Texto escrito en julio de 2006
La raíz de este larguísimo texto es el disco grabado por el Estonian Philharmonic Chamber Choir, el Theatre of Voices y los Pro Arte Singers en homenaje a Arvo Pärt.
Me interesé en este compositor estoniano (aunque nacionalizado austriaco), al leer sobre el dodecafonismo (doce notas sujetas a una relación ordenada que no establece jerarquía alguna entre ellas -todas valen lo mismo, a diferencia de la música tonal, donde ciertas notas son predominantes y con una tonalidad determinada-). Leía y leía... ¡y me quedaba en las mismas! Miles de veces me ha explicado las cosas Octavio Herrero -lo poco que sé de música se lo debo a él-, y siempre tengo la sensación de que soy idiota: nada entiendo. Sin embargo, insisto y ando tras los compositores de música atonal. Así fue como encontré a Arvo Pärt, cuyo dodecafonismo -dicen- va más allá de la simple sucesión de las diferentes alturas, y llega al llamado serialismo integral, donde se establece un orden para la sucesión de las diferentes duraciones (figuras: la negra, la corchea...) y la sucesión de las dinámicas (los niveles de intensidad sonora).
Confieso que había abandonado mi búsqueda, hasta que el otro día -al pasearme por la sección de discos de la Librería Rosario Castellanos- me topé con una portada que me gustó: un hermoso viejo que en sus manos y en su rostro de mirada baja muestra la serenidad y la melancolía de los santos. Tomé el disco en mis manos y leí: ¡Arvo Pärt, a ver, me lo llevo!
Camino a casa, me dije que Arvo Pärt es igualito a Bacilio Macedonio Ruiz, el legendario poeta autor de Jitanjáforas del Fornicio. Subí a mi recámara y puse la música, con la idea de que, al escucharla, me enfrentaría a algo que hace rato quiero entender (la música atonal). Cuál no sería mi sorpresa.
-¡Esto no es dodecafonismo, esto parece otra cosa!
Piezas corales de ánimo religioso que, leo en el cuadernillo interior, pertenecen a lo que el mismo Arvo Pärt (1935) ha llamado tintinnabulatio, cuya base está en la composición de dos voces simultáneas como una sola línea. Muy atrás quedaron sus obras Nekrolog y Perpetuum Mobile (que no conozco en persona), ésas sí dentro del serialismo integral.
-¡No importa, esto está que ni mandado a hacer para mi estado de ánimo!
El tributo contiene quince obras del compositor estoniano, todas ellas dirigidas por Paul Hillier. Y su belleza es avasalladora, créanmelo.
Al tocar por tercera vez el álbum, me detuve en la segunda composición (La mujer con la caja de alabastro), que es una de las dos piezas creadas por encargo, en 1997, para la celebración del 350 aniversario de la Diócesis de Karlstad, en Suecia. ¡Santo Dios! Seis minutos y treinta segundos de mirarme en un espejo de sonido. Bueno, menciono sólo una de las piezas, la que más me gustó; pero el disco es, de cabo a rabo, una joya ineludible.
Deleitado por la textura coral y atraído por su título (que me hizo pensar inmediatamente en Frank Zappa, no sé exactamente por qué, acaso por la forma de nombrar las cosas -como The girl in the magnesium dress, compuesta para The perfect stranger -1984-, dirigida entonces por Pierre Boulez, y luego recuperada por el Ensemble Modern -en 1993- para The Yellow Shark), busqué la referencia bíblica con el ánimo de entender lo qué estaba pasando -durante la composición- por la mente del creador del estilo tintinnabuli. Fue entonces que, al revisar el Evangelio de San Mateo (26, 6-13), se me ocurrió escribir lo que sigue.
¿Y dónde está el prólogo?
Los estudiosos siempre se han preguntado por qué, si lo anunció en el índice de Jitanjáforas del Fornicio, Bacilio Macedonio Ruiz nunca publicó el supuesto preámbulo de tal poemario (Introito donde el autor se mira en el espejo mientras desnudo revisa su famosa pieza intitulada Clarinete Inverecundo, en verso de redondilla mayor, al tiempo que reflexiona sobre su propia alma).
Muchas fueron las interpretaciones para entender la omisión del texto, y éstas aún no terminan. Sin embargo, albricias, el misterioso prólogo ha aparecido.
Habrá que sugerir que se incluya en la nueva edición de los poemas macedónicos. Mientras, transcribamos un fragmento del texto ya emergido.
INTROITO DONDE EL AUTOR SE MIRA EN EL ESPEJO MIENTRAS DESNUDO
REVISA SU FAMOSA PIEZA INTITULADA CLARINETE INVERECUNDO
(EN VERSO DE REDONDILLA MAYOR) AL TIEMPO QUE REFLEXIONA
SOBRE SU PROPIA ALMA
Nosotros, los melancólicos, poseemos un espíritu débil, precario, un alma sin la transparencia del agua y sin la solidez de la tierra. Somos los inconsistentes y tenemos adentros que son arenas movedizas, fangosas. No hay en nuestra ciudadela interior principios rectores, avenidas útiles, mapas legibles donde se explique cómo llegar de las causas a los efectos, y cómo no extraviarse en el parque de las hipótesis. Hijos del barrunto y la conjetura, sólo tenemos en la profundidad de nuestro ser laberintos angustiosos donde aparecen sombras furtivas proyectadas por luces que no son nuestras.
Y, sin embargo, tenemos una certeza: si de este mundo hablamos, hay algo que falla ahí, aquí, allá, en todas las partes hacia donde miramos. No puede ser (no debe ser), como tampoco debe ser que, a pesar de todo, nos digan que no hay otro camino más que el que estamos andando.
Nos rebelamos ante este único color del mundo.
¡De cualquier manera, todos perciben nuestra vacilaciones! No sabemos decir las cosas, no sabemos convencer a los que hoy –como muchos de nosotros mismos- viven seguros y ciertos de lo que hay que hacer. Nuestro tartamudeo parece necedad, nuestra alegría al vislumbrar alternativas es convertida por los Seguros y los Ciertos en una simple alucinación…
¡Bah, señores equivocados -nos dicen los seguros de sí mismos- lo que ustedes padecen es nostalgia del Padre!
Perplejos ante el mundo, somos de conducta frágil, y nos guiamos por el instinto y por la fe, como las lagartijas y como los perros, criaturas que se conforman con un poco de calor y una caricia en el lomo.
¿Quién puede dar crédito a una persona así, qué mujer podría encontrar valor en un alma que es como el plancton, errante, flotante, de una placidez que desespera? Aquí, en el mundo tal y como está (en el mundo que las mira como botín), ninguna. Muchas de ellas, digo, muchas de las mujeres –algunas de las que conozco, aunque no todas las que existen (supongo), son culturalmente hipocondríacas (así las hizo la familia y así las quiere el mercado)-, buscan arrecifes, porque siempre están a punto de ahogarse.
Pero no es maldad la nuestra, por favor. ¡No nos crean gente infame! No hay en nosotros vileza, sino dolorosa incertidumbre. Tenemos llagado el cuerpo, ay, de tantas dudas, y vivimos la agitada guerra entre la razón y la sinrazón, desde que nos levantamos hasta que nos volvemos a la cama, y ahí, en la duermevela, antes de conciliar el sueño, definimos estrategias para regresar al mundo en calidad de héroes; empresa que olvidamos cuando apenas el sol calienta la realidad y la vuelve única e indivisible.
En su conocido Sermón de la Montaña –que es toda una declaración de principios-, Jesús promete bienaventuranza a gente con la que fácilmente se identifica el melancólico.
La primera predestinación es a favor de los pobres de espíritu, es decir, de aquellos quienes –poseyéndolas o no- están desapegados de las cosas materiales. Y el desapego genera automáticamente carencia. Fácil es entender el uso indebido que se ha hecho de esta promesa de bonanza futura por parte de las sociedades capitalistas, cuyos oligarcas se ven beneficiados por el enaltecimiento moral de la penuria de los muchos.
¡Dejadlos como están, que modificar su vida es cerrar para ellos las puertas del Cielo! -dicen arrogantes-. Además, la mierda que les damos para consumir genera riqueza. ¡Deberían estar agradecidos! ¡Ah, no, ingratos, están resentidos con nosotros, los que hemos sabido alcanzar el éxito! ¡Nos quieren quitar nuestras casas, nos quieres rayar nuestros automóviles! ¡La envidia los corroe! ¡Y se fabrican titanes de pacotilla, tan melancólicos como ellos!
Mal hacen en pensar así los conservadores de esta realidad, porque llegará el día en que los perros y las lagartijas tomen en sus manos las riendas de sus naciones e instauren el reino de Dios en este mundo, y entonces cabremos en un bienestar digno todos los que no creemos que las únicas leyes que cuentan son la del mercado y la del dinero, que sólo han servido para que los fuertes (nunca los débiles) dicten normas inhumanas y conculquen los derechos de los diferentes.
Entonces, acabaremos con las iglesias para que se dignifique la fe; acabaremos con el matrimonio, para que se dignifique el amor; acabaremos con el dinero, para que se dignifique el intercambio de bienes; acabaremos con los medios de comunicación actuales, para que comencemos a comunicarnos de otra manera; acabaremos con los dueños del entretenimiento, para que pueble la belleza y el arte todo, el verdadero, el que fabrica espejos; acabaremos con las supersticiones, para que habitemos nuestras fantasías.
Jesús promete también gloria eterna a los mansos, a los que lloran, a los hambrientos y sedientos de justicia (y a los que, por buscarla, son perseguidos), a los misericordiosos, a los limpios de corazón y a los pacifistas. En seguida, remodela la ley judía y funda su doctrina en un binomio moral: la tolerancia absoluta ante las imperfecciones y debilidades tanto del prójimo como del lejano (el perdón como única respuesta) y la intransigencia frente a nuestra propia conducta y ante la debilidad de nuestra propia carne. Ahí está la verdadera esencia del cristianismo: perdona los pecados del otro, pero castígate sin piedad por cada uno de los tuyos.
Por eso, no soy del todo cristiano.
Mejor, digo yo, Bacilio el Inconstante, una nueva ley os doy: perdónate a ti mismo como perdonas a los demás, sólo evita hacer daño, evita violentar la libertad de tu prójimo y de violentar tu propia libertad; cuídate de los puritanos y de quienes son capaces de obligar a una mujer a tener un hijo, cuídate de quienes no pueden ver a dos varones en una misma cama, cuídate de los que rezan y comulgan en público, cuídate de lo que afirman que éste es el mejor de los mundos posibles.
No estoy contra Jesús. Sólo digo que no puedo con su régimen de negación personal. Pero lo entiendo: su pensamiento –aunque nuevo- tiene raíces en el pensamiento de los judíos, contra los que tampoco estoy, mientras no me digan que traen la Verdad en sus manos.
Muchas mitzvot (preceptos judíos) parecen haber sido escritos por Groucho Marx en casa de Jorge Ibargüengoitia. Léase, por ejemplo, Deuteronomio 25, 11-12:
"Si entre hombres que riñen, el uno con el otro, y la mujer de uno de ellos se acerca para librar a su marido de la mano del que lo golpea, y alargando la mano (contra éste) le agarra por las partes vergonzosas, le cortarás a ella la mano; tu ojo no tendrá compasión."
Escena siguiente: Groucho persigue a Margaret Dumont, con un cuchillo de cocina en la mano.
En cambio y a diferencia de sus antepasados, Jesús tiene otro sentido del humor: dice que el único enemigo a vencer es uno mismo, y con tamaña afirmación inaugura una nueva moral y una nueva concepción del ser humano, a la vez que se adelanta –aunque de manera rudimentaria- a los hallazgos de Freud. Advierto que no soy un entendido del psicoanálisis y que apenas si lo conozco por mis conversaciones con Fiodor Martinson Blacksmith –que me indujo en la adolescencia hacia las lecturas básicas del pensamiento moderno (el mal no está afuera, sino dentro de cada individuo –Mateo 15, 11).
Sí, bueno. Pero sólo modificando el afuera podremos hacer que el mal de adentro desaparezca.
Hasta ahí Bacilio. Ahora, transcribo aquí el más reciente mensaje de Marie Alvarodíaz, donde recuerda su encuentro con Arvo Pärt:
La Habana, 1980. Estudiaba Artes Plásticas en el Instituto Superior de Arte (ISA), y uno de nuestros más queridos profesores tenía a bien ponernos a esculpir con la música de Arvo Pärt. Recuerdo una que se llamaba Alina… o algo parecido. Había también una sinfonía que, cada vez que la escuchaba, era como si miles de campanas sonaran a mi alrededor. Por momentos, sentía que estaba escuchando a Shostakovich… o como se escriba.
Marie es una cubana de oídos milenarios y con dos acuarios por ojos. ¡Y es mi amiga! Puedo presumirlo. A veces comemos juntos, en el Che Gaucho, donde los hermanos Brontese (Pablo, Adrián y Gabriela), dueños del lugar, preparan el mejor bife de chorizo que he probado en esta ciudad.
El Che Gaucho está en la calle de Aguascalientes de la Colonia Roma, a un ladito de Los Bisquets de Obregón y frente a la Farmacia San Pablo, que perdió su viejo nombre de Farmacia Pasteur. ¡Ah, la Farmacia Pasteur! Ahí, mi Diosa Madre compraba –hace siglos- Monsieur Lanvin, la loción predilecta de su amado Edipo.
N. de la R. escrita en 2011. El Che Gaucho desapareció hace tiempo.
INTERMEDIO
Guillermo Tovar de Teresa
Tovar... Así le decíamos en la pubertad, cuando estudiábamos en la secundaria del Colegio México. Y de Tovar nos burlábamos todos, cuando evitaba los partidos de tochito en el patio de Cacho Lozano, en una privada de la calle de Puebla -Colonia Roma-, y se sentaba mejor a silbar alguna melodía de Mozart o Vivaldi.
-¡Juega, Tovar, deja de hacerte…!
-¡No, muchachos, con mis bostonianos puedo sufrir un percance!
-¡Bah, haz lo que quieras!
Yo envidiaba su fortaleza para negarse a hacer algo que no le gustaba, que no le interesaba, que no le llamaba la atención. Lo envidiaba, porque a mí tampoco me atraía el tochito (me molestaba sudar, me molestaba la agresión física, me ponía de malas esa necesidad colectiva de pensar en los movimientos estratégicos para llevar una pelota deforme al otro lado del patio). La diferencia es que entonces yo no sabía decir, como Porky: Me reu... me reu... ¡no quiero!
No sabíamos, entonces, que ese Guillermo, tan alejado de nuestros intereses (y, sin embargo, siempre tan pegado a nuestra pequeña pandilla), había sido a los doce años consejero en arte colonial de Gustavo Díaz Ordaz. No sabíamos que luego había trabado amistad con Octavio Paz –la que puede darse entre un niño de trece y un poeta consumado de 55 años-.
Y aunque lo hubiéramos sabido, de nada le hubiera servido a Tovar para impedir que lo consideráramos un tipo inútil en asuntos de adolescencia, donde los únicos temas son el misterioso sexo escondido, el cuerpo recién despierto de las vecinas y el deporte llanero –o patiero, en nuestro caso-.
Fue a Tovar a quien en 1969 ofrecí hacerle las tareas por cinco pesos a la semana, propuesta que no sólo desechó sino que, en el colmo de las traiciones, la hizo pública durante la clase de Inglés, con esa ofensiva arrogancia de quien se cree superior. Fue así, con esa delación, que me convertí ese día en el hazmerreír de la clase, donde el Chopis –nuestro profesor titular- leyó en voz alta el contrato que yo había elaborado.
¡Tovar! ¡Quién nos diría que, pasados los años, se convertiría en intelectual de reconocido prestigio, gracias a su innegable talento y a su inmensa capacidad de estudio extra-escolar! Mientras nosotros tratábamos de transitar con decoro la secundaria, él ya estaba leyendo motu proprio a don Artemio del Valle Arizpe, a Luis González Obregón, a Francisco de la Maza…
Casi cuarenta años después, me encuentro con un Guillermo Tovar de Teresa igualmente lúcido y con un estilo de escritura sabroso, que se deja leer y que se atreve a expresar –desde su mundo- opiniones personales.
Y ya que hablo de Guillermo, también quiero dedicar un párrafo a Fernando del Paso, cuyas novelas (José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio) me comí enteras hace ya mucho tiempo -hoy, mis ejemplares, con sus anotaciones al margen, están enterrados en la tumba de mi difunta esposa-.
Ahora, con el riesgo que significa ponerse de lado de alguien en las actuales circunstancias, don Fernando habla -en ese Zócalo que bien conoce- del lodo, de la difamación, de la descalificación, del derecho que le asiste a él (y a todos) a denunciar a aquellos que con toda alevosía y ventaja distorsionan y han distorsionado el lenguaje a su conveniencia para sembrar la confusión, la discordia y sobre todo el miedo.
El Evangelio según Humpty Dumpty
Sigamos ahora, mejor, con la transcripción de Introito donde el autor se mira en el espejo mientras desnudo revisa su famosa pieza intitulada Clarinete Inverecundo, en verso de redondilla mayor, al tiempo que reflexiona sobre su propia alma, prólogo hasta ahora inédito de Jitanjáforas del Fornicio, de Bacilio Macedonio Ruiz.
En su remodelación de la ley judía, es notable el endurecimiento que hace Jesús del trato que debe darse a la conducta personal, en contraste con la permisividad que hemos de tener ante las faltas del prójimo y el ajeno.
-Oísteis que fue dicho “No cometerás adulterio”. Mas yo os digo: si miras a una mujer codiciándola, ya cometiste con ella adulterio en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te hace tropezar, arráncatelo y arrójalo lejos de ti; más te vale que se pierda uno de tus miembros y no que sea echado todo tu cuerpo en la gehenna… (Mateo 5, 27-29).
Pero no sólo es intolerable la extremosa castidad que propone Jesús, sino que tampoco puede aceptarse, como él lo hace, que la pobreza sea un mal endémico de la humanidad. ¡Aunque sea cierto! ¡Seamos exigentes, dijo un melancólico, exijamos lo imposible!
Hay momentos, sin embargo, en el que Jesús se vuelve de veras escandalosamente humano: hallándose en Betania, en casa de Simón el leproso, se acercó a él una mujer que traía una caja de alabastro, cuyo caro perfume derramó sobre la cabeza del Señor, mientras éste estaba en la mesa. Al observar esto, los discípulos se indignaron y se dijeron entre ellos:
-¿Y para qué este despilfarro? ¡Podía haberse vendido a buen precio, y haber dado el dinero a los pobres!
Jesús habrá pensado: Callad sobre los actos de esta mujer, de la que yo soy arrecife. Pero Mateo -que no estuvo ahí, sino que se lo contaron... como a mí- registra otra cosa:
-¿Por qué molestáis a esta mujer? Bien hizo lo que hizo conmigo. Pobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre.
Y de esta afirmación (pobres tendréis siempre con vosotros), los Seguros y los Ciertos han escuchado una bendición –o, al menos, una aceptación- de la inequidad.
No es así. O mejor dicho: no lo leí así, dijo Humpty Dumpty.
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