Se vio en la penosa necesidad de dejar los
besos atados a su lengua.
Y el denso mar de miedo separaba los
cuerpos, despedía
la fragancia de la culpa.
Los besos gruñeron de hambre
mientras se
miraban.
Una sonrisa desde la ventana,
un lamer de labios en la acera.
Arriba, una aspiración lenta;
abajo, un atraganto de nada
cruzó la calle y abrió el zaguán…
Subió las escaleras hasta el tercer piso.
No tuvo que tocar: la puerta estaba
abierta.
Quitaron a sus besos el bozal
y se entrelazaron.
Muy cerca, a un lado, alguien se vio en la penosa necesidad
de dejar los besos atados a su lengua.