Pido un refresco de naranja y tres tacos, uno de maciza, otro de nenepil (buche y nana) y, para amarrar, el de chanfaina (bofe, hígado y corazón), todos con su salsita roja y su picadito de cilantro y cebolla. ¡Ay, mamá, qué herencia me dejaste! ¿Te acuerdas, Mailaluz, de nuestras gorditas del mediodía, acompañadas de media caguama bien fría? ¿Y del consecuente cigarro con el que acompañábamos nuestra chismería, a mediados de los noventa?
Me niego a mirar el contenido de mis tacos. No vaya a ser que se me quite el hambre. Apuro el refresco mientras termino de leer el texto escrito por Adolfo Gilly para la presentación de Vlady-De la Revolución al Renacimiento, de Jean Guy Rens. Gilly cierra su hermoso artículo con palabras de André Breton (La belleza convulsiva será erótica-velada-explosiva-fija, mágica-circunstancial, o no será), y pienso entonces que la vida en la fonda de los Hermanos Rojas es casi un poema escrito por el pontífice surrealista.
La belleza convulsiva
Un hombre enjuto y sudoroso extrae de un caldero hirviente partes del cadáver cocido de un cerdo enorme; los trozos son recibidos por otro hombre, éste semidesnudo y ensangrentado, los coloca en tablas de madera y los tasajea mil veces; el mismo hombre coloca las porciones en tortillas bronceadas por la manteca quemada. Mientras, un par de músicos callejeros, uno joven y el otro viejo, ambos probablemente llegados del puerto de Veracruz, tocan exquisitos danzones. ¡Qué música, Dios mío, esto sí es lo mío! El son jarocho, los danzones y varios mambos, sin olvidar los buenos boleros y las canciones de Agustín Lara y de José Alfredo Jiménez (sin mariachi, a pelo), la canción vernácula y algo de la canción bravía.
Si tanta belleza tenemos, ¿por qué nos escupen todos los días y por todas partes cumbias malolientes y purulentas? En esta ciudad, la buena cumbia se fue con Tony Camargo, Sonia López y la Sonora Santanera.
¿Y qué puede saber Agus de música popular y de la calle, si hizo la primaria con los maristas?
En los años sesenta, los cuatro varoncitos de la familia asistíamos una vez al mes a la Peluquería Flores, al principio de Avenida Tamaulipas, y mientras el señor Flores nos cortaba el pelo nosotros devorábamos los números atrasados de Hermelinda Linda, Red Rodgers, Viruta y Capulina, Chanoc, La Familia Burrón, Los Supersabios y Memín Pinguín, revistas de monitos prohibidísimas en casa (y si eran en sepia, peor). A veces, la lectura se dificultaba, porque una gota de Agua de Colonia caía sobre el cuadro donde doña Borola Tacuche soñaba con ser rica y tener una sirvienta llamada Jennifer; o porque un mechón de pelos velaba el cuadro donde Tsekub era perseguido por dos marcianos.
Nunca llegué al final de las historietas, porque el sonido de las tijeras me arrullaba y me sumía en un delicioso letargo, aunque no perdía la conciencia ni dejaba de percibir el mundo exterior. Por eso me acuerdo de las dos estaciones que sintonizaba el señor Flores: Radio Sinfonola y El Fonógrafo. Hoy, la primera es fuente principal del mal gusto. Con decirte, lector a la brush, que su lema (La Estación del Barrilito) fue sustituido por La Más Perrona, seguramente para competir con La Qué Buena. Pero entonces, allá por 1963, ambas emisoras contaban con un repertorio relativamente decoroso. Entonces, dicho repertorio era música para sirvientas, así que los niños sólo escuchábamos eso en la peluquería o en la cocina:
Quisiera abrir lentamente mis venas,
mi sangre toda verterla a tus pies,
para poderte demostrar que más no puedo amar
y entonces morir después.
(...)
Sombras nada más, entre tu vida y mi vida
Sombras nada más entre tu amor y mi amor.
mi sangre toda verterla a tus pies,
para poderte demostrar que más no puedo amar
y entonces morir después.
(...)
Sombras nada más, entre tu vida y mi vida
Sombras nada más entre tu amor y mi amor.
Todavía me acuerdo cuando, en 1966, murió Javier Solís: No me hubiera enterado si no es porque entré a la cocina para comerme medio bolillo repleto de mayonesa, y vi a Esther muy triste, muy pero muy triste. Esther, nuestra lindísima sirvienta, una sabrosa oaxaqueña de veintitantos años. Yo medio estaba enamorado de ella, o al menos la deseaba intensamente. A mis once años, su piel de zapote rojo y su cuerpo firme y lleno me ahogaban en mis fantasías nocturnas. Por ella abandoné al Necaxa de Mota, Albert, Lapuente, Majewsky, Javan Marinho, Dante Juárez (un equipazo) y empecé a irle a las Chivas de Calderón, Chaires, Ponce, Valdivia, Onofre, Jamaicón (un equipazo). Por ella, por Esther, le agarré cariño a Javier Solís. No compraría sus discos, pero cuando llego a escucharlo me siento bien, sonrío y me acuerdo de Esther, mi oaxaqueña sabrosa parecida a la Madre Patria de los libros de texto gratuitos. Esther, que en paz descanse. Ya no estoy seguro de su tierra natal: tal vez era de Guerrero.
-¡Jefe, ai' le encargo la cuenta!
-Cuarenta pesitos, mi jefe...
-¡Uy, pus qué! ¿Me cogí al cerdo?
-No, jefe, es que las cosas subieron...
-Va que va, muchas gracias.
-Provechito, mi jefe.
Vuelvo a creer en mi ciudad y en algunos de sus habitantes; por fin, después de mucho esperar, escucho en la calle música de verdad, música que se mete en las entrañas y nos devuelve el derecho a sentir placer en este jodido rincón del universo, ese mismo placer que experimento al escuchar uno de los discos que me regaló Sabina León Huacuja, nuestra corresponsal en Grecia: Camarón de la Isla, acompañado de Tomatito, en esa obra maestra que fue el concierto grabado en el Cirque D´Hiver (París) de 1987. No hay en el álbum un solo instante de sobra. La voz de Camarón y cada una de las canciones se meten en lo más profundo del ser, sea lo que sea el ser, sea lo que sea la profundidad: es cuando uno empieza a creer que el alma sí existe. ¿O de qué están hechas estas lágrimas que me sacan José Monge Cruz y José Fernández Torres?
Y a propósito, ya escribió Sabina. Lo hace desde Grecia:
Primera carta. ¡Hola, Agus! ¿Cómo estás? Ya no pude despedirme de ti. No fuiste al tercer concierto del maestro Billy Branch. Te escribo desde Atenas. Es una ciudad realmente bella, color blanco con un poco de rosa y un montón de historia. Aún no he ido a la Acrópolis, pero he visto el templo de Poseidón y de Zeús. Increibles. Pronto, el calor subirá a 43 grados, así que nos refugiaremos en las islas durante el fin de semana. Me dispongo a salir a cenar a Plaka, el barrio debajo de la Acrópolis y, por ende, el más turistico y concurrido de la ciudad en la noche. Tendré que gastar numerosos euros. Ya te contaré. Te mando un beso enorme, Agus, y un abrazo a la griega.
Segunda carta. Estoy en una isla de ensueño, Naxos, a seis horas de Atenas. Es realmente bella, nada parecido a algo que hubiera visto. Hoy fui a la cueva de Zeus, toda una aventura: tuvimos que caminar dos kilómetros, y uno más para subir un monte. subiendo un monte. Pero valió. ¿Qué tal Ruta, Agus? Un beso. Saludos a todos desde las cicladas.
Sab
También escribe nuestra corresponsal en Barcelona, la sempiternamente hermosa Carolina Román Mallada. Pasa que le conté de mis acercamientos al flamenco. Entonces, que la chulada de mujer me va mandando cuatro delicias. ¡Bueno, bueno, que ya quiero verla bailar, con los brazos en alto y las manos como pájaros adolescentes! En alguna parte, Federico García Lorca, poeta gigante, llama a las bailaoras de flamenco epilépticas de la luna. Sí, claro, brujas gitanas que deletrean con el movimiento de sus cuerpos el diálogo de los dioses más antiguos, aquellos que inventaron la noche.
Dice Carolina:
Agustinito, claro que hay flamenco en Barcelona. Cuando vengas, te voy a llevar a un tablao que ni qué. Es más, además de flamenco hay bulería, fandango, rumba… Bueno, con decirte que, por ser Cataluña el principal destino de la emigración andaluza de toa la vida, existe incluso la conocida rumba catalana, que es estupenda para bailar. Te mando tres canciones: la primera es flamenco instrumental (Entre dos aguas), del estilo de la que has mandado de Amigo (se refiere a Vicente Amigo, porque le mandé Los ojos de la Alhambra): está tocada por el gran, grandísimo y excepcional Paco de Lucía. Espero que te guste (¡Que si me gustó, pregunta la moza divina!). Es tranquilita (bueno, al final se anima con unos raspados que no veas), perfecta como fondo para trabajar o relajarse con una copichuela. Después, te envío una rumba. Ésta es para bailar o para escuchar (y que el corazoncito baile solo en el pecho). Es justamente de lo que te contaba de la rumba catalana (he de decirte que es un poquito pop, pero voy a buscarte auténticas rumbas catalanas). Y por último te envío una canción que es flamenco oriental. Ya verás, tiene el fondo flamenco pero con el ritmo, instrumentos y voz más árabes que puedas imaginarte (no sé si alguna vez te dije a que a mí me encanta la música árabe, la encuentro muy sensual). ¡Órales, que he encontrado rumba catalana! (Cuando tú no estás). Te mando entonces cuatro canciones. ¡Beso!
Termino esto, porque ya me voy a Ruta 61. Esta noche se presenta Male Rouge, y tengo ganas de un Jack Daniels. El primer vaso lo levantaré en homenaje a la Mujer Pez, por guapa, por sabrosa y por que sí.
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