¡Ventajas de nuestro siglo! Podemos fortalecer nuestras ideas con acciones inmediatas.
Esa misma noche, al llegar a Marsella, leí el muro de Octavio y entendí que el enunciado es, en ese lugar y en estos momentos, todo un discurso. No es el resumen de un discurso, sino un discurso completo donde el autor expresa su posición.
Observo el éxito de las palabras de Octavio (condensadas en
una sola). Queda muy claro que su discurso (¡Puto!). Aunque lacónico, es un alegato mucho
más efectivo que mi larga y tediosa disquisición sobre el asunto, farragosa homilía que no ha conseguido notoriedad ("Ni la conseguirá", como dijo don Teofilito).
Al momento de escribir este párrafo, el discurso de Octavio tiene 14 “Me gusta” (en ellos estoy incluido). La cifra corresponde al 12.28% de sus contactos en Facebook.
Mi discurso, en cambio, apenas ha logrado que el 0.85% de mis contactos apachurre el botón de "Me gusta".
Y aunque no sé con certeza si las personas que pusimos “Me gusta” al discurso de Octavio estamos de acuerdo o en contra de él, supongo que trece de ellas lo aprueban, mientras que una (yo) aplaude la libertad de expresión. Además, estoy absolutamente cierto de que las catorce personas que pusimos “Me gusta” a dicho discurso lo leímos completo.
Mi discurso, en cambio, apenas ha logrado que el 0.85% de mis contactos apachurre el botón de "Me gusta".
Y aunque no sé con certeza si las personas que pusimos “Me gusta” al discurso de Octavio estamos de acuerdo o en contra de él, supongo que trece de ellas lo aprueban, mientras que una (yo) aplaude la libertad de expresión. Además, estoy absolutamente cierto de que las catorce personas que pusimos “Me gusta” a dicho discurso lo leímos completo.
Por
otro lado, tampoco sé si las cuatro personas que pusieron “Me gusta” en mi
discurso están de acuerdo con él. Tampoco sabemos si lo leyeron. ¿Cómo debo
entender esto? Como una evidencia de que, a diferencia de Octavio, no estoy logrando
comunicarme con la gente, no estoy logrando obtener lo que pretendo. Esto –y lo digo con
sinceridad y con humildad, sin ironía y menos con sarcasmo-, es una de las
lecciones que me da nuestra sabrosa disputa sobre el sentido de las palabras:
ante los ojos de la mayoría, mis palabras no tienen sentido.
¡Mis
palabras no tienen sentido! Algo
estoy haciendo mal al tratar de comunicarme.
Durante la noche del sábado, Octavio fue elocuente y acertado. Yo, en cambio, fui
torpe y fui incapaz de explicar mi posición (nunca he
tenido agilidad mental, y por eso me refugio en la escritura).
Pero
si de veras pretendo comunicarme, algo tengo que hacer. No hacerlo será admitir que lo que busco es
DESCONECTARME.
Ante esta penosa disyuntiva (conexión o escisión), aparece una puerta de salida: la búsqueda de otro medio que no sea el de las redes sociales ni tampoco la conversación directa. ¿Cuál es ese medio? No sé. Meditaré sobre ello.
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