Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













sábado, 15 de enero de 2011

El Hombre Brócoli o El Misterioso Asesinato en el Hospital Rubén Leñero

Texto publicado el 12 de octubre de 2005
en El Blues de la Estufa Divina

La glándula estética se encuentra, como escudo protector, delante de la hipófisis; de hecho, es su gemela: ambas se sitúan sobre la base del cráneo. Sin embargo, la glándula estética no se comunica directamente con el hipotálamo, como sí lo hace la glándula pituitaria.

Tal vez esta incomunicación explique un hecho frecuente: al escuchar a Thelonious Monk, por ejemplo, un vegetal (digamos, el brócoli) es más sensible que un alto porcentaje de ciudadanos (esto ya lo insinuaba Frank Zappa en 1967, dentro de su pieza Call any vegetable).

En el mundo de las plantas fanerógamas, a propósito, algunas especies de gimnospermas están extinguiéndose por su intransigencia congénita: se niegan a reproducirse cuando las obligan a escuchar Amor en el aire, con Rocío Durcal, o el más reciente disco de The Cure.

Un hecho es que, al no tener relación con el hipotálamo a través de un infundíbulo, la glándula estética sigue funcionando incluso en estado de coma.

Recuerdo, a propósito, el caso de un joven poeta, Bacilio Macedonio Ruiz, autor de Jitanjáforas del Fornicio, quien, después de haberse entusiasmado con muchas expresiones musicales, había decidido sólo escuchar Densidad 21.5, de Edgar Varese. No aceptaba otra cosa, apenas si algunas baladas monódicas del ars nova florentino, siempre y cuando fuesen interpretadas por Esther Lamandier.

Bueno, pues un día, obligado a salir de su departamento en busca de un litro de leche y ciento cincuenta gramos de jamón de pavo, sufrió el más penoso e inopinado de los accidentes: encima de él, cayó la taza de un excusado Porcelanite (una mujer arrebatada de celos la había lanzado desde la ventana de un quinto piso –consideró ese acto como su mayor venganza).

No murió Bacilio, sin embargo. Fue llevado al Hospital Rubén Leñero, donde quedó internado en estado de coma…

El más bajo compromiso de conciencia -dijo el doctor Vallarta, médico de guardia en ese momento-, debido a un traumatismo encéfalo craneano.

Pasaron los días, pasaron las semanas, los meses. ¿Y Bacilio? Seguía profundamente dormido, yaciente en un cuarto de Cuidados Intensivos. Su rostro seráfico, en envidiable ataraxia, no delataba mayores ambiciones que las que su tejido celular proponía a través de la mitosis. Pero el doctor Vallarta –el más respetado médico del nosocomio- sospechaba que el enfermo no llegaba aún al estado vegetativo persistente. Con base en la Escala de Glasgow, afirmó que Bacilio percibía levemente los sonidos del exterior.

Al enterarse de ello, la amorosa madre del infortunado vate instaló junto a la cama de su hijo un tocadiscos, para deleitarlo con grabaciones de la naturaleza (el mar, el viento, un bosque nemoroso, la lluvia, el paso de un anciano sobre hojas otoñales, la respiración de un perro dormido, Marilyn Monroe al cantar Happy Birthday, mister President en 1962). Y si bien el cuerpo del durmiente presentó ligeras y breves señales de respuesta, confirmadas por un encefalograma, el más emotivo de los reflejos sucedió cuando la aguja del tocadiscos tocó el vinilo de L’oeuvre de Edgar Varese, vol. 2: 1925-1961.

Perturbada de alegría, la madre describió el fenómeno a la recepcionista del pabellón, una joven amable que llamó inmediatamente al doctor Vallarta.Éste, al enterarse del feliz suceso, dio las instrucciones pertinentes para un nuevo tratamiento.

-Parece que la glándula estética no fue dañada durante el accidente, por lo que ofreceremos a Basilio sesiones periódicas de música. Esto no necesariamente lo despertará, pero al menos hará su letargo más llevadero, más animado, si se me permite la expresión.

Así se hizo y así se cumplió: todos los días, al mediodía, un corpulento intendente transportaba a Bacilio el Plácido hasta un salón oblongo de paredes acolchadas y luz tenue. Ahí, mediante un sencillo sistema de sonido, el rapsoda contuso, era envuelto en fascinantes melodías interpretadas por las voces que su madre consideraba celestiales (y que lo eran): Anita Baker, Patsy Cline, Ella Fitzgerald, Roberta Flack, Ute Lemper, Big Mamma Thornton, Edith Piaf, Marianne Faithful, Esther Lamandier, Arianna Savall, Petula Clark, Azam Ali, Billie Holiday, Annie Lenox, Marilyn Monroe al cantar Happy Birthday, mister President en 1962. Mujeres todas, sí, pues, en el supuesto caso de que en la mente de su hijo se fraguaran sueños, más valía ayudarlo en la elaboración de sus aventuras oníricas.

Aunque, de nuevo, si la beatitud parecía constante, el único momento de verdadero placer se daba con Densidad 21.5. Lo malo es que nadie lograba relacionar la pieza de Varese con el cuerpo extasiado de Basilio: ojos entornados, boca abierta y babeante, brazos tensos y erección inocultable.

Tal catatonia –decía el doctor Vallarta- ha de ser secuela de la porcelana aerolítica que lo tumbó aquel fatídico día del accidente.

Caminaban, apacibles, los días de Bacilio el Sosegado: baños de esponja en las mañanas, baños de música al mediodía, baños de caricias maternas al atardecer; ¿no es acaso tal vida el triunfo del tao y el sueño de cualquier vegetal? Con decirte, paciente lector, que el estado del mozo varado es mi ideal de existencia. Y si Lao Tse no quiso decir esto, entonces su sendero no me sirve.

Llegó noviembre, las noches se enfriaron y Basilio seguía imperturbable. Fue entonces que los apodos se dieron a flor de pasillo. Los hubo groseros, injustos y hasta indecentes; Pero uno, por bonito y afectuoso, se distinguió de todos: El Hombre Brócoli.

Tal fue la aceptación pública del mote, que la madre misma de Bacilio no dudó en usarlo en sus conversaciones fuera del hospital, cuando reunía a los amigos y a la familia en la casita que habitaba, en San Pedro de los Pinos:

-Y cuéntanos, Margot, cómo sigue Bacilio.
-¿Quién, el Hombre Brócoli? ¡De maravilla, de maravilla! Es como un santo en reposo, aunque a veces, ya les conté, le da un como estupor catatónico que me asusta y, la verdad, hasta me avergüenza. Es mi hijo, yo sé, pero hay cosas que no quiero ver, así que me salgo del cuarto cuando eso pasa.
-Ay, Margot, bueno sería que descansaras un poco y que durante unos días te ayudara Natalia, tu sobrina.

Ahora es cuando entra Natalia, la prima idiota de Bacilio. Hermosísima, eso sí, pecosa, de piernas como pilares de mármol, labios de clavel y nalgas de sueño; pero una tarada sin recato ni reposo.

Natalia era estudiante de Diseño y trabajaba para una agencia de mercadotecnia directa, lo que la hacía sentirse con gran autoridad para dictar cátedra sobre la Verdad Absoluta, cosa que hacía sin arrogancia y con una encantadora ingenuidad. Era de esas personas que afirman sin vergüenza que no existen los ateos, que todos los seres humanos creen en algo, al menos en sí mismos; que todos los libros te dejan una enseñanza; que toda la música es bonita; que los ángeles sí existen… y que todo se paga en esta vida.

Natalia se entusiasmó con la tarea que le había sido asignada: cuidar de su primo Bacilio, tan indefenso el pobre. Ella estaba en deuda, y no era mujer que olvidara los favores. Una vez, cuando ambos eran apenas unos adolescentes, Natalia cayó en cama por culpa de una ligera gripa; y fue Bacilio quien la atendió con esmero y cariño, a tal punto que cuando se extravió el termómetro entre las sábanas, él la instruyó en las artes de medirse la temperatura con el dedo cordial.

-A ver, Natalia, primero te enseño y luego te hago un examen. Remojas un poco el dedo con saliva y ya luego lo metes aquí, y buscas al duende de la calentura.
-¿Y cómo se llama el duende?
-Su nombre técnico –explicó Bacilio- es Fenomenología del ser en cuanto ser en los prolegómenos de Emmanuel Kant y a la luz del pensamiento presocrático.
-¡Ay, no! Mejor lo vamos a llamar Sagrado Corazón de Jesús.
-En vos confío, respondió Bacilio.

La lección puso a arder a la prima, en vez de aliviarle sus calores; pero lo cierto es que Natalia quedó tan agradecida que ahora, pocos años después, con la oportunidad de cuidar al pariente inerte, supo que la vida le ofrecía el gusto de pagar los auxilios familiares. Así que cargó con su portadiscos, tomó un taxi y se apuró en llegar a la Colonia Santo Tomás.

Entró al hospital y dio con el cuarto de Bacilio.

En ese momento, el Hombre Brócoli no estaba en su habitación. En Recepción, Natalia consultó a la enfermera de guardia.

-El señor Bacilio se encuentra en terapia de música.
-¡Ay, qué bien!
–dijo la prima- ¿Puede usted indicarme dónde está el lugar?
-Por ese pasillo, señorita. Pregunte por Rafita.

Natalia entró a la pequeña sala de audición y encontró en la cabina a Rafael Martínez, un muchacho de sonrisa permanente encargado de poner los discos para Bacilio en ausencia de la madre.

-Rafita, soy prima del enfermo. ¿Me permite usted entrar?
-¿Para qué?
–preguntó Rafita, sin quitar la sonrisa de sus labios.
-Es que quiero medirle la temperatura. Mientras lo hago, ¿podría usted, Rafita, poner en el reproductor este disco que traigo para Bacilio? Estoy segura de que le va a encantar.

Natalia se acercó al Hombre Brócoli, lo besó dulcemente en los labios y le susurró al oído las palabras de amor que todo el día había estado repitiendo, para no olvidarlas. Terminó con una sorpresa:

-Ahora, Bacilio, vamos a buscar al Sagrado Corazón de Jesús, como tú bien me enseñaste. Mientras, escucha la canción que te traje. Es sorpresa, pero te doy una pista para que adivines: viene en el disco Tributo a José José.

Natalia encontró por dónde meter su dedo cordial (que previamente había humedecido con saliva) y, al instante, dio la señal a Rafita para que sonara El triste, con Julieta Venegas. Lo que sucedió entonces supera en pavura y espanto cualquier escena escrita por Lovecraft o Poe: sin que su prima se diera cuenta –pues estaba absorta en medir la temperatura de Bacilio- el Hombre Brócoli abrió los ojos y tensó el cuerpo, de su boca surgió un ahogado grito de dolor y súplica desgarrada, como de un atormentado; de sus oídos surgieron sendos hilos de sangre y sus manos se volvieron torcidos muñones de epilepsia. Lo demás fue silencio.

Bacilio Macedonio Ruiz salió de su coma para entrar a su nada eterna. Testigos del triste desenlace fueron Natalia Ruiz Ochoterena y Rafael Martínez, quien todavía cometió la grosería de dejar Payaso, con Molotov, como para rematar al malogrado poeta.

Toda esta historia la he contado sólo para demostrar que la glándula estética sigue funcionando incluso en estado de coma y que si no es protegida del mundo exterior puede reaccionar violentamente y generar una cadena letal de averías orgánicas, en particular la peligrosa oclusión intestinal.

La relevancia cultural de la glándula estética, cuya existencia nada tiene que ver con la conducta moral de los individuos, está en que se desarrolla y madura poco a poco, y que con el tiempo se vuelve tan selectiva que el individuo termina por rechazar el noventa por ciento de lo que ha escuchado en su vida para quedarse apenas con un delgado velo de música (o de cualquier otra expresión artística).

De hecho y a propósito, pienso que un claro ejemplo del más elevado estadio de la belleza es Absorto ante Calipigia, obra que acabo de componer, en este preciso instante.

Absorto ante Calipigia

Los instrumentos ideales para su ejecución son la marimba chiapaneca y el xilófono de Mozambique.

Descripción de la obra

Un par de notas, tocadas con cuarenta años de intervalo entre ellas. Con el propósito de promover la espontaneidad, dejo al intérprete la decisión de escoger dichas notas. Recuérdese, sin embargo, que improvisación no es sinónimo de caos o irresponsabilidad armónica, sino entendimiento absoluto del instante, del momento presente, de las condiciones emocionales en el escenario y entre el público, de las circunstancias humanas y naturales dentro de las que se ha de desenvolver la obra. Y ya que el “instante” de Absorto ante Calipigia es de 480 meses, se recomienda que el ejecutante tenga, por lo menos, doctorado en Historia y en Sociología; sólo así será capaz de improvisar, comprendiendo el instante.

¿Y ese intervalo qué es, cuál es su contenido, su consistencia? El silencio, el más puro y efectivo silencio, el silencio absoluto en medio de dos notas. ¿Y qué hace entonces el oyente? Esperar, simplemente esperar el término de la pieza. Desgraciadamente, el organismo humano no está preparado para tanta belleza. Si ante una pieza común y corriente, donde los silencios son minúsculos e imperceptibles, la gente conversa, grita, aplaude, baila, tose, piensa, ¿qué podemos esperar de alguien a quien se le pide escuchar una obra que dura cuatro décadas y que, para colmo, sólo contiene, en sus bordes, dos solitarias notas, bien elegidas para que su armonía produzca el efecto deseado?

Vuelvo a John Cage para explicar mi nueva posición ante el gozo de la música. En busca del silencio total, Cage percibió, dentro de la cámara acústica de la Universidad de Harvard (supuestamente construida para el efecto buscado), dos sonidos, uno alto y otro bajo: su sistema nervioso, por un lado; por el otro, los latidos de su corazón y la sangre que corría por sus venas. Entendió, entonces, que “el significado esencial del silencio es la pérdida de atención. El silencio no es acústico, es un cambio de mentalidad…”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario