Texto distribuido entre los asistentes a Ruta 61 el jueves 27 de mayo de 2004. Esa noche, dedicada a la prensa, se presentaron Radio Blues, Vieja Estación, AKA y Las Señoritas de Aviñón. Meses más tarde, el jueves 27 de enero de 2005, una versión abreviada se distribuyó durante la reinauguración del lugar. El texto original ha sido editado, con el propósito de actualizar su contenido.
El juke joint llega a la ciudad
Un Juke Joint, originalmente de madera y con lámparas de queroseno, es reunión de espíritus que se liberan al caer la tarde. Es solaz y esparcimiento, consuelo de penas, alivio de trabajos. Es música y baile, elevadas formas que dan sentido a la vida. Se desata el cuerpo para que hable el alma, entre humo, sombras y humores. Se sostiene en vilo la razón y el deseo levanta su imperio.
La etimología de juke se remonta al jouke isabelino, danza construida con gestos inmoderados, movimientos impetuosos y desórdenes del cuerpo (las más de las veces con mensaje erótico y propósito de seducción).
¿Quiénes son los parroquianos?
A los juke joints asisten, al caer la tarde y terminada la jornada en el campo, los esclavos negros. Sin banalizar la historia objetiva de sufrimientos y agravios padecida por una comunidad, es un hecho que el blues se vuelve espejo de una pasión colectiva, la pasión de cualquier ser humano.
El blues llega a la Hipódromo-Condesa
Ruta 61 es, en principio, una alternativa de diversión y una propuesta de entretenimiento basada en el buen servicio y en la buena música. Sin embargo, quiere ser algo más: busca ser la confluencia de símbolos en la que se refleje y se retome, con todo su romanticismo y sentido liberador, la figura de los juke joints, costumbre que nace a mediados del siglo XIX en el sur de Estados Unidos y que, un siglo después, durante los años ochenta del siglo XX, se extiende y establece en las principales ciudades del mundo. Ahora, comenzado el siglo nuevo, brota en la Ciudad de México, con el empeño y el entusiasmo de Eduardo Serrano, dueño del lugar.
Desde su nombre –senda de pasos negros, huella de huellas, testigo de la noche, blues-, Ruta 61, se acepta como camino de asombros y heredero de una tradición. Su apodo, Hoochie Coochie Bar, refuerza esta idea y hace homenaje a Willie Dixon y al optimismo de ese personaje suyo que, echado para adelante, anuncia la fuerza de su propio destino a los cuatro vientos y alardea del poder que el mismo universo le otorgó ab ovo.
Ruta 61 apuesta a un concepto cuyo éxito ha sido comprobado en otras latitudes: dar al blues un recinto propio, una casa particular, una dirección; ofrecer a los amantes de esta música universal el espacio necesario para su deleite; regalar a las nuevas generaciones la posibilidad de un nuevo cultivo; y que dichos propósitos corran parejos con una idea absolutamente digna y justa: que el Hoochie Coochie Bar sea, en todos sentidos, un buen negocio.
El juke joint llega a la ciudad
Un Juke Joint, originalmente de madera y con lámparas de queroseno, es reunión de espíritus que se liberan al caer la tarde. Es solaz y esparcimiento, consuelo de penas, alivio de trabajos. Es música y baile, elevadas formas que dan sentido a la vida. Se desata el cuerpo para que hable el alma, entre humo, sombras y humores. Se sostiene en vilo la razón y el deseo levanta su imperio.
La etimología de juke se remonta al jouke isabelino, danza construida con gestos inmoderados, movimientos impetuosos y desórdenes del cuerpo (las más de las veces con mensaje erótico y propósito de seducción).
¿Quiénes son los parroquianos?
A los juke joints asisten, al caer la tarde y terminada la jornada en el campo, los esclavos negros. Sin banalizar la historia objetiva de sufrimientos y agravios padecida por una comunidad, es un hecho que el blues se vuelve espejo de una pasión colectiva, la pasión de cualquier ser humano.
El blues llega a la Hipódromo-Condesa
Ruta 61 es, en principio, una alternativa de diversión y una propuesta de entretenimiento basada en el buen servicio y en la buena música. Sin embargo, quiere ser algo más: busca ser la confluencia de símbolos en la que se refleje y se retome, con todo su romanticismo y sentido liberador, la figura de los juke joints, costumbre que nace a mediados del siglo XIX en el sur de Estados Unidos y que, un siglo después, durante los años ochenta del siglo XX, se extiende y establece en las principales ciudades del mundo. Ahora, comenzado el siglo nuevo, brota en la Ciudad de México, con el empeño y el entusiasmo de Eduardo Serrano, dueño del lugar.
Desde su nombre –senda de pasos negros, huella de huellas, testigo de la noche, blues-, Ruta 61, se acepta como camino de asombros y heredero de una tradición. Su apodo, Hoochie Coochie Bar, refuerza esta idea y hace homenaje a Willie Dixon y al optimismo de ese personaje suyo que, echado para adelante, anuncia la fuerza de su propio destino a los cuatro vientos y alardea del poder que el mismo universo le otorgó ab ovo.
Ruta 61 apuesta a un concepto cuyo éxito ha sido comprobado en otras latitudes: dar al blues un recinto propio, una casa particular, una dirección; ofrecer a los amantes de esta música universal el espacio necesario para su deleite; regalar a las nuevas generaciones la posibilidad de un nuevo cultivo; y que dichos propósitos corran parejos con una idea absolutamente digna y justa: que el Hoochie Coochie Bar sea, en todos sentidos, un buen negocio.
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