...y no encuentro mastique.
Entra el piano de José Luis como una campana oscilante que llama a
misa. Entran los trastes agrestes de Ignacio y el corazón metódico de Xavier
Gaona. Octavio posa su mano derecha sobre las cuerdas de la guitarra, y los muy
atentos tenemos el gozoso privilegio de escuchar un leve y agudo quejido
metálico, ese sonido que en estricto sentido no pertenece a la “composición”
pero que dice mucho de la música que viene. Un lamento afortunado para decir
rocanrol (es eso que Milorad Pavic y Mario Molina señalan como “tonalidades
alícuotas”).
Octavio rasga la luz con acordes abiertos… y rompe el alba. Amanece. Entra Ezequiel: ¡Me sangran las manos mientras le río al Sol! Voy andando río abajo. Y es entonces cuando veo cuerpos de muchachas desnudas que salen del agua con las tetas al aire, porque escuchan, y al escuchar entienden que eso que suena, que-eso-que-suena-es rocanrol. Comienza el álbum y ya encontramos desde el principio nuestro lugar en el cosmos: aquí, frente a Los Rompevidrios.
¡Amo la batería de Nacho! La amo desde el bajo vientre. ¡Ahí está! Y el solo de Herrero recuerda a los danzantes que el baile de los epilépticos de la luna aún sigue.
Octavio rasga la luz con acordes abiertos… y rompe el alba. Amanece. Entra Ezequiel: ¡Me sangran las manos mientras le río al Sol! Voy andando río abajo. Y es entonces cuando veo cuerpos de muchachas desnudas que salen del agua con las tetas al aire, porque escuchan, y al escuchar entienden que eso que suena, que-eso-que-suena-es rocanrol. Comienza el álbum y ya encontramos desde el principio nuestro lugar en el cosmos: aquí, frente a Los Rompevidrios.
¡Amo la batería de Nacho! La amo desde el bajo vientre. ¡Ahí está! Y el solo de Herrero recuerda a los danzantes que el baile de los epilépticos de la luna aún sigue.
Traigo desde la madrugada un bucle sonoro, un gusano auditivo, ese garabato musical que llega a la mente de manera inopinada y se queda ahí, dando
vueltas durante todo el día, sin que uno pueda hacer algo para eliminarlo: Take a ride for yourself, take a ride for
yourself. El día termina y duermo con mi bucle sonoro, incisivo; el gusano
se mete en los sueños: contemplo a Los Rompevidrios. El garabato se transforma
y se vuelve las luces brillan de las
esquinas colgadas. La noche se desvanece y el bucle se transforma en la muerte es un canario, es un beso, una
cereza, un chocolate, es un pandero, una ola, es un trineo.
La noche se desvanece y Los Rompevidrios siguen ahí.
Para describir Viaje sin
retorno, el primer álbum de Los Rompevidrios, podría soltar aquí una lista
interminable de adjetivos e interjecciones, pero la palabra que resume con
claridad y exactitud la fuerza de esta colección de canciones es rocanrol. Ahora mismo he puesto por enésima vez el
disco y lo escucho con audífonos para subir el volumen a todo lo que da sin
molestar a los de casa.
Repito el ritual de hace cuarentaicinco años: mi mejor amigo, mi
viejo hermano, me regala un ejemplar de Viaje
sin retorno, que trae la voz inigualable de Ezequiel, los riffs proverbiales de Octavio (y sus
solos, sus armonías, sus melodías, sus ataques rotundos), la corpulencia de los
tambores de Ignacio, la elegancia de Xavier, esa elegancia que engorda como
cerdo y que da cuerpo al sonido; el teclado precioso de Josefáin. Me olvido
entonces de todo lo que estoy haciendo, salgo de la chamba, camino bajo la
lluvia hacia la casa, me desvisto, me pongo ropa cómoda, enciendo el aparato de
sonido, miro la portada con delectación, abro el álbum con mucho cuidado, saco
el disco, lo coloco en la bandeja, enciendo un cigarro, abro una cerveza y
apachurro el botón. ¡Y ahí está! ¡Es rocanrol, verdadero rocanrol! Rocanrol bien hecho, composiciones que se vuelven
entrañables y necesarias, y que al llegar a nuestro vientre nos incendian los
adentros como lo hicieron en su momento los dioses que marcaron nuestra vida.
Vivo esta noche el mismo deleite que experimenté al escuchar por vez primera
las canciones que me definieron espiritualmente.
Cinco músicos excelentes y una ejecución impecable.
¿Cuál es mi preferida? La respuesta cambia en cada puesta del disco.
Si me caso con una, a los cuatro minutos ya la ando engañando con la siguiente.
Estamos ante una docena de piezas que juntas se vuelven necesarias entre sí y
que solas, sin embargo, pueden vivir con suficiente independencia.
No soy un crítico, pero he escuchado esta música desde los diez
años de edad, escuché a los grandes cuando comenzaban, así que tengo el oído,
la erudición y la autoridad para afirmar que Viaje sin retorno es un obra a la altura de las más altas cimas del
rocanrol. Aquí se han juntado cinco almas intemporales que ya no se cuecen al
primer hervor y que no se andan con rodeos para hacer lo que hacen desde niños y
que, por supuesto, hoy lo hacen mucho mejor.
Todavía hay palabras que decir de este volcán.
Todavía hay palabras que decir de este volcán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario