Siempre es poco el
conocimiento personal, siempre es insuficiente, es apenas un haz de luz que
cruza con timidez la espesa penumbra de nuestra propia ignorancia, negra como
la pez, vasta como la nada. Pero este parvo saber que raya en la inopia es, sin
embargo, motivo de alegría infantil, una alegría socrática: Sé que nada sé, lo que me garantiza toda una
vida de descubrimientos, piensa el niño con el cuerpo.
(Porque, a
propósito y entre paréntesis, el cuerpo de los niños es un ser pensante; el
niño piensa con la epidermis y con sus vísceras. Sí, también lo hace con la
mente –como centro receptor y transmisor de acciones orgánicas-, pero no sólo
con ella, como hacemos los adultos, que escindimos irremediablemente el mundo
de las ideas del mundo de los sentidos.)
El niño sospecha
que el conocimiento es vasto pero asequible, así que utiliza todos los medios
para acceder a él, desde el interrogatorio pertinaz hasta la exploración riesgosa
del territorio accesible (el sótano, la buhardilla, el patio, la terraza). El
método efectivo de conocimiento inmediato es, por supuesto, el juego.
Al mirar el juego
de los niños, los adultos sonreímos enternecidos, sin saber o sin querer
entender que en ese juego se descifran y desentrañan los misterios del mundo.
Todo juego es una incógnita y corresponde al niño resolver el acertijo. ¡Y se
aflige, muchas veces se aflige! ¿Por qué se aflige el niño cuando juega? ¡Es sólo un juego!, le decimos, sin entender, sin recordar nuestra propia infancia.
La aflicción del
niño ante la oscuridad no es el miedo supersticioso del adulto, sino el ansia
de saber qué hay entre las sombras y de entender su respiro pausado. El niño
brinca de gusto ante el más mínimo hallazgo y se impacienta ante las tinieblas,
se conforta frente a la refulgencia de las cosas nuevas, sobre todo de aquellos
que se le aparecen sin haberlas buscado.
Mantener en
nuestros niños ese estado de asombro permanente (È del poeta
il fin la meraviglia, afirma Giammbatista
Marino), es garantizar en su adolescencia el deseo del conocimiento a través de
la investigación, el estudio, la acción (el juego) y el diálogo (todo lo que veo responde a una pregunta –discurre
el niño con mente y cuerpo-; encontrar la
pregunta me permitirá entender lo que veo, y para ello necesito interlocutores).
Podemos, sin
embargo, obstaculizar e incluso atrofiar ese espíritu, mediante la mentira
clasista, la falsificación ideológica o el dogma religioso. Proteger la
libertad de pensar de los niños en las escuelas primarias es garantizar en
ellas el comienzo de la educación superior.