

El general Millán Astray –fundador de la Legión- se excita y refuerza el grito con otro más contundente: ¡España! Varias personas responden: ¡Una!

¡España! –repite el general.
¡Grande! –ladran y salivan los perros de Pavlov.
¡España! –vuelve a decir don José.
¡Libre! –claman sus seguidores.

Varios falangistas, con sus camisas azules, hacen el saludo fascista ante la fotografía sepia de Franco, que cuelga de la pared sobre el estrado.

En ese momento, el rector Unamuno decide tomar la palabra, y pronuncia entonces uno de sus más famosos alegatos:

Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del profesor Maldonado. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo –se refiere al doctor Pla y Deniel, obispo de Salamanca, que se encuentra a su lado-, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona.

Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito: “¡viva la muerte!” Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor.

Millán Astray –dice Hugh Thomas en su historia sobre la Guerra Civil Española- ya no pudo contenerse por más tiempo…

¡Mueran los intelectuales! –grita- ¡Viva la muerte!
¡Abajo los falsos intelectuales! ¡Traidores! –grita entonces José María Pemán.

Transcribo de nuevo a Hugh Thomas:

Siguió una larga pausa. Algunos de los legionarios que rodeaban a Millán Astray iniciaron un amenazador movimiento de aproximación al estrado. El guardia personal de Millán Astray apuntó a Unamuno con su ametralladora. La mujer de Franco, doña Carmen, se acercó a Unamuno y Millán Astray, y pidió al rector que le diera el brazo. Él se lo dio y los dos salieron juntos, lentamente. Pero ésta fue la última vez que Unamuno habló en público.

Aquella noche, Unamuno fue al casino de Salamanca, del que era presidente. Cuando los miembros del casino, algo intimidados por estos acontecimientos, vieron la venerable figura del rector subiendo las escaleras, algunos gritaron: “¡Fuera! ¡Es un rojo y no un español! ¡Rojo, traidor!” Unamuno entró y se sentó. Un tal Tomás Marcos Escribano le dijo: “No debería haber venido, don Miguel, nosotros lamentamos lo ocurrido hoy en la universidad, pero, de todos modos, no debería haber venido”. Unamuno se marchó, acompañado de su hijo, entre gritos de “¡traidor!” El único que salió con ellos fue un escritor de segundo orden, Mariano de Santiago.


A partir de entonces, el rector ya no salió casi nunca de su casa, y la guardia armada que le acompañaba tal vez era necesaria para garantizar su seguridad. La junta de la universidad “pidió” y obtuvo su dimisión del cargo de rector. Murió con el corazón roto de pena el último día de 1936. La tragedia de sus últimos meses fue una expresión natural de la tragedia de España, donde la cultura, la elocuencia y la creatividad estaban siendo reemplazadas por el militarismo, la propaganda y la muerte. Poco después, hubo incluso un campo de concentración para prisioneros republicanos llamado “Unamuno”.

Admitamos que la referencia de don Miguel al estado físico de Millán-Astray fue, por decir lo menos, poco elegante e indigna de la estatura moral de un hombre que, ya entonces, había escrito obras geniales para la literatura española, como, por ejemplo, Del sentimiento trágico de la vida y Niebla. Sin embargo, digamos también que sus palabras tuvieron la capacidad de despertar y desnudar –como seguramente era el propósito de don Miguel- el odio profundo que un buen número de personas tenía y tiene hacia los intelectuales y hacia la propia inteligencia, ese odio –o, al menos, desprecio- que entre nosotros traspiran los analfabetas que, por negligencia de las bases, se adueñan de la presidencia de un partido.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Bautizo de Víctor Xavier Preciado Videgaray


Sábado 17 de septiembre de 2011. Muy buenas tardes, amigos y familia. Nos encontramos reunidos aquí para llevar a cabo una ceremonia muy especial, fuera de serie. Dada la naturaleza del oficiante, más de uno podría suponer que esta ceremonia será de carácter estrafalario, psicodélico o incluso psicotrópico. Sin embargo y en realidad, espero que con el tiempo todos recordemos este acto como el primer out of the box de nuestro personaje principal, el señor don Víctor Xavier Preciado Videgaray, para quien pido el primer aplauso de este concierto espiritual.

Sí, es Víctor Xavier, recientemente descubierto en un repollo sabroso que sus padres adquirieron con mucho amor y por las muchas ganas de incluir en este mundo un nuevo ejemplar de sí mismos, una edición bilingüe ricamente ilustrada, pero también un ser individual que con el tiempo –más temprano que tarde- cobrará su propia personalidad y se inventará, sin duda, una existencia soberana e independiente.

Así que la experiencia de vida de Víctor Xavier no es la repetición de dos almas, por más bellas que éstas sean, sino –y he aquí el milagro- la creación de un nuevo mundo.

Con Víctor Xavier comienza el universo, con Víctor Xavier se escribe el primer versículo del génesis de una nueva realidad. 10 de junio de 2011 no se olvida, porque ese día el cosmos volvió a cobrar sentido. Por supuesto que esto podría decirse de todos y cada uno de los niños y las niñas que nacen; de los seis primos del señor Preciado Videgaray; de sus bisabuelos, de sus abuelos, de sus tíos y tías; de nosotros mismos pudo haberse dicho algo semejante, y este momento prueba de manera irrefutable que nuestros padres no se equivocaron: pobres, viudos, divorciados, perseguidos por la justicia, abandonados, rencorosos, bonitos, feos, defectuosos, izquierdosos, neoliberales, ateos, creyentes, incapacitados para hacer fortuna, no importa: somos el triunfo de la vida, somos el mejor momento de la historia de la humanidad, porque todos aquí –no me cabe duda- somos gente de bien. Si se fijan, no hay aquí guardias de seguridad ni representantes de Televisa. Ambas ausencias demuestran que somos gente decente. Pero me refiero a esa decencia de la que hablaba Chesterton: Soy decente pero honesto, advertía el autor de Ortodoxia, cuya travesía espiritual –acaso sin darnos cuenta- riega con su propia agua este momento (en otra ocasión explicaré el extraño fenómeno).

Nosotros también somos gente buena, y lo digo sin altanería pero con la convicción de que Víctor Xavier ha nacido entre cronopios, es decir, entre seres ingenuos, idealistas, desordenados, sensibles y poco convencionales. Creo, a propósito, que esta especie ha evolucionado desde que Julio Cortázar los vio por vez primera en un concierto de Louis Amstrong en noviembre de 1952. Ya no somos, como los describió alguna vez su autor, seres verdes y húmedos, sino bonitos, cremosos, aromáticos y hasta capaces de disfrazarnos de gente responsable. Son matemáticas puras: la suma de dos cronopios da como resultado un cronopio más que algún día desestabilizará el planeta, sea de manera notable o con absoluta discreción. No me cabe duda, entonces, que Víctor Xavier se convertirá en un cronopio, por cuestiones de mera genética. No será necesario buscar escuelas alternativas para el hijo de Jovic y Luz Elena: Víctor Xavier ya vive hoy en una casa Montessori.

Pero si afirmamos que de todos los niños y las niñas puede decirse lo mismo (que con ellos inicia el mundo), ¿qué de especial tiene esta ceremonia? Respondo: la diferencia está en que los padres de Víctor Xavier decidieron envolver este día en un rito inédito, en un bautizo secular, muy al estilo de los matrimonios civiles de la Segunda República Española, donde nuestro pequeño héroe no se vuelve miembro involuntario de iglesia alguna y cuya agua no contiene sustancias metafísicas purificadores de pecados no cometidos. El bautizo de Víctor Xavier pertenece a otro discurso. Mantenemos a Jesús, pero lo alejamos de Pablo; nos acercamos al Concilio Vaticano II y huimos de los actuales príncipes eclesiásticos; incluimos en el lenguaje cristiano palabras de Gaston Bachelard, Goethe, Francisco de Asís, Titus Buckhardt –Sidi Ibrahim, después de su conversión al islamismo- y Bugalú Peniche. Así, en un discurso polifónico, el agua que mojará a Víctor Xavier es símbolo del alma, inaprensible y plegable a todas las formas sin dejar de ser ella misma.

En su Cántico al sol, Francisco de Asís dice: ¡Alabado seas, Señor, por la Hermana Agua, que es muy útil y humilde, y preciosa y casta! Porque el agua es anterior a la misma creación. Si leemos el segundo versículo del Génesis, encontraremos que el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y en el hinduismo, la flor de loto abierta es asiento de las divinidades, trono de Dios que flota sobre el agua de la materia prima (el agua de las posibilidades ulteriores, dice Sidi Ibrahim traducido por Bugalú Peniche).

Como el agua, el alma de Víctor Xavier será lo que quiera ser, porque tiene asegurada una crianza en el pensamiento moderno de sus padres, quienes heredan la concepción del hombre que plasmó Giovanni Pico della Mirandola en su Discurso sobre la dignidad del hombre. Y aquí me robo un pasaje del filósofo humanista para decirle a Víctor Xavier lo que Dios le dice a Adán:

¡Oh, Víctor Xavier, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves (…). Tú, no constreñido por estrechez alguna, determinarás tu naturaleza según el arbitrio a cuyo poder te he consignado. Te he puesto, Víctor Xavier, en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto existe. Ni te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informes y plasmes en la obra que prefieras (…). ¡Oh, suma libertad, suma y admirable suerte de Víctor Xavier, al cual se le ha sido concedido el obtener lo que desee, ser lo que quiera!

Regaremos agua sobre Víctor Xavier para decir frente a él que –como el agua- su vida tomará la forma de los lugares por donde corra, lo que no significa perder su esencia (ora lluvia, ora río, ora lago, Víctor Xavier, siempre serás agua, agua de los Preciado y de los Videgaray, agua milenaria cuyo destino es la mar ignota); tu alma sabrá adaptarse a las circunstancias, para nutrir la tierra por la que andes. A tu paso, Víctor Xavier, crecerá la yerba y se levantarán los árboles y el trigo; a tu paso, muchos sentiremos la brisa que necesitamos para sonreír, y otros –a tu paso- saciarán su sed; y otros, a tu paso, experimentarán la mayor tempestad de su vida. Serás, si quieres, el nuevo fenómeno atmosférico del siglo que comienza.

Saludo con respeto y cariño a los padres de Víctor Xavier, a don Jovic Preciado Journaux y a su señora esposa, doña Luz Elena Videgaray Aguilar. Con nosotros se encuentran también la abuelas de nuestro héroe, doña Marie Jocelyne Journaux Conan y doña Luz Elena Aguilar Tagle, así como la crema y nata de sus familias y sus amistades, y lo más granado de la sociedad mexicana. Presento también a quienes han sido elegidos como padrinos de Víctor Xavier, el señor don Jean-Marie Philippe Ange Legaud y su señora esposa doña Emilia Elena Íñigo Aguilar, a quienes se les ha conferido la sagrada responsabilidad de apoyar a su inminente ahijado en todo momento: desde pagar la fianza en caso de que Víctor Xavier sea acusado de demasiada felicidad hasta defenderlo ante sus propios padres cuando éstos se enteren de que cambió su lunch de la escuela por la versión porno del Manifiesto Comunista.

Doy la bienvenida a todos. Uno de los bisabuelos de Víctor Xavier no pudo acompañarnos, pero desde su casa envía una bendición especial: Pane, Agustín Aguilar Rodríguez.

Flotan sobre nosotros criaturas angelicales, y voy a mencionar a esos seres de luz que hoy acarician a Víctor Xavier y lo llenan de su propia vida y de su existencia eterna: los hermanos Osorio Mondragón (José Luis, Luz Elena y Concepción); María de la Luz Gema de los Dolores, la Nona amada; el abuelo postizo, recientemente secuestrado por los ángeles, Gerardo Aguilar Tagle, conocido en el pueblo como Wichili McCoy; y el insigne abuelo Víctor Javier Preciado, de quien su nieto toma el nombre y de quien heredará cultura, trabajo y amor (además de que seguramente brotarán a lo largo de su vida virtudes, defectos, miedos, taras y ganas de su refinadísima ascendencia).

Para colmo de bienes, Víctor Xavier es un Niño Fusión, un World Child, el fruto de un proyecto renacentista, el cosmopolitismo con patas: mezcla de naciones y culturas, combinación de sueños y vigilias, Víctor Xavier es el Escuincle Cósmico por cuyas venas corre el espíritu de la Galia aromática, de la vociferante Hispania, de la Roma portentosa, la Grecia dionisiaca y el dignísimo Anáhuac. Ahí, en sus pequeños huevitos, se formarán los futuros fenicios, para mayor gloria de la humanidad. Él será, con sus primas y primos, los verdaderos supersónicos, es decir, lo que nomás de verse al espejo conocerán pasado, presente y futuro.

Pero venimos a algo: a bautizar a Víctor Xavier. Y a eso vamos, como diría su bisabuelo Agustín.

viernes, 19 de agosto de 2011

Juan José Gurrola (1935-2007)

Una probada temprana de muerte
no es necesariamente algo malo.
Charles Bukowski

Devastado por el desvelo, tirado en la cama, escribí estas líneas durante el mediodía del sábado 2 de junio de 2007. Estaba en ayunas, apenas si logré pasar una taza de café tibio mezclado con leche condensada; y, sin embargo, no tenía hambre.

Para descongestionar la mente, escuché una hermosísima canción popular rusa, La leyenda de los doce ladrones, interpretada por el bajo profundo Boris Tchepikov.

Con versos del poeta N. Nekrassov y música de autor anónimo, la canción describe la conversión de un bandolero, Koudeyar, quien deja el oficio e ingresa a un monasterio para limpiar sus pecados (la cautivadora melodía parece reproducir la pena y el arrepentimiento lastimero de Koudeyar).

Al mismo tiempo, leí al azar páginas de El amor es un perro infernal, de Charles Bukowski, otro pecador. Me gusta mucho el final del quinto poema, Una de las más calientes:

(...)
tomamos vino y vimos horas TV

y cuando nos metimos a la cama
a dormir
se quitó la dentadura
toda la noche.

Incumplí mi norma autoimpuesta de no leer y escuchar simultáneamente, y ni siquiera así logré salir de la modorra y el aturdimiento. El intento fue en vano. Seguí atolondrado, así que me levanté de la cama, fui descalzo a la cocina, saqué del refrigerador una Victoria fría y resucité al dar el primer sorbo.

Salí al patio, encendí un cigarro, me senté a leer La Jornada, dejé que el sol bañara mis pies, y al mover los dedos descubrí que estaba vivo. El alivio me despertó, y me enteré entonces de la muerte de Juan José Gurrola, uno de los iconoclasta encantadores que en los setenta forjaron nuestro concepto del teatro y nuestra idea de la belleza.

Adiviné el buen recuerdo que despertaría en algunos de mis viejos amigos la muerte del artista.

Iniciamos nuestra juventud con Los Exaltados, de Robert Musil, estrenada en 1974 en la pequeña sala que tenía la UNAM en Avenida Chapultepec. La escenografía art decó de Fiona Alexander me impactó tanto que aún puedo verla si cierro los ojos, y si Hugo Gutiérrez Vega recuerda el predominio del blanco y del negro, así como la existencia de un emplomado al centro, yo, en cambio, tengo presente la luz, mucha luz (no sé por qué, pero este recuerdo está íntimamente ligado a una de las manualidades que hice en preprimaria, con popotes unidos con engrudo).

Ocho años más tarde, el 18 de mayo de 1982, moriría Fiona en San Luis Potosí, en un accidente de automóvil. Tenía ella apenas veinticuatro años de edad y un niño de dos años y medio, Diego, de cuya crianza y educación se encargó su padre, el genial Alejandro Luna, apoyado solidariamente por amigos cercanos, como José Ángel García y Patricia Bernal, padres a su vez de un escuincle de tres años.

Y ya que hablo de Patricia, he de confesar que, a fines de los setenta, esta mujer nos volvía locos con su belleza.

Pero en 1975, aún en vida de Fiona, vimos en la Casa del Lago Roberte esta tarde, basada en el tercer libro de Pierre Klossowski. ¿O esa vez fui solo? No me acuerdo. La cosa es que al término de la obra, salí del teatro, soñé con la caja de espejos construida por Alexander y desperté dispuesto a buscar libros del escritor francés. Conseguí entonces La vocación suspendida, La revocación del edicto de Nantes y la misma Roberte ce soir, las tres traducidas por Juan García Ponce y publicadas por Editorial ERA. Devoré la primera con una pasión casi enfermiza, como si se tratara de mi salvoconducto para salir sano y salvo de la iglesia católica, tenebrosa cárcel del alma en la que estuve confinado durante los primeros quince años de mi vida.

En 1978, en el Teatro Santa Catarina, presenciamos Lástima que sea puta, y no sólo suspiramos ante el cuerpo desnudo de Vera Larrosa sino que también quedamos convencidos de que esta puesta en escena se convertiría, con el paso del tiempo, en un hito del teatro en México, cosa que terminó siendo absolutamente cierta.

Al año siguiente, con motivo de la inauguración del Teatro Juan Ruiz de Alarcón, se encargó a Gurrola la puesta en escena de La prueba de las promesas, obra del dramaturgo novohispano con la que quedamos tan maravillados que ni cuenta nos dimos del escándalo que provocó entre las autoridades universitarias: la temporada fue suspendida y la naciente Compañía de Repertorio de la UNAM fue disuelta.

Me hubiera gustado asistir, en 1996, a Ecos del bosque blanco, que Gurrola puso en el Teatro Antonio López Mancera del Centro Nacional de las Artes, basado en Under the milkwood, de Dylan Thomas. Me da coraje no haberme enterado, porque para entonces ya había yo escuchado la obra en su formato original (es un guión de radio, o teatro para voces, algo así), traducida por Federico Campbell y premiada en Alemania. Pero a mediados de los noventa todos mis intereses se concentraban en el cuerpo vivo de mi hoy difunta esposa, cuerpo luminoso que me mantuvo ciego ante cualquier otra realidad durante tres lustros. ¡Qué iba yo a desear otra cosa, si tenía al mismo demonio en mi cama! Y el demonio es el mejor amante, me consta (lo que lo vuelve más perverso y más encantador).

También hubiera querido conocer, a los quince años de edad, el long play En busca del silencio, donde Gurrola y tres amigos músicos (Víctor Fosado, Roberto Bustamante y Eduardo Guzmán) dejaron grabadas seis espléndidas piezas de música experimental, que bien podrían ser catalogadas dentro del free jazz, aunque Juan López Moctezuma (quien entonces no tenía una muy buena opinión del jazz hecho en México) decidió crear para ellas una nueva etiqueta, Zen Jazz:

La música de Juan José Gurrola es, para mí, el resultado de un satori, un momento de iluminación (…). El artista zen pone su habilidad y su instrumento –flauta o arpa, órgano o trompeta, teponaxtle o escoba- a la disposición de Tao, el Camino de la Naturaleza, y así su arte es tan natural como las nubes y las olas, que no cometen nunca errores estéticos. Así es Gurrola y así sus músicos.

A propósito de nada: Juan López Moctezuma murió en 1995. Pasó sus últimos días en un hospital psiquiátrico.

Quien desee escuchar el exquisito álbum grabado por Gurrola y amigos en 1970, sólo tiene que apachurrar la frase Escorpión en ascendente.

Y si algún día, lector curioso, al levantar la vista hacia el cielo, ves una nube que parece caerse de tan pesada, piensa que acaso estén encima de ella, en jocosa conversación, dos gordos fabulosos que siempre habremos de recordar: José Antonio Alcaraz y Juan José Gurrola, sin olvidar que el segundo fue en varias ocasiones un grosero buscapleitos, un niño permanentemente resentido, un farsante de la cultura, un cínico pedófilo, un animal (y esto no reduce mi admiración por su obra). Yo no sé si pudo reconciliarse con el gigante José Emilio Pacheco (ambos se liaron a insultos escritos, en 1996), pero éste dejó para la posteridad versos de atinada desmitificación, supongo que dictados por el enojo y con el propósito de poner un hasta aquí a las constantes injurias del autor de Nietzsche in the Kitchen. Como botón de muestra, transcribo cuatro octosílabos con los que el poeta da la estocada final en el mencionado zipizape:

(...)
Pero comprendo su inquina.
Pobre Gurrola. What else?
Estudió para Orson Welles:
se graduó de Capulina.

sábado, 13 de agosto de 2011

Alejandro Ahora

El jueves 31 de julio de 2008, a las 9 de la mañana, iba yo en un vagón del Metro cuando me enteré por el periódico que el día anterior había muerto, en Madrid, Alejandro Aura (Ciudad de México, 1944). Más tarde, mi amiga Cecilia García-Robles me repitió la noticia. Luego, encontré en el mismo periódico que dos amigas del poeta, Amalia Garcia y Claudia Corichi, expresaban su cariño con la transcripción y publicación de la primera estrofa de Despedida (uno de los últimos poemas del dramaturgo) en la página 17 de La Jornada de ese día. Busqué y encontré en internet el poema completo. Te pido, lector sin tiempo, que te robes unos minutos para recorrer con calma la belleza de un hombre que vive con sosiego la inminencia de su propia disolución (apachurra la palabra Despedida).

Otro de sus últimos poemas (Solo y mi alma) nos muestra la admirable entereza y la dulzura del no creyente que sabe guardar la compostura y la fe en su Nada próxima, el no creyente que conserva la certidumbre de su propia fugacidad y la conciencia de que la vida es efímera... o no es.

Sonrío de ternura y admiración al saber cuál fue una de las últimas voluntades del actor: que apenas llegaran al país, sus cenizas fueran mezcladas con el hormigón empleado en alguna obra de nuestra amada Ciudad de México.

Es curioso: tanto mi madre como mi hermano gemelo experimentaron en diferentes momentos una dulce simpatía por Alejandro Aura. Ella lo admiraba por su charla sabrosa y su maestría al bailar danzón; él lo volvió compañero de camino (arrieros somos) al conocer su blog y leer con asombro su capacidad de llevar alegremente la enfermedad que lo aquejaba.

Fue en 1978 cuando, a punto de abandonar nuestra adolescencia, acudimos al teatro de la UNAM de Avenida Chapultepec (foro que ya no existe) y disfrutamos, con la boca abierta, de una bellísima puesta en escena de Tío Vania, de Chejov, dirigida por Ludwik Margules. Alejandro Aura fue Vania, Hugo Gutiérrez Vega hizo de Serebriakov, y Julieta Egurrola representó a Sonia. Los tres, esplendorosos, aunque creo que sólo Julieta tenía formación de actriz.

No sé, puedo equivocarme, pero yo siempre vi a este par de poetas (Aura y Gutiérrez Vega) como eso, como dos poetas desmadrosos (y excelentes en su oficio) a quienes se les invita a hacer teatro y dicen: ¡Órale, va! De hecho, algo que siempre me agradó del fundador de El Cuervo fue no hallar en él indicio alguno de técnica actoral. No digo que no la tuviera, digo que no se le notaba, y eso es una virtud en cualquier actor, digo yo.

Años más tarde, mi carnal Octavio Herrero tuvo la oportunidad de conocerlo personalmente, así como de trabajar con él en algunos proyectos del Instituto Nacional de Bellas Artes. A través de esas circunstancias, el actual Chief Marketing Officer de Young & Rubicam estableció una relación amistosa con Aura, y esta relación -aunque esporádica- permitió al mismo Octavio contar con la presencia del poeta en Departamento 301, proyecto televisivo que no logró concretarse (a pesar de que el programa nunca salió al aire, la grabación de aquella mañana quedó en mi memoria como lo que fue: una deliciosa charla entre dos hombres fascinantes, entre dos personalidades con hambre de público y con ganas de comunicación intensa: Alejandro Aura y Octavio Herrero).

Hace menos de tres años, el hoy guitarrista de Las Señoritas de Aviñón se topó con el conductor de televisión en Madrid, y cuando el primero regresó a México y me comentó de su encuentro con el poeta, no me describió a un hombre enfermo sino a un tipo alegre, de inconfundible y eterna sonrisa. Y esto me hace sospechar que este gigante diletante murió sin dejar de vivir. Por eso digo que Alejandro dejó de ser un Aura Momentánea para convertirse en un Ahora Permanente.

martes, 2 de agosto de 2011

Abril

Abril

April is the cruelest month, breeding
lilacs out of the dead land, mixing
memory and desire, stirring
dull roots with spring rain.

Citar a T.S. Eliot es práctica común, incluso entre quienes detestan la poesía (los monstruos siempre son aborrecibles: nada más espeluznante que un espejo). Porque, aunque la gente huye de los poetas con la prisa de quien escapa de sus propias pesadillas, lo cierto es que muchos primeros versos se vuelven, con el tiempo, consignas, refranes o aforismos de dominio público. Eso sucede, precisamente, con el inicio de El entierro de los muertos (primera parte de Tierra Baldía), recitado en jardines y parques públicos de todo el mundo cuando los paseantes quieren parecer sensibles, cultos e inteligentes. Hay en ello algo de ritual panteísta: se susurra, entre suspiros profundos y largos silencios, aquello de que abril es el mes más cruel, sin importar qué tan cerca o qué tan lejos nos encontremos de las imágenes que vio el poeta de Missouri a sus 34 años mientras componía uno de las maravillas fundamentales del siglo XX.

Abril es el mes más cruel, recordé el sábado a mediodía, mientras cruzaba el Parque México; pero no pude continuar. ¿Qué sigue? Lilas, tierra muerta, memoria, deseo…

Abril mezcla la memoria y el deseo, dice el poeta. Memoria y deseo, dos palabras que Eliot coloca en el mismo verso, una al lado de la otra, apenas conectadas por una conjunción, y la cercanía de esas dos palabras (memoria y deseo) siempre me genera desasosiego, me estremece algo de los adentros, acaso tiemblan mis propias raíces, no sé.

Al llegar a casa, busqué la estrofa y la leí en voz alta, primero en inglés, para no pensar, para no entender, sino simple y sencillamente para escuchar…

Entre las pocas ventajas de ser monolingüe está la de poder escuchar las palabras de otras lenguas como si fueran pequeños gramófonos, caleidósfonos encantadores, pequeñas cajas de música que, al contacto con otras palabras, se vuelven parte de una sinfonía diminuta.

¿Qué escucho? Algo así como un canto en adagio, un río moroso de sonidos, un viento cálido que sopla tres veces, breeding, mixing, stirring, y se detiene en el oportuno cuarto verso, ahí donde aparece la lluvia, durante un mediodía de abril.

Luego, inmerso ya en un tempo determinado, leo la traducción de Jesús Ruiz:

Abril es el mes más cruel, hace brotar
lilas del interior de la tierra muerta, mezcla
la memoria y el deseo, estremece
las raíces marchitas con lluvia de primavera.

Otra traducción, la de Olga Osorio, se esfuerza por rescatar el ritmo original:

Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando
memoria y deseo, removiendo
turbias raíces con lluvia de primavera.

Y con ambas versiones sonrío, satisfecho de placer, lleno de gozo, lleno de mí, saciado. El poema es música, pero también danza y pintura, y en ese teatro de sombras que construyen las palabras vemos algo que bailotea sobre un paisaje yermo. Es la crueldad de abril, que intenta sacar vida de la muerte.

Y lo grandioso de este poema, como de todos los grandes monumentos del siglo XX, es que otros hablarán de él y llegarán, cada uno, a conclusiones absolutamente diferentes, a imágenes y pensamientos radicalmente distintos. Basta leer más adelante y encontrarse con pasajes en movimiento perpetuo de significados (elijo aquel que, a propósito, parece referirse a esta multiplicidad de lecturas):

¿Qué son las raíces que se prenden, qué ramas brotan
de estos escombros minerales? Hijo de hombre,
nada puedes decir, o adivinar, ya que sólo conoces
un montón de imágenes rotas, donde el sol golpea,
y el árbol muerto no ofrece refugio, ni el grillo consuelo,
ni la piedra seca rumor de agua. Solamente
hay sombra bajo esta roca roja,
(ven bajo la sombra de esta roca roja),
y yo te enseñaré algo diferente, tanto de
tu sombra en la mañana avanzando a tus espaldas
como de tu sombra a la tarde creciendo para encontrarte,
yo te enseñaré el miedo en un puñado de polvo.


miércoles, 20 de julio de 2011

De lunas y dedos

Cuando el sabio señala la luna,
el tonto mira el dedo.

Conocí este aforismo a los trece o catorce años de edad, gracias a José Flores García, el Chepo, hermano marista a quien debo mucho: su pasión por la docencia y su libertad de pensamiento no sólo me dieron buenas herramientas para la autoestima y la capacidad crítica, sino que, al recordarlas, entiendo que las generalizaciones casi siempre son injustas: no todos los católicos son hipócritas, retrógrados, reaccionarios, fascistas, pederastas, intolerantes y analfabetos; hay hombres y mujeres de esta iglesia sinceros, veraces, progresistas, consecuentes y obedientes a su misión (Mateo 10, 5-8), cuyo grano de mostaza es el amor a la vida -no el miedo, no la negación del cuerpo, no la intolerancia, no la superstición, sino el amor a la vida-, semilla que luego de sembrada se convierte en la más grande de las hortalizas y en árbol robusto, de modo que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas (Mateo 13, 31-32).

Y, bueno, el aforismo de marras siempre me pareció el más adecuado para resumir una situación de excesiva torpeza intelectual y de incapacidad para percibir las sutilezas del pensamiento. Pero ahora me encuentro con el agudo análisis de un tal Dekarde Oblomovka, quien pone en duda la sabiduría y la honestidad de los señaladores de luna:

Cuando alguien señala la luna con el dedo, digo yo ¿acaso no es lícito y prudente preguntarse qué motivo puede tener ese individuo para hacer tal cosa? ¿Por qué va a ser más razonable para un testigo de la acción dirigir la mirada a la luna que observar cuidadosamente al que la está señalando? Pudiera ser que el señalador de lunas lo que intenta precisamente es desviar la atención de sí mismo, y así poder maniobrar subrepticiamente en la distancia corta mientras los demás están enfrascados en la contemplación de la lejanía.

En ese caso ¿quien sería el necio? ¿El que obedientemente dirige su mirada a la luna, o el que (afrontando valientemente el riesgo de ser tomado por un necio) intenta más bien no perder de vista al dedo y a su propietario ni un segundo?


Comentario de Juan Carlos Aguilar Tagle

Yo observaría primero al dueño del dedo. Si me pareciera confiable, sólo entonces voltearía hacia la luna. A menos que el dueño del dedo ya cuente (como tú) con mi absoluta confianza. En tal caso, posiblemente vería primero la Luna. Y si disiento, extrañado, voltearía a ver al dueño del dedo. Una tercer posibilidad es la de no mirar dedo ni Luna, porque: "Cuando el tonto señala la luna, el sabio le muestra un dedo"

martes, 19 de julio de 2011

Max Lichtenstein

Fue Ignacio Espósito quien, a fines de 2005, me habló de Max Lichtenstein, poeta argentino radicado actualmente en la Ciudad de México, al menos hasta 2011 (ahora anda en Paraná). Me habló de él como se habla de la gente amable y admirable.

-Agus, boludo, tenés que conocer a Max. Es re pilas, un jugadorazo. Y cuando se empeda es divertidísimo.

Con el paso del tiempo, Ignacio mexicanizó su lengua y abandonó un poco las formas del habla argentina (aunque no el delicioso acento bonaerense). Pero entonces, en esa época, al toparme con el baterista de Vieja Estación en el Metro Patriotismo, muy de mañana, siempre recibía yo la fresca brisa de sus verbos agudizados (y si, por la gracia de Dios, aparecía la palabra morfar, saboreaba yo el exquisito recuerdo de las empanadas de elote bañadas en chimichurri).

Después de un abrazo fraterno, nos dirigíamos ambos al Metro Auditorio, donde nos despedíamos y nos separábamos. Nacho agarraba camino al lugar de su laburo, Pastas Confetti, en la calle de Óscar Wilde, y yo tomaba rumbo a Monte Pelvoux, donde estaban las oficinas de EHS Brann la agencia de mercadotecnia directa dirigida por don Octavio Herrero, el Dandy del Blues.

En una de esas ocasiones, Nacho me habló maravillas de Max y prometió entregarme un ejemplar de Mambos Religiosos, pequeño poemario que el autor acababa de editar con el apoyo del restaurante Como. Y sí, en nuestro siguiente encuentro recibí de mi amigo el libro, que ahora abro por enésima vez.

Pero vayamos al origen mismo de mi feliz encuentro con la poesía de Max Lichtenstein. Te pido, lector, que seas paciente: yo no tengo prisa por contar esta historia. Y si en ella encuentras pasajes surgidos de un aparente delirio, recuerda lo que acaba de decir el gigante Monsi: ...la verdad, ese género tan anticlimático.

