¿Será ésta la última novela de Milan
Kundera? No sé. No sé si Kundera ha declarado algo sobre el asunto, es
decir, si piensa dejar la escritura, ahora que la vejez lo ha sorprendido en su
apacible residencia parisina.
La pregunta no es ociosa, al menos para mí, un
lector desordenado que se niega a romper el hilo existente entre el creador y
la obra, ese cordón umbilical a través del cual se alimenta la criatura nueva
en su período de gestación.
Porque si La
fiesta de la insignificancia, que casualmente también trata sobre el
ombligo (y sobre la madre, entre otros asuntos), si esta brevísima novela,
digo, es la despedida literaria de un gran escritor, habrá que leerla con
muchos ojos, y no porque así deba ser sino porque nosotros somos la generación que está leyendo muy probablemente el último Kundera… con Kundera vivo.
Imagino la siguiente escena:
Es 1846. Estoy en Place du Tertre, en
Montmartre, así que decido comer algo en La Mère Catherine. Al reconocerme, uno
de los meseros se acerca y me entrega un ejemplar de Le Constitutionnel:
-Soupe
à l’oignon gratinée, monsieur ?
-Mais
oui, comme d’habitude, cher Jean Albert.
La reverencia de Jean Albert es un
disimulado gesto que sólo yo percibo y que agradezco con el esbozo de una
sonrisa. Al desaparecer el joven, me concentro en hojear el periódico, sin
prisa, con ese desgano de quien se sabe fuera de tiempo. De pronto, al llegar a
las páginas centrales, aparece ante mis ojos el primer capítulo de La prima Bette. ¿Y de quién es esta
nueva novela de folletín? ¡Claro, pero por supuesto! ¡Honorato de Balzac! Al
percatarme de que me encuentro frente a la nueva novela de Balzac, me da el
escalofrío; luego llega un leve mareo: recuerdo que estoy en 1846.
Llega Jean Albert con mi sopa de
cebolla. Al dejarla junto a mí, los ojos del muchacho se tropiezan con mi
lectura:
-Monsieur…
-Mande usted.
-Lisez attentivement. Balzac va mourir dans quatre
ans.
-¿Balzac morirá dentro de cuatro años? ¿Y por qué lo sabes?
-Parce que je le sais, monsieur !
A partir de este momento, con la
revelación de Jean Albert, mi lectura de La Prima Bette se vuelve una doble
lectura: la historia por sí misma y la despedida inconsciente de un hombre
maravilloso, Balzac.
Y algo semejante me sucede ahora. He terminado la lectura de La
fiesta de la insignificancia, y mi Jean Albert me susurra:
-Aquí termina todo,
no habrá más Kundera. Lee con atención antes de juzgar.
Comienzo por segunda
vez La fiesta de la insignificancia. El Jardín del Luxemburgo, el ombligo al
aire de las parisinas, un cáncer fingido, una lengua falsa, los ángeles, la voz
de una madre ausente, Stalin, la próstata de un hombre insignificante, Narciso y sus espejos, amantes
borrosas, viudas deslavadas… Y, al final, la Marsellesa cantada por un coro infantil.
Leo por segunda vez La fiesta de la
insignificancia. Imagino a Milán Kundera en su retiro parisino: tranquilo, sin
aspavientos, sin arrogancias; un hombre viejo que parece gozar las minucias de
la vida.
Algunos lectores se sentirán
desilusionados con esta pieza breve de Kundera (alguien la ha llamado "epílogo triste" para una obra de vida que contiene diez novelas). Yo me siento agradecido, profundamente
agradecido. Y comienzo de nuevo la lectura:
Era el mes de junio, el sol asomaba entre las nubes...
Era el mes de junio, el sol asomaba entre las nubes...