Otoño de 1972. Casi estoy seguro de haber adquirido mi ejemplar importado de Some Time in New York City en Disco Suite, pero pudo haber sido en Yoko Quadrasonic o en Hip 70.
Llegué a casa, destapé una de mis dos cocacolas chiquitas, abrí la bolsa de Charritos, los mezclé con cacahuates japoneses Nishikawa, dejé para más tarde el Carlos V, toqué la superficie granulada de la portada, coloqué en la tornamesa el primer disco de Some Time y me senté en el suelo, recargado en la cama de Gerardo, mi hermano gemelo, quien en esos momentos estaba, seguramente, metiéndose en problemas en alguna parte de la ciudad.
Abrí la portada doble y me encontré con Lennon rodeado de tipos sensacionales, hippies trasnochados, locos, melenudos irredentos, amigos valiosísimos, gente con la que me hubiera gustado estar: Jim Keltner, Jim Gordon, George Harrison, Nicky Hopkins, Bobby Keys, Keith Moon, Billy Preston, Alan White…
Conforme sonaban las primeras canciones, fui reconociendo a cada uno. Y fue entonces que, inconscientemente, confirmé mi posición moral dentro del pleito entre Paul y John, pleito que la prensa sobredimensionó y que los admiradores de los Beatles convertimos en un asunto cultural, social, estético y hasta político.
Hoy, admito que fuimos torpemente injustos con Paul. Tontos, éramos muy tontos. Paul McCartney es uno de los grandes hacedores de canciones del siglo XX, y negarlo o soslayarlo es mezquindad y majadería.
De cualquier manera, 1972 no será recordado como un año de mucha inspiración para Lennon y para McCartney. Tanto Some Time como Wilde Life pueden ser clasificados dentro de los álbumes menores de ambos compositores. Si el primero es políticamente agresivo e ideológicamente atractivo, el segundo es bonito y bien hecho, sin mayor compromiso que el de presentar melodías agradables. Pero hasta ahí.
Apenas salido, fui al Palacio de Hierro de Durango, me dirigí al sótano y compré Wilde Life (en este caso, preferí gastar sólo 48.50 pesos por la edición nacional, y no los 90 pesos de la edición importada). Me gustó, aunque no tanto como Ram (álbum clásico cuya música fue transmitida por vez primera en México en el programa Vibraciones, de Radio Capital, una noche de fines de 1971 –y esa vez Gerardo y yo lo escuchamos enterito, tirados en el suelo, a los pies de mi padre, quien a esas horas aún estaba trabajando en su restirador, sobre algún plano con olor a lápiz y goma de migajón).
Creo que fue con Wilde Life que Paul bautizó a su banda: un nombre cursi, Wings (la historia del nombre es mucho más cursi).
Esos dos errores (un disco intrascendente y un nombre tonto) me impidieron valorar el hecho de que Paul se rodeaba de músicos interesantes, como Denny Laine (Moody Blues) y Henry McCulough (Spooky Tooth).
Paul parecía hacer un gran esfuerzo por distanciarse de nosotros, los miembros del ala ultra de los Beatles (es muy fácil reconocer los ultra de los Beatles: no soportamos Universal Stereo ni la erudición banal de Manuel Guerrero).
Pero volvamos a Some Time in New York City.
De repente, mis ojos se posan en una fotografía sorprendente: ¿Qué, y esto? ¿Frank Zappa y John Lennon? A ver, a ver, ¿qué está pasando aquí? ¿Cuántas bandas hay en todo esto? The Plastic Ono Band, The Plastic Ono Elephant’s Memory Band y The Plastic Ono Mothers of Invention Band…
Todavía con el excelente sabor que en mis oídos y en mi alma habían dejado sus dos anteriores álbumes (Plastic Ono Band e Imagine). Después de escuchar –a los quince años- maravillas como Mother, I found out, Isolation y Well, well, well; después de gozar –a los dieciséis años- de Crippled inside, It’s so hard y Jealous guy; después de venerar como reliquia aquel disco pirata de vinilo rojo que contenía el audio de la emisión del Mike Douglas Show en el que aparecieron y tocaron juntos Chuck Berry y John Lennon (en aquellos tiempos la piratería era un oficio noble y decente –pero de eso hablaremos en otra ocasión); después de Live Peace in Toronto; después de todo eso, Lennon se subía al escenario con la última formación de Las Madres de la Invención...
¿Qué más podía pedir?
Debo decir, sin embargo y a propósito, que el cariño y la admiración a John no me impiden admitir un hecho evidente: en vivo, Lennon es un desastre, parece no estar interesado en la música sino en el drama eventual que significa cualquier concierto de rock. Y Yoko nunca ayuda a mejorar las cosas, sino que incluso las empeora al obstinarse en montar formas y fraseos de la música japonesa sobre el lomo de cualquier rocanrol. No pertenezco al numeroso grupo de misóginos que dice que Yoko berrea, pero insisto en que el kagura sintoista, el gagaku del siglo VI y los cantos del teatro kabuki (que en su contexto estético cobran sentido y valor), no funcionan en el rocanrol. Y sin embargo esta invasión de Yoko en el escenario tuvieron que soportarla Eric Clapton, Chuck Berry y Frank Zappa.
Y, sin embargo, a Yoko la estimo (y rechazo la leyenda negra que la hace responsable de la separación de los Beatles). Sus álbumes Approximately Infinite Universe (1972) y Feeling the Space (1973) me gustan mucho.
Introitus
La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).
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