Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













viernes, 25 de julio de 2014

Padres difíciles


Abraham

Abraham estaba convencido de que Jehová, su dios, intentaba comunicarse con él. Estuvo a punto de degollar a su hijo Isaac y de “ofrecerlo en holocausto”, porque el profeta escuchó voces y porque tuvo sueños peculiares.

Judíos y musulmanes sostienen versiones distintas del mismo hecho. Mientras la Torá dice que fue Isaac el que estuvo a punto de ser víctima de filicidio (Génesis 22), el Corán sugiere que el joven del dramático episodio fue Ismael, el primogénito de Abraham.

Sí y no, arguyen judíos y cristianos: Ismael es hijo de una esclava egipcia (Agar). Isaac, en cambio, es hijo de Sara, la mujer “legítima”.

Pues será el sereno, digo yo, pero los versículos 15 y 16 de Deuteronomio son muy claros con respecto a la primogenitura y coinciden con el filósofo de Güemes: “El primer hijo es el primer hijo”.

Aunque en la sura 37:102 del libro islámico Ismael va al sacrificio consciente de su destino y con absoluta voluntad, sospecho que desde ese día ya no pudo vivir (y menos dormir) tranquilo al lado de su padre.

 -Ofrécelo (o elévalo) en holocausto, dijo Jehová.

Así que podemos suponer que la idea era matarlo y quemarlo entero en una pira de leña, para, como señala la ley mosaica, “alzar un olor agradable hacia el Señor” (Levítico 6, 15).

El dios de Abraham pide un holocausto y no un moirocausto. De haber exigido Jehová un moirocausto, el profeta hubiera tenido que asar una parte de su hijo para comérsela, a manera de cordero pascual, con una suculenta guarnición de dátiles y yerbas. De cualquier manera y afortunadamente (o mejor dicho, providencialmente), un ángel detiene a tiempo el que hubiera sido el más insensato de los sacrificios.

Layo

Pero Abraham no es el único padre difícil. El rey Layo abandona a Edipo a su suerte porque el oráculo de Delfos le había asegurado que moriría a manos de su propio hijo, cosa que a la mera hora sucedió: Layo y Edipo se encontraron en un camino estrecho, y ambos –sin reconocerse- se exigieron simultáneamente  el derecho de paso. Como ninguno cedía, terminaron liados a golpes. Muere Layo y su auriga.

Pedro Páramo

El camino de Edipo me recuerda a Abundio Martínez. El arriero, borracho, tuerce el camino, sale del pueblo y toma una vereda que lo lleva directo a la hacienda de su padre, quien lo ve llegar pero no lo reconoce (no sabe que es su hijo). Abundio da traspiés, “agachando la cabeza y a veces caminando en cuatro patas”, como el personaje del acertijo de la Esfinge que resuelve Edipo.

Abundio llega frente a su padre, quien está sentado junto a la puerta principal de la hacienda. No se reconocen. Abundio ruega por una caridad para enterrar a su mujer. Su padre, indolente, esconde el rostro debajo de una cobija.  Abundio lo apuñala.

El hombre apuñalado por su hijo es Pedro Páramo, un padre difícil.

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