¡Feliz cumpleaños, doña Beatriz de la Concepción!, es el deseo sincero y profundo de este Pañuelo Bordado, cuyo autor fue amablemente invitado a la septuagésima celebración de su agraciado nacimiento, y se convirtió, por eso, en testigo de lo acaecido durante el atardecer y la noche entera del pasado domingo 18 de abril, en el Alcázar de Chapultepec, escenario de la fiesta más esperada de la Ciudad de México al comienzo de nuestros insólitos años veinte.
El cielo despejado, perlado de lejanas estrellas, sirvió de bóveda catedralicia a la embelesada concurrencia, dentro de la que brillaron por su lozanía, su orgullo y su felicidad los padres de la festejada: don Agustín Aguilar Rodríguez y doña María de la Luz Tagle Osorio, a quienes se vio conversar animadamente, en la mesa principal, con el Presidente de México, don Andrés Manuel López Obrador, y con su señora esposa, doña Beatriz Gutiérrez Müller (hemos de advertir que la presencia del primer mandatario y la presidenta del Consejo Asesor de la Coordinación Nacional de Memoria Histórica, tuvo como razón de ser el hecho de que esta gala forma parte de la diversas conmemoraciones de la ya bicentenaria consumación de nuestra independencia).
Mientras, en la misma mesa, la dulce y encantadora doña Luz Elena Osorio Mondragón, amada tía abuela de la mayoría de los presentes, mostraba al nuncio apostólico, don Franco Coppola, cómo hacer palomas, jirafas y rinocerontes con su servilleta. Fue dicho obispo quien, al mediodía, celebró en el Templo de la Sagrada Familia una misa en latín para la homenajeada, con bendición especial traída desde el Vaticano e incluso con plegarias inéditas que se elevaron a las alturas, para que lloviera como maná la mirada fructífera de las huestes celestiales.
Las mesas contiguas fueron ocupadas por la numerosa familia de Lady Shell, nombre con el que es conocida en Nueva York la sobrina nieta de Carmen Mondragón y esposa de don José González (a propósito: en las mesas de los artistas invitados se escuchó recordar que están cumpliéndose cien años del regreso de Nahui Olin a México, después de su estancia en San Sebastián, España).
Las sonrisas permanentes de Lady Shell y don José González fueron, a propósito, constantemente iluminadas por los destellos fotográficos de la prensa rosa (el arquitecto no se cansó de hacer caravanas de agradecimiento a todos los presentes por su amorosa asistencia y sus aplausos repentinos, que sirvieron de contrapunto a las piezas de la orquesta de cámara, que nos deleitó con un selecto y extenso repertorio de piezas de Jean-Philippe Rameau).
Mientras, en la placidez de la noche, flotaba entre susurros, risas, danzas y abrazos, los sedosos girones de nubes evanescentes, que fueron apenas albas pinceladas, incapaces todas de esconder la tenue luz de la Luna y las estrellas, exentas siempre, mas siempre rutilantes.
Ahí estuvieron, también y por supuesto, los siete hermanos de doña Calita, así como su hija doña María José y su yerno José Andrés, ambos reconocidos empresarios textiles a quienes se debió la finura de los blancos manteles, mismos que permitieron el lucimiento de las servilletas Pineda Covalin, que nadie quiso usar, dicho sea de paso, y que fueron discretamente sustraídas por damas y caballeros, junto con la postal del menú, cuyo diseño art decó fue motivo de merecidos elogios.
No faltaron sus nietos, el joven José Andrés y la señorita Regina, ni los sobrinos. Tampoco faltaron los sobrinos nietos ni los cónyuges, aquellos que no han huido aún y que han sabido reconocerse como miembros de este clan de prosapia distinguida y asombroso linaje.
El jolgorio y la algarabía fueron constantes tanto en la mesa de los discípulos de la arquitecta Aguilar Tagle como en la mesa ocupada por sus compañeros colegas (algunos, miembros del claustro docente de la Universidad Nacional Autónoma de México; otros, integrantes del profesorado de la Universidad del Valle de México).
En cuanto al hermoso y soberbio vestido que lució doña Calita, éste será sin duda motivo de conversaciones inagotables durante los próximos meses. La arquitecta, historiadora del Arte y maestra de varias generaciones dio instrucciones precisas para combinar en su atuendo tradición y modernidad con la visión artística de Jean-Paul Gautier y Miuccia Prada, quienes, contratados para la ocasión, trabajaron con base en bordados de mujeres mexicanas y sobre colores de rosa y lila. ¡Un verdadero agasajo para los ojos acostumbrados a la alta costura! Fuentes fidedignas nos comentaron que el Palais Galliera de París ha solicitado el vestido para exponerlo próximamente en una de sus galerías.
Por último, hablemos de las exquisitas viandas, cuya preparación estuvo conducida por el reconocido chef Enrique Olvera.
Pan de centeno con delicadas incrustaciones de pasas y nueces; pan que se aspiró primero, para luego trozarse y humedecerse en un dorado aceite de oliva traído de Baja California, y que nos dio la bienvenida al momento de llevárnoslo a la boca.
Más tarde, y mientras nos deleitábamos con un amable e inocente amuse bouche, capricho que no sólo cumplió con la tarea de divertir al paladar durante la lectura del menú, sino que, además, sorprendió por su calidad de convite y por la elección de sus ingredientes (pedacitos de jitomate hundidos en aguacate licuado y sustrato de chicharrón.
El primer plató repitió, a manera de ambientación, un aguacate que no contuvo sino que emparedó pequeños y jugosos camarones, bañado todo en crema de chipotle y en compañía de un Chardonnay californiano, que más tarde apuramos con un prodigioso robalo, empapado en aceite de trufa y chile manzano, el cual nadó en jugo de maracuyá y leche de coco. Y para limpiar el paladar, vinagreta de limón. Luego vinieron nuevos y felices matrimonios, entre platillos inauditos y vinos excelentes, como un exquisito Cabernet Sauvignon –el australiano Black Opal- que escoltó el plato fuerte: carpaccio de magret de pato en vinagreta de pipián y espuma de mezcal. Después, el pre-postre: pastel de queso con ciruela. Y para terminar, camote con nieve de guanábana, delicia equilibrada con un Moscato D’Asti.
Pero las palabras se agotan para describir esta insólita velada, que será memorable y modelo inspirador del siglo XXI. Doña Beatriz de la Concepción Aguilar Tagle cumplió setenta abriles y, al hacerlo, refrenda su fama: es paradigma de buen gusto y retrato de belleza permanente para el mundo civilizado.
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