Textos escrito entre febrero y marzo de 2006
UNO
Mi amigo Fernando Nielli acaba de prestarme su disco de Dinah Washington (Ruth Lee Jones), e inmediatamente lo pasé a la computadora que tengo asignada en la oficina. Guardo en ella varios bálsamos que me alivian y me protegen de la fealdad acústica del mundo; de hecho, hoy adquirí unos muy buenos audífonos aislantes, así que cuando a alguien se le ocurre pensar que tengo la obligación de escuchar su mierda, simplemente coloco en mis orejitas los excelentes Stereo Headphones… ¡y asunto arreglado!
No es mi mejor manera de escuchar música, pero no tengo de otra. Preferiría servirme un vaso de whisky, encender un puro, sentarme en un sillón y disfrutar de tres discos seguidos, cosa que a veces hago; pero reconozco que estoy usando la música como parapeto, para protegerme de la fealdad del mundo, de la fealdad de la gente, del idiotismo de sus voces, de la pésima calidad de sus chistes, de la vulgaridad de su trato. Y aunque la fealdad no existiera…
Nadie tiene derecho a eso. Obligar a otro ser humano a escuchar contra su voluntad lo que acaso no quiere escuchar, es una muestra de barbarie.
Esta tarde, pude esconderme tras Dinah Washington, saborearla… ¡bendita señora!
En 1943, Lionel Hampton la escuchó y decidió contratarla para su banda (entonces, Hampton era líder de una big band, que no es una gran orquesta, como suele traducirse, sino una orquesta grande, es decir, de muchos miembros: en español, la disposición del adjetivo con respecto al sustantivo tiene valor semántico), y así comenzó una muy buena carrera, aunque acaso nunca alcanzó la fuerza expresiva de Bessie Smith y Billie Holiday. Pero me enteró que Dinah fue todo un éxito comercial en su tiempo, al punto que muchos críticos la acusan de haber cedido en ocasiones al mal gusto. Algunos puristas ponen cara de fuchi, pero yo pienso que es injusto hacerla menos: murió, por sobredosis, a los 39 años, así que es posible que hubiera podido hacer más, si la vida le hubiera durado lo suficiente.
¡Y esta noche nos vemos en Ruta 61, para gozar de Las Señoritas de Aviñón y de Vieja Estación!
DOS
La mañana del miércoles, con ganas de encontrar un lugar decente para desayunar, llegué al Jac’s que está en Avenida Baja California, entre el Metro Chilpancingo y Ruta 61. Es un restaurante decorado al viejo estilo, con cocineros que no estudiaron gastronomía en escuelas de Europa, sino que aprendieron a hacer huevos revueltos en, digamos, una fonda de Ayotzintepec, Oaxaca.
Si se llega al Jac’s tempranito, es fácil imaginar que en cualquier momento aparecerán Dustin Hoffman y Jon Voight, mal dormidos, crudos y hambrientos, sin rasurar, con el cigarro en la boca, sintiendo el frío de su propio cansancio.
Son Joe Buck y Ratzo Rizzo.
Mientras Joe y Ratzo, sentados en la cabina contigua a la mía, discuten de negocios frente a sendas tazas de café cargadísimo, yo llevo a mi boca lo que ordené: jugo de tomate, café y huevos a la mexicana, con guarnición de frijoles heridos por tres totopos.
Para mayor gloria de Dios, no hay música que interrumpa mi deleite: escucho la tos de Ratzo y los desplantes de Joe. Puedo aceptar, eso sí, la presencia de alguna canción a muy bajo volumen, como sucede en Café y cigarrillos, de Jim Jarmusch, donde Iggy Pop y Tom Waits hacen –también- una pareja deliciosa, y donde, al final, Taylor Mead me roba la emoción, el pensamiento y el corazón. Durante toda la película, muy al fondo, puede escucharse la música de Tommy James, Modern Jazz Quartet, Jerry Byrd y Janet Baker, ésta última interpretando, de modo casi imperceptible, Ich bin der weit abhanden gekommen (algo así como Me largo del mundo), de Mahler, para recordarnos que la vida es breve y además no importa.
Como tengo la involuntaria propensión a mimetizarme con algunos personajes de las películas que me gustan (casi siempre soy Clint Eastwood), pido, al terminar mi desayuno, una segunda taza de café, enciendo un cigarro y leo La Jornada, imaginando que durante todo este tiempo me encuentro frente a la cámara de Jarmusch. Logro dar a mis movimientos un ritmo determinado, para que los espectadores perciban en mí la parsimonia del sabio o la elegante aflicción de quien acaba de ser invadido por el alma de Antonius Block. Me encuentro, entonces, con la entrevista que Arturo Cruz Bárcenas acaba de hacerle a Betsy Pecanins... y pienso en una de mis fotos trabajada por mi amigo Fernando Nielli.
¿El blues es negocio?, pregunta Arturo.
¡No! ¡No!, responde Betsy, pero recapacita: Aunque depende. El Ruta 61 es un lugar de Eduardo Serrano que, sí, la verdad, tiene éxito. Es el único que presenta este tipo de música, pero permite darse cuenta de que hay gente que sí ama el blues. Creo que para muchos músicos eso es una inspiración para ponerse la pila y pulir el trabajo, pulir las letras, que es lo que falta.
Con esas palabras de Betsy, ya quiero que sea viernes. Sigo en el Jac’s, cierro los ojos… ¡y ya es viernes! ¿Qué hago, qué hago? ¿Voy al Teatro de la Ciudad, donde Betsy presenta su disco Blues en el alma... o voy a Ruta 61? ¡Es que son Las Señoritas de Aviñón y Vieja Estación! ¡Es que es Betsy! ¡Pues si, pero es que...!
TRES
Interrumpimos este blograma para dar la bienvenida a Karen, nueva mesera en Ruta 61. Esperamos, Karen, que dures mucho tiempo con nosotros y que encuentres aquí la perfecta combinación de trabajo y alegría.
Anoche, además de Vieja Estación (de cuya extraordinaria calidad tenemos constancia), se presentó por primera vez en Ruta 61 el grupo de jazz Pangea, excelente banda de la que hablaremos muy pronto en este blog, sin olvidar que durante estos días estamos haciendo comentarios detallados de Todo perro tiene su día, acaso el mejor disco de rock editado en México en los últimos cincuenta años.
¡Nos vemos esta noche, para disfrutar de Vieja Estación y Las Señoritas de Aviñón!
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