Es como un huevo de serpiente.
A través de su delgada membrana
puedes distinguir un reptil ya formado.
Hans Vergerus
El
texto presente fue escrito durante los últimos días de agosto de 2016 y
tuvo entonces el propósito de reflexionar en torno a la jornada
electoral de los estadounidenses (ocurrida en noviembre de ese mismo
año).
Advierto que, durante la transcripción, haré ajustes en el tiempo de los verbos y en algunos otros
detalles, para remodelar su contenido y evitar los anacronismos.
El epígrafe es una cita de la película El huevo de la serpiente, de Ingmar Bergman, de 1977, protagonizada por David Carradine y Liv Ullman, ambos espléndido. En cuanto a la frase que da título a la pieza cinematográfica, y que se explica a través de Hans Vergerus (Heinze Bennent), está tomada del monólogo de Marco Bruto en la primera escena del segundo acto del Julio César de William Shakespeare (Bruto se refiere, por supuesto, a Julio César): And therefore think him as a serpent's egg / which, hatch'd, would, as his kind, grow mischievous, / and kill him in the shell. Va mi traducción libérrima y ayuna de poesía:
Hay que imaginarlo, entonces, como un huevo de serpiente,
que al salir de su envoltura adoptará la maldad de su especie.
que al salir de su envoltura adoptará la maldad de su especie.
Más vale matarlo dentro de su propio cascarón.
La gravedad de la candidatura republicana no estuvo en las destempladas expresiones del magnate neoyorquino, sino en la aprobación y el apoyo que recibió de una porción significativa de la sociedad estadounidense, porque esa aceptación habla de un estado de ánimo, así como de la pervivencia y la proliferación de una ideología de extrema derecha (aceptemos el término por comodidad teórica e interpretémoslo exactamente como lo entendió la Asamblea Constituyente francesa del 11 de septiembre de 1879 -para el caso que nos ocupa, la monarquía que se busca restituir es la grandeza norteamericana, con todo y su espeluznante doctrina del destino manifiesto).
Aunque Donald Trump se hubiera apagado y hubiera perdido la contienda, pasando a la historia simplemente como uno de los momentos más desafortunados y tenebrosos de la ultraderecha norteamericana, su campaña puso el dedo en la llaga cultural de Estados Unidos, y ello es cosa que no debe olvidarse (no puede olvidarse, no se olvida): un segmento de su población es homofóbico, misógino, racisto y xenofóbico (aunque este perfil de intolerancia no es exclusivo de la extrema derecha estadounidense, sino que tiene presencia en todo el mundo), y vive hoy con la nostalgia de la grandeza nacional y con el anhelo de restaurarla.
El rechazo de este numeroso grupo social a la diversidad en general es la respuesta mecánica propia del miedo, una respuesta que desvela -otra vez- el fundamentalismo de un sector relevante de la sociedad occidental, tan peligroso como el comportamiento del extremismo islámico.
Sí, es cierto, Donald Trump nos ha puesto a muchos a temblar con sus desplantes, sus amenazas y sus exabruptos; pero no es él -no debe ser él- el motivo de nuestros desvelos, sino la existencia de un sector significativa de la sociedad que encontró en el entonces candidato republicano su voz y su visión del mundo.
Es fácil asociar al personaje con otras figuras de la historia. El rango de las analogías va desde la monstruosidad y la truculencia hasta los más grotescos ejemplos de la ignominia y la bravuconada, pasando por sus gemelo mitológicos y literarios, el infantil Polifemo y el grotesco Ubú Rey, del genial Alfred Jarry. Incluso y sin hilar delgado, también encontramos similitudes entre los electores que apoyaron la candidatura de Trump y la gestación del nacionalsocialismo alemán. Y es aquí donde más vale estar alertas: lancemos los reflectores hacia un posible huevo de serpiente.
¿El ver nazis potenciales en los trumpistas, en los panistas o el las huestes de Santiago Abascal Conde, Jair Bolsonaro y Marine Le Pen, es un pensamiento desmesurado? ¿Es una presunción sin fundamento o es una intuición colectiva que forma parte de nuestro instinto de supervivencia? ¿Huele a azufre o es sólo nuestra imaginación?
No soy el primero ni seré el último en recordar El huevo de la serpiente al pensar en Trump y sus seguidores.
La historia escrita y filmada por Bergman ocurre durante los días previos al intento fallido de golpe de estado perpetrado por los camisas pardas del Sturmabteilung (el brazo armado del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán). En la película, los preparativos del asalto a la cervecería Bürgerbräukeller (en Múnich) no se muestran, pero son un zumbido grave y permanente que contrapuntea con las peripecias de los protagonistas.
Lo que observamos en la obra del genial cineasta sueco es una República de Weimar (la Alemania de entre-guerras) que aún no se recupera de la derrota en la Primera Guerra Mundial ni del Tratado de Versalles, una Alemania donde "casi todos han perdido la fe en el futuro y en el presente". La atmósfera es de abatimiento moral y honda depresión, las imágenes son crudas y profundamente tristes, es un mundo sin esperanzas. La única manera de aliviar el dolor del alma es con placeres fugaces, y eso sólo cuando hay dólares estadounidenses (porque el papiermark es absolutamente anodino). Las calles y las casas están infectadas de miedo. Hay hambre y desempleo. Todo parece apuntar a que la violencia será la expresión del resentimiento germano por los acuerdos políticos y económicos tomados en Versalles. Y en ese contexto ocurre, el 8 DE NOVIEMBRE de 1923, lo que se conoce como "El Putsch de la Cervecería", el fallido intento de golpe de estado liderado por Adolfo Hitler (quien acabará entonces en la cárcel).
El 8 DE NOVIEMBRE. de 2016, un grupo numeroso de estadounidenses acudió a las urnas con un ánimo semejante al de los ciudadanos alemanes de 1923: desencantados, empobrecidos, con sueldos magros, hartos de los políticos tradicionales (mentirosos y cínicos), abatidos moralmente porque el american way of life se desvaneció hace ya mucho tiempo, indignados por los trabajos de distensión con Cuba. Fueron a votar por un hombre que les habló de frente, sin filtros, descaradamente, su voz fue (y es) su pensamiento; fueron a votar por quien les prometió devolverles la grandeza nacional, fueron el 8 DE NOVIEMBRE de 2016 a votar por quien les ofreció devolverles el alma, como fueron los camisas pardas a la Bürgerbräukeller el 8 DE NOVIEMBRE de 1923, esa vez conducidos por Adolfo Hitler, también para rescatar su alma. Esta vez no necesitaron un golpe de estado, sino solamente dejar de ser indolentes y acudir a las casillas.
En uno de sus artículos periodísticos de aquellos días, la doctora Soledad Loaeza advirtió que "la ignorancia, la vulgaridad y la provocación que caracterizan el discurso del multimillonario convertido en político parecen completamente ajenos a la imagen de la democracia estadounidense, erigida en modelo universal", lo que nos recuerda inevitablemente el comentario del inspector Bauer el 11 de noviembre de 1923: "Hitler falló con su golpe de estado en Múnich. Fue un fiasco descomunal. Hitler y su bando subestimaron la fuerza de la democracia alemana".
Ya que conocemos la historia posterior, es decir, lo ocurrido diez años después (el inicio del Tercer Reich, en 1933), las palabras del inspector y de la doctora Loaeza no sirven para tranquilizar al mundo, porque el huevo de la serpiente sigue incubándose bajo el resentimiento social.
No sé lo que pueda ocurrir en otras partes del mundo, pero en México sólo un movimiento de transformación como el que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador puede impedir que el reptil rompa el cascarón y tome el poder.
Lo que observamos en la obra del genial cineasta sueco es una República de Weimar (la Alemania de entre-guerras) que aún no se recupera de la derrota en la Primera Guerra Mundial ni del Tratado de Versalles, una Alemania donde "casi todos han perdido la fe en el futuro y en el presente". La atmósfera es de abatimiento moral y honda depresión, las imágenes son crudas y profundamente tristes, es un mundo sin esperanzas. La única manera de aliviar el dolor del alma es con placeres fugaces, y eso sólo cuando hay dólares estadounidenses (porque el papiermark es absolutamente anodino). Las calles y las casas están infectadas de miedo. Hay hambre y desempleo. Todo parece apuntar a que la violencia será la expresión del resentimiento germano por los acuerdos políticos y económicos tomados en Versalles. Y en ese contexto ocurre, el 8 DE NOVIEMBRE de 1923, lo que se conoce como "El Putsch de la Cervecería", el fallido intento de golpe de estado liderado por Adolfo Hitler (quien acabará entonces en la cárcel).
El 8 DE NOVIEMBRE. de 2016, un grupo numeroso de estadounidenses acudió a las urnas con un ánimo semejante al de los ciudadanos alemanes de 1923: desencantados, empobrecidos, con sueldos magros, hartos de los políticos tradicionales (mentirosos y cínicos), abatidos moralmente porque el american way of life se desvaneció hace ya mucho tiempo, indignados por los trabajos de distensión con Cuba. Fueron a votar por un hombre que les habló de frente, sin filtros, descaradamente, su voz fue (y es) su pensamiento; fueron a votar por quien les prometió devolverles la grandeza nacional, fueron el 8 DE NOVIEMBRE de 2016 a votar por quien les ofreció devolverles el alma, como fueron los camisas pardas a la Bürgerbräukeller el 8 DE NOVIEMBRE de 1923, esa vez conducidos por Adolfo Hitler, también para rescatar su alma. Esta vez no necesitaron un golpe de estado, sino solamente dejar de ser indolentes y acudir a las casillas.
En uno de sus artículos periodísticos de aquellos días, la doctora Soledad Loaeza advirtió que "la ignorancia, la vulgaridad y la provocación que caracterizan el discurso del multimillonario convertido en político parecen completamente ajenos a la imagen de la democracia estadounidense, erigida en modelo universal", lo que nos recuerda inevitablemente el comentario del inspector Bauer el 11 de noviembre de 1923: "Hitler falló con su golpe de estado en Múnich. Fue un fiasco descomunal. Hitler y su bando subestimaron la fuerza de la democracia alemana".
Ya que conocemos la historia posterior, es decir, lo ocurrido diez años después (el inicio del Tercer Reich, en 1933), las palabras del inspector y de la doctora Loaeza no sirven para tranquilizar al mundo, porque el huevo de la serpiente sigue incubándose bajo el resentimiento social.
No sé lo que pueda ocurrir en otras partes del mundo, pero en México sólo un movimiento de transformación como el que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador puede impedir que el reptil rompa el cascarón y tome el poder.
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