Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













domingo, 16 de agosto de 2015

Nuevas voces en el mundo nuevo*

El Carnihueso en el Mundonláin

El Carnihueso. Se usa esta voz para referirse al mundo físico y distinguirlo del mundo real (el mundo en línea). 


En el Carnihueso viven los vigesimocrépitos, 
pero también los pantallescentes. 

Los primeros enfrentan el Carnihueso 
de manera grave, mientras que los segundos 
lo hacen de manera vaporosa. 

Tanto los vigesimocrépitos 
como los pantallescentes 
son personas felices. 

Los vigesimocrépitos piensan 
que los segundos están tristes 
y que están desperdiciando su vida. 

Los pantallescentes están convencidos 
de que los vigesimocrépitos están tristes 
y que están  desperdiciando su vida.

Vigesimocrépito. Sobreviviente del siglo XX convencido de que la humanidad está en decadencia por culpa de internet. 


El vigesimocrépito insiste 
en llamar virtual al mundo real, 
y mundo real al Carnihueso.

Mundonláin. El mundo real. Pero el Mundonláin no es un ámbito cerrado: se  puede cruzar sus fronteras para visitar el Carnihueso, donde se cubren necesidades animales (comer, dormir, entrar en otros animales o dejarse penetrar por esos otros animales, bañarse, cagar, beber cerveza y mear, por ejemplo). 

Los vigesimocrépitos, en cambio, se refugian en el Carnihueso y desde él refunfuñan y presumen orgullosos el hecho de no estar conectados al Mundonláin. Sin embargo, frecuentemente, con voluntad o sin ella, algunos vigesimocrépitos visitan el Mundonláin. 


Reconocemos a un vigesimocrépito 
en el Mundonláin porque está enojado.
Pero estar enojado es su manera 
de mantenerse feliz.

Pantallescente. Persona que no rebasa aún los veinte años de edad y que, por tanto, se relaciona con su entorno humano a través de internet. 

Si un vigesimocrépito del Carnihueso le muestra un libro de papel o un disco compacto (con la arrogancia de quien dice "mira de lo que te estás perdiendo"), el pantallescente observa estos objetos con fascinación arqueológica y una amplia sonrisa de gratitud. Porque desde tiempos inmemoriales, lo inútil es hermoso y así seguirá siendo. 

El pantallescente que además es hipster tiene en su casa un estante con libros de papel (a veces, incluso, los lee) y discos compactos -o hasta discos de vinilo- (a veces, incluso, los escucha), porque fortalecen su idea de un mundo alternativo. 

El pantallescente que además es hipster, contempla a los vigesimocrépitos con cierta admiración taxidérmica, pero los aborrece cuando descubre que sí tienen cuenta en Facebook. El pantallescente hipster no soporta la hipocresía y la deslealtad de los vigesimocrépitos, porque -piensa- estos viejos inútiles no se refugian en el Carnihueso por rebeldía sino por ineptitud, por torpeza, por incompetencia

Escriferio. Refrigerio que consume el pantallescente durante su estancia frente a la pantalla del escritorio del Carnihueso. 


Algunos vigesimocrépitos insisten 
en llamar lunch al escriferio. 
¡Hay que hablar bien el español, por amor a Dios!

Redecente. Persona que, al estar interactuando en la red, se comporta con buenas maneras. Cuando se le insulta personalmente o se le critica su forma de pensar, el redecente responde con una carita feliz (dos puntos y cierre de paréntesis, nada de emoticones prefabricados) y canta alabanzas a la libertad de expresión.

Cibercondriaco. Persona que, al percibir en sí misma un problema de salud, dedica toda su energía a buscar en la red la prueba de que padece una enfermedad incurable. En su búsqueda, obtiene información valiosa sobre síntomas de enfermedades que desconocía y que ahora detecta en su propio cuerpo.

Egomento. Palabra cada vez más utilizada para sustituir la cursi selfie. Momento del yo, monumento a mí mismo, autorretrato tomado con el celular (aparato que, a propósito, los vigesimocrépitos siguen llamando teléfono celular –e insisten en llamar al e-mail correo electrónico, como si de verdad siguieran ellos enviando cartas de papel a la tía Natalia). 


Con cada egomento demostramos diariamente 
nuestra existencia en el Carnihueso.

Redegoriguación. Búsqueda de mi persona en la red, mediante el googleo de mi nombre.


Vigesimocrépito en el Carnihueso

*Estas propuestas se me ocurrieron después de leer The 20 Weirdest Word Added to the Dictionary Because of Technology, de Lindsay Kolowich, texto del Mundonláin que me compartió mi hermana Beatriz, pantallescente de corazón.











sábado, 1 de agosto de 2015

Me rompieron los vidrios

...y no encuentro mastique.

Entra el piano de José Luis como una campana oscilante que llama a misa. Entran los trastes agrestes de Ignacio y el corazón metódico de Xavier Gaona. Octavio posa su mano derecha sobre las cuerdas de la guitarra, y los muy atentos tenemos el gozoso privilegio de escuchar un leve y agudo quejido metálico, ese sonido que en estricto sentido no pertenece a la “composición” pero que dice mucho de la música que viene. Un lamento afortunado para decir rocanrol (es eso que Milorad Pavic y Mario Molina señalan como “tonalidades alícuotas”).

Octavio rasga la luz con acordes abiertos… y rompe el alba. Amanece. Entra Ezequiel: ¡Me sangran las manos mientras le río al Sol! Voy andando río abajo. Y es entonces cuando veo cuerpos de muchachas desnudas que salen del agua con las tetas al aire, porque escuchan, y al escuchar entienden que eso que suena, que-eso-que-suena-es rocanrol.  Comienza el álbum y ya encontramos desde el principio nuestro lugar en el cosmos: aquí, frente a Los Rompevidrios.

¡Amo la batería de Nacho! La amo desde el bajo vientre. ¡Ahí está! Y el solo de Herrero recuerda a los danzantes que el baile de los epilépticos de la luna aún sigue.

Traigo desde la madrugada un bucle sonoro, un gusano auditivo, ese garabato musical que llega a la mente de manera inopinada y se queda ahí, dando vueltas durante todo el día, sin que uno pueda hacer algo para eliminarlo: Take a ride for yourself, take a ride for yourself. El día termina y duermo con mi bucle sonoro, incisivo; el gusano se mete en los sueños: contemplo a Los Rompevidrios. El garabato se transforma y se vuelve las luces brillan de las esquinas colgadas. La noche se desvanece y el bucle se transforma en la muerte es un canario, es un beso, una cereza, un chocolate, es un pandero, una ola, es un trineo.

La noche se desvanece y Los Rompevidrios siguen ahí.


Para describir Viaje sin retorno, el primer álbum de Los Rompevidrios, podría soltar aquí una lista interminable de adjetivos e interjecciones, pero la palabra que resume con claridad y exactitud la fuerza de esta colección de canciones es rocanrol.  Ahora mismo he puesto por enésima vez el disco y lo escucho con audífonos para subir el volumen a todo lo que da sin molestar a los de casa.

Repito el ritual de hace cuarentaicinco años: mi mejor amigo, mi viejo hermano, me regala un ejemplar de Viaje sin retorno, que trae la voz inigualable de Ezequiel, los riffs proverbiales de Octavio (y sus solos, sus armonías, sus melodías, sus ataques rotundos), la corpulencia de los tambores de Ignacio, la elegancia de Xavier, esa elegancia que engorda como cerdo y que da cuerpo al sonido; el teclado precioso de Josefáin. Me olvido entonces de todo lo que estoy haciendo, salgo de la chamba, camino bajo la lluvia hacia la casa, me desvisto, me pongo ropa cómoda, enciendo el aparato de sonido, miro la portada con delectación, abro el álbum con mucho cuidado, saco el disco, lo coloco en la bandeja, enciendo un cigarro, abro una cerveza y apachurro el botón. ¡Y ahí está! ¡Es rocanrol, verdadero rocanrol!  Rocanrol bien hecho, composiciones que se vuelven entrañables y necesarias, y que al llegar a nuestro vientre nos incendian los adentros como lo hicieron en su momento los dioses que marcaron nuestra vida. Vivo esta noche el mismo deleite que experimenté al escuchar por vez primera las canciones que me definieron espiritualmente.

Cinco músicos excelentes y una ejecución impecable.

¿Cuál es mi preferida? La respuesta cambia en cada puesta del disco. Si me caso con una, a los cuatro minutos ya la ando engañando con la siguiente. Estamos ante una docena de piezas que juntas se vuelven necesarias entre sí y que solas, sin embargo, pueden vivir con suficiente independencia.

No soy un crítico, pero he escuchado esta música desde los diez años de edad, escuché a los grandes cuando comenzaban, así que tengo el oído, la erudición y la autoridad para afirmar que Viaje sin retorno es un obra a la altura de las más altas cimas del rocanrol. Aquí se han juntado cinco almas intemporales que ya no se cuecen al primer hervor y que no se andan con rodeos para hacer lo que hacen desde niños y que, por supuesto, hoy lo hacen mucho mejor.

Todavía hay palabras que decir de este volcán.