Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













domingo, 29 de junio de 2014

El difícil arte de hacerse entender

La noche del sábado, mientras discutíamos en persona, tuvo Octavio el tiempo de escribir en su muro la palabra que motivó nuestra controversia: ¡Puto! 

¡Ventajas de nuestro siglo! Podemos fortalecer nuestras ideas con acciones inmediatas. 

Esa misma noche, al llegar a Marsella, leí el muro de Octavio y entendí que el enunciado es, en ese lugar y en estos momentos, todo un discurso. No es el resumen de un discurso, sino un discurso completo donde el autor expresa su posición.

Observo el éxito de las palabras de Octavio (condensadas en una sola). Queda muy claro que su discurso (¡Puto!). Aunque lacónico, es un alegato mucho más efectivo que mi larga y tediosa disquisición sobre el asunto, farragosa homilía que no ha conseguido notoriedad ("Ni la conseguirá", como dijo don Teofilito).

Al momento de escribir este párrafo, el discurso de Octavio tiene 14 “Me gusta” (en ellos estoy incluido). La cifra corresponde al 12.28% de sus contactos en Facebook. 

Mi discurso, en cambio, apenas ha logrado que el 0.85% de mis contactos apachurre el botón de "Me gusta".

Y aunque no sé con certeza si las personas que pusimos “Me gusta” al discurso de Octavio estamos de acuerdo o en contra de él, supongo que trece de ellas lo aprueban, mientras que una (yo) aplaude la libertad de expresión.  Además, estoy absolutamente cierto de que las catorce personas que pusimos “Me gusta” a dicho discurso lo leímos completo.

Por otro lado, tampoco sé si las cuatro personas que pusieron “Me gusta” en mi discurso están de acuerdo con él. Tampoco sabemos si lo leyeron. ¿Cómo debo entender esto? Como una evidencia de que, a diferencia de Octavio, no estoy logrando comunicarme con la gente, no estoy logrando obtener lo que pretendo. Esto –y lo digo con sinceridad y con humildad, sin ironía y menos con sarcasmo-, es una de las lecciones que me da nuestra sabrosa disputa sobre el sentido de las palabras: ante los ojos de la mayoría, mis palabras no tienen sentido.

¡Mis palabras no tienen sentido! Algo estoy haciendo mal al tratar de comunicarme. 

Durante la noche del sábado, Octavio fue elocuente y acertado. Yo, en cambio, fui torpe y fui incapaz de explicar mi posición (nunca he tenido agilidad mental, y por eso me refugio en la escritura).


Pero si de veras pretendo comunicarme, algo tengo que hacer.  No hacerlo será admitir que lo que busco es DESCONECTARME.

Ante esta penosa disyuntiva (conexión o escisión), aparece una puerta de salida: la búsqueda de otro medio que no sea el de las redes sociales ni tampoco la conversación directa. ¿Cuál es ese medio? No sé. Meditaré sobre ello.

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