Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













jueves, 10 de marzo de 2011

Florilegio de alborotos

La belleza nunca es intempestiva

La belleza avisa, se anuncia, es lenta, morosa, barca de la parsimonia que de pronto se descubre en la curva del horizonte, y luego, con suerte y paciencia, es posible verla acercarse, verla crecer, mirarla en toda su majestad, convertida en la enorme montaña que siempre ha sido, asombrosa, llena de luz.

Acaso sea eso lo que pinta Caspar David Friederich, más allá de las coníferas, en su Viajero frente al mar de niebla. Porque, para toparse con la belleza, hay que ser un wanderer, un viajero errante, vagabundo, trashumante.

Juventud, divina idiotez...

Durante las primeras cinco décadas de nuestra juventud, la mar de lo humano es ignota, no reconocemos su inconmensurable grandeza ni la multiplicidad de sus expresiones artísticas. A las pequeñas rocas donde residimos, las llamamos continentes –tanta es nuestra ignorancia-, hasta que saltamos al agua y descubrimos el océano, y entendemos dónde está la verdadera fuerza, dónde surgen tormentas reales, dónde aparece el ímpetu cierto, dónde hay espíritus gigantes y hondos.

La gracia de lo breve

Hay tres momentos humanos que son efímeros, recurrentes e impredecibles, además de absolutamente subjetivos: felicidad, amor y belleza. Si tales momentos no fueran efímeros como luces de bengala, e impredecibles como las albinas cuijas, se volverían aburridos y hasta fastidiosos. Hay gracia en ellos por la miniatura de su ser, por el tiempo tan diminuto que alcanzan a vivir. Hay gracia en ellos por esa incapacidad nuestra para percibirlos la mera víspera. Miente quien diga saber lo que va a pasar en su corazón y en su alma dentro de quince minutos.

La belleza nunca es intempestiva II

¿Pero cómo, entonces, digo que la belleza nunca es intempestiva?

Es fácil aclarar esta aparente contradicción: una cosa es que la belleza avise, se anuncie, sea lenta, morosa… y otra, muy diferente, es que nosotros seamos capaces de percibirla a la primera de cambios.

A ver si con un ejemplo me doy a entender.

Hace meses compré el Concierto para piano y orquesta #1 de Beethoven (en busca de atmósferas propicias para seducir a una mujer, lo confieso), y no es sino hasta ahora que su segundo movimiento se me ha vuelto una necesidad casi física. Entra, pues, al Hit Parade de este día, en el puesto número 1. Lo sigue de cerca Up on cripple crick, que es de Robbie Robertson, aunque a veces se piensa que la compuso Levon Helm, porque es este hermoso baterista quien la canta desde el disco café (The Band, 1969).

Tercera aparente digresión

Me salgo de tema, porque acabo de acordarme del día en que conocí a The Band. Resulta que en 1971 gané un concurso de trivia en la revista de la secundaria. El premio fue, precisamente, Stage Fright, el tercer disco de The Band. Mi primera reacción fue: ¿Y esto? Prefiero algo conocido. Por ejemplo, un disco de Wishbon Ash, de quien obtuve su primer LP ese mismo año, en un concurso de trivia radiofónica. Como ves, mareado lector, en aquella época andaba yo muy ocupado.

Lo curioso es que a Wishbon dejé de escucharlo en esos mismos días (no recuerdo cómo sonaba), mientras que The Band siempre ha estado aquí, muy cerca; se va durante unos meses, luego regresa, vuelve a irse… y al rato aparece con su rostro querido. Duele que hayan muerto ya Richard Manuel (que cantaba, entre otras, The shape I’m in) y Rick Danko.

Tenía entonces de compañero de clase a un cuate apellidado Vallejo, el único niño, además de Gerardo –mi hermano gemelo-, que se atrevía a andar con el pelo largo y con huaraches en un colegio marista. Vallejo, a quien envidiábamos porque había estado en Avándaro apenas el mes anterior (hoy, agradezco a mi mamá que no me haya dejado ir), vio lo que me había sacado y se me acercó nervioso:

-¡Te lo cambio por los dos números de Piedra Rodante donde salen las confesiones de John Lennon!-No. Gracias, pero no.

Fue mi primer acercamiento a la especulación. Si Vallejo era capaz de desprenderse de los dos primeros números de Piedra Rodante (que yo había perdido no sé cómo), significaba entonces que The Band tenía valor.

-Bueno, dame por lo menos el póster que trae adentro.

Ahora que ya han salido en forma de libro las legendarias entrevistas de Lennon, me arrepiento de haber perdido el póster de Stage Fright. Pero el disco lo escuchamos Gerardo y yo con verdadero placer y admirados de encontrar algo que de veras merecía colocarse junto a nuestros discos de The Beatles y The Rolling Stones. ¿Por qué? ¿Cuáles son los ingredientes mezclados en The Band que hacen que sus canciones sean, para mí, tan entrañables y atemporales? ¡No sé, no sé!

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