Texto escrito en diciembre de 2005
A Raúl de la Rosa, con cariño y admiración.
Releo, entusiasmado, Robert Johnson, un héroe americano , texto escrito y publicado por Octavio Herrero el pasado 11 de octubre, en su blog HOT FOOT POWDER .
Octavio no es sólo guitarrista miembro de Las Señoritas de Aviñón, sino también dueño de un conocimiento profundo de la historia de la música popular estadounidense. Por él supe, a mediados de los 70, del blues y del jazz, es decir, de su belleza, así como de la seducción existencial que produce uno y otro en quienes, por diferentes razones, ya no encontramos satisfacción en la música a go-go y cada vez nos acercamos a formas más crudas y menos edulcoradas de lo humano (entre ellas está, por supuesto, buena parte del rock 'n roll).
Releo a Octavio, porque hace unos días se me ocurrió jugar y mezclar mitologías: tomé a Jimmy Olsen, reportero del Daily Planet, lo coloqué en la Ciudad de México, e hice que Legbá lo llamara por teléfono, para invitarlo a verse con él en Ruta 61, el bar de Lalo Serrano convertido rápidamente, con esfuerzo y por derecho propio, en centro del blues de nuestra ciudad.
Hasta ese momento, Legbá era el mismo Satanás. ¡Pero algo me decía que las cosas no estaban bien, que mi lectura era deficiente! El trueque beneficio/alma me confundió y me hizo comportarme con la misma torpeza con la que las misiones cristianas de la Colonia deseaban extirpar lo que ellas consideraban idolatrías y perversidades diabólicas.
Legbá no es Luzbel, aunque para Benedicto XVI y sus seguidores pudieran ser uno y otro el mismo enemigo de Dios.
Octavio advierte –basándose en Sartre y Joyce- que en el blues está la angustia de sentirse libres; pero su advertencia está acompañada de una concepción acotada de la libertad -de acuerdo a la historia de la esclavitud en Estados Unidos-: la libertad de los negros se refirió, en un principio, a la posibilidad de moverse, de transitar, libertad que se convierte en la errancia permanente del hobo. Y en ese proceso de ensimismamiento y encuentro personal a través de la mudanza física, aparece Legbá, con el que pacta Robert Johnson en un cruce de caminos del Delta del Mississippi.
¡Y yo creí que era el diablo judeo-cristiano!
Pienso mientras escribo, me arriesgo a equivocarme. Tal vez no estoy entendiendo nada de nada. Pero lo que me interesa es descifrar la presencia del diablo en el blues. El blog de Octavio me ayuda a hacerlo, mientras encuentro otras referencias en el cine que me entretiene.
En Oh, Brother, where art thou? (2000), Tommy Johnson (Chris Thomas King) explica que si vendió su alma a un hombre acompañado de un perro fue porque en esos momentos no la estaba usando.
¿Y por que en esos momentos no está usando Tommy Johnson su alma?
Pienso.
¡Porque anda de viaje, anda en tránsito, su alma es tan valiosa como una lámpara de noche que no tendría dónde colocar, porque no hay mesa de noche, no hay cama permanente, son hoteles de paso donde descansa su cuerpo, es un cuarto cualquiera donde duerme, mañana no estará aquí! ¿Qué caso tiene cargar con tiliches tales como el alma?
Tommy Johnson es un poco anterior a Robert Johnson, me advierte Octavio, pero la leyenda es la misma, a fin de cuentas. Aunque en el primer caso (o, mejor dicho, en la película de los hermanos Coen) el diablo resulta ser un hombre blanco, representante de la autoridad (es el sheriff Cooley, ciego, interpretado por el excelente Daniel von Bargen).
-He's white, as white as you folks, with empty eyes and a big hollow voice. He likes to travel around with a mean old hound.
Es probable que el diablo no sea el sheriff sino el perro.
DOS REFLEXIONES SOBRE LA UTILIDAD Y LA INUTILDAD DEL ALMA
El alma es valiosa para los pueblos que encuentran
la quietud en un lugar de residencia permanente.
El alma importa cuando la tierra no se anda, sino que se siembra y se vuelve destino final del cuerpo. Es entonces cuando ahí descansan los restos, es decir, los residuos del ser. A partir del momento en que instalamos el cementerio del pueblo, la tierra es más que nuestra: es nosotros. ¿Cómo irse, cómo moverse? Pero, al mismo tiempo y por naturaleza, si lo que de nosotros queda son vestigios, lo que falta debe de estar en otra parte, a salvo del tiempo, en la eternidad. Por tanto, mientras vivamos, hemos de cuidar como valor supremo nuestra propia alma.
El alma cuenta cuando alguien abre surcos para sus semillas y fosas para sus muertos. Si el sedentarismo surge con la agricultura, entonces su primer fruto es la idea religiosa de una vida eterna. Los dioses apolíneos son invento de ese apaciguamiento de la tribu, que ahora encuentra razones para sembrar árboles genealógicos en vez de gastar caminos hacia quién sabe dónde.
El alma es inútil para los individuos que caminan:
para ellos, el centro está en todas partes y en ninguna.
para ellos, el centro está en todas partes y en ninguna.
Cada una de sus noches es distinta a la anterior, cada una de sus mañanas no se parece a las otras. Y sus dioses son sangrientos. Huitzilopochtli, el colibrí diabólico que conduce a los aztecas hasta el Valle de México, ofrece a éstos un lugar definitivo a cambio de sangre humana, que es su alimento. Jehová –numen de un pueblo históricamente dinámico- hace lo mismo: también se deleita con la sangre cuando negocia cierto tipo de auxilios; pregúntenle a Jefté qué hizo con su hija, y por qué lo hizo (Jueces 11, 30-40); pregúntenle a Abraham si no estuvo él a punto de degollar a Isaac, su hijo, por órdenes de una Voz en Off (Génesis 22, 1-18). Que luego resultara ser una broma de mal gusto por parte de Yahvé (en hebreo, Isaac significa el que me hace reír), no quita lo macabro del mandato.
ROBERT JOHNSON EN EL CINE
Me entero de la existencia de dos películas (parece que Octavio las tiene): Can’t you hear the wind howl?, de Peter Meyer, y Hellhounds on my trail, de Robert Mugge. Ambas narran la historia de Robert Johnson, personaje tan indefinido como el mismo Homero, mitómano por antonomasia… y ciego, para acabarlo de acercar a un cliché del blues. Habrá que revisarlas.
Y, ahora que lo pienso, hay una semejanza clara entre el Ulises Everett McGill (George Clooney) y el músico de blues del que habla Octavio en su blog (sea Robert o Tommy Johnson, que para el caso es lo mismo): estamos hablando de transeúntes, son símbolos del ser que viaja al encuentro de algo (es decir, no es un tourist –que viaja por placer-, sino un hombre cuya naturaleza está íntimamente ligada a la angustia del movimiento permanente).
EL PACTO
Cuando leí El Pacto, texto también escrito por Octavio, pensé –desde mi formación católica- que Robert Johnson había hecho el más truculento de los convenios con Satanás.
Sin embargo, mi amiga MarieÁlvarodíaz me envió no hace mucho la transcripción fonética de una plegaria o rezo de devoción en yoruba, cuya traducción desconozco pero que algo tiene que ver con Legbá: se trata de una fe amorosa y luminosa, según voy entendiendo.
Alaroye ku se babá ku la olú ifá.
Echú omó odara. Echú omó odara.
Echu odara mi dodó echu re o e
Echu suwa yo alaroye mamá keñy ya irawó e.
Bara suwayó omo Yalawana.
Mama keny irawó e.
O bara wayo eke e esu odara omo Yalawana.
Mama keny irawó e.
Echú omó odara. Echú omó odara.
Echu odara mi dodó echu re o e
Echu suwa yo alaroye mamá keñy ya irawó e.
Bara suwayó omo Yalawana.
Mama keny irawó e.
O bara wayo eke e esu odara omo Yalawana.
Mama keny irawó e.
¿Quién es Legbá? Octavio saca un libro rojo, y algo lee en voz alta; pero es más su interpretación la que queda en mi memoria:
-Legbá es un espíritu. Legbá abre la barrera que separa el mundo de los mortales del mundo de lo trascendente. Legbá es señor de encantamientos, y las encrucijadas son el mejor escenario para sus sortilegios.
Esto coincide con lo que transcribe Marie.
Entonces, Robert Johnson no se encontró con el Diablo sino con un representante de Dios mismo. Claro, ¿no es Satanás representante de Dios mismo?
Entre los seis y los trece años de edad, las locaciones de mi erotismo infantil fueron varias: la selva descrita por Rudyard Kipling en El libro de las tierras vírgenes; el cuchitril donde duermen los ladronzuelos huérfanos de Oliver Twist (me refiero a la versión musical de la novela de Dickens, de 1968, con Oliver Reed y Mark Lester); y el Infierno de casi todos tan temido.
El Infierno es, en mi niñez, una serie de grutas subterráneas, enrojecidas por la luz del fuego. Ahí, el espectáculo principal lo hacen hermosas mujeres, desnudas y con cola (el apéndice las hace más apetecibles, quién sabe por qué).
Que se me hace que mi visión era copia estilizada de alguna película de Ninón Sevilla, a la que empecé a desear apenas la vi bailar; y la ansié tanto como a Judy Garland en El Mago de Oz.
Satanás es, en esa misma infancia, varón bien dotado. Tal portento imaginado me hizo acercarme, en varias ocasiones, a sacerdotes y maestros (maristas) para aclarar una duda:
-¿Cuál es, a fin de cuentas, el castigo que recibió Luzbel?
Por todas partes, la Biblia recuerda que el castigo impuesto a Lucifer y a los ángeles que lo siguieron es el confinamiento eterno en las prisiones tenebrosas del Infierno, que no es otra cosa que la ausencia absoluta de Dios.
Siempre he dudado de esta ausencia absoluta de Dios, porque cada vez que me solazo en el pecado, siento la mirada penetrante del Todopoderoso, y ese sentimiento sazona el gozo de mi perdición y me hace sospechar que el creador de todo es un Gran Fisgón, lo que lo vuelve cómplice de Satanás.
Por otro lado, la eternidad no es tan eterna, porque también se dice que ahí, en el Infierno, los diablos tendrán que esperar el Día del Juicio, inmediatamente después de la resurrección de los muertos. Esto significa, entonces, que el Día del Juicio es posterior a la eternidad. ¿Por qué? Porque si se afirma que el castigo es eterno y que, sin embargo, Satanás mismo tendrá derecho a juicio, cabe suponer que, si el juicio divino no está amañado, hay posibilidades de un veredicto favorable a las huestes demoníacas. Luego, la eternidad tiene fin. ¿Qué sigue después de ella? Probablemente otro tipo de eternidad, digamos, una más eterna, con crecizinc y forticalcio.
Giovanni Papini (1881-1956) afirma que, entonces, habrá una milagrosa conversión del diablo y un consecuente perdón de los ángeles réprobos. El florentino defiende esta doctrina porque piensa como muchos lo hacemos –hablo desde mi agnosticismo- que Dios es infinitamente misericordioso, y es esa misericordia la que triunfará al final de los tiempos.
NOTA FINAL
Después de publicado el texto anterior (en cinco entregas), aparecieron en la sección de comentarios de El Blues de la Estufa Divina dos mensajes. El primero, de Luis David Contreras:
Ábreme la puerta, Señor del Tormento. / Llévame de lo irreal a la realidad. / Llévame de lo oscuro a la claridad. / Llévame, Changó. ¿Alguna vez viste la obra Simio de Abraham Oceranzki en el Galeón?
El segundo mensaje fue del mismo Octavio, quien señaló en él lo siguiente:
La verdadera encrucijada de Robert Johnson estaba en su corazón, que hacía debatir dos futuros: permanecer como recolector de algodón o convertirse en artista. Legbá representa la llave de una decisión que lo SALVA de un destino infernal. Sí, me parece muy afortunada la visión de Marie. Legbá no puede ser el Demonio. Aunque, por otro lado, ¿existirá realmente una diferencia entre Dios y el Diablo? ¿No son ambos parte de una misma entidad, la encrucijada moral con la que nos topamos todos los días?
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