Texto escrito el 18 de febrero de 2008
En verdad, en verdad os digo
que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo;
pero si muere, llevará mucho fruto.
Juan 12, 24-25
que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo;
pero si muere, llevará mucho fruto.
Juan 12, 24-25
Y sólo la muerte, tranquila como una esteticienne altamente cualificada,
se paseaba por el cielo a la espera del momento propicio
para deshacer de un capirotazo
el frágil equilibrio entre la existencia y la inexistencia.
Stefan Chwin, La Pelikan de Oro
se paseaba por el cielo a la espera del momento propicio
para deshacer de un capirotazo
el frágil equilibrio entre la existencia y la inexistencia.
Stefan Chwin, La Pelikan de Oro
Tu obra y el dolor que tú has sufrido concientemente,
han procurado consuelo a cientos de generaciones anteriores a ti
e iluminarán cientos de generaciones posteriores a ti.
Voz escuchada en sueños por un moribundo
asistido por la psicóloga Marie-Louise von Franz
han procurado consuelo a cientos de generaciones anteriores a ti
e iluminarán cientos de generaciones posteriores a ti.
Voz escuchada en sueños por un moribundo
asistido por la psicóloga Marie-Louise von Franz
Hasta ahora no tuve fuerzas para escribir. Gerardo se fue, y el dolor de su ausencia tardará mucho tiempo en mitigarse. Nunca desaparecerá, pero creo que puedo sobrellevarlo durante el resto del camino. Tal vez se vuelva parte de mi ser, como sucede a quien de pronto queda sin un brazo o a quien súbitamente pierde la vista (he visto ciegos que sonríen y he conocido mancos que brindan con la otra mano).
El salón principal de la casa es hoy un sobrio altar presidido por las imágenes de mi madre y mi hermano. Todas las tardes, cuando ya ha oscurecido, enciendo una veladora; apago todas las luces, y sólo la pequeña lengua de luz habla en medio del silencio y la oscuridad. Así, en ese sosiego, recibimos la noche mi padre y yo, libres del mundo de los vivos, como si nos sentáramos a la orilla cenagosa del Aqueronte, a mirar, sólo a mirar, a escudriñar la calina que desprenden las aguas amargas de este río fronterizo. Vana esperanza de ver lo invisible, de escuchar lo inaudito, de percibir cualquier movimiento, así sea el más leve, al otro lado del caudal. Y en ese anhelo con el que tratamos de destejer nuestra tristeza, mientras aguzamos los sentidos, nuestras manos se entretienen con el lodo frío que nos rodea y sobre el que nos encontramos sentados.
¿Qué es esto? –pregunto.
El tiempo -dice mi padre.
Hiño el légamo y levanto la masa, que se me escurre por los antebrazos. Descubro, entonces, que el tiempo es este sedimento glutinoso que se forma en nuestra conciencia y que nos impide concebir la eternidad.
El recipiente de la veladora es un vaso de vidrio, y la cera menguada ha creado una especie de celosía a través de la cual se cuela la luz de la llama. Y en el rostro de mi madre, y en el rostro de mi gemelo, y en la misma pared, se proyectan sombras bailarinas y danzas de luz que otorgan a la escena los primores de la dulzura y la bondad. Ojos apaciguados por el amor.
Y pienso, mientras observo, en mis más recientes sueños. Gerardo es un perro rojo, alegre, que se lanza a mi encuentro y me lame. Gerardo es una arboleda de la que cuelgan vestidos de seda y de rayón, blancos (el viento mueve los vestidos, cuya albura contrasta con un cielo de nubes gordas y plomizas a punto de reventar). Gerardo es un atardecer bermellón de 1943, doce años antes de nuestro nacimiento. Gerardo es un espaguetti fruti di mare (calamar, camarón, almeja, chirla y pescado), bañado en salsa pomodoro. Gerardo es un vino español. Todos los elementos que aparecen en mis sueños posteriores a la muerte de Gerardo, y todos los eventos que ahí suceden, parecen señales enigmáticas expuestas en desorden para su desciframiento.
La fotografía de esta entrega fue tomada por Gerardo María Aguilar Tagle en octubre de 2007. De pronto, hubo en casa una invasión de lagartijas extraviadas. Cuatro meses antes, fueron palomillas de san Juan las que llegaron en multitud. Unas y otras nos regalaron el espectáculo conmovedor de su muerte: las lagartijas, quedándose quietas hasta secarse; los insectos, sufriendo quemaduras de primer grado después de azotarse repetidamente contra un foco de luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario