Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













viernes, 8 de julio de 2011

¿Por qué nos fastidia tanto la narración de un sueño ajeno?


Jueves 1 de enero de 2004

Visito una casa marista (fue esa hermandad la que me educó entre 1963 y 1974), edificada en una gran extensión de terreno. Mi anfitrión es Vicente Morales (mi profesor titular en quinto y sexto de primaria, en el Colegio México). Es él quien me guía por el enorme edificio de impreciso estilo arquitectónico: la sobriedad, la blancura y el predominio de líneas rectas me recuerda a Giorgio de Chirico: planos desnudos, ausencia de adornos, soledad sostenida por columnas sin gracia.

Llegamos a la copa de un árbol, entre cuyas ramas hay una pequeñísima recámara habitada por una pareja de indigentes, sucios y desaliñados: parecen sobrevivientes de un naufragio. El profesor Morales explica:

-Los tengo aquí, escondidos. Recuerda que hay una ley contra el ejercicio de la indigencia.
-¿Y a esto va el dinero de nuestras colegiaturas, profesor, a la construcción de un albergue?
-No. Esto lo pago yo...

De pronto, descubro que el árbol del albergue en el que nos encontramos flota en el islote de un pequeño lago artificial. No es un lago sino una piscina (su fondo es de azulejo), con cuatro metros de profundidad.

Alguien salta al agua. Es Gerardo, mi hermano gemelo. Entra al agua vestido, y se hunde como buzo experto. Se me antoja seguirlo. Gerardo sale a la superficie. Quiero entrar, pero no lo hago.

Ahora ya no estoy en el árbol ni en el islote, sino en la orilla de la alberca. La rodeo, y al hacerlo puedo observar que hay, en medio de la gran piscina, un barco de madera, viejo y desvencijado.

Ya no estoy en la casa marista: ahora me encuentro en la casa de mis padres. Hay mucha gente en la casa. Es media tarde, y parece una reunión de amigos de la familia.

Alguien ha dejado sobre el refrigerador una mandolina, así que voy por ella e intento sacarle sonido, para acompañar a un pequeño grupo de músicos y cantantes que ameniza la pequeña fiesta vespertina. Mi madre nos observa. Se ve complacida, aunque desilusionada por mi ineptitud con el instrumento. Me duele el juicio de mi madre.

No he terminado de tocar cuando Plácido Domingo, desde el comedor, integra su voz a la canción. Y mi madre sonríe entusiasmada. Su alegría no me incomoda, porque entiendo la situación. ¡Es mi madre! Y es ella quien dicta las normas estéticas de la casa. Fuera de mis sueños, ella siempre experimentó un misterioso rechazo al sonido del violín: decía que le parecía muy triste.

-¿Por qué, mamá?
-No sé, pero al escucharlo tengo que contener el llanto.
-Pero te gusta Chopin.
-¡Sí, las mazurkas, las polonesas; pero no sus nocturnos para violín!

Y es ahora cuando recuerdo que esa noche, antes de conciliar el sueño, estuve escuchando un nocturno de Chopin.



Cada vez que escucho un nocturno de Chopin, pienso en la tristeza de mi madre.

Agua en el tiempo de Luz

Viernes 2 de enero de 2004

Me encuentro en un café de chinos. Me acompañan un hombre y una mujer. Ella come espagueti, mientras yo bebo café con leche. Algo se mueve en el plato de la mujer: tal vez una cucaracha. El asco me hace hablar:

-¡Que te cambien el plato!
-Ya no importa: voy a la mitad.

La mujer se levanta y se dirige al baño. Yo aprovecho para quejarme. Al escuchar mis reclamos, una mesera se acerca y me mira con amable fastidio; pero no busca disculpas, ni siquiera cuando descubro en el fondo de mi taza flecos de cebolla cocida.

-¡Es el colmo!


Me levanto indignado y me dirijo a la cocina. Al cruzar las puertas abatibles, aparece ante mis ojos un lugar de techos altos, enormes columnas, espacios amplios y ausencia de muros. El ambiente es sombrío, frío, semejante a los corredores techados de Ciudad Universitaria. Veo pasar a Estela (una mujer que se enamoró de mí mientras yo me enamoraba de su hija). Lleva puesto un hermoso suéter de angora color verde pistache. Intento detenerla, pero ella me evita. La sigo, y la veo subir por una calle empinada hacia un mercado circular.

Detengo por instantes la persecución y pido una orden de tacos en uno de los puestos exteriores del mercado (barra de madera cruda y sillas altas). Mi madre está sentada a mi lado. Me alegra encontrarla, y la beso. Ella sugiere que pida un refresco. Llamo la atención del taquero...

-¿Me da una farmacia, digo, un refresco...? ¿Cómo se llama? ¡Fiesta, un refresco Fiesta!

Mi madre ríe al notar que no recuerdo las marcas de refrescos.



Poética del Sueño
Primeras Notas

1. La narración de un sueño no interesa más que al soñador. Por razones profesionales -no por interés real-, el psicoanalista del soñador está dispuesto a escuchar o leer la aventura onírica de su paciente. El resto del mundo puede vivir sin ella. Ni siquiera quien afirma amar profundamente al soñador es capaz de soportar la historia de su sueño, a menos que ese amante tenga algún papel protagónico en el cuento (su interés, en este caso, está en interpretar el valor personal en el ser amado).

2. Por eso, si vas a contar un sueño, anúncialo así: Fíjate que soñé contigo. Automáticamente, el egocentrismo de tu interlocutor quedará atrapado en las redes de tu propio egocentrismo (e invéntale cualquier papel en el filme onírico: Estamos tú y yo en un largo viaje por el Usumacinta...).

2. En el proceso de escritura de lo soñado descubro un mecanismo interior de defensa ante el intento de observar los sueños. Alguien Adentro descubre que hay un observador, y se enfada, se incomoda. Organiza entonces a su ejército y diseña un plan de resistencia, con las armas de la desmemoria y el insomnio.
Soñador -dice Alguien Adentro durante el sueño-, mírate soñando y recuerda que escribes sobre ti mismo; así, al soñarte, tus sueños pierden fuerza simbólica y se vuelven simple recuento del día.

4. Por razones dramáticas, daré nombre a ese Alguien Adentro. Lo llamaré Profesor Linderbrook, nombre del genial explorador de Viaje al Centro de la Tierra, de Julio Verne.

5. El profesor Linderbrook no sólo conoce sino que parece controlar las más profundas grutas de mi ser. Desde ahí (pues en ellas habita) dicta órdenes extrañas: teme, ama, odia, desprecia, olvida, niega, obstínate, desama, sueña...

6. Pulamos el segundo punto, con base en las enseñanzas que recibí de mi amiga Cecilia García-Robles. Ahora, durante mi ejercicio de escritura, Linderbrook descubre que alguien lo observa. Me sorprende tanto su sagacidad como su enojo. No soporta que lo miren, que lo vean ser. Es como el demonio: prefiere que niegue su existencia, pues de esa manera se siente libre, dueño y señor, poderoso. Como aprendió a vivir en las sombras, sabe que la luz lo debilita, lo vulnera: si lo miro, arrebato su poder. La absoluta conciencia de mí mismo -estado ideal que me lanzaría hacia la felicidad- significa su muerte.

7. Nadie quiere morir.Por eso Linderbrook está tan enojado ahora. Y ya percibo su resistencia: golpea mi memoria, me resta capacidad de recuerdo, provoca constantes insomnios.

8.
Porque los sueños en crudo son, al menos en mi caso, materia incognoscible: apenas me despierto, el sueño se resquebraja poco a poco hasta que, primero, pierde sentido, y luego desaparece. El sueño es soluble a la conciencia. El sueño es un nido de arañas, inquieto y ensimismado; el movimiento de cada una de ellas produce, como en un calidoscopio de pelos y patas, las imágenes que sueño; pero cuando vuelvo en mí, se activa un mecanismo que las alerta; las arañas dejan de ser un solo cuerpo y huyen despavoridas, solas o en pequeñas familias, emigran a la tierra de Irás y No Volverás. Se dan generaciones, eso sí, de arañas parsimoniosas, y entonces, gracias a su lentitud, mantengo el recuerdo fragmentado de mis sueños hasta el mediodía. Milagros del pozo místico, capítulo XV, de Bacilio Macedonio Ruiz (2001).

Tercero Sueño

Participo de un largo viaje por el Usumacinta con los indios de la región (mucha gente, en su mayoría campesinos, hombres de mediana edad). La embarcación es una enorme hoja de tamal que se cierra como capullo. El hacinamiento de viajeros es tal que nos colocamos en cuclillas, uno sobre otro. Al levantarme para descansar de la posición, descubro que estoy en la cocina de mi casa. Muerdo alternativamente una fruta y un sángüich. Tiro una y otro porque están agusanados. Vuelvo a ponerme de cuclillas, y entonces entiendo que sigo en la hoja de tamal y que viajo por el Usumacinta (la fruta se ha hundido, y el sángüich flota en la superficie del río).

Llegamos a Xochimilco, y entro a una especie de bodega, amplísima, repleta de computadoras, cámaras de video y monitores. Es la central de una organización que tiene bajo control las actividades de una persona. Me acerco a uno de los miembros de la organización (un hombre de bata blanca), y pregunto que a quién están vigilando. El hombre detiene sus labores...

Te estamos observando -me dice amenazante.

Salgo por la puerta principal del lugar, y entro a la sala de espera de un pequeño aeropuerto. Me dirijo al ventanal que da a la pista. Me siento junto a una pareja de ancianos irlandeses. Ambos miran por el ventanal, que a veces no da a la pista sino al Usumacinta. Para mirar mejor, ella se sube en una mesita de centro. Él se queja, se lamenta por la proliferación de españoles en el mundo. Mi postura es extraña: el brazo izquierdo lo tengo sobre la cabeza. Me indigno ante los comentarios del hombre, quien despliega sus exabruptos...

-¡Lo último importante que hicieron los españoles fue el barroco!
-¡No sabe usted lo que está diciendo! -digo en voz alta, sin perder mi postura.

La señora intenta callarme, pero yo la paro en seco:

-¡No estamos en misa, yo puedo decir lo que quiera!

El 8 de abril de 2009, mi amigo Ernesto Alfaro hizo un comentario sobre esta entrada: Cuando leí el título de la entrada, me transporte, quizá como en un sueño, a 1985 cuando, a unas cuantas semanas del terrible terremoto que marcó nuestras vidas, mi querido maestro de literatura nos hizo leer, analizar, discutir y estudiar el Primero Sueño de Juana Inés de Asbaje Ramírez y Santillana, Sor Juana Inés de La Cruz. Leer tu Primero Sueño también me llevó a diferentes sitios y también me hizo soñar, de alguna manera. Primero, las casas de los maristas, que a pesar de vivir en una discreta opulencia que a veces me parecía insultante, también vivían en una austeridad pulcra (cuando hablo de los maristas tiendo a ponerme esquizofrénico). Tu hermano saltando a la alberca y tú queriendo seguirlo, pero quedándote atrás, me hace pensar en el salto que él dio en la gran piscina cósmica, a la cual, todos estamos invitados y tarde que temprano, lo queramos o no, nos encontraremos en ella. Finalmente, lo de tu madre es maravilloso y revelador. Mi madre dice lo mismo del violín y es una admiradora de Plácido Domingo. Supongo que los hijos vivimos bajo el escrutinio y el juicio de nuestras madres, a las que no podemos más que amar y respetar. A veces sus juicios son duros, otros son complacientes y benévolos, pero siempre son amorosos.

Ese mismo día, respondí a Ernesto: Tu prodigiosa memoria, Ernesto, me reafirma algo que siempre he pensado: las verdaderas obras de arte son aquellas que resisten la prueba del tiempo. El largo viaje verbal de la jerónima mantiene su fuerza poética 25 años después de haber sido leído por un jovencito a un grupo de jovencitos, uno y otros entonces rodeados por las voces y los ritmos seductores de Madonna (Like a virgin), George Michael (Wake me up before yo go-go), Dire Straits (Money for nothing), Phil Collins (One more night) y Pat Benatar (We belong), entre otros. Comparto tu pavloviana esquizofrenia ante la mención de los maristas, cualquier cosa que esto signifique. En cuanto a tus hermosas reflexiones sobre la imagen de mi hermano en el sueño, también las comparto. Pero fíjate: la escritura del sueño está fechada el 1 de enero de 2004. Casi cuatro años antes de que Gerardo se volviera Dios. No se vale señalar premoniciones a posteriori, pero no deja de ser digno de mención.

Dos días más tarde, otro amigo, Víctor Castillo, escribió: A mi madre le gustaba Juan Gabriel, Vicente Fernández y muchos de los que no les pongo play ni en el Youtube. También le encantaba la ópera; de hecho, la apasionaba. Si una pasión musical tuvo mi madre, fue la ópera. Las dicotomías de mi madre. Uno de los mejores recuerdos que guardo de mi madre: Entró estrepitosamente a la casa, ataviada con una gabardina de piel negra y un sombrero, un cincel, un mazo y un crucifijo de plata. Miró atentamente para todos lados con un aire de misterio.

-Madre, ¿qué estás haciendo?
-Estoy muy ocupada, tengo algo que hacer en la casa de tu abuela; regreso al rato.

Y se marchó, pero no como buscando sino como persiguiendo u olfateando el paradero de alguien.Pensé: Se parece a Van Helsing. Minutos después regresó, guardó las herramientas y el crucifijo en algún lado de su alcoba; se sentó en la sala a ver la televisión conmigo.

Las personalidades de mi madre.

Amigo Agustín, tu "Primero Sueño" me despertó ese recuerdo que no usaba desde hacía años. Coincido en cierta forma con lo que dijo Ernesto, pero desde otro ángulo: por eso son gemelos, porque entre los dos experimentan la totalidad. Uno se da un chapuzón; el otro, observa y analiza desde afuera, genial.

Sigue Víctor: Hace 16 años, asistí a una conferencia sobre cómo "Cobrar consciencia dentro de los sueños". No tomé el cursó, pero apliqué lo poco o mucho que pude captar en un par de horas; alguna relación guardaba aquello con los textos de Carlos Castañeda. Durante más de 100 noches practiqué unas rutinas para despertar dentro de mis sueños (que dicho sea de paso, desde que recuerdo, siempre han sido muy intensos; lo cual heredé de mi madre).Una noche, sólo recuerdo que fue de noche, logré mi objetivo: desperté dentro de mi sueño con pleno uso del libre albedrío. Fui a buscar a mi padre al cual no veía desde hacía meses, quizá tres o cuatro. No lo encontré en su casa, pero puse un disco de Silvio que siempre me ha gustado. Hice lo que quise, me fui al CCH-N, encontré a la chica que me gustaba y la besé. Pero créeme, que es como en la vigilia: tener control de lo que sucede adentro del sueño es una experiencia cuasireal. Es decir, no sólo despiertas adentro con voluntad sino que también controlas los escenarios. Sin embargo, como vivimos bajo una cultura dialéctica, construida a partir de opuestos, encontré, como lo mencionas, entidades desconocidas que se oponían a mi estancia singular ahí adentro (no sé si ya te mandé el cuento "Félix", es sobre este asunto, lo escribí en 2001). Uno suele pensar que estas prácticas le resta algo poético a los sueños, a nuestros sueños, pero no; lejos de ello, lo poético se traslada al cuerpo y de ahí a la pluma o al computador. Es un reacomodo de la creación respecto a la recreación. Claro, uno termina volviéndose loco. Por otra parte, no sé por qué me acordé de Traveler y sus desesperaciones porque sus sueños guardaran cierto paralelismo con los de Talita en el Rayuela de Cortázar. Un abrazo, amigo Agus.

LAS FOTOGRAFÍAS DE ESTA ENTRADA FUERON TOMADAS POR A.A.T., con la intención de reproducir en la vigilia cierta atmósfera onírica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario