Los exilios voluntarios siempre son involuntarios. No importan las causas ni la determinación de tiempos: el que con voluntad se va, siempre lo hace con el deseo de escuchar una voz que lo detenga; pero cuando las voces son débiles, cuando no tienen brazos capaces de retener, el aspirante del horizonte camina, camina y camina, hasta volverse punto… y desaparecer tras la curva de lontananza.
La permanencia en nuestro lugar de origen se parece mucho al concepto católico de la libertad. Para los seguidores del pontífice romano, la libertad es un don divino y el hombre ha de ejercerla a sabiendas de que si, entre la virtud y el pecado, elige el segundo, ello significará morir para la eternidad, o algo así (mi madre, más sabia que todos los doctores de la Iglesia, afirmaba que el único infierno está en saberse incapaz de modificar los hechos pasados).
El asunto es que la libertad ofrecida por los dioses es una trampa, un arma de doble filo, un engaño que se le dice al esclavo: puedes irte, puedes escapar, eres libre de hacerlo, como yo soy libre de matarte apenas cruces la puerta de mis dominios.
El exilio voluntario también juega con fuego: puedes irte, puedes escapar, eres libre de hacerlo, y yo –dice la vida- soy libre de matarte de pena en el desierto de tus ausencias.
¡Y a pesar de las amenazas, la historia de la emigración -como la del pecado- llena volúmenes de libros y aparece en la poesía, en la novela, en el ensayo, en el teatro, en todos los géneros! Porque, como los grandes pecadores, los aspirantes del horizonte son seres hermosos que provocan admiración.
Revisemos un poco más la semejanza entre el pecado y el exilio voluntario.
EXILIO, MIGRACIÓN Y AVENTURA
Alguien podría advertirme que estoy confundiendo los términos, que una cosa es el exilio, cuyos motivos son la más de las veces de índole política; que otra es la migración, cuyas causas son frecuentemente de índole económica; y que una tercera, muy diferente y menos dramática, es la andanza de los jóvenes, que no saben estarse quietos y que todos los días se disponen a inventar el futuro inmediato.
Es cierto, hay que tener cuidado de no banalizar lo que en muchas ocasiones tiene el peso de un doloroso infortunio, hay que advertir que muchos exilios y migraciones son roturas insoportables en el alma de familias y pueblos. Sin embargo, sostengo que en todos los casos –exiliados, migrantes y aventureros-, los aspirantes del horizonte son una bendición para las sociedades recipientes, que pueden beneficiarse del talento, la cultura, la tradición, la experiencia y las nuevas perspectivas del universo que llegan como regalo.
Dada la bienvenida a cualquier hombre y a cualquier mujer de buena voluntad, regresemos a las semejanzas entre el pecado y el exilio.
EL PECADO
Con el pecado, exaltación orgullosa de sí misma, cancelamos nuestra posibilidad de acceder al Cielo. Podemos, sin embargo, arrepentirnos y ser redimidos a través de la Verdad (Juan 8, 32; y todo el 14). Pero si no rectificamos, si insistimos en contrariar la ley eterna, en ofender a Dios, en levantarnos contra su Amor, en apartarnos de Él, lo que nos aguarda es el Infierno.
El problema (o la solución) es que ciertos pecados saben deliciosos, tanto como la aspiración del horizonte.
PUENTE DE LA INFANCIA
Cuando somos niños, mamá nos dice: ¡Anda, ve, corre, pero no te vayas muy lejos, desde aquí te veo! Y deseamos transgredir la ley.
¿Dónde queda Muy Lejos?
-¿Hasta aquí, mamá?, gritamos con ansiosa condescendencia.
-¡Un poco más!, asiente con dulzura la Dadora de Vida, y corremos unos cuantos metros más.
-¿Hasta aquí?
-¡Sí, hasta ahí! ¡Te estoy viendo!
Antes de regresar a nuestra Mujer Origen, miramos caer la tarde y vemos el cielo de gamuza pegado al horizonte, color de lila, color de naranja. Y sabemos entonces que allá está Muy Lejos, el pecado delicioso, y que algún día llegaremos a él.
EL EXILIO
Con el exilio, la experiencia es la sensación de desarraigo; pero si se trata de un exilio voluntario, éste lleva consigo el exquisito sabor de la universalidad, del cosmopolitismo.
¿Con qué paga su pecado el aspirante del horizonte? Con la nostalgia, gata en celo que se unta a nuestro cuerpo en el hastío de una tarde ociosa. A cambio, el melancólico no soy de aquí ni soy de allá puede volverse un soy de todas partes, cuando aparece el cariño de las nuevas tierras.
Los aspirantes del horizonte son, por naturaleza, glamorosos; parecen gitanos o niños que escaparon de la escuela y viven en la pinta perpetua. Y ese glamour nos contagia a los lugareños, que recibimos de buena gana a los viajantes, porque con ellos recuperamos el placer del instante y la sensación de que el mundo se nos viene amorosamente encima, con pasiones, besos, ternuras, dignidades, desvaríos, sueños, historias, ganas de todo, ganas de nada, ganas de ganas.
Y un día, sin pensarlo, recostados en la cama nos sorprende un suspiro suspirando:
-¡Vivo en todas partes!
Ay de los pueblos que expulsan o maltratan a los aspirantes del horizonte. Ay de los pueblos que desprecian el acento de Fueras. Ay de los pueblos que se sienten amenazados por la llegada de rostros diferentes. Esos pueblos se enferman, quedan envilecidos, se les achica el alma y se les desteje su propia historia.
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