Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













jueves, 10 de marzo de 2011

Santa Rosa de Lima

La realidad es aquello que, cuando dejas de creer en ella, no desaparece.
Philip K. Dick (1928-1982)

Para fortuna del mundo civilizado, el catolicismo –o, al menos, su burocracia recalcitrante - se ha retirado de muchas zonas de la vida cotidiana, por las buenas o por las malas (en este último caso, los escándalos por pederastia son apenas muestra indignante de una clase sacerdotal hundida en sus propias contradicciones y en su histórico drama de patologías canónicas). Un buen número de jóvenes ya no cifra su conducta moral, su estética ni su sentido del placer en dogmas impuestos desde una concepción pecaminosa de la existencia, aunque todavía aparecen, sorprendiéndonos, grupos bien formados de fieles cuya resistencia a la realidad es de veras encantadora.

Hoy, surgen otras supersticiones y se escuchan nuevas tonterías, igualmente graves, igualmente divertidas, pero ya no son necesariamente las generadas por el catolicismo. Cada vez, a más adolescentes no se les ocurre, ni por asomo, acudir a un cura para resolver dramas interiores. Nadie con cierta instrucción, medianamente cuerdo y medianamente sano, supone que la virginidad es una virtud cósmica, ni que las travesuras de alcoba son una depravación física que produce la muerte del espíritu (todo se vale, si quienes están entre las sábanas llegan a ellas por voluntad y con gusto). La idea de Dios, entre los que aún conservan ese deseo fantasioso, se ha diversificado tanto que ya no sabemos de qué estamos hablando cuando se toca el tema, y los más graciosos logran que el Primer Motor Inmóvil aristotélico… ¡se mueva!

Pienso en esto mientras camino hacia la Condesa, con el propósito de contemplar sus dos iglesias católicas y reflexionar acerca de ellas y de su importancia en la imagen que todos guardamos de la colonia.

Hago el recorrido que de niño hacía desde mi natal Escandón, donde, a propósito, se encuentra San José de la Montaña, cuna sin chiste de mi primer ateísmo –ya luego vino un moderado y definitivo agnosticismo, que me mantiene en santa paz con las católicas bonitas y coquetas que, de vez en cuando y con frases de soberbia y dulzura, se esfuerzan por regresarme al corral de su metafísica.

Tomo una de mis habituales entradas a la colonia, por Avenida Tamaulipas, y llego a Alfonso Reyes, en una de cuyas esquinas se levanta, desde los años cuarenta, Santa Rosa de Lima, templo hermoso y monumental cuyo nombre es homenaje a la santa peruana que vivió en el siglo XVI. Recuerdo mis visitas dominicales, a fines de los sesenta y principios de los setenta, para escuchar al padre Julio, dominico de hermosos ojos azules o verdes, no sé, espigado y de casi dos metros de altura, cuyos sermones nos mantenían a los adolescentes de entonces en un estado de intensa emoción, porque en verdad sonaban a religión viva, a Jesucristo triunfante de la muerte, a revolución espiritual. ¡Aún se percibía en muchos sacerdotes jóvenes el entusiasmo del Concilio Vaticano II! Un catolicismo tal vez naif… pero intenso y nada conservador, algo absolutamente distinto al tono reaccionario y medieval que trajo consigo el pontificado de Juan Pablo II y que ahora intensifica Joseph Ratzinger (alias Benedicto XVI), con babosadas como las de impedir el sacerdocio a personas que realizan actos homosexuales, presentan tendencias homosexuales o apoyan la cultura gay (sic).

¡En fin!

Santa Rosa de Lima, de aspecto digno y elegante, señora que despliega el aroma de sus inciensos para decirnos con palabras de ladrillo que sabe todo de nuestra vida callejera, que nos ha visto pasar tambaleantes a las tres de la madrugada y, a esa hora, persignarnos muy respetuosamente ante ella, como para decir: te sigo queriendo, Rosita chula, desde los bostezos de mi infancia y desde el número de angelitos que flotan alrededor de tu imagen levitante.

Más adelante, antes de pisar el Parque España, está la Coronación, esperpento que sustituyó, hace como 35 años, al templo original (algo de él aún puede verse a un costado de la nueva construcción). Con este templo, ¿qué se puede hacer más que subrayar su insultante fealdad?

Mejor, regresemos a Santa Rosa de Lima, entremos en ella y tratemos de recordar el olor de la novia que nos dijo que sí exactamente cuando el padre nos invitó a comer el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Bastó una palabra suya para sanar nuestra alma.

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