
Otro de sus últimos poemas (Solo y mi alma) nos muestra la admirable entereza y la dulzura del no creyente que sabe guardar la compostura y la fe en su Nada próxima, el no creyente que conserva la certidumbre de su propia fugacidad y la conciencia de que la vida es efímera... o no es.
Sonrío de ternura y admiración al saber cuál fue una de las últimas voluntades del actor: que apenas llegaran al país, sus cenizas fueran mezcladas con el hormigón empleado en alguna obra de nuestra amada Ciudad de México.
Es curioso: tanto mi madre como mi hermano gemelo experimentaron en diferentes momentos una dulce simpatía por Alejandro Aura. Ella lo admiraba por su charla sabrosa y su maestría al bailar danzón; él lo volvió compañero de camino (arrieros somos) al conocer su blog y leer con asombro su capacidad de llevar alegremente la enfermedad que lo aquejaba.
Fue en 1978 cuando, a punto de abandonar nuestra adolescencia, acudimos al teatro de la UNAM de Avenida Chapultepec (foro que ya no existe) y disfrutamos, con la boca abierta, de una bellísima puesta en escena de Tío Vania, de Chejov, dirigida por Ludwik Margules. Alejandro Aura fue Vania, Hugo Gutiérrez Vega hizo de Serebriakov, y Julieta Egurrola representó a Sonia. Los tres, esplendorosos, aunque creo que sólo Julieta tenía formación de actriz.
No sé, puedo equivocarme, pero yo siempre vi a este par de poetas (Aura y Gutiérrez Vega) como eso, como dos poetas desmadrosos (y excelentes en su oficio) a quienes se les invita a hacer teatro y dicen: ¡Órale, va! De hecho, algo que siempre me agradó del fundador de El Cuervo fue no hallar en él indicio alguno de técnica actoral. No digo que no la tuviera, digo que no se le notaba, y eso es una virtud en cualquier actor, digo yo.
Años más tarde, mi carnal Octavio Herrero tuvo la oportunidad de conocerlo personalmente, así como de trabajar con él en algunos proyectos del Instituto Nacional de Bellas Artes. A través de esas circunstancias, el actual Chief Marketing Officer de Young & Rubicam estableció una relación amistosa con Aura, y esta relación -aunque esporádica- permitió al mismo Octavio contar con la presencia del poeta en Departamento 301, proyecto televisivo que no logró concretarse (a pesar de que el programa nunca salió al aire, la grabación de aquella mañana quedó en mi memoria como lo que fue: una deliciosa charla entre dos hombres fascinantes, entre dos personalidades con hambre de público y con ganas de comunicación intensa: Alejandro Aura y Octavio Herrero).

Hace menos de tres años, el hoy guitarrista de Las Señoritas de Aviñón se topó con el conductor de televisión en Madrid, y cuando el primero regresó a México y me comentó de su encuentro con el poeta, no me describió a un hombre enfermo sino a un tipo alegre, de inconfundible y eterna sonrisa. Y esto me hace sospechar que este gigante diletante murió sin dejar de vivir. Por eso digo que Alejandro dejó de ser un Aura Momentánea para convertirse en un Ahora Permanente.
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