El amor es un árbol que da frutos
dorados sólo cuando duerme.
Eduardo Lizalde
Semper fuit mulier teterrima belli causa
(Siempre fue la mujer la muy terrible causa de la guerra).
Citado por Ishtar Sylphide
en su Consolatione Philosophiae
dorados sólo cuando duerme.
Eduardo Lizalde
Semper fuit mulier teterrima belli causa
(Siempre fue la mujer la muy terrible causa de la guerra).
Citado por Ishtar Sylphide
en su Consolatione Philosophiae
A pesar de su nombre, el doctor Berenice Llora Deibis es un caballero de estampa varonil y voz grave, y su afición desorbitada por ciertas mujeres lo distancian significativamente de la ambigüedad erótica de nuestros tiempos.
Ni incertidumbres ni indecisiones hay en su fuero interno, sino fuego intenso que se aviva ante las formas, las líneas y los pozos de las mujeres ciertas (aquellas de las que habla Bugalú Peniche en el capítulo IV de su novela inconclusa Ganas de ti)
Ay del doctor Llora Deibis si tiene el infortunio de encontrarse en la mañana con una de esas mujeres ciertas, porque entonces vive durante el día la más desierta de las eternidades: no logra concentrarse, no halla reposo, anda como si le hubieran robado el alma y la cartera.
¡Señor, Señor! ¿Por qué me haces esto, por qué me has abandonado? Si no has de otorgarme a esa mujer, ¿por qué la conduces hacia mí, por qué la acercas? ¿Qué quieres de este siervo tuyo que sólo responde a la naturaleza que tú le diste? ¿Cómo he de leer Mateo 5, 28?
¡Por supuesto que la codicio! La deseé esta mañana y la he deseado durante todas las horas que han pasado desde el momento en que se te ocurrió colocarla en mi campo visual. Codicia viene del latín cupiditia, así que la tal codicia es el efecto físico y espiritual producido por los venablos de Cupido. ¿Y quién es ese señor? ¡No es Cri Cri, es un angelito escupido por tus designios, un angelito esculpido entre los renglones torcidos de tu escritura divina!
Apartado de la anfibología amatoria que se respira en el nuevo siglo, Berenice vive el deseo como una cardiopatía isquémica en su manifestación de Angina de Heberden: si, por descuido o debilidad, su mirada queda detenida en la opulencia de una dama calipigia, el doctor Llora Déibis experimenta inmediatamente dolor o sensación de opresión retroesternal, y el achaque –cuya duración alcanza los seis minutos- sólo desaparece con el reposo, con vasodilatadores coronarios (el dipiramidol, por ejemplo) o con un vaso de buen whisky.
De él es el conocido poema Si yo, ve, viera yo vería, en cuyos versos se resume el ruego de quien no se conforma con entrar en la mujer sino que aspira a ejercer antes las disciplinas preliminares del arte amatorio: mirar y beber.
Es hasta el segundo tiempo -afirma Berenice en otra parte- cuando las manos juegan su papel protagónico.
Si yo, ve, viera yo vería.
Breves las tetas tuyas, pero notables,
con sus pezones exactos, samovares.
Tibio el vientre tuyo, acaso inflamado:
De él parto hasta el terciopelo de tu pubis,
y besándolo te digo: estoy enamorado.
Breves las tetas tuyas, pero notables,
con sus pezones exactos, samovares.
Tibio el vientre tuyo, acaso inflamado:
De él parto hasta el terciopelo de tu pubis,
y besándolo te digo: estoy enamorado.
De profundis clamavi ad te, Frater Germanus.
Gerardo, exaudi vocem meam.
Gerardo, exaudi vocem meam.
Y junto a las mujeres, la música y los rinocerontes (mientras que música y mujeres ocupan la vida de Berenice, el rinoceronte es simplemente su animal predilecto). Pero de la música Llora Deibis habla siempre desconcertado.
Si las mujeres duelen, la música desconcierta. Por ejemplo –escribe Llora sobre una página de su querido diario-, en el segundo acto de Las Bodas de Fígaro, Cherubino (el paje del conde Almaviva) canta a la condesa Voi che sapete che cosa è amor (Ustedes, que saben lo que es el amor...), y dos lágrimas se asoman entonces por el rabillo de mis ojos. Lo mismo me sucede cuando escucho, gracias a Miguelángel Díaz Monges, Txoria-Txori (El pájaro –es- pájaro), de Mikel Laboa, en su lengua original, el euskera. Si bien en ambas canciones la letra es hermosa, no es ella la que me conmueve sino las respectivas melodías de Mozart y Laboa. ¡Pero la sola melodía no es la música total! ¿O sí?
Durante muchos años, Berenice creyó que la música era parte de las artes temporales (esa idea permanece en el sentido común). Luego ya no estuvo tan seguro. Ahora, al escucharla, piensa en arquitectura.
-La melodía sí es temporal, y me llega al corazón. La música es espacial, se mete en mi razón y la agita. ¿Y qué hace la melodía en la música? Distrae, enajena (aunque, es cierto, lo hace de manera deliciosa): es el tiempo del ser que nos arrebata de la estancia. ¿Y es posible encontrar música en una composición melódica? Sí. ¿Y qué sucede? Distrae, enajena, y lo hace de manera cerebral, racional: es el espacio del ser que nos protege del tiempo.
Mira Llora la melodía como un fenómeno horizontal, mientras que piensa en la música como una estructura vertical: ars erectus la llama, un artilugio humano que nos obliga a abrir los ojos, a levantar la mirada, a buscar sus espacios, a entender sus escaleras, a descansar en ellas.
-Si la melodía nos hace cerrar los ojos y sonreír, la música nos hace abrir la boca y mirar fijo. En Eine Knleine Nachtmusik, Diana Carolina González Molina, cita como ejemplo de grandeza musical el Laudate Dominum de Mozart (parte de su Vesperae Solennes de Confessore). Pero lo que hace el compositor aquí es sólo poner melodía a un salmo, el 117 (es obra de encargo, y hay que satisfacer las necesidades melódicas del cliente en turno). Y con esto no estoy diciendo que el Laudate Dominum de Mozart no sea bellísimo. Digo simplemente que no encuentro la música por ninguna parte. Es todo melodía. Escribo mientras escucho: se me pone la piel de gallina, se me hace un nudo en la garganta, deseo que no termine. ¡Adoro las melodías de Mozart! Pero me resisto a pensar en el Laudate como música.
Su amigo Casio Falla Carrillo no estuvo de acuerdo (citemos de manera textual a Casio):
-¡Por supuesto que hay música en el Laudate Dominum! Puedo incluso describirla: una voz dulcísima baja desde cielo y, sin tocar la tierra, se expande por toda la humanidad y el vasto mundo. Cruza el firmamento y vuelve a subir al lugar de donde proviene. La voz solista es depuradamente simple. No hay caprichos ni quiebres innecesarios. Es como si tras esa voz se pudiese ver algo más que no es posible percibir de forma humana. Las cuerdas en ritornello, se hallan en ese mismo estado de ingravidez. La melodía cantada se alarga bellamente (sólo Mozart podría concebir esos maravillosos largos cantabiles) y el coro entonado el Gloria Patri - qué coro- acoge a la voz como una apertura tan sabia como amorosa. Al final, en la unidad armoniosa del coro, la voz solista se eleva una vez más- discretamente- hacia el lugar donde habita el Sin Nombre. ¿No es acaso una visión de lo que llegará a ocurrir al final de los tiempos?
¡No, Casio! -interrumpe Berenice-. Lo que acabas de hacer es elaborar una emotiva y edificante pieza literaria a partir de tu muy personal experiencia visual al escuchar el Laudate y cerrar los ojos! ¿Y sabes por qué cerraste los ojos? ¡Porque es una bellísima melodía! La música, en cambio, se fue de paseo.
Los textos de Berenice se encuentran dispersos, muchos de ellos incluso absolutamente extraviados, por esa costumbre suya de escribir sobre pañuelos de algodón, que abandona en mesas de restaurante, cuartos de hotel, confesionarios y vagones del Metro. Sin embargo, uno de esos pañuelos apareció no ha mucho en un mercado de la Portales. Transcribimos aquí el manuscrito:
Con las canciones navegamos en el río de su melodía; con la música, en cambio, nuestra razón se enfrenta a un Lego, es decir, a algo cuyas partes son interconectables: la música es una serie de armatostes sorprendentes y tridimensionales donde un ser inteligente, sensible y talentoso puede inventar nuevas formas de decir lo mismo (y al crear una nueva forma, paradójicamente, estamos diciendo algo nuevo). La música es la respuesta a la frase danesa leg godt (juega bien).
En un pañuelo más antiguo, Berenice escribió: En el Orfeo de Jean Cocteau, el juzgado de ultratumba solicita al poeta enamorado de la Muerte (Jean Marais) que defina su profesión, y el personaje responde sin dudas: Poeta es el que escribe sin ser escritor. Lo mismo podemos decir de quienes hacen canciones: gente que hace melodías sin hacer música.
El 27 de enero de 2006, día en que se cumplieron 250 años del nacimiento de Mozart, don Berenice transcribió -para sonreír junto a la cuna del genio- la letra de Voi, che sapete, la hermosa canción del segundo acto de Las Bodas de Fígaro, deliciosa ópera bufa.
La sencilla letra de Lorenzo da Ponte (Emmanuel Coneglione, 1749-1838) -medita Llora al margen de la letra- resume con dulzura los síntomas y los efectos del amor; y Mozart, con veintinueve años de edad, la vuelve una joya indispensable.
La puso en italiano, y después -ahí junto- confeccionó una traducción libre (no es que Llora sepa italiano, sino que usó primero un traductor de internet... y luego corregió lo necesario).
Es Cherubino, el paje del Conde, quien confiesa su padecimiento a la Condesa de Almaviva y a Susana, camarera y prometida de Fígaro. Que sea una mujer soprano la que hace las veces del paje del Conde -advierte el doctor Llora Deibis-, supongo que es para subrayar la lozanía del muchacho enamorado.
Voi che sapete che cosa è amor, donne vedete s’io l’ho nel cor. Quello ch’io provo viridirò; è per me nuovo capir nol so. Sento un affeto pien di decir ch’ora è diletto, ch’ora è martir. Gelo, e pi sento l’alma avvampar, e in un momento torno a gelar. Ricero un bene fuori di me. Non so ch’il tiene non so cos’è. Sospiro e gemo senza volver, palpito e tremo senza saper. Non trovo pace notte, nè di, ma pur mi piace languir cosi. Vio che sapete che cosa è amor, donne, vedete s’io l’ho nel cor.
Ustedes, mujeres, que saben lo que es el amor, díganme si es eso lo que tengo en el corazón. Les advierto que lo que siento es nuevo para mí, y no sé entenderlo: siento un afecto lleno de deseo, que ora es placer y ora martirio; me hielo, y luego siento que se me quema el alma, y al rato me vuelvo a helar; busco un bien para mí, pero no sé quién lo tiene, no sé qué es; suspiro y gimo sin querer, palpito y tiemblo sin saber, no encuentro paz ni de noche ni de día; y, sin embargo, me gusta languidecer así.
Entusiasmado, nuestro doctor aprovechó la relectura de la canción transcrita para plasmar también -ahí junto- un comentario del jazzista Uri Caine, quien aquel mismo día presentó en la Sala Nezahualcóyotl su producción The Mozart Project: (Mozart) es la cima del asombro. Desde la primera vez que lo oí quedé fascinado por la exuberancia, el swing, la capacidad de asimilar tantos estilos tan distintos, tanta capacidad de diálogo, inagotable sentido del humor... y, en sus movimientos lentos, un exquisito pathos. Desde pequeño he amado su sabiduría envuelta en una aparente simplicidad. Cuando lo escuché años más tarde con oídos de músico, quedé impactado al descubrir su tremenda capacidad para expresar todas las emociones posibles, desde la inocencia hasta la melancolía, siempre con una transparencia abrumadora...
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