The mistery case of Sunset Tower Hotel

Entre los textos que integran Burning in Water, Drowning in Flame, antología de Charles Bukowski que va de 1955 a 1973, hay uno que en particular me gusta mucho, dedicado A la puta que se voló mis poemas. No voy a traducirlo (no me atrevo) sino que, con su permiso, hare una paráfrasis:

A la puta que se voló mis poemas

Algunos dicen que debemos mantener fuera del poema
nuestros remordimientos, permanecer impasibles ante ellos.
Sí, puede ser una buena sugerencia.
¡Pero, carajo, doce poemas perdidos!
¡Y no tengo copias!

¡Y también te llevaste mis mejores cuadros!
¡No se vale!
¿Tratas de joderme, como al resto de tus clientes?
¿Por qué no te llevaste mi dinero? Es lo que se acostumbra.
Para la próxima, llévate mi brazo izquierdo
o un billete de cincuenta… ¡pero no mis poemas!

No soy Shakespeare, pero algún día dejaré de escribir.
¿Y entonces?
Dinero, putas y borrachos siempre habrá,
hasta que caiga la última bomba;
pero, como dijo Dios, cruzando las piernas:
Noto que he creado muchos poetas…
y muy poca poesía.

Siempre que leo To the whore who took my poems, llego a la cama y, antes de conciliar el sueño, me invento un personaje que investiga el delito contra Bukowski.

El Inspector Rumpelteazer toma el caso Bukowski

¡Pero qué halago! –dice el inspector Rumpelteazer mientras saca de una bolsa de su gabardina pistaches rancios y trozos secos de nueces de la India, que se lleva a la boca-. El tipo se coge a la puta, y la fulana resulta ser una admiradora de las porquerías que escribe este pelafustán indecente. En fin, como decía mi madre: hay gente para todo. Sea como sea, Bukowski debe sentirse halagado. Sin embargo, veamos… El asunto es averiguar si estamos ante un caso de robo burdo y sin sentido, o ante un nuevo episodio de secuestro de obras de arte en Los Ángeles.

Como siempre, el tejido de elucubraciones de Rumpelteazer se da mientras el inspector recorre a pie, sin prisas y acompañado de Avelino Müller, su asistente, el camellón de la Avenida Ámsterdam. Ahora, posa su brazo derecho sobre los hombros de Müller, y sigue…

-¿Qué interés pudo encontrar Natalia en los versos de Charles Bukowski?

-¿Natalia, dijo usted, inspector?, pregunta Avelino.

-Sí, Natalia, la puta ladrona… Hermosísima, eso sí, pecosa, de piernas como pilares de mármol, labios de clavel y nalgas de sueño; pero una tarada sin recato ni reposo, como la describo en El Hombre Brócoli...

-¡Ah, cómo no, cómo no! Ese texto fue la primera entrega de su bitácora electrónica.

-Recordarás, entonces, Müller, que ahí registro un misterioso asesinato en el Hospital Rubén Leñero, de la Ciudad de México.

-Sí, por supuesto. Culpa usted a Natalia Ruiz Ochoterena de la muerte de su primo Bacilio Macedonio Ruiz. Pero, inspector, el nombre de Natalia ha de ser el que utiliza la señorita puta ante sus clientes. Digo, no creo, de veras no creo que se trate de nuestra Natalia.

-Pues crees mal, Lino. Ya sabes que conmigo avanza la pesquisa a la manera de un concierto de música alemana: allegro con brío, andante con moto, a veces prestissimo, y en ocasiones affrettando. El nombre que utilizó la bagasa ante Bukowski fue Polita del Rosal. Pero ya sé de quién se trata: la nunca bien ponderada Natalia Ruiz Ochoterena.

-¿Está usted seguro, inspector? ¿Estamos hablando de la misma Natalia? ¿Natalia Ruiz Ochoterena, la prima idiota pero buenísima de Bacilio Macedonio Ruiz? ¡Recórcholis!

-Sí, ella, buena entre las buenas. ¿Te he dicho, Lino, que Natalia y yo vivimos juntos durante dos años? ¡No entiendo por qué decidió ejercer la prostitución!

-¿Y cómo le fue durante su… vida con Natalia?

-Bien, bien. Muy bien. A cambio de retirar los cargos, ella me aceptó como marido. Y ahora que lo pienso, digamos que me pasó lo mismo que al personaje de Tom Hanks en Insomnio en Seattle…

-Sam Baldwin, de quien se enamora Meg Ryan.

-¡École cua! Frente al recuerdo sublimado de su esposa muerta, Sam Baldwin explica a Annie: Era como regresar a casa, pero a una casa en la que nunca antes había estado.

No contaré detalladamente las averiguaciones de Rumpelteazer. Bastará con decir que el inspector descubrió que Natalia, en su papel de Polita del Rosal, extrajo el legajo de Bukowski mientras el poeta dormía plácidamente en un viejo sofa de cuero agrietado color de aceituna.

Se habían hospedado a las 11:43 en el Sunset Tower Hotel, y retozaron en la cama hasta las 19:28. El análisis de laboratorio que se hizo de las sábanas indica que la parejita bebió Jack Daniel´s rebajado con Pepsi Cola (esto coincide con una de las perversiones de Natalia conocidas por Rumpelteazer: a la prima de Bacilio siempre le ha gustado que el amante tome un trago de Jack Daniel´s con Pepsi, y que inmediatamente vierta el líquido desde la boca al interior de su... cosita).

La sigilosa Polita, es decir Natalia, salió de la habitación, y luego dejó el edificio, exactamente a las 20:43, para dirigirse a la avenida La Brea. Ahí se le pierde la pista, pero sabemos que Natalia escuchó en el trayecto Bird dream of the Olympus Mons, de Pixies.

Mientras tuvo puestos los audífonos de su aipod, se imaginó transformada en Kim Deal.

Crying for Douglas

Terminó encontrándose con Mónico Aparizio, su proxeneta, en el cementerio Hollywood Forever, junto a la tumba de Douglas Fairbanks (a la orilla del estanque). Los microfonos escondidos del cementerio registraron la siguiente conversación:

-Hi, my name is Mónico Aparizio.

-Sí, ya sé, I know, papito: you are my pimp, my magnaccia, my cafisho, my cafiolo. ¿Por qué siempre haces like si fuera la primera vez que nos viéramos? ¿Te excitan las desconocidas, mono Mónico?

-I came to kill you…

-¡Ni madres, güey! A mí no me vengas con tus jaladas. Don´t pull me, nene. A ver, dame un trago de tu cheap tekila.

-I am just a cowboy in a Pixies song. Take care, mis pistolas are ready.

-¡No, qué chingaos, take care you, bato! Toma, papito, aquí están los pinches peipers que querías…

-Look my texana. It is great, ¿no?

-Superduper tu chaqueta, Aparizio. Toma, y déjame ir a descansar. Luego me regreso a Bagdad, para que no me encuentre Bukowski.

-Kill gabacho, puto reventón armaré.

-Mejor drive your troka into de ocean, whatever that means, chiquito.

Mónico Aparizio vio a Natalia desaparecer del cementerio, se sentó en la tumba de Fairbanks y espero la llegada de quien lo había contratado para robar los manuscritos de Bukowski.

Dos horas más tarde, apareció en el Hollywood Forever... Max Lichtenstein.


Aunque los detalles del encuentro entre Mónico Aparizio y Max Lichtenstein en el Hollywood Forever Cementery de Los Ángeles son mera especulación, debemos admitir que hay en ellos, en los pormenores, un alto grado de verosimilitud, a juzgar por la lectura minuciosa de Mambos Religiosos y por la más reciente declaración de Polita del Rosal en Misterios y Escándalos

¡Yo no sé! A mí ni me digan –dice Polita a un babeante A.J. Benza-. Cuando leí Lifeblood (el noveno poema de Mambos…), percibí esa manera que tiene Bukowski de… sangrar mientras ama. Claro, me cae que Lichtenstein es más dulce: si en otras partes alcanza la indecencia y la sordidez del poeta angelino (Sonrío porque estoy meando, escribe Max en Baño Bar), aquí, en Lifeblood, alcanza el sabor de la comedia negra, es decir, la mezcla de violencia y ternura que tanto apreciamos en Edward Albee, por ejemplo. ¿Puedo decir el poema, para explicarme, señor? ¡Me lo sé de memoria! Dígame si no podría ser Richard Burton quien pronunciara estos versos frente a Liz Taylor en Who´s afraid to the Big Bad Woolf? El primer verso es pocamadre (amazing line, mister Benza, amazing line: I cut my face with roses…).

Me corté la cara con rosas
y sangré como un desgraciado (no estuviste ahí
para verlo)
Ya entré en el círculo de una persona
y no me van a dejar salir
El amor se me hizo más frío que la muerte…
Ya casi confiaba en las rosas
ya casi me desnudaba ante ellas
pero me corté…

¡Ay, carbón, que poema más sirlón para el pipirín! –suelta Polita, para tormento del subtitulaje.

¡Párale, Müller! -dice Rumpelteazer, al tiempo que regresa al plato hondo el puño de palomitas que ya iban a su boca.

¿Qué pasa, inspector? –pregunta Avelino, y pone pausa.

-A ver. A ver. Esto sí es nuevo para mí. ¡Ahora resulta que Natalia, la idiota, sabe mucho de poesía y de cine!

-Así parece. ¡Y qué guapa es, a propósito! Qué linda ella, inspector, qué rechula…


-¡Dilo, Müller! Puedes hablar con franqueza: Nati ya no es mía. Di que tiene las nalgas del universo, y que su vientre anuncia la magia de su pubis; di que sus piernas son dos columnas dóricas de robusto fuste, y que toda ella te despierta las ganas de ejercer la aruspicina en su cadáver aún caliente y palpitante. ¡Di que te mueres de ganas por atacarla, montarte en ella y traicionar el contrato social y los acuerdos de nuestra civilización!

-Mire, inspector: yo, en realidad... Pero bueno, digo, en cuanto al coeficiente intelectual de Polita del Rosal, ¿no se ha exagerado sobre sus carencias, mientras que sus haberes han sido subestimados, despreciados, ignorados?

-De tus riquezas no tengo quejas, dice el poeta Bacilio. Pero en el caso de Natalia, éstas no pueden referirse a la azotea, porque la tiene llena de madreselva de estupideces. Su prodigalidad es formal y de volumen. Exuberante, el cuerpo de Natalia es el Mare Magnum; pero tiene vacío el coco, aunque ahora se las dé de cinéfila y lea a Max Lichtenstein.

-Recuerde, inspector, aquello que dijo Publio de Siria, el mimo vencedor de Décimo Laberio…

-El mismo vencedor, querrás decir.

-No, inspector: el mimo. Es que el sirio era mimo…

-¿Y qué dijo el mismo mimo?

-Sin mimar, sentenció el mimo sin miasma: Sensus, non aetas, invenit sapientiam.

-Es no la edad sino la inteligencia la que encuentra la sabiduría. Sí, sí, sí, pero volvamos a los poemas de Bukowski robados por Natalia y entregados a Mónico Aparizio para beneficio de Max Lichtenstein.

-Nos quedamos en que Mónico entregó los veinte poemas de don Carlos al joven Max, quien a su vez los convirtió en Mambos Religiosos. ¿Seguimos en esa línea de investigación?

Rumpelteazer retira de la mesa los restos de botana y los vasos de whisky tibio, y coloca frente a sí Mambos Religiosos, abierto en la página 30. Lee entonces, Nicotina en tus ojos. No lo dice, lo balbucea, y a ratos garabatea en un cuaderno escolar misteriosos signos y palabras sueltas: barco, palacio, recuerdos, mar, niebla, juguete... Llega a los últimos versos, que pronuncia con excelente dicción y absoluta nitidez, bien pausado:

Vos me llevas a mí
como una mentira de verano
que se acaba pronto.

El inspector lo repite cinco veces, como si buscara en los versos al Bukowski extraviado. ¡Pero nada! ¡Esto no es Bukowski! Bueno, sí y no. El belleco Lichtenstein ha sabido disfrazar su plagio. ¿Cómo? ¡Escribiendo nuevos versos, hasta dejar a Charles irreconocible! Porque, a ver, vayamos a El amor es un perro infernal:

Tomamos vino y vimos horas TV
y cuando nos metimos a la cama
a dormir
se quitó la dentadura
toda la noche.

¡Ése es el Bukowski que todos conocemos! Max Lichtenstein, en cambio, es más reflexivo. Escucha esto, Müller, página 24:

Las certezas se van por los ríos más sucios.
Los ríos en los que nadie se baña...
salvo tú, conejito mío.
Cómo te extraño, mi conejo negro.

De cualquier manera, nos enfrentamos a veintidós poemas provocadores y descarnados (veintidós, y no veinte) que desnudan el pensamiento de la calle (no necesariamente el pensamiento de Lichtenstein sino, insisto, el pensamiento de la calle). Sí, eso es: Mambos Religiosos pertenece a la calle, ahí se gestó, seguro, ahí creció, ahí fueron escupidas sus veintidós cosas.

-Pero, inspector, ¿qué pasó entonces en el Hollywood Forever Cementery? ¿Qué hubo entre Mónico y Max? ¿Qué entregó el uno al otro?

-No sé. Lo que sí sé es que no fueron los poemas de Bukowski. Ésos se los quedó Natalia, es decir, Polita del Rosal.

-Pero, señor...

-Mira, Müller, Max Lichtenstein tiene entre sus virtudes un oído prodigioso y una voluntad renacentista por registrar sin filtros lo que ocurre en la mente de sus contemporáneos. Sus poemas son redes de Palabras Peces (peces que son a su vez las palabras, las frases y las ideas que nadan dentro de las Cabezas Acuarios de una generación, la suya). ¿Qué necesidad tiene, por Dios, de plagio alguno?

-Hablemos, entonces, de inspiración.

-¡Ni siquiera, Avelino, ni eso! Max Lichtenstein está más cerca de Lawrence Ferlinghetti que de Charles Bukowski. Pero de eso hablaremos en otra occasion, querido amigo, apenas se publiquen su poema-crónica Viva México, y su poemario Ella mató un policía con un libro.

-¿Y no podemos comenzar ahora?

-No, Müller. Ahora tengo que encontrar a Natalia. ¿Cuánto andará cobrando la hija de la rechintola? Digo, porque yo no soy poeta.

-Dicen que hay cola para estar con Polita del Rosal y obtener sus favores. Y que las mujeres también se forman. Eso dicen, inspector. Yo, la verdad, no sé.

Si deseas adquirir un ejemplar de Mambos Religiosos, busca a Max Lichtenstein y di que vas de parte de Polita del Rosal, y Max te hará un descuento en la venta de su pequeño y hermoso libro.

lunes, 11 de julio de 2011

1992

Miércoles 1 de enero. Mi hermana Beatriz regresó ayer de Roma, así que comemos en casa de mis padres. Leo, con una mujer a mi lado, Apuntes de un lugareño, de José Rubén Romero, hermosa novela, sabrosa, fresca, como un pastel de amaretto.
Jueves 2 de enero. Con una mujer a mi lado lado, desayuno en el Café Casino (Dakota y Yosemite, en la Nápoles) huevos rancheros y café express. La guerra en El Salvador está llegando a su fin: el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y el gobierno acaban de firmar la paz en Nueva York. En la noche, con la misma mujer al lado, como donas de canela en el Vips. Me llama Octavio, para avisarme que mañana necesitamos vernos. También me llama Gerardo, para preguntarme si iré a visitarlo a Cuernavaca el sábado.

Viernes 3 de enero. Con una mujer a mi lado, almuerzo en el Café Casino una torta de milanesa y un burrito. Más tarde, en casa de Octavio, llega José Hernández, nuestro baterista. Dedicamos un rato a estructurar una canción de José. Me asignan la tarea de ponerle letra. Se me ocurre llamarla Ensayo sobre el origen de las lenguas, porque estoy leyendo a Rousseau en ese momento… y soy muy flojo para pensar (en el futuro, esta canción se llamará Vaso de alcohol, una pieza instrumental). Octavio me presta dos discos de Bob Dylan, uno de Chuck Berry, otro de Tears for fears, uno de los Stones, el único que me gusta de The Cure y uno de John Lee Hooker. Cosas viejas, sí, porque no hay nada en lo nuevo que me entusiasme (falta poco para que también abandone mi agotado y pueril gusto por el rock). La mujer que está a mi lado acaba de comprar dos libros de Lope de Vega para nuestra biblioteca compartida. Termino el día con esa misma mujer y con unas enchiladas suizas de Sanborns.

Sábado 4 de enero. Desayuno en el Sanborns de Xola, con Octavio Herrero, José Hernández, Alex Eisenring y Ana Laura Márquez.

Domingo 5 de enero. Camino por Benjamín Franklin, y contemplo el atardecer: un puente de azules y violetas une el amarillo del Poniente con el azul del Oriente. Los edificios cobran, entonces, tonalidades y tersuras que me hacen transitar por aquello que la filosofía alemana llama erlebnis: ese algo temporal o espacial que se vive inopinadamente y que se queda grabado en la memoria como un entorno de placer.

¡Nada del otro mundo! No hay violines, bombos ni platillos, no hay luz cenital, no hay lluvia de rosas. El erlebnis puede tomar una forma apacible y silenciosa, y crear un estado de ánimo que apenas si intuya el afectado. La inocente e intrascendente formación de una nube, combinada con el céfiro invernal y con una buena digestión, por ejemplo, puede producir en nosotros ese momento de impacto.

Lunes 6 de enero. Una torta de jamón, un vaso de jugo de naranja, una hamburguesa y un hot-dog.

Martes 7 de enero. Una torta de huevo, dos empanadas y unas enchiladas rojas.
Miércoles 8 de enero. A mediodía, entro en la mujer que está a mi lado.
Jueves 9 de enero. La mujer que está a mi lado me acaricia las sienes.
Viernes 10 de enero. Pensamientos mortales, con Demi Moore y Bruce Willis (divertida, solamente). Tacos de bistec y tostadas de pata. Sábado 11 de enero. Viaje a Cuernavaca con la mujer que está a mi lado, para ver a Gerardo y familia (Marugenia, Gerardo chico y Alejandra). Estar con ellos me causa mucha felicidad, mucha alegría, mucha paz. A esta reunión asisten también mis hermanas Teresa y Beatriz.
En Cuernavaca, entro en la mujer que está a mi lado. Ya de mañana, Gerardo nos mira y dice con su proverbial lengua bífida: ¿Por qué tan calladitos?
Taxi a la estación de camiones: 15 mil pesos. Tres tortas para el camino: 15 mil pesos. Dos boletos de viaje: 12 mil pesos. Dos refrescos: 6 mil pesos. Agua de guayaba, piña colada y paleta helada: 10 mil pesos. Pasajes de regreso: 10 mil pesos. Regalo para Gerardo chico: 86 mil pesos. Comida del domingo: 15 mil pesos. Varios: 7 mil pesos. TOTAL: 176 MIL PESOS. Considerando que mi sueldo quincenal es de un millón 350 mil pesos, creo que no hay desajuste económico. Sin embargo, tengo que pagar tres millones de pesos a Serfin.
Lunes 13 de enero. Como y ceno con mis hermanas Teresa y Beatriz.
Martes 14 de enero. Compro Welcome to the canteen, de Traffic. Como en Los Abuelos, con una mujer a mi lado. Miércoles 15 de enero. Como con mi hermana Beatrice (mañana se va de nuevo). Leo Ofendidos y Humillados (extraordinaria, simple y sencillamente extraordinaria: Dostoievski es la cima).