Introitus

La idea. Elaborar un cartulario definitivo, un archivo general que contenga todo sobre Agustín Aguilar Tagle, así como aquello que se dio, se da y se dará en torno a su persona. En la medida de lo posible, se evitará el uso de imágenes decorativas (se usarán sólo aquellas que tengan cierto valor documental). Asimismo, se prescindirá de retorcidos estilos literarios a favor de la claridad y la objetividad (la excepción: que el documento original sea en sí mismo un texto con pretensiones artísticas). El propósito. Facilitar la investigación biográfica, bibliogáfica, audiográfica y fotográfica posterior a la muerte de Agustín Aguilar Tagle, de manera tal que sus herederos espirituales puedan dedicar los días a su propio presente y no a la reconstrucción titánica de virtudes, hazañas, amores, aforismos, anécdotas y pecados de un ser humano laberíntico, complejo y contradictorio. El compromiso. Cuando busco la verdad, pregunto por la belleza (AAT).













lunes, 6 de junio de 2011

Paradojas

Primera paradoja

Mientras menos goza alguien de la música, más apetece cualquier cosa. ¡Cualquier cosa! La aprecia y la agradece con esa santa inocencia con la que los niños en etapa oral se meten todo a la boca, desde sus propios mocos hasta tierra con lombrices, pasando por el patito de hule, los dedos de la tía Gertrudis y la llave de la alacena.

-¿Qué te gusta?
-¡Todo!

Cuando alguien me responde de esa manera, tan descarada y sin rubores, me doy cuenta que estoy ante una persona cuya relación con la música es de absoluta indiferencia.

Segunda paradoja


Quien, en cambio, se vuelve amante apasionado de una música, pierde paulatinamente la capacidad de tolerar ciertas expresiones; establece, poco a poco, una relación patológica con el objeto de su amor (algunas combinaciones de melodía, ritmo y armonía).

Este fenómeno es equivalente a la fe de los religiosos y a la locura de los amantes. Creyentes, amantes y melómanos se vuelven paulatinamente ciegos y sordos. Y sonríen como si su condición tuviera alguna ventaja con la del resto del mundo.

Viví en el monstruo y le conozco las entrañas. Sé de lo que hablo.

Sin embargo...

Acabo de comprarme un disco con música de Marin Marais (Pièces de viole, Vol. 2), interpretado por Jérôme Hantaï y Alix Verzier (quienes son acompañados en el clavecín por Pierre, hermano de Jêrôme). Marais es un francés de los siglos XVII y XVIII, famoso por su obra para viola de gamba y su calidad interpretativa en dicho instrumento. Desde 1679 hasta su muerte, fungió como Ordinaire de la Chambre du Roy por la Viole de Luis XIV.

Imagino a Marais en la récámara del Rey Sol, quien desayuna envuelto en las nubes producidas por la viola de don Marin, soportando una fístula en el ano (recomiendo, a propósito, leer El culo de Luis XIV y su influencia sobre la historia de la música). Y compruebo que este instrumento tiene la misma tesitura del violonchelo, lo que le permite –al cabalgar sobre el clavecín- generar una música profundamente melancólica, de dulzura incomparable, como para acercarse lentamente a la ventana, en un día gris de lluvia lenta, y recargar el rostro en el vidrio obnubilado, tejer pensamientos tristes.

Lo curioso es que las pequeñas piezas del alumno de Jean-Baptiste Lluly, logran conducirnos también al otro lado del corazón, ahí donde anida la más pacífica de las alegrías (supongo que por eso Luis XIV encontraba con Marais alivio a los dolores de su culo maltratado).

Se tambalea la segunda paradoja.

Este encuentro con Marais parece anular la segunda paradoja de la que hablé al principio. ¿Falso, entonces, que los melómanos nos volvemos sordos e intolerantes? Digo, porque… ¿cómo es que llegué al francés, si pertenezco a una cofradía tan reacia a los cambios y las excursiones?

Es muy sencillo de explicar. En realidad, la intransigencia que provoca la melomanía está dirigida hacia aquello que, por su pobreza estética y su falta de atrevimiento conceptual, se vuelve gelatinoso, condescendiente y tonto. ¡Nadie que ame la música puede tomar en serio lo que hace, digamos, Depeche Mode! (fue lo primero que se me ocurrió, pero siempre hay harta basura alrededor de uno). Y no vale el entusiasmo de Juan José Olivares, que trata a esta banda inglesa de vanguardista y como si de veras tuviera importancia el hecho de mantenerse veinticinco años en el gusto de la gente. ¿Qué es eso? ¡El gusto de la gente! Como si la gente tuviera gusto. En esto, la cofradía es inflexible: abramos los oídos, pero no retrocedamos, no perdamos el rumbo, vayamos hacia las auténticas expresiones del alma y no volvamos a los estados primarios de las cosas que la industria quiere hacernos tragar como música.

Porque los melómanos no somos clientes, no somos consumidores, en el sentido mercadológico de ambas palabras. ¡Somos amantes!

