Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













jueves, 2 de abril de 2020

Quitaron a sus besos el bozal


Se vio en la penosa necesidad de dejar los besos atados a su lengua.
Y el denso mar de miedo separaba los cuerpos, despedía
la fragancia de la culpa.

Los besos gruñeron de hambre 
mientras se miraban.

Una sonrisa desde la ventana,
un lamer de labios en la acera.
Arriba, una aspiración lenta;
abajo, un atraganto de nada
cruzó la calle y abrió el zaguán…

Subió las escaleras hasta el tercer piso.
No tuvo que tocar: la puerta estaba abierta.

Quitaron a sus besos el bozal
y se entrelazaron.

Muy cerca, a un lado,  alguien se vio en la penosa necesidad
de dejar los besos atados a su lengua.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Flanear

No soy el primero ni seré el último en decidirse por el galicismo "flanear", rendido ante la aparente imposibilidad de traducir al español el verbo flâner. Vayamos, entonces, a Los miserables, tercera parte, libro IV...

Bahorel, homme de caprice, était épars sur plusieurs cafés; 
les autres avaient des habitudes, lui n'en avait pas. 
Il flânait. Errer est humain, flâner est parisien.

Traducción de Andrés Ruiz Moreno y Elena Sandoval

Bahorel, hombre de caprichos, frecuentaba varios cafés; 
los demás tenían costumbres fijas, él no las tenía. 
Se paseaba sin rumbo. Errar es humano, pasear sin rumbo es parisino.

Traducción de Alain Berjart

Era un hombre caprichoso y vivía esparcido en varios cafés; 
los demás tenían sus hábitos, él no tenía ninguno. 
Andaba ocioso, y aquí debemos advertir que el andar errante 
es propio de todos los hombres, pero el andar ocioso es propio de los parisienses.

Mi traducción

Bahorel, hombre caprichoso, vivía esparcido en varios cafés. 
Los demás tenían sus hábitos, él no, él flaneaba
Errar es humano, flanear es parisino.


Por su parte, en Fisiología del matrimonio, Balzac escribe: 


Oh,errer dans Paris! Adorable et délicieuse existence! 
Flâner est une science, c’est la gastronomie de l’œil. 

¡Oh, errar en París! ¡Adorable y deliciosa existencia! 
Flanear es una ciencia, es la gastronomía del ojo. 

domingo, 3 de marzo de 2019

El silencio


 
Desde la sensación pura hasta la intuición de la belleza, desde el placer y el dolor hasta el éxtasis místico y la muerte, todo lo que es fundamental, todas las cosas que son para el espíritu humano más hondamente significativas, tan sólo pueden experimentarse, no expresarse. Lo demás, siempre y por doquiera, es silencio.

Aldous Huxley

En la película Kagemusha, de Akira Kurosawa, el ejército de Takeda Shingen tiene sitiado el castillo de su enemigo Nobunaga. De noche, el silencio del ejército se debe al cansancio pero también al sonido de una flauta que viene del castillo (tocada por el jefe de guarnición –o es que él ordena que sea tocada), y su sonido permanente significa que el enemigo resiste.

Sólo se escucha la hermosa melodía de la flauta y el crepitar del fuego de las fogatas, como la sangre y el corazón de John Cage.

El “silencio” es roto por un disparo. Shingen cometió la imprudencia de ir al sitio del castillo para escuchar la flauta, y lo que encontró fue su propio silencio, su silencio definitivo. No muere inmediatamente, sólo queda herido; pero hay que prepararse para esconder su muerte inminente. Pues de eso trata la historia de Kurosawa y Masato Ide: del silencio que esconde.

Al final de Looking for Richard (1996), después de ser traspasado por la espada del conde de Richmond (Aidan Queen), Pacino, el actor-director, habla del silencio: “Amo el silencio –susurra-, amo el silencio. Después del silencio, ¿qué más hay? ¿Cómo es el verso?”, y fuera de cuadro John Gielgud  (¡John Gielgud!) le recuerda las últimas palabras de Hamlet: Lo demás es silencio

Shakespeare me lleva de nuevo a Kurosawa, es decir, a la reflexión dolorosa que hace Nobukado al morir su hermano Shingen:  

Fui la sombra de mi hermano. 
Ahora que lo he perdido, 
es como si yo ya no existiera.

Como es natural, este silencio que ahora envuelve al samurái es mi propio silencio.

En su Música en la noche (deliciosa colección de pequeños ensayos de 1931), Aldous Huxley afirma que el silencio forma parte de la música y que evita a aquellos compositores y músicos que no saben callarse. Dicen poco porque están hablando siempre.


sábado, 29 de diciembre de 2018

Cuando la duda queda pendiente


Mi estado mental más genuino es el de la confusión y la duda.  Gozo mucho la convivencia con seres que viven este mismo estado, del cual salgo intempestivamente cuando me encuentro con un animal que quiere imponer su orden y sus certezas. Entonces, lo imito y me empeño en destruirlo.

jueves, 30 de marzo de 2017

Cuando el conocimiento es placer

Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro, dicen que dijo René Descartes en algún momento de su vida (estoy seguro de que la confesión no está en el Discurso del método, pero podría estarlo y no desentonar). Es el mismo deseo de omnisciencia que se revela en los Faustos de Goethe, Thomas Mann y Christopher Marlowe; y es también el hambre borgesiana que descubrimos en los niños cuando su mente aún corre desnuda por los jardines de su asombro vital.

Siempre es poco el conocimiento personal, siempre es insuficiente, es apenas un haz de luz que cruza con timidez la espesa penumbra de nuestra propia ignorancia, negra como la pez, vasta como la nada. Pero este parvo saber que raya en la inopia es, sin embargo, motivo de alegría infantil, una alegría socrática: Sé que nada sé, lo que me garantiza toda una vida de descubrimientos, piensa el niño con el cuerpo.


(Porque, a propósito y entre paréntesis, el cuerpo de los niños es un ser pensante; el niño piensa con la epidermis y con sus vísceras. Sí, también lo hace con la mente –como centro receptor y transmisor de acciones orgánicas-, pero no sólo con ella, como hacemos los adultos, que escindimos irremediablemente el mundo de las ideas del mundo de los sentidos.)


El niño sospecha que el conocimiento es vasto pero asequible, así que utiliza todos los medios para acceder a él, desde el interrogatorio pertinaz hasta la exploración riesgosa del territorio accesible (el sótano, la buhardilla, el patio, la terraza). El método efectivo de conocimiento inmediato es, por supuesto, el juego.


Al mirar el juego de los niños, los adultos sonreímos enternecidos, sin saber o sin querer entender que en ese juego se descifran y desentrañan los misterios del mundo. Todo juego es una incógnita y corresponde al niño resolver el acertijo. ¡Y se aflige, muchas veces se aflige! ¿Por qué se aflige el niño cuando juega? ¡Es sólo un juego!, le decimos, sin entender, sin recordar nuestra propia infancia.


La aflicción del niño ante la oscuridad no es el miedo supersticioso del adulto, sino el ansia de saber qué hay entre las sombras y de entender su respiro pausado. El niño brinca de gusto ante el más mínimo hallazgo y se impacienta ante las tinieblas, se conforta frente a la refulgencia de las cosas nuevas, sobre todo de aquellos que se le aparecen sin haberlas buscado.


Mantener en nuestros niños ese estado de asombro permanente (È del poeta il fin la meraviglia, afirma Giammbatista Marino), es garantizar en su adolescencia el deseo del conocimiento a través de la investigación, el estudio, la acción (el juego) y el diálogo (todo lo que veo responde a una pregunta –discurre el niño con mente y cuerpo-; encontrar la pregunta me permitirá entender lo que veo, y para ello necesito interlocutores).


Podemos, sin embargo, obstaculizar e incluso atrofiar ese espíritu, mediante la mentira clasista, la falsificación ideológica o el dogma religioso. Proteger la libertad de pensar de los niños en las escuelas primarias es garantizar en ellas el comienzo de la educación superior.

sábado, 8 de octubre de 2016

Los huevos de Trump


Lamia**



Es como un huevo de serpiente. 
A través de su delgada membrana, 
puedes distinguir un reptil ya formado.  
Hans Vergerus*

La gravedad de la candidatura republicana no está en las destempladas expresiones del magnate neoyorkino, sino en la aprobación y el apoyo que él recibe de una porción significativa de la sociedad estadounidense, porque esa aprobación habla de un estado de ánimo, así como de la pervivencia y la proliferación de una ideología de extrema derecha (aceptemos el término por comodidad teórica e interpretémoslo exactamente como lo entendió la Asamblea Nacional Constituyente francesa del 11 de septiembre de 1789; para el caso que nos ocupa, el monarca cuyo poder hay que restituir es la grandeza norteamericana, con todo y su espeluznante doctrina del destino manifiesto).

Donald Trump puede apagarse, perder la contienda y pasar a la historia como uno de los momentos más desafortunados y tenebrosos de la ultraderecha norteamericana; pero su campaña ya puso el dedo en la llaga cultural de Estados Unidos, y ello es cosa que no debe olvidarse después de las elecciones: parte importante de su población es homofóbica, misógina, racista y xenofóbica (aunque este perfil de intolerancia no es exclusivo de la extrema derecha estadounidense, sino que tiene presencia en todo el mundo), y vive hoy con la nostalgia de la grandeza nacional y con el anhelo de restaurarla, aunque esto sea, como advierte León Bendesky, “con la miopía de aislacionismo y la instauración de la ley y el orden que sólo (su) candidato puede lograr”.

El rechazo de este numeroso grupo social a la diversidad en general es la respuesta mecánica propia del miedo, una respuesta que desvela –otra vez- el fundamentalismo de un sector relevante de la sociedad occidental, tan peligroso como el comportamiento del extremismo islámico. Las frases alahu-akbar, in-god-we-trust y viva-cristo-rey dicen exactamente lo mismo: Dios está de mi lado… y tú debes desaparecer.

Despierto de una pesadilla y descubro 
que la realidad es peor que el sueño. 
Abel Rosenberg

Sí, es cierto, Donald Trump nos ha puesto a muchos temblar con sus desplantes, sus amenazas y sus exabruptos; pero no es él –no debe ser él- el motivo de nuestros desvelos, sino la existencia de un sector significativo de la sociedad que encuentra en el candidato republicano estadounidense su voz y su visión del mundo.

Donald Trump y muchos de sus seguidores no nacieron ayer. Algunos de nosotros tampoco. Puede ser que los lectores milénicos supongan candorosamente que hay conductas nuevas bajo el Sol, pero al observar a este hombre, al enterarnos de sus diatribas y al pasmarnos frente a su pedestre pensamiento, la memoria de siglos pasados despierta…

Es fácil asociar al personaje con otras figuras de la historia. El rango de las analogías va desde la monstruosidad y la truculencia hasta los más grotescos ejemplos de la ignominia y la bravuconada. Incluso -y sin hilar delgado-, también encontramos similitudes entre los electores que apoyan la candidatura de Trump y la gestación del nacionalsocialismo alemán. Y es aquí donde más vale estar alertas: lancemos los reflectores hacia un posible huevo de serpiente.

Nada funciona bien, excepto el miedo. 
Inspector Bauer

¿El ver nazis potenciales en los trumpistas es un pensamiento desmesurado? ¿Es una presunción sin fundamento o es una intuición colectiva que forma parte de nuestro instinto de supervivencia? ¿Huele a azufre o es sólo nuestra imaginación?

No somos los primeros ni seremos los últimos en recordar la película El huevo de la serpiente (1977), al pensar en Trump y sus seguidores.

La historia escrita y filmada por Ingmar Bergman ocurre durante los días previos al intento fallido de golpe de estado perpetrado por los camisas pardas del Sturmabteilung (el brazo armado del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán). En la película, los preparativos del asalto a la cervecería Bürgerbräukeller (en Múnich) no se muestran, pero son un zumbido grave y permanente que contrapuntea con las peripecias de los protagonistas (Abel Rosenberg y su cuñada Manuela, dos trapecistas en desgracia; Bauer, el inspector de policía que intenta entender los acontecimientos del momento; y Hans Vergerus, el científico loco que dirige una clínica donde realiza macabros experimentos con seres humanos).

Lo que observamos en la obra del genial cineasta sueco es una República de Weimar (la Alemania de entreguerras) que aún no se recupera de la derrota en la Primera Guerra Mundial ni del Tratado de Versalles, una Alemania donde “casi todos han perdido la fe en el futuro y en el presente” (al principio, sin aviso previo, la pantalla nos muestra una toma cerrada, en blanco y negro, en ligerísima picada y en cámara lenta de transeúntes berlineses que caminan con la mirada baja y que se mueven con pesadez). La atmósfera es de abatimiento moral y profunda depresión, las imágenes son crudas y profundamente tristes, es un mundo sin esperanzas. La única manera de aliviar el dolor del alma es con placeres fugaces, y eso sólo cuando hay dólares estadounidenses (porque el papiermark es absolutamente anodino). Las calles y las casas están infectadas de miedo. Hay hambre y desempleo. Todo parece apuntar a que la violencia será la expresión del resentimiento germano por los acuerdos políticos y económicos tomados en Versalles. Y en ese contexto ocurre, el 8 de noviembre de 1923, lo que se conoce como “El Putsch de la Cervecería”, el fallido intento de golpe de Estado liderado por Adolfo Hitler (quien acabará entonces en la cárcel).

Un grupo numeroso de estadounidenses acudirá a las urnas con un ánimo semejante al de los ciudadanos alemanes de 1923: desencantados, empobrecidos, con sueldos magros, hartos de los políticos tradicionales (mentirosos y cínicos, como Hillary Clinton), abatidos moralmente porque la american way of life se desvaneció hace ya mucho tiempo, indignados por los trabajos de distensión con Cuba. ¡Y, para colmo, el presidente es negro! Irán a votar por un hombre que les promete devolverles la grandeza nacional, irán el 8 de noviembre de 2016 a votar por quienes les ofrece devolverles el alma, como fueron los camisas pardas a la Bürgenbräukeller el 8 de noviembre de 1923, esa vez conducidos por Adolfo Hitler, también para rescatar su alma. Esta vez no necesitan un golpe de estado, sino solamente dejar de ser indolentes y acudir a las casillas.

En uno de sus recientes artículos periodísticos, la doctora Soledad Loaeza advierte que “la ignorancia, la vulgaridad y la provocación que caracteriza el discurso del multimillonario convertido en político parecen completamente ajenos a la imagen de la democracia estadounidense, erigida en modelo universal”, lo que nos recuerda inevitablemente el comentario del inspector Bauer el 11 de noviembre de 1923 (aunque, a diferencia del tono de pasmo de Loaeza, el personaje de Bergman se expresa de manera jactansiosa): “Hitler falló con su golpe de estado en Múnich. Fue un fiasco descomunal. Hitler y su bando subestimaron la fuerza de la democracia alemana”.

Ya que conocemos la historia posterior, es decir, lo ocurrido diez años después (el inicio del Tercer Reich, en 1933), las palabras del inspector y de la doctora Loaeza no sirven para tranquilizar al mundo, porque el huevo de la serpiente sigue incubándose bajo el resentimiento social.

*La cita que sirve de epígrafe a este artículo está extraída de la película El huevo de la serpiente, de Ingmar Bergman (1977), protagonizada por David Carradine y Liv Ullman. En cuanto a la frase que da título a la pieza cinematográfica (y que se explica a través de Vergerus, uno de los personajes), ésta está tomada del monólogo de Bruto en la primera escena del segundo acto de Julio César, de William Shakespeare: “Que hay que creer que es huevo de serpiente, que dañino será cuando se incube y que en el cascarón matar es fuerza”.

**En cuanto a la imagen que abre esta entrada, necesito aclarar que si la traigo a colación (la encontré en The Creature Catalog de Michael Berenstein) no es para comparar a Trump con una lamia (la mujer serpiente o también la mujer dragona) sino precisamente para señalar una diferencia que abona a favor de la sinceridad del candidato republicano (así sea su sinceridad el descaro de los pueriles, la franqueza del beodo o la zafiedad del prepotente): a diferencia de las lamias, Trump no finge ser lo que no es; por tanto, será la sociedad estadounidense la responsable de su triunfo o de su derrota.

domingo, 16 de agosto de 2015

Nuevas voces en el mundo nuevo*

El Carnihueso en el Mundonláin

El Carnihueso. Se usa esta voz para referirse al mundo físico y distinguirlo del mundo real (el mundo en línea). 


En el Carnihueso viven los vigesimocrépitos, 
pero también los pantallescentes. 

Los primeros enfrentan el Carnihueso 
de manera grave, mientras que los segundos 
lo hacen de manera vaporosa. 

Tanto los vigesimocrépitos 
como los pantallescentes 
son personas felices. 

Los vigesimocrépitos piensan 
que los segundos están tristes 
y que están desperdiciando su vida. 

Los pantallescentes están convencidos 
de que los vigesimocrépitos están tristes 
y que están  desperdiciando su vida.

Vigesimocrépito. Sobreviviente del siglo XX convencido de que la humanidad está en decadencia por culpa de internet. 


El vigesimocrépito insiste 
en llamar virtual al mundo real, 
y mundo real al Carnihueso.

Mundonláin. El mundo real. Pero el Mundonláin no es un ámbito cerrado: se  puede cruzar sus fronteras para visitar el Carnihueso, donde se cubren necesidades animales (comer, dormir, entrar en otros animales o dejarse penetrar por esos otros animales, bañarse, cagar, beber cerveza y mear, por ejemplo). 

Los vigesimocrépitos, en cambio, se refugian en el Carnihueso y desde él refunfuñan y presumen orgullosos el hecho de no estar conectados al Mundonláin. Sin embargo, frecuentemente, con voluntad o sin ella, algunos vigesimocrépitos visitan el Mundonláin. 


Reconocemos a un vigesimocrépito 
en el Mundonláin porque está enojado.
Pero estar enojado es su manera 
de mantenerse feliz.

Pantallescente. Persona que no rebasa aún los veinte años de edad y que, por tanto, se relaciona con su entorno humano a través de internet. 

Si un vigesimocrépito del Carnihueso le muestra un libro de papel o un disco compacto (con la arrogancia de quien dice "mira de lo que te estás perdiendo"), el pantallescente observa estos objetos con fascinación arqueológica y una amplia sonrisa de gratitud. Porque desde tiempos inmemoriales, lo inútil es hermoso y así seguirá siendo. 

El pantallescente que además es hipster tiene en su casa un estante con libros de papel (a veces, incluso, los lee) y discos compactos -o hasta discos de vinilo- (a veces, incluso, los escucha), porque fortalecen su idea de un mundo alternativo. 

El pantallescente que además es hipster, contempla a los vigesimocrépitos con cierta admiración taxidérmica, pero los aborrece cuando descubre que sí tienen cuenta en Facebook. El pantallescente hipster no soporta la hipocresía y la deslealtad de los vigesimocrépitos, porque -piensa- estos viejos inútiles no se refugian en el Carnihueso por rebeldía sino por ineptitud, por torpeza, por incompetencia

Escriferio. Refrigerio que consume el pantallescente durante su estancia frente a la pantalla del escritorio del Carnihueso. 


Algunos vigesimocrépitos insisten 
en llamar lunch al escriferio. 
¡Hay que hablar bien el español, por amor a Dios!

Redecente. Persona que, al estar interactuando en la red, se comporta con buenas maneras. Cuando se le insulta personalmente o se le critica su forma de pensar, el redecente responde con una carita feliz (dos puntos y cierre de paréntesis, nada de emoticones prefabricados) y canta alabanzas a la libertad de expresión.

Cibercondriaco. Persona que, al percibir en sí misma un problema de salud, dedica toda su energía a buscar en la red la prueba de que padece una enfermedad incurable. En su búsqueda, obtiene información valiosa sobre síntomas de enfermedades que desconocía y que ahora detecta en su propio cuerpo.

Egomento. Palabra cada vez más utilizada para sustituir la cursi selfie. Momento del yo, monumento a mí mismo, autorretrato tomado con el celular (aparato que, a propósito, los vigesimocrépitos siguen llamando teléfono celular –e insisten en llamar al e-mail correo electrónico, como si de verdad siguieran ellos enviando cartas de papel a la tía Natalia). 


Con cada egomento demostramos diariamente 
nuestra existencia en el Carnihueso.

Redegoriguación. Búsqueda de mi persona en la red, mediante el googleo de mi nombre.


Vigesimocrépito en el Carnihueso

*Estas propuestas se me ocurrieron después de leer The 20 Weirdest Word Added to the Dictionary Because of Technology, de Lindsay Kolowich, texto del Mundonláin que me compartió mi hermana Beatriz, pantallescente de corazón.