Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













martes, 8 de marzo de 2011

Lecciones de Morelia

Texto publicado por primera vez
en El Blues de la Estufa Divina (noviembre de 2005)

Viajar con artistas siempre es aleccionador. El aprendizaje es doble cuando se acompaña a músicos. La instrucción se multiplica al pasar uno o dos días enteros con bandas de blues, jazz y rocanrol. Y hacerlo con Las Señoritas de Aviñón y Vieja Estación es, para el conocimiento de la vida, aventura inconmensurable.

Con este pensamiento comienzo la crónica de un viaje a Morelia, hecho durante el pasado fin de semana y organizado por el dueño de Ruta 61, Lalo Serrano, tan activo siempre, tan dispuesto, como si no tuviera otros pendientes. Allá, en la ciudad capital de Michoacán, ambas bandas dieron su respectivo espectáculo. Lo hicieron en El León de Mecenas (Abasolo 325), hermoso lugar que se asume como café cultural y peña artística, es decir, un sitio donde el centro de atención es la música en particular y el arte en general.

Recorrí el camino a Morelia en la Unidad C de la caravana. En ella estuvimos Octavio –conductor-, Polaco –copiloto y guía moral-, Rafa Martínez, Ignacio Espósito y el que esto escribe.

Lección #1. Es en el pasado y en las viejas bandas donde encontrarás lo que de veras te causa placer.

Ignacio llevó entre sus cosas un disco con canciones de Grateful Dead. Y no es que Nacho esté anclado en ellos (en ese mismo viaje, el baterista confesó su gozo ante la música de Bill Evans, con quienes muchos nos hemos encontrado recientemente, gracias a los buenos oficios de Octavio), sino que la banda es de veras espléndida, un remanso de buenas melodías y de música bien tocada.

Escribo para ocupar mi tiempo, mientras llega el sábado, en cuya noche despediremos a Male Rouge. Pero Male seguirá cantando en otras partes. Del Water Ribaibal, su banda, en cambio, desaparecerá definitivamente, como tal, ese día. La veremos diluirse entre los aplausos y las manos que se agitan para decir adiós. Pero eso será el sábado. Mientras, escribo.

Noticias al final de 2005
  • Benedicto XVI impone a los monjes franciscanos de Asís vigilantes ajenos a la orden.
  • Carlos Abascal asiste a la ceremonia de beatificación de cristeros, en el Estadio Jalisco.
  • La infanta Lorena, hija de los príncipes de Asturias, será bautizada –como es la tradición- con agua traída del Jordán, en la pila de Santo Domingo de Guzmán.

Dejo en manos de esta gente el futuro de la República y del mundo, y me dedico a escuchar la rica conversación entre Octavio Herrero y Ezequiel Espósito, durante nuestro viaje por carretera hacia la católica Morelia.

Es curioso, porque la plática de Octavio y el Polaco me regresa al asunto de la infanta Lorena, cuyos padres olvidan que da lo mismo el agua del río donde fue bautizado Jesús que un poco de agua salida de los grifos de Murcia; digo, si lo que quieren es evitar las aguas de Madrid, cosa extraña, siendo que es fama secular que dicha ciudad cuenta con excelente líquido, escaso, sí, pero excelente -¡y se trata de un bautizo, por favor, tan sencillo como dar de beber a un geranio!
Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam in verbo, afirma el Catecismo. Como todo sacramento, el del bautismo basa su milagrosa metafísica en la palabra. Es lo que se llama epíclesis, es decir, invocación.

Los cristianos invocan al Espíritu Santo, y éste se encarga de obrar, con la fuerza que brota del cuerpo de Cristo, sobre las almas (no me pregunten cómo); pero, a fin de cuentas, la epíclesis es la misma herramienta que utilizan los niños para convertirse en pilares de oro y plata: se vuelven muralla infranqueable que protege la doncellez de doña Blanca y detienen –aunque no siempre- las oscuras intenciones del jicote que anda en pos de la señorita, tan decente ella. El sitio, el ataque y la defensa serán absolutamente reales, hasta que los adultos llamen a sus respectivos hijos para comer gelatinas y partir un pastel; entonces, desaparece el hechizo.

La epíclesis es el método que utiliza Homero para contarnos la guerra entre aqueos y troyanos (¡Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquiles!). Con epíclesis, un niño convierte su lápiz en avión de propulsión a chorro y su cama en el Golfo de Bengala; Las Señoritas de Aviñón nos hacen vivir las infidelidades de Magdalena; Vieja Estación, por su parte, acude a la epíclesis para que creamos a pie juntillas la historia de una mujer bondadosa en Noches de bar; de idéntica manera, vemos a Betsy Pecanins dejar una chancla a la vera del camino.

¿Qué es, entonces, la epíclesis? El conjuro que abre las puertas de la imaginación.

Entonces, la inmersión en el agua (o la benévola salpicadita, para que la criatura no crea que pensamos deshacernos de ella) simboliza el acto de sepultar al catecúmeno (es decir, al iniciado) en la misma muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él como nueva criatura. Es nuestra vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello santo.

Pero, cuidado, por favor, cuidado, repito, esto es un juego. Porque si el niño que hizo las veces del malo de la película en la ronda de doña Blanca, siente que en verdad es una avispa gruesa de cuerpo negro y abdomen amarillo, y le clava un lápiz (su aguijón) a Heriberto, compañero de banca; si lo ataca hasta inutilizarlo para el siguiente recreo, suponiendo que así encontrará una vía de acceso hacia Josefina (doña Blanca), entonces necesita urgentemente ser atendido por el doctor Landaverde, psiquiatra del Kinder Campanita.

Lo malo no es que un niño juegue a ser Superman. El problema es cuando decide lanzarse al vacío desde un quinto piso. En ésas están los católicos, que llevan cientos de años creyendo que el juego epiclético y metafórico inventado por Jesús es la realidad real, la misma que alberga la ley de la gravitación universal. Por eso, mantienen su fe en la resurrección y viven hablando con sus propias fantasías.

No entienden que, para hablar del amor, Jesús utilizó juegos, como ése de que existe un tipo llamado Dios y que él es su hijo. ¡Ah, pero hay que confundir las cosas, porque el lujo escandaloso es muy atractivo! Es la infanta Leonora, dicen sus nobles y reales padres (otro juego), y merece que la toquen las mismas aguas donde se empapó Jesús. ¿Las mismas? ¡Por favor! ¿Dónde estás, Heráclito, para que repitas tu obviedad sobre el agua de los ríos!

Pero volvamos a la sabrosa discusión entre Octavio y el Polaco. ¡Cuatro horas de epíclesis, tejidas y bordadas por dos tercos inteligentes! ¿El tema? La música y sus espacios conquistados en los medios masivos de comunicación, la música y su corrupción industrial, la música y la basura.

La amistosa polémica, que harta a Ignacio Espósito y divierte a Rafael Martínez, me lleva a pensar en mi siguiente lección:

Lección #2. Dos visiones encontradas de la realidad pueden ser, en el fondo, dos distintas maneras de decir lo mismo.

De una cosa estoy absolutamente seguro: el guitarrista de Las Señoritas de Aviñón y el cantante de Vieja Estación aman la música y aborrecen la mierda. La diferencia es que el primero ha aprendido a ignorar la mierda y hasta a encontrarle ciertas virtudes culturales, como elementos necesarios en el proceso de aprendizaje durante el largo viaje hacia la pureza (borremos la palabra “pureza” -Octavio la rechazaría-; hablemos mejor de “la belleza”); el Polaco, por su parte, considera que aún es posible revertir las cosas y modificar el mundo a favor de la música y del arte en general. Con Octavio y el Polaco, es maravilloso viajar cuatro horas; si se añade la sonrisa de Rafael Martínez (La Gioconda) y el compartido disc man de Ignacio (después de Grateful Dead, pusimos PD Vatican Blues, Rockin Chair in Hawai y otras canciones de George Harrison), éste se vuelve el mejor de los mundos posibles.

Octavio y el Polaco, tan necesarios los dos, así como son. No sé si estoy de acuerdo con uno o con otro, no sé si estoy de acuerdo con ambos; no sé si soy incapaz de entender de qué están hablando. El asunto es que hay una tercera lección:

Lección #3. Es bueno que los amigos tengamos zonas de desacuerdo. La discusión nunca terminará, pero siempre nos llevaremos a la cama los pensamientos del otro; así, refinaremos con las ideas de los demás nuestra propia weltanschaung.

Lección #4. El muerto, como el arrimado, a los tres días apesta. Y el armoniquero no invitado, que vaya y chingue a su madre.

Leo el blog de Octavio y no me aguanto las ganas de insistir en un tema: el palomazo como forma de invasión vulgar.

Bien dice José Luis Sánchez (tecladista de Vieja Estación) que si las armónicas tuvieran las dimensiones físicas de un piano de cola, nos ahorraríamos muchos disgustos. O habría que crear una ley muy sencilla: Aquella persona que desee adquirir una armónica, deberá antes presentar el correspondiente examen psicométrico: revisar si sus padres lo abandonaron cuando era niño, si sus amiguitos y maestros lo ignoraron, si su vida sexual es medianamente satisfactoria. La cosa es detectar si su autoestima es muy baja y si, por otro lado, supone que la música se define como la buena onda, la buena vibra, ahí donde la Revolución no ha sido vencida, carnal, y con ella pronto llegará un mundo donde gobierne el bluuuuuuus.

¿Y qué hacemos si el examen arroja advertencias de peligro? ¡No puede negarse la compra de la armónica! Sin embargo, sería posible decirle al interesado que la quena es un instrumento muy bonito y que en las peñas hay mucha gente que lo puede atender; de hecho, habría que probar meter veinticinco armoniqueros, con quena en vez de su instrumento de cuna, para palomear al unísono en "Adiós, pueblo de Ayacucho".

Hace muchos años, Salvador Elizondo escribió un pequeño cuento, quién sabe si autobiográfico, donde el protagonista hace estallar una bomba en una escuela de señoritas contigua a su casa, motivado por el justo deseo de hacer desaparecer a la orquesta de armónicas (tres decenas de niñas sopladoras) que todas las mañanas ensayan en el patio. Esto me hace recordar a Mario Lavista, quien afirma que la música religiosa de los católicos perdió su valor y se convirtió en basura apenas se permitió a las estudiantinas y a las rondallas hacer de las suyas en la misa de los domingos (para que vean que el Concilio Vaticano II, lleno de maravillas, también cometió crímenes de lesa musicalidad).

-Por el camino de Emaús, un peregrino iba conmigo; no le conocí al caminar, ahora sí… en la fracción del pan.

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