La película en la que Lasse Hallström dirige a Johnny Deep y Juliette Binoche, no se llama Viento del Norte, tampoco se titula Water Rat o Lo que el río me trajo. ¡Se llama Chocolate! Me sorprende, por eso, que críticas y reseñas pasen por alto una escena fundamental de la historia basada en el libro de Joanne Harris: cuando, después de varios intentos, Vianne Rocher encuentra el chocolate adecuado al gusto de Roux, los ojos del gitano parecen decir que una parvada de pequeños corazones rojos vuela en torno a su cabeza (la alegoría tiene sentido, si pensamos que el mismo director sueco haría dos años después ABBA, the definitive collection).
Y es que el cuento, leído como alabanza del placer, tiene un personaje principal, y no es el nómada ni la hermosa Vianne, sino el chocolate, pasta en la que se resumen las mudanzas de nuestro ánimo y las modificaciones de nuestra persona apenas nos atrevemos a la complacencia y la liberación de los sentidos.
En cualquiera de sus formas y cuando su calidad es la excelencia, el chocolate es un inflamador de pasiones, como aseguraban las rigurosas monjas carmelitas de la Nueva España, en el siglo XVII: las novicias del convento estaban obligadas a hacer voto de no beber chocolate ni ser causa de que otra la beba (ya entendemos por qué Juana de Asbaje dejó dicha orden y entró con las complacientes jerónimas).
Golosina seductora, el chocolate ha sido en muchas ocasiones motivo de fantasías sobre la tentación, como aquella que cuenta Marie de Rabutin-Chantal acerca de una amiga suya que quedó embarazada y que durante la espera consumió con demasiada frecuencia el exquisito producto, lo que, a fe de la Marquesa de Sevigné, tuvo consecuencias desastrosas:
Por su soberana inconsciencia y por hacer caso omiso a mis buenos consejos –escribe la marquesa en su diario-, tomó tanto chocolate, que dio a luz un niño negro.
La escritora calla, sin embargo, un hecho documentado: que la corte francesa del siglo XVII contaba con un buen número de esclavos africanos.
Hay, en resumen, algo en el chocolate que lo asemeja a la voluptuosidad y la alegría del amor. Pero si, además, lo acompañamos de una copa de buen cognac, la experiencia se acerca al mayor de nuestros regocijos. Por eso, el mismo Bruno Lemoine, maestro de cava de Casa Martell, describe con entusiasmo este maridaje:
Hay en el buen chocolate características que dificultan su participación en los intentos de maridaje: su sabor amargo, la intensidad de su aroma y su permanencia en boca nulifican, por fuerza, las virtudes de cualquier vino. Existen, sin embargo, bebidas con las que es posible lograr el encuentro no sólo satisfactorio y equitativo, sino incluso extraordinariamente placentero. Es el caso del cognac Martell, cuya fineza y redondez, así como la diversidad de su paleta aromática y la suave calidad de sus taninos, lo hace el mejor compañero de los postres de chocolate. Cada quien puede experimentar las múltiples posibilidades, hasta encontrar el maridaje acorde a su concepto de gracia. En este sentido, mi clásico favorito, del cual no me canso, es el matrimonio bien avenido de Cordon Bleu con el Sarmentine del Médoc (corteza de naranja confitada cubierta de chocolate negro).
La próxima vez que pienses, lector, acompañar tu Cordon Bleu, hazlo con algún postre de chocolate. Sabrás entonces que siempre hay nuevas puertas de percepción para la degustación del cognac.
Nota: Este texto fue escrito hace algunos años por encargo de Casa Martell, cuando el que esto escribe trabajaba para la legendaria agencia EHS Brann, dirigida entonces por el maestro Octavio Herrero.
Introitus
La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).
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