AL CALOR DEL DESMADRE Y EL ALCOHOL
Participo, como todos, en reuniones de amigos donde la asistencia es variopinta. Ya no tanto, muy
pocas veces, antes de manera más frecuente. Con la edad, se vuelve uno muy
selectivo y menos patita de perro.
¿Qué nos lleva a una reunión de distintos que se caen bien? Una amistad superficial, una amistad que no se compromete más allá del abrazo y la sonrisa, y a la que le basta para complacerse la mansedumbre mutua. Reuniones cordiales, afectuosas y amables que quedan registradas en un álbum de Facebook o que se resumen en un “tuit”. Y no falta la foto de los amigos abrazándose en su ebriedad. Y no falta el comentario facebookero de un tercero al pie de la foto: ¡Par de putos!
¿Hay en esa expresión un insulto a terceros? Pienso que sí. Negarlo es tirar la piedra y esconder la mano. Pero también creo que lo seguiremos haciendo, desafortunadamente, pues parece que no percibimos las connotaciones homofóbicas de su uso.
A todos nos tocó, en la infancia y en la adolescencia, más de una putiza dada a alguien que se pasó de verga con las palabras.
-Estaba yo besando a mi novia, pasó este pendejo y me gritó: ¡Cuéntale de cuando eras puto!
AL CALOR DE LA TERTULIA EN PETIT COMITÉ
Hay
otra amistad, aquella en la que el amigo se vuelve un verdadero carnal: amistad
intensa, pasional, fraternal y necesaria que se vive con un número mínimo de
personas; amistad que no requiere de encuentros frecuentes (excepto entre
adolescentes). La reunión de la amistad íntima sucede con muchos silencios, con
menos palabras, sin grandes discusiones, con mucho placer por el sonido del
vino que se escancia sin prisa. En esas reuniones muy íntimas, la palabra
“puto” se usa con menos frecuencia. Pero se usa.
NO SEAS PUTO Y DAME UN BESO
Para
referirnos a quienes gustan de personas de su mismo sexo, hemos adoptado, creo
que desde mediados de los 80 e importada de San Francisco, California, la palabra “gay” (del occitano “gai”), a la que a
mí me gustaría sustituir por su versión española: gayo (alegre, vistoso), como La Gaya Ciencia, de Federico Nietzsche.
El rescate de “gayo” para el habla cotidiana daría a muchas canciones mexicanas
una nueva lectura. Imaginemos la y griega en el canto de Miguel Aceves Mejía:
“Gayo de oro tú serás, heraldo y paladín de la revolución”; en el canto de
Vicente Fernández: “Quien pudiera tener la dicha que tiene el gayo”; en el
canto de Antonio Aguilar: “…que este gayo colorado no hay palenque ‘onde haya
estado en que no haya demostrado su bravura y su valor”; en el canto de Luis
Aguilar “…que me han agarrado preso, siendo un gayo tan jugado”.
No me gusta la palabra "puto", aunque claro que la uso, tanto para referirme a un homosexual como para "chacotear" con los amigos. En las reuniones, la palabra puede ir y venir de aquí para allá, casi siempre con su connotación peyorativa (cobarde, traidor), a veces con su connotación equívoca (homosexual) y nunca en sus acepciones originales: varón que se prostituye con homosexuales o simplemente niño. Las figurillas de niños desnudos y alados en las pinturas renacentistas y barrocas son llamadas putti, que es plural del italiano putto (poco se usa, pues se prefiere bambino). Con su revoloteo alrededor de la figura principal, los putti señalan la presencia de Dios en la escena.
No me gusta la palabra "puto", aunque claro que la uso, tanto para referirme a un homosexual como para "chacotear" con los amigos. En las reuniones, la palabra puede ir y venir de aquí para allá, casi siempre con su connotación peyorativa (cobarde, traidor), a veces con su connotación equívoca (homosexual) y nunca en sus acepciones originales: varón que se prostituye con homosexuales o simplemente niño. Las figurillas de niños desnudos y alados en las pinturas renacentistas y barrocas son llamadas putti, que es plural del italiano putto (poco se usa, pues se prefiere bambino). Con su revoloteo alrededor de la figura principal, los putti señalan la presencia de Dios en la escena.
Pero
yo me esfuerzo en limitar el uso de esta palabra, porque sí veo en ella
homofobia, como veo clasismo y racismo en la expresión “Se viste como gata”.
Hay cosas peores, es cierto:
-¿Y cómo ves a la novia de Rodrigo?
-Pues…
Es de extracción humilde, digamos.
Una palabra que casi hemos logrado desterrar es “naco”. Sin embargo, las bajas pasiones nos llevan a pronunciarla: ¡Pinche naco! ¡Puto de la chingada! ¡Pinche vieja gata!
Y la risa surge y el vino se escancia. Hay cariño en la algazara, hay barullo en el cariño. Bastan algunos sorbos para que los besos y las lágrimas se suelten a diestra y siniestra. Dos amigos muy machos se abrazan y riegan el whisky en sus camisas.
-¡Cómo te quiero, cabrón! Si no fueras tan puto, me cae que te besaba en la boca.
Hay farsa, nos reconocemos en una obra de teatro a la que llamamos vida. Sabemos que aún hay en nuestro libreto privado algunos diálogos extraños en los que aparecen palabras y frases con las que nos formamos desde pequeños.
Sabemos que podemos usar la palabra en privado, entre cuates, pero es claro el acuerdo colectivo: aquí (adentro) hacemos el amor; allá (afuera, en la calle) hacemos política. Nuestro discurso callejero es política, nuestro discurso hogareño es amor. El estadio es la calle, y ahí nuestro discurso es político. La homofobia y el catolicismo de Vicente Fox y Felipe Calderón no serían tema de conversación si sólo hubieran expresado una y otro en su casa (sería lamentable, pero sólo para sus "seres queridos" y no para la República). El problema es que, tiro por viaje, su discurso político llevaba cargas homofóbicas y cargas religiosas. Alguien habría tenido que decirles: Señor, hay lugares y lugares.
Y esto nada tiene que ver con el Manual de Carreño, tiene que ver con la civilización. Los heterosexuales formados en la vieja escuela (misógina y homofóbica), sabemos que, como decían las mayores, “hay lugares y lugares”. En cambio, a la gente educada por Televisa, por TVAzteca y por el Panda Show les parece que la calle y la casa son la misma cosa. Hoy le gritan a los porteros "¡Puto!". Mañana, cuando regresen de Brasil, seguirán gritando a las mujeres en la calle: ¡Qué rico culo tienes, mamacita!, haciendo política con su lenguaje.
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