Los miembros de la cofradía se golpean entre sí con dedo flamígero, acusándose mutuamente de obtusos.

-¡Eres un intolerante!
-¡Pues tú eres un pontífice de pacotilla!
-¿Cómo es posible que no te guste esto!
-No digo que no me guste, digo que me da hueva y que está muy por debajo de…
-¡Calla, insensato, calla!

¡Cómo disfruto estos pleitos bizantinos entre mis amigos, los cronopios! Me recuerdan a los clowns del circo, que se quieren mucho pero que sólo saben conversar golpeándose la cabeza con martillos gigantes y darse de nalgadas con ruidosas tablas dobles. Al final, fuera de escena, terminan besándose y abrazándose. En privado, cada uno de ellos me habla de los otros con la misma pasión:

-Te prohíbo repetirlo, pero tienes que saber que a X lo quiero mucho, de hecho lo admiro. Y, mira, voy a escuchar con más cuidado esa música que lo vuelve loco.

De la corrección fraterna

Escribe san Agustín sobre la llamada de atención a los pecadores (si te da flojera, lector, echarte todo el rollo, al menos ve de negritas en negritas):

Pero si de nuevo, después de esta advertencia o cualquier otro día le viereis caer en lo mismo, el que le sorprenda delátele al momento como a una persona herida que necesita curación; sin embargo, antes de delatarle, expóngaselo a otro o también a un tercero, para que con la palabra de dos o tres pueda ser convencido y sancionado con la severidad conveniente. No penséis que procedéis con mala voluntad cuando indicáis esto. Antes bien, pensad que no seréis inocentes si, por callaros, permitís que perezcan vuestros Hermanos, a quienes podríais corregir indicándolo a tiempo. Porque si tu Hermano tuviese una herida en el cuerpo que quisiera ocultar por miedo a la cura, ¿no seria cruel el silenciarlo y caritativo el manifestarlo? Pues, ¿con cuánta mayor razón debes delatarle para que no se corrompa más su corazón?

Pero, en caso de negarlo, antes de exponérselo a los que han de tratar de convencerle, debe ser denunciado al Superior, pensando que, corrigiéndole en secreto, puede evitarse que llegue a conocimiento de otros. Empero, si lo negase, tráigase a los otros ante el que disimula, para que delante de todos pueda no ya ser arguido por un solo testigo, sino ser convencido por dos o tres. Una vez convicto, debe cumplir el correctivo que juzgare oportuno el Superior Local o el Superior Mayor, a quien pertenece dirimir la causa. Si rehusare cumplirlo, aun cuando él no se vaya de por sí, sea eliminado de vuestra sociedad. No se hace esto por espíritu de crueldad, sino de misericordia, no sea que con su nocivo contagio pueda perder a muchos otros.

De la Pronta Demanda del Perdón y del Generoso Olvido de las Ofensas

En alguna parte que no encuentro, el mismo san Agustín dice que quien todo lo comprende todo lo perdona.

Pero el único que vive esa comprensión absoluta es Dios. De cualquier manera –y lo dicho por san Agustín sobre la corrección fraterna lo avala- perdonar no significa admitir, no quiere decir aceptar ni dar la bienvenida.

La demostración teológica de este reparo es la instalación misma del infierno, donde el fuego atormentará a los que no supieron amar al Señor. Y si Dios separa (¡Apartaos de mí, malditos de mi Padre!)… ¡cuánto más separa el hombre!

Hablemos de lo que no es estrictamente musical.

Cuando, a fines del siglo pasado, llegó a México La extraordinaria Paradoja del Sonido de Café Quijano, lo escuché en el Mix Up de Plaza Loreto, mientras mi difunta esposa recorría con mi difunta suegra las tiendas del centro comercial. Confieso que me gustó, y hasta compré el disco; pero, con el paso del tiempo, me aburrió y me pareció insípido, como hecho para bailar al final de una boda, con la tía Gertrudis ya muy borracha. Aprendí, entonces, que hay cosas bonitas y bien hechas cuyo único defecto es que se trata de una moda pasajera, divertida… y ya.

Hay, por otro lado, modos que se vuelven permanentes, y son esas maneras las que llamamos clásicas, por su universalidad espacial y temporal.

Con Café Quijano me pasó lo que hoy me sucede con Vino Tinto, de Estopa.

Amapolas son los suspiros de tus escamas…

Verso esplendoroso, digno de Paul Eluard y Benjamín Peret, quienes afirmaron, en el primer Cadáver Exquisito, que los elefantes son contagiosos.

Es un decir.

¿Pero son música estas piezas? ¿Es música Johnny B. Good, de Chuck Berry? ¿No serán, acaso y más bien, artilugios afrodisíacos cuyo valor está en prendernos las ganas del cuerpo, que no los apetitos del alma?

¿Y si mi formación cristiana, que me mantiene en una angustiosa dualidad, es la culpable de que encuentre pecaminoso llamar música a mis agentes del deseo?

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