No existe el lenguaje inocente, ni siquiera en la
infancia: somos lo que decimos, y de esto ni Molotov se salva. Si a alguien le
sigue causando gracia su desafortunada canción ("marica nena, más bien
putino, puto, le faltan tanates"), a mí no. A mí me parece muy desagradable.
Recuerdo cuando mi padre nos llevó a Gerardo y a mí, el
25 de septiembre de 1966, al Estadio Azteca. Teníamos once años de edad. ¡Chivas-América!
Creo que era la primera vez que estos equipos se enfrentaban en el Estadio
Azteca. ¡Imagínense! Simplemente, piensen en una noche del mundo en donde
todavía no existe el Sargento Pimienta. ¡Así de oscura era la noche! Hagamos
presente esa noche, noche de septiembre, estadio nuevecito, lleno total, cancha
iluminada, escenario de teatro para gigantes donde el verde del pasto es una manifestación
de lo divino; Gerardo y yo con la boca abierta, el aullido del público es
constante y uniforme; a veces baja de volumen, a veces se intensificaba. Mi
padre nos compra un enorme vaso de cerveza, y Gerardo y yo nos paramos a gritar
cuando escuchamos gritar a mi padre (un gigante), ante un "dribling"
de antología, ante un "corner" peligroso, ante un
"off-side" clarísimo, ante un chanfle desestabilizador, ante una
amenaza de gol, ante una falta: ¡Penalti, penalti! ¡Árbitro ciego! Gritos,
enojos, risas, emociones, lleno total, público dividido entre americanistas y
chivas (aunque, como siempre en la Ciudad de México, son más las Chivas que los
americanistas).
El partido quedó 0-0, pero todos salimos llenos, plenos,
sonrientes, agradecidos de tanta emoción. El caso es que no recuerdo un
ambiente pesado, sino una atmósfera alegre donde se valía decir
"pendejo", "qué chingada madre, ahí lo tenías, carajo",
"árbitro ciego, ciego y pendejo" (pero con cierta contención,
"por respeto a las damas"). Sinceramente, no recuerdo que alguien
haya usado la palabra "puto". Pudo haberse dicho, no sé, no me
acuerdo. Yo digo que no. Y no porque entonces fuéramos más civilizados o menos
discriminadores, sino porque era una palabra muy fuerte: podías ser un hijo de
la chingada, podías ser un cabrón, un pendejo, un ciego, un gallinita, pero no
un puto, un puto no, eso era demasiado fuerte, era algo política, filosófica y
religiosamente contra-natura. Dudo mucho que alguien, entonces, hubiera soltado
esa palabra en el estadio. Ser puto entonces era ser un paria, a menos que
tuvieras el elegante descaro de Salvador Novo. Pero puedo estar equivocado.
Culpo a mi memoria de esta laguna. De cualquier manera, sospecho que la
asociación puto-cobarde es idéntica a la asociación mujer-cobarde. Entonces, la
asociación tiene que ver, en ambos casos, con la condición de un ser que está
"rajado", ser que "se dobla" y es penetrado (cfr. Octavio
Paz, El laberinto de la soledad), lo que me hace concluir que el grito
"puto" no es una expresión homofóbica sino misoginia disfrazada.
¡La lengua, la lengua! Por la boca muere el pez. Decimos
que una mujer embarazada está en estado de gravedad, porque su embarazo la ata
con más fuerza a la ley de la gravitación universal; pero como "lo
grave" se asocia también con "abajo", y lo de abajo se asocia a
lo malo, "lo grave" se vuelve sinónimo de "lo enfermo"
(porque el enfermo, al estar postrado en su cama, también está atado más que
los sanos a la gravedad); de ahí que todavía hoy muchas personas anuncien el
parto con un extraño "ya se alivió". Pero mal hacemos en
incomodarnos, al creer que quien dice que Fulanita se alivió afirma con ello
que hubo alguna enfermedad, porque el latino alleviare significa
"aligerar". Pero sí debemos incomodarnos, ahora que lo pienso, porque
dudo mucho que quien dice que "Fulanita se alivió" tenga conciencia
etimológica. Lo mismo pasa con el grito de la afición mexicana en Brasil: la
gente que asiste a los partidos no tiene frescas sus clases de etimologías
grecolatinas, así que su “puto” significa “puto”.
Es cierto, en algunos antros gayos la palabra "puto"
se vuelve sello de orgullo. La comunidad gay -acostumbrada a muchas cosas poco
agradables- descubre que vivir la farsa de las palabras es “catártica”, alivia,
aligera, desintoxica. Si me digo a mí mismo puto, la palabra puto pierde
fuerza, se vuelve inofensiva. Casi estoy seguro de que entre los aficionados
mexicanos en Brasil hay varios gayos y que todos ellos se unen al grito contra
el portero, presión que, a propósito, me parece certera: el jugador número 12 decide intervenir, porque las circunstancias lo ameritan. El fútbol de la Copa del Mundo -según entiendo- no es un deporte sino una permanente defensa de la nación contra los otros. ¿Y quiénes son los otros? ¡Los otros, los hijos de la chingada, los putos! ¿Y qué hicieron los otros para merecer nuestro desprecio? Existir. Esta interpretación explica que el mismo presidente de la República los reciba y les encomiende la salvaguarda de nuestro ser nacional:
-¡Chínguense a esos putos!
-¡Chínguense a esos putos!
Concluyo con una afirmación personal: a mí no me gusta
decir (y menos gritar) la palabra “puto” en público. Cuando lo hago, me siento
mal, siento que traiciono mi esfuerzo por alejarme de la homofobia y de la
misoginia.
...dribling...gravidez...
ResponderEliminarAbrazo
Gracias, Negro. Corrijo la palabra "dribling", con be labial.
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