Me sigue un paranoico,
me sigue un paranoico,
me sigue un paranoico...
(Me sigue un paranoico,
canción de Gerardo Aguilar Tagle)
me sigue un paranoico,
me sigue un paranoico...
(Me sigue un paranoico,
canción de Gerardo Aguilar Tagle)
El 3 de febrero de 2004, mi hermano Gerardo me escribió para contarme su sueño de la anoche anterior: Camino por una vereda muy estrecha, con Marugenia a un lado (vamos tomados de la mano), cuidando cada paso porque está muy oscuro, lleno de maleza. Atrás de nosotros, un hombre nos sigue. Jala de la rienda a su caballo. Llegamos a un lugar donde el siguiente paso habrá de ser practicamente a ciegas, pero no por la oscuridad... ¡sino porque de ahí emana una luz muy fuerte! Damos el paso y... despierto.
Transcribo mi respuesta, que acabo de encontrar entre las páginas de un libro.
Hora prima
El sueño es una necesidad biológica.
Con esta sencilla afirmación, descarto cualquier definición esotérica o religiosa de la experiencia onírica. No hay en nuestras fantasías soñadas mensajes del exterior ni revelaciones de un tiempo que no existe (el futuro), aunque los divulgadores de la física cuántica se empeñen en convertir potencias en actos y el pretérito imperfecto de subjuntivo en presente de indicativo vía pospretérito del mismo modo.
Dice Freud que el sueño es el intento de satisfacer, en última instancia, el deseo de volver al útero materno, y en torno a tal afirmación hay muchas discusiones. Habrá que estudiarla. Por ahora, aceptémosla como hora secunda, a sabiendas de que nuestro análisis puede venirse abajo si tal afirmación es equivocada.
Hora tertia
El sueño es un fenómeno psíquico.
En el sueño, se realizan hechos psíquicos que conocemos sin saberlo (suena extraño, pero con un leve esfuerzo es fácil entender la diferencia entre conocer y saber). Es decir, el durmiente conoce –en el fondo de sí mismo- el significado del sueño.
Cuidado con esto. No estamos diciendo que, al contener un significado, el sueño busca enviar un mensaje (como si el sueño fuese un ente o producto de un ente ajeno al soñador). No, entendámoslo con calma.
Todo contiene mensajes, y esta afirmación (el universo entero contiene mensajes) es puramente humana. Si, al pasear, me encuentro con una zona de pasto, puede entender que cerca hay agua. A eso me refiero con mensajes: en la capacidad del ser humano para interpretar las causas y los efectos de las cosas.
Hugo Hiriart (que no es científico, sino poeta y filósofo) dice que los sueños no tienen significado. Pero creo que se equivoca un poco.
Supongamos que alguien sueña con las Chivas Rayadas de Guadalajara. El hecho, por sí mismo, ya tiene un primer significado posible: el durmiente es mexicano (muy probablemente, aunque no necesariamente, y el margen de error es suficiente como para no conferir a los significados un valor contundente).
Ahora, pensemos en un chino que no conoce México, que no ha oído hablar de un país llamado México, que nada sabe de fútbol. Supongamos que ese chino sueña con las Chivas. Entonces sí, la cosa se pone espeluznante, habría que ponerse a temblar.
¡Pero eso no sucede! Lo que sí puede suceder es que ese chino sueñe con once tipos en calzones y con camisa de rayas rojas y blancas, todos concentrados en una misma y extraña actividad (disputar el dominio de una pelota a otros once tipos a medio vestir). Y si ese chino nos cuenta su sueño, varios de nosotros sucumbiremos al deseo de concluir: ¡Las Chivas Rayadas de Guadalajara, virgen santísima!
Por eso, conviene no caer en la trampa de analizar el sueño de otro desde nuestra propia psique, y si vamos a partir de una cultura uniforme y desde símbolos colectivos y relaciones comunes, debemos obligarnos a cotejar toda esa parafernalia con el muy personal conglomerado semántico del soñador.
Freud advierte que existe un estado del sueño en el que no nos separamos del todo del mundo exterior. Él lo llama sueño nodriza, porque lo compara con la actitud de quien cuida un bebé: se echa su coyotito, pero nunca queda del todo dormido, porque está pendiente de la seguridad del bebé. Esto provoca que el exterior intervenga en el sueño.
Nos colocamos en sueño nodriza cuando las preocupaciones del día son los suficientemente fuertes como para considerarlas (muchas veces sin voluntad) como a un bebé al que hay que cuidar. Entonces, sucede que sólo dormimos a medias, y el exterior (no sólo las preocupaciones, sino el mundo de afuera: el viento, el ruido de la casa, los olores, las voces y hasta el alimento que aún digerimos) dicta guiones oníricos.
No es raro que, durante una tormenta, el durmiente sueñe con agua. Lo interesante, entonces, es analizar cómo sueña con esa intervención del exterior (un naufragio, un regaderazo, una alberca, un vaso de agua, su madre, su amante, una aventura homosexual, un incendio, son tantas las posibilidades de imaginación que el agua puede detonar, que la interpretación directa se vuelve imposible: hay que pensar en piezas de rompecabezas o en juego de espejos).
Lo importante, entonces, no es el aspecto exterior del sueño (aunque su valor poético puede ser mucho) sino las representaciones sustitutivas en cada uno de los elementos del sueño (el llamado contenido latente).
La imagen de un hombre que camina atrás de ti con un caballo jalado de la rienda, no dice mucho. La cosa es ver quién es ese hombre, o a quién representa, símbolo o signo de qué es; ¿debemos separar al hombre de su caballo, u hombre y caballo pertenecen a un mismo signo particular?
Por otro lado, está el problema de la contaminación de un sueño al ser verbalizado. Al contar un sueño, ¿de veras estamos recordándolo, estamos siendo fieles a su mise-en-scène, o al sueño le pasa lo que a ciertas substancias que se corrompen al contacto con el aire?
¿O de cuál fumaste, mano?
Después de leer esto, Gerardo subió un comentario: Fíjate –le decía yo a un amigo en cierta ocasión-, que conozco a un hombre que está sentado mirando el mundo y registrando en una libretita lo que en él sucede y lo que no sucede en él (en el mundo y en él). ¿Qué? –me dijo mi amigo-, ¡eso lo soñaste! Eso pensaba antes –respondí-, pero no: varias veces me he despertado… y ahí sigue; es mi gemelo.
Cuatro años después de esta conversación epistolar con mi hermano, desperté sobresaltado a las 4 de la madrugada del 4 de enero (2008). Salí de la cama, con lágrimas en los ojos y una profunda angustia (Gerardo se había ido apenas veinte días antes), bajé, tomé la guitarra, salí al patio trasero y compuse Wichili McCoy.
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