Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













sábado, 28 de mayo de 2011

La mujer alcatraz

Texto escrito el 3 de diciembre de 2007,
dieciocho días antes de que NSG volara al Cielo.

No hay antes ni después.
¿Lo que viví lo estoy viviendo todavía?
¡Lo que viví! ¿Fui acaso?
Todo fluye:
Lo que viví lo estoy muriendo todavía...

Octavio Paz / Cuarto de hotel

¿Qué dices, Lulú? ¡Oh no, Lulú!
Ya te vas para Hawai,
ya te vas para Hawai.

A.A.T. / Adiós para siempre / Cancionero Inédito

El tiempo es la sustancia de que estoy hecho.
El tiempo es un río que me arrebata pero yo soy el río;
es un tigre que me destroza pero yo soy el tigre;
es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego…

Jorge Luis Borges, Nueva refutación del tiempo

Leerte es vivir. Y así uno no muere.
Gerardo Aguilar Tagle (05/12/07)
Su penúltimo comentario en el blog
El blues de la Estufa Divina

La mujer alcatraz

Deprisa Bordonaro Pardavé (Algaida, 1986) sale de Ruta 61 a las cuatro y media de la madrugada. Decide caminar hacia su casa, alegre y gozosa, con calma. Respira profundamente y enciende un Marlboro. Le da por quitarse la chamarra, así, con impaciencia, qué lata tanto abrigo, para qué, si me gusta la carne de gallina. Dicho y hecho, el viento nocturno se pega a su delgada camiseta Rimbros -blanca, de algodón-, y entonces se dibujan sus senos discretos pero bien formados, y sus pezones endurecidos por el frío delicioso. Sonríe. Esta noche no se siente amenazada por esos chaneques de la culpa que a veces grafitean por fuera los gruesos muros de su dicha. Esta vez no. Esta vez no.

¿Y por qué no? Porque la muchacha se previno e instaló los reflectores del instante en el exterior de sí misma. Anda toda iluminada. Su cuerpo –de belleza memorable- parece la fachada de una hermosa cárcel de alta seguridad.

¡Mira, ahí va la Mujer Lecumberri!, dice un barrendero sexagenario a su novia teporocha. ¡Mira, ahí va la Mujer Alcatraz!, dice un cincuentón mariguano a su perrita french poodle:

-Fíjate, Purpulgéis, fíjate. En cualquier momento, escapa de entre sus piernas Clint Eastwood. ¿Pero por qué digo esto como en cámara lenta? ¿Hace cuántas horas que llevo cargándote, chiquita? Mira, mira, es la Mujer Iluminada…

Purpulgéis intenta ladrar, y sale de ella un gemido de cofre diminuto (la perrita lleva una hora tragándose el humo verde de su amo amarillo).

Al pasar, Deprisa escucha claramente las alucinaciones de ambos hombres, pero hace como que no se entera. Ahora, el barrendero y el mariguano ya sólo miran las nalgas redondas y exactas de la niña Bordonaro, que no ha cumplido siquiera los veintidós.

Los hombres suspiran y vuelven al tejido de su propia vida.

Activos y en movimientos de luz, los fanales que alumbran a Deprisa impiden que el espíritu de la aflicción se acerque y haga de las suyas en el alma de la joven. Así, encendida de lo que ella llama La Conciencia del Attosegundo, logra deleitarse en las cosas que suceden, sin sentir que carga el lastre de lo específico y de lo incorregible. Ahora, con ese sistema de vigilancia permanente, Deprisa reconoce en su fruición y en su alborozo la fragancia de lo vivido. Ya no más pesadumbre subjuntiva.

¿La Conciencia del Attosegundo? Sí. Sucede que Deprisa se enteró de la existencia de esa unidad de tiempo, la más breve que ha podido ser percibida en laboratorio, e inmediatamente la volvió su vellocino de oro, su piedra filosofal. Percibir un attosegundo de algo, de lo que sea, se ha convertido en su obsesión, pues está convencida de que en ese microscópico santiamén se halla la explicación del universo. Algo debe esconderse ahí: la eternidad, por ejemplo.

Un attosegundo corresponde a la trillonésima parte de un segundo (en danés, atten significa dieciocho: el attosegundo es 10 a la menos 18), es decir 0.000000000000000001 de segundo. Y Deprisa quiere percibir la realidad que cabe en un attosegundo. Sabe que se trata de un brevísimo intervalo y que es imposible que sus sentidos logren aislarlo en su conciencia; pero el esfuerzo vale la pena, porque en él –en el simple esfuerzo- la vida se extiende, se extiende, se extiende.

¿Y qué puede suceder en ese attosegundo? Ni siquiera las rupturas y las formaciones de enlaces químicos. Unas y otras requieren de más tiempo. Paul Corkum y su equipo de científicos del Steacie Institute for Molecular Sciences (Ottawa, Canadá), lograron generar un pulso de luz que duró apenas la mitad de un femtosegundo, es decir, 650 attosegundos. Y los estudios del egipcio Ahmed Zewail revelaron cómo los enlaces químicos de moléculas de sal se rompían y se volvían a formar en escalas de cien a doscientos femtosegundos (el femtosegundo es a un segundo lo que éste es a cien millones de años).

Pero, entonces, la pregunta sigue sin respuesta: ¿Qué puede suceder en un attosegundo? Deprisa piensa rápido y en voz alta, a la altura de Cholula…

-Sonaré tonta, pero el amor sucede en un attosegundo. Quiero decir, nace en ese lapso. Antes no estaba, y un attosegundo después ya está. Es un agujero negro imprevisto, se abre sin avisar, inesperado, intempestivo, repentino como la belleza. Y caemos en ese hoyo, como Alicia Lidell en su túnel vertical. Amor que no sucede en un attosegundo no es amor, es otra cosa: planificación familiar, amistad erótica, negocio de soledades, estrategia de egocéntricos, no sé. El amor, en cambio, es el vislumbre instanteneo de la eternidad, temporalmente más diminuto que la nada. Por eso es tan peligroso, porque no da tiempo de pensarlo cuando sucede. Tengo que platicar esto con don Ananías Hortoneda.

Por otro lado, creo que hay un pasillo sensorial que une la realidad objetiva a la realidad onírica, y por ese corredor pasa el sonido a la velocidad de 37.3 kilómetros por attosegundo. Llamemos a esto
Intervención Acústica en la Narrativa del Durmiente. El ruido que hace una rata al rascar la duela del comedor pasa vertiginosamente por el pasillo del ensueño, y ese ruido se transforma en la faena de raspar una zanahoria o en el aleteo de la prima Natalia, que en nuestra fantasía ya aprendió a volar.

Esta noche, Deprisa se siente feliz. Sí, es cierto, no se despidió de los amigos, y sabe que la omisión le acarreará uno que otro reclamo de gente que la quiere bien. Pero es que a veces le agarra el vacío cósmico, y no sabe cómo explicarlo sin parecer que anda aburrida. Esta vez, su vacío cósmico se llena de miel, de un fluido dulce y viscoso que no merece derramarse en explicaciones.

Fue una semana agotadora, pero calavera no chilla, como dice, Ezequiel Gustavo Espósito Criscuolo, amigo de la Bordonaro. Es cierto, es cierto, nada de quejas –piensa-, que lo bailado nadie me lo quita, y si por divertirme tengo que temblar mañana, durante el desayuno, que así sea, a mayor gloria de la vida, que nadie se muere de risa, a menos que tenga ya propensión a desaparecer.

Deprisa piensa así porque siempre recuerda a su tío abuelo, don José Luis Osorio Mondragón, eminente geógrafo que no llegó a los sesenta. Hombre mesurado, prudente, de muy poco beber, sin vicios ni costumbres de alto riesgo, fue maestro de excursionismo y apasionado del alpinismo; pero nunca llevó esas prácticas a niveles de peligrosidad. ¿Qué lo mató, entonces?

¡Pues no sé –piensa Deprisa-, el gusto por disolverse acaso! Y a mí ese gusto no se me da, no se me da. A ver cómo le hace la muerte para encontrarme, porque me le voy a esconder a cada rato y le voy a ganar en el ajedrez, como Antonius Block. Todo esto, si no me apachurra un loco idiota o si no me cae un excusado en la cabeza, que de eso es de lo que de veras me da miedo morir.

Deprisa aún siente el golpe en la rodilla izquierda, pero el dolor es una muda lagartija prendida y quieta en la vasta superficie de su ánimo. Sonríe al recordar su caída, ocurrida hace apenas una hora, en las escaleras del Ruta 61: apareció un nuevo escalón o desapareció alguno, quién sabe; la cosa es que tropezó y fue dar –whisky en mano- a los pies de un tonto, quien no hizo el menor intento de ayudarla a levantarse, aunque el maleducado quedó sorprendido ante la destreza de la muchacha para salvar su bebida.

¿Cómo se llama esta luz de madrugada?, piensa ella, mientras camina por Avenida Baja California, hacia el templo de San José de la Montaña. ¿Cómo se llama esta luz que no es luz, esta sombra que no es sombra? Vargtimmen, se dice en sueco. Es la hora del lobo, el momento entre la noche y la aurora cuando la mayoría de la gente muere, cuando el sueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales, cuando los insomnes se ven acosados por sus mayores temores, cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos, dice Johan Borg a su mujer, Alma (Max von Sydow y Liv Ullman, respectivamente), a la luz de un cerillo moribundo. Y Deprisa piensa en sus propios fantasmas.

Ya es domingo, pero aún faltan dos horas para que germine la luz. Es la hora de los trailers, mastodontes que cruzan la ciudad y la convierten durante un tiempo en paisaje antediluviano. El aire frío de la madrugada huele a maíz y a carbón, aromas que abren el apetito de trasnochados y madrugadores. Algunos de ellos, por razones distintas –hambre vil o desayuno bendito- buscan guarecerse junto al calor de los tamales.

-Buenos días, jefe. ¿Ya tan temprano?
-Si, mijita, hay que chambearle duro. ¿Qué va a querer? Hay de dulce, y también rojos, verdes y de rajas…
-Verdecito, por favor.
-¿En torta, seño?
-Sí, y un atole calientito, mi jefe.

Faltan quince minutos para las cinco, y Deprisa prefiere sentarse en las escaleras de San José de la Montaña, para disfrutar su trolebús y su atole de chocolate. El sol de diciembre es moroso y desganado, así que vuelve a ponerse la chamarra, porque el frío arrecia a estas horas. Así le gusta la ciudad, apenas despertando. Así la ama. Más tarde, comienza a odiarla. Quién sabe cómo, llega a su mente el recuerdo del viernes 16 de noviembre, cuando fue a ver Fraude, México 2006, documental acerca del proceso comicial del año pasado, y saca de la bolsa trasera del pantalón una serie de hojas dobladas, en las que garabateó pensamientos inmediatos a la película…

La vida de los otros

No te preocupes, lector, no discutiremos de nuevo sobre el asunto. Ya lo hicimos: hubo sombrerazos, nos levantamos la voz, nos irritamos y no pudimos llegar más que a un solo acuerdo: el silencio. Cada uno de nosotros tiene su propia opinión y su muy personal versión de los hechos.

Sin embargo, más allá de los desacuerdos, los desencuentros, las discordancias, las contrariedades y las disconformidades, hay algo contra lo que todos debemos luchar, porque nos degrada y nos retrasa: la censura, por comisión o por omisión.

Como era de esperarse, funcionarios del gobierno federal, sus indispensables lambiscones empresariales, la jerarquía católica, acólitos con micrófono o pluma, y uno que otro empleadillo, han hecho todo lo posible por censurar la película y por entorpecer su distribución y su exhibición. Y no sólo esto sino que, además, volvieron a mostrar su tendencia autoritaria al empeñarse en borrar de la realidad manifestaciones como la del domingo 18 de noviembre en el Zócalo.

Cuenta
Julio Hernández López que a muchos buzones electrónicos está llegando la acusación (obviamente, sin pruebas) de que Fraude: México 2006, fue apoyada con millones de dólares por el presidente venezolano Hugo Chávez. Tal como sucedió en la campaña electoral del año pasado, los correos electrónicos difamatorios provienen de oficinas del gobierno federal, en este caso del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), de una de cuyas direcciones IP, la 132.248.69.201, se enviaron los mensajes de guerra sucia…

Calificar o, incluso, juzgar la realidad no es sólo un derecho individual y colectivo sino, además y sobre todo, una necesidad social. También lo es el luchar contra la realidad (el Eterno Prurito Revolucionario gracias al cual los grupos humanos hemos superado, a lo largo de la historia, una que otra discapacidad, una que otra injusticia, una que otra superstición). Negarla, en cambio, es síntoma inequívoco de esquizofrenia o, por lo menos, de inmadurez, de falta de educación, de infantilismo.


Ya son las cinco y media de la mañana, y Deprisa se levanta de las escaleras del templo. Somnolienta, se dirige a su casa, que está a la vuelta de la esquina, después de los repugnantes y nauseabundos puestos de comida que infestan la salida del Metro Patriotismo.

Antes de entrar a la cama, prefiere darse un baño con agua tibia. Abre la llave, se desnuda y, mientras calienta el agua, se mira en el espejo.

Más absorta que Narciso, contempla la esbeltez de su cuerpo (sólo una ligera palidez y un principio de ojeras delatan las horas sin sueño), y sonríe, como deseosa de sí misma, nostálgica de placer, ganosa de acostarse con alguien a estas horas, hacer el amor rayando el sol y, luego, quedarse dormida. El espejo se empaña y Deprisa desaparece tras el vapor blanquecino.

Galería

1. Agustín Aguilar Tagle, de Gabriela Marentes Garza, 1986 / Plumón sobre fabriano
2. Agustín Aguilar Tagle, de Claudia de la Coquille, 2007 / Tinta sobre servilleta
3. Agustín Aguilar Tagle, de Octavio Herrero, 2002 / Tinta sobre servilleta
4. Lagartija Inútil, de Gerardo Aguilar Tagle / Fotografía digital tomada con HP Photosmart M425